Capítulo 35
Antes de que Aodhan pudiera continuar, una mariposa de alas rojas con lunares amarillo azafrán se posó en su hombro. Otra la imitó un segundo después, y aunque sus colores eran más modestos, sus alas eran más grandes. El ángel las miró y, durante un efímero instante, fue de nuevo un jovenzuelo penosamente avergonzado por la más curiosa de sus habilidades.
—Es como si pudieran olerme —murmuró, pero no apartó a las delicadas criaturas. En lugar de eso, levantó un dedo y una tercera mariposa bajó del cielo para posarse en él, esta con las alas coloreadas con los tonos del ocaso—. Illium dice que quizá pueda utilizarlas para «revolotear» a alguien hasta la muerte.
Jason observó a Aodhan mientras este situaba cuidadosamente a la mariposa junto a las otras, creando un adorno vivo en su, por lo demás, insulsa camiseta marrón oscuro. Las mariposas no eran las únicas criaturillas voladoras que se sentían atraídas por Aodhan. Una vez, hacía mucho, Jason lo había visto echarse a reír cuando lo cubrió toda una bandada de diminutos pajarillos del color de las joyas, que se sentían más atraídos por él que por el néctar del que se alimentaban.
—Como diría Galen —señaló Jason—, el propio Campanilla tiene las alas de una mariposa.
Sabía que Illium se había esforzado muchísimo por sacar a Aodhan del abismo, y que el vínculo de amistad que los unía era muy fuerte.
Aodhan sacudió la cabeza y retomó el tema que se traían entre manos.
—Hay cierto número de vampiros y ángeles antiguos que han renunciado discretamente a sus puestos en distintas cortes de diferentes regiones durante los pasados seis meses, y que luego han desaparecido del mapa. Todos ellos tenían algún vínculo con el territorio de Neha en el pasado.
Seis meses.
Tiempo suficiente para establecer una base bien protegida.
—Esos ángeles y vampiros ¿eran muy fuertes?
—No tanto como Dmitri o como tú, pero en absoluto débiles. Juntos formarían un batallón lo bastante poderoso para soportar un asalto importante y prolongado.
Siempre y cuando, pensó Jason, dicha fuerza de asalto no contara con una arcángel.
—¿Se han llevado a más gente con ellos? —criados de confianza que mantendrían la boca cerrada, por ejemplo.
—Serán unos quinientos en total.
Y esos solo eran los que Aodhan había conseguido rastrear. Podría haber muchos más vampiros o ángeles que no estuvieran establecidos en las cortes, y que por tanto podrían haberse unido de manera desapercibida. Quizá Nivriti no se hubiera convertido en arcángel, pero como ángel de reconocido poder, había gobernado una vasta zona del territorio de Neha.
Jason no había oído nada que indicara que la gente de Neha no le hubiera sido leal. Ese tipo de lealtad era difícil de aniquilar, y trescientos años no eran mucho tiempo en la vida de un inmortal.
—¿Has conseguido alguna información sobre su destino?
—Solo sé que se dirigían a este subcontinente —los ojos de Aodhan fracturaron el reflejo del rostro de Jason en innumerables esquirlas—. Es un secreto bien guardado.
No era de extrañar. Los partidarios de Nivriti sabían que si Neha descubría la conspiración, daría caza a su hermana antes de que esta estuviera preparada para la batalla, completando así la ejecución que había comenzado muchas vidas mortales atrás.
—Algún día —le dijo Jason al otro ángel—, podré explicarte la importancia y el significado de la información que acabas de proporcionarme.
Aodhan extendió las alas, y el aire se llenó de motas de colores cuando las mariposas de sus hombros alzaron el vuelo.
—Te veré en Nueva York.
—Sí. Buen viaje, Aodhan.
Jason examinó el asunto desde todos los ángulos mientras contemplaba cómo el otro ángel alzaba el vuelo hasta convertirse en un punto de luz fraccionada en el cielo.
No fue hasta la mañana siguiente, cuando el cielo todavía mostraba un tono gris nuboso, que encontró la respuesta.
—Ha llegado el momento de hablarle a Neha sobre la resurrección de Nivriti.
—Sí. La sangre de Shabnam… clama justicia —había profundas arrugas alrededor de la sensual boca de Mahiya—. ¿Qué descubrimiento te ha llevado a elegir este momento?
Cuando se lo contó, ella contuvo el aliento.
—Vas a jugar a la ruleta rusa con una arcángel.
Nunca había temido la muerte; al menos, no su propia muerte. Pero no iba a permitir que sacrificaran a Mahiya en el altar de la guerra de resentimiento que estaba a punto de iniciarse. Una guerra nacida de una vieja venganza y de un antiguo dolor, retorcido y rancio. Quizá Nivriti amara a Mahiya, pero el odio que sentía por Neha superaba el cariño por su hija. Cualquiera que quedara atrapado en su conflicto sería eliminado.
Se imaginó a la princesa con las alas rotas, el rostro destrozado y los ojos llorando sangre, y supo que si era necesario, se impondría por la fuerza y se ganaría su odio, pero no dejaría que muriera. Mahiya no.
—¿En qué piensas? —preguntó ella en un tono suave—. Te has ausentado durante un instante.
Jason pensó en mentir, pero se decidió por la verdad.
Su respuesta fue inmediata.
—Jamás podría odiarte, Jason. Antes amaría a Neha —le besó la mandíbula con sus labios, dulces y cálidos, y añadió—: Está bien. Tú tienes mucha más experiencia en asuntos de guerra. Te seguiré en esto.
Jason había planeado acercarse solo a Neha, pero Mahiya cruzó los brazos y negó con la cabeza.
—Yo la conozco mucho mejor que tú, sobre todo en lo que respecta a lo único con lo que Neha no se muestra racional.
—Te quiero a salvo —nadie había significado tanto para él como Mahiya—. Un estallido de furia de Neha y desaparecerás para siempre.
Y no se imaginaba un mundo en el que jamás volviera a ver la extraña y peligrosa esperanza que moraba en aquellos ojos brillantes como los de un gato.
—He aceptado tu ayuda porque eres más fuerte —dijo ella, pronunciando cada palabra con intensa emoción—, pero no me esconderé detrás de tus alas. Esta es mi batalla, ¡y no pienso actuar como una cobarde! No lo haré, Jason.
Antes de llegar a ese inexplicable entendimiento con Mahiya, de que ella lo reclamara, Jason la habría dejado incapacitada y habría completado su tarea antes de que ella se diera cuenta. Le habría importado muy poco que después se pusiera furiosa. Sin embargo, ahora comprendía quién era Mahiya, comprendía lo que supondría para ella impedirle participar en un momento como ese, y sabía que negárselo significaría arrebatarle algo que jamás podría devolverle.
Así pues, Mahiya aterrizó a su lado en los jardines que daban al lago mientras el sol del ocaso flotaba sobre el horizonte. Jason había pasado el tiempo hasta entonces estrechando el cerco del posible paradero del ejército de Nivriti, y Mahiya había colaborado recopilando información con discretas preguntas a los sirvientes más antiguos.
Neha se encontraba sola cerca del borde, donde la fortaleza caía en vertical hasta el agua. Tenía la mirada clavada en la ciudad.
—He oído que la gente de Rafael ahora campa a sus anchas en mi territorio —fue su comentario inicial, pronunciado en un tono glacial.
—Aodhan tenía información que me ayudó en mi tarea.
Los pliegues del sari verde salvia que la arcángel llevaba ese día flotaron alrededor de sus tobillos cuando ella se volvió con las alas perfectamente plegadas a la espalda.
—¿Debo suplicarte que me cuentes esa información?
—Nunca esperaría tal cosa —dijo Jason, consciente de la presencia decidida de Mahiya y de que, sin importar lo que le dijera Neha, ella no huiría si la conversación se tornaba letal—. No obstante, las normas han cambiado.
Neha acarició la piel dorada de la delgada serpiente que se había enrollado en el brazo como un brazalete vivo.
—Entiendo —había un brillo peligroso en sus ojos—. Vas a romper el voto de sangre.
Lo habría hecho sin pensárselo si con eso hubiera salvado a Mahiya pero, tal como estaban las cosas, no necesitaba hacerlo.
—Actuando de este modo, protejo los intereses de la familia.
Neha, Nivriti y Mahiya eran las últimas descendientes directas de un antiguo linaje. Con Neha y Nivriti a punto de embarcarse en una guerra, Mahiya se había convertido en la única esperanza de futuro de la estirpe.
—Debes de querer algo muy valioso si te atreves a jugar conmigo.
—No es valioso… pero sí intrigante —sabía que Mahiya estaba escuchando lo que decía, pero no suavizó las palabras. Confiaba plenamente en la inteligencia de la joven—. Mi curiosidad aún no se ha saciado.
Neha miró a Mahiya y su sonrisa adquirió el matiz frío propio de la criatura que le rodeaba el brazo.
—No necesitas hacer tratos conmigo por ella, Jason. Puedes quedarte en mi corte todo el tiempo que desees.
—Soy uno de los Siete de Rafael —le recordó—. Debo regresar pronto, y te pido que liberes a Mahiya y me la entregues.
Los ojos de Neha se convirtieron de repente en trozos de hielo.
—¿Por qué iba a entregarte a mi juguete favorito?
Bastó un gesto de su muñeca para que Mahiya se izara en el aire; la posición de su cuello indicaba que tenía problemas para respirar.
La ira, negra y violenta, estalló en las venas de Jason, pero la mantuvo a raya. Mostrar aunque solo fuera una pizca de afecto por Mahiya pondría fin a aquella negociación antes de que empezara, y a menos que la Cascada hubiera alterado ciertos asuntos, esa faceta del poder de Neha era todavía muy débil. No podría sostener a Mahiya en el aire mucho tiempo.
—Porque lo que tengo que decirte te proporcionará mucha más satisfacción.
—Podría rasgarte la mente como si se tratara del papel de arroz que hay en las tierras de Lijuan.
—No —dijo Jason—. No podrías.
Y entonces lo sintió; sintió cómo algo, afilado y duro, hurgaba en su mente para debilitar sus defensas.
Los ojos de Neha se abrieron como platos, y la furia fue sustituida por la fascinación.
—Increíble. Es como si tu mente estuviera recubierta por un caparazón de ónice.
Rafael le había dicho algo similar cuando intentó penetrar en su mente para, irónicamente, enseñarle cómo proteger sus pensamientos frente a una posible invasión. Se lo habían consultado a varias personas, y ninguna de ellas (ni siquiera Jessamy o Keir, el sanador) había visto ni oído nada parecido en un ángel tan joven.
«Quizá —dijo Keir, cuyos ojos parecían demasiado sabios para un rostro tan joven— lo crearas antes de saber siquiera que era algo imposible. Como una defensa instintiva».
Jason siempre había creído que Keir tenía razón. Cuando era poco más que un bebé, solo y asustado, había aprendido a protegerse de un mundo demasiado grande, demasiado peligroso, demasiado vacío.
—Puedes matarme —dijo, y era cierto—, pero al hacerlo perderás la información que tengo.
—¿Me convertirías en tu enemiga por una baratija como esa?
Jason oyó caer a Mahiya a su espalda. Sabía que debía de estar dolorida, pero no se volvió.
—No creo que pienses lo mismo cuando oigas lo que tengo que decirte.
Mahiya cogió aire con penosas bocanadas. Tenía al menos tres costillas rotas. Se incorporó poco a poco en el suelo hasta sentarse y respiró tan hondo como pudo. Se sentía como si tuviera cuchillos clavados en el hígado, pero al final la neblina que cubría sus ojos se despejó y pudo ver a Jason y a Neha con claridad. La expresión de la arcángel era fría, y la de Jason, una máscara en la que el tatuaje adquiría un tinte dramático bajo la luz del sol.
De pronto Neha se echó a reír, y fue una risa auténtica, llena de deleite.
—Sabía que había elegido bien.
A Mahiya se le heló la sangre al comprender lo que quería decir.
«Puedo ofrecer a Jason algo que Rafael jamás será capaz de igualar».
Jason no se daba cuenta, no lo entendía, pero ella sabía lo que significaba la mirada de Neha. Había visto esa expresión calculadora en la arcángel otras veces, después de haberse peleado con Eris. Ninguna de esas miradas había llegado a más, pero ahora Eris estaba muerto.
Se tragó el dolor que amenazaba con borrar sus pensamientos e intentó contactar con la mente de Jason. Nunca antes se había atrevido a hacerlo porque le parecía una intimidad que él no estaba dispuesto a compartir, pero ahora él debía saber a lo que se enfrentaba.
Cuando su mente chocó contra el negro inquebrantable de los escudos de Jason y rebotó, a Mahiya le entró el pánico, pero se dijo que debía ser paciente, mantener la calma. Si no tenía éxito, Jason podría insultar inadvertidamente a Neha y, al hacerlo, perder la vida.
«No dejaré que te mate, Jason. De ninguna manera».
Respiró hondo de nuevo e intentó conectar con su mente otra vez. Desesperada, se dio cuenta de que estaba demasiado débil para hacer mella en un escudo tan sólido que parecía más duro que el diamante. Lo más probable era que Jason ni siquiera notara sus intentos, sobre todo porque, a juzgar por lo que decía Neha, la arcángel también estaba intentando eliminar sus defensas.
Mahiya retrocedió y utilizó cada parte de su mente para encontrar alguna otra forma de atraer su atención o crear una distracción.
¿Estás herida? Oyó una voz pura como el timbre de una campana… en el interior de su cabeza.
La asombró tanto que Jason hubiera iniciado un vínculo mental que, de no ser porque estaba muy preocupada por él, se habría quedado paralizada.
No, estoy bien, mintió. Sentía el resplandor obsidiana de su furia. Escucha, Jason, hay algo que debes saber.
Silencio, aunque la conexión seguía abierta.
A ella no le importo nada. Como te ha dicho, solo soy un juguete. Pero te quiere a ti.
Neha no es el primer arcángel que quiere apoderarse de mis habilidades.
No. Mahiya contuvo el aliento, pero lo soltó de golpe cuando sintió un aguijonazo en el pecho.
Estás herida.
Tengo unas cuantas costillas rotas, pero eso no importará si ambos terminamos muertos, así que escucha. Ella no quiere tus habilidades, te quiere a ti… como su nuevo consorte.