Capítulo 42

Mahiya no sabía qué había esperado de la base de operaciones de su madre, pero sin duda no lo que veía: un complejo palaciego fortificado, oculto en el valle de una montaña situada a escasas cuatro horas de vuelo de la fortaleza. Sin embargo, era muy lógico. Nivriti no podría haber encubierto un escuadrón aéreo en la oscuridad si hubiera estado más lejos. El ejército de tierra vampírico, que debía realizar un viaje más largo, se había trasladado hasta la ciudad en vehículos que no llamaban la atención en las carreteras, y en esos momentos se retiraba de la misma manera.

Llevaban consigo a los muertos y a los heridos menos graves del ejército Nivriti, ya que Rhys y el general en jefe de su madre habían negociado un corto intervalo de tregua para recuperar a los caídos. Si bien Nivriti fue obligada a abandonar la ciudad de inmediato, había enviado un batallón angelical a tierra, supervisado por los hombres de Rhys, para rescatar y llevar a casa a los heridos más graves, tanto a ángeles como a vampiros. Esa unidad se encontraba unas dos horas por detrás de ellos; los vehículos de tierra, a casi medio día de distancia.

Aquel complejo, le dijo Nivriti a Mahiya cuando aterrizaron antes del alba bajo los ojos vigilantes del pequeño escuadrón que había dejado de guardia, le había pertenecido una vez… y ahora era suyo de nuevo.

—Neha permitió que se convirtiera en ruinas —comentó satisfecha—. El pueblo adyacente se empobreció sin los clientes del palacio, así que ahora la zona está desierta y los terrenos, desaprovechados.

—Un lugar perfecto para ocultar un ejército.

Al entrar en el palacio, Mahiya se fijó en los antiguos tapices y en las pinturas murales, que mostraban caballos y elefantes montados por guerreros vampíricos armados con espadas, y a doncellas angelicales de sonrisa tímida y dagas en las manos.

Los colores que en su día fueron brillantes estaban ahora apagados; las joyas de los guerreros y de las doncellas parecían piedras sin brillo. Era evidente que los tapices y las alfombras eran tan viejos como las pinturas, pero habían sacudido el polvo a las piezas supervivientes para dejar al descubierto su ajado esplendor. Los muros y los suelos del palacio también habían sido restregados a conciencia, poniendo de manifiesto que la belleza del edificio, lleno de intrincados grabados y ventanas con celosías, convertía los adornos en un capricho y no en una necesidad.

—La mayor debilidad de Neha ha sido siempre la arrogancia —dijo Nivriti después de servirse un vaso de agua con una jarra y bebérselo—. Nunca creyó que pudiera convertirme en su igual; por eso dejó de vigilarme y no apostó guardias en los lugares que siempre habían sido míos y que siempre lo serán —eran palabras tan duras como las piedras de su fortaleza—. Ahora ya sabe que se equivocaba.

En ese momento entró un ángel que arrastraba el ala izquierda debido a una herida que tenía en la parte superior.

—Mi señora —dijo—, siento interrumpir, pero debemos hablar sobre nuestros planes defensivos, ya que tenemos muchos heridos.

Tras responder al hombre con un asentimiento de cabeza, Nivriti despidió a Mahiya con un gesto de la mano.

—Ve a buscar un lugar para descansar, niña —posó la mirada en la ballesta que la princesa aún llevaba en la mano—. Aquí no necesitarás eso, pero me alegra ver que mi hija no es un adorno inútil —y con eso, se fue.

Mahiya aprovechó la oportunidad para explorar el palacio. Descubrió que era lo más parecido a una fortaleza inexpugnable sin dejar de ser un hogar para Nivriti y su gente. Altas murallas perimetrales, pero suaves alfombras en los suelos. Armas por todas partes, pero una cocina que llenaba las estancias de deliciosos aromas.

Cuando se dirigió a la terraza que había en la parte trasera del palacio, vio un fértil y saludable huerto de frutas y verduras en el interior de las murallas defensivas. Aunque el cielo todavía estaba gris, un vampiro ya había comenzado a trabajar el huerto, y fue él quien le dijo que el agua del pozo provenía de una reserva subterránea.

—No hay forma de que alguien la envenene.

Semejante precaución no protegería el fuerte de un ataque alado, pero las montañas que rodeaban el valle contaban con armamento antiaéreo que, según supuso Mahiya, había permanecido oculto hasta el ataque contra Neha; además, solo había un camino que llegara hasta el lugar. Era un sitio concebido para resistir un asedio, pensó mientras regresaba al interior del palacio.

Aunque nadie parecía prestarle atención, los guardias aparecían de la nada para cambiar la dirección de su paseo cuando intentaba adentrarse en un pasillo en particular. También le quitaron la ballesta con la excusa de limpiársela.

—Por supuesto —dijo con su mejor sonrisa de princesa, y dejó que se la llevaran sin rechistar.

Le llevó una hora de vigilancia y espera, pero al final los pocos guardias que quedaban fueron requeridos en otras tareas, y ella no tardó ni diez segundos en dirigirse hacia las puertas del pasillo y atravesarlas. Las estancias que había al otro lado estaban bloqueadas con cerrojos y candados anticuados, y había barrotes en las pequeñas ventanillas recortadas en las puertas.

Con un súbito escalofrío, Mahiya se asomó a la primera ventana.

Dentro había un ángel inconsciente cubierto de sangre, con las alas clavadas al suelo mediante tornillos que le atravesaban las plumas, los tendones y los músculos. Horrorizada, Mahiya se obligó a acercarse a la siguiente celda… y descubrió a un vampiro colgado de las muñecas por enormes cadenas, con el cuerpo ensangrentado y apaleado, y la cabeza colgando sobre el pecho. Los reconoció como ciudadanos de Fuerte Arcángel. Ninguno de ellos era lo bastante poderoso para que alguien los echara de menos enseguida, pero sí lo bastante antiguos para conocer el funcionamiento interno de la fortaleza.

—Mahiya.

Había oído los pasos de las botas de Nivriti, así que no se sorprendió.

—Has destrozado a estas personas.

—Neha habría hecho lo mismo —era hielo, duro y brutal—. A mí me hizo cosas muchísimo peores.

Fue en ese instante cuando Mahiya se convenció de lo que sospechaba en un rincón secreto de su corazón: había esperado que los asesinatos de Eris, Audrey, Shabnam y Arav fueran un acto de violencia momentáneo, que su madre no albergara una horrible crueldad en su alma.

—¿Los liberarás ahora?

—No —respondió Nivriti al tiempo que metía la mano entre los barrotes para lanzar la pegajosa red verde sobre la garganta del vampiro.

—Madre, para.

Mahiya agarró la mano de Nivriti y tiró, pero era demasiado tarde. La sustancia ya había alcanzado al prisionero.

Mahiya contempló con horror cómo la piel y los músculos se disolvían hasta convertirse en una sustancia blanca burbujeante, y al final el cuerpo se desprendió del cuello. Lo único que la princesa agradeció fue que el vampiro no recuperase la consciencia en ningún momento.

—Eso ha sido…

—Mucho más compasivo que lo que le habría hecho Neha si ese vampiro hubiera regresado a casa arrastrándose.

—Tu poder estaba relacionado con los pájaros —era la súplica de una niña desesperada por salvar algo de la madre que había soñado—. Con las cosas vivas —no con esa muerte sádica.

La sonrisa que alcanzó los ojos de Nivriti tenía un brillo verde corrosivo.

—Esa habilidad murió —dijo en tono despreocupado—. Pero, mientras permanecí enterrada en la tierra, encontré consuelo en otras criaturas —se volvió hacia la celda del ángel—. Ellas sacrificaron su vida cuando necesité sustento y compartieron su fuerza conmigo.

—¡No! ¡Por favor!

Mahiya intentó detener a su madre una vez más, pero Nivriti, casi con desgana, arrojó los letales filamentos verdes sobre el ángel.

Su madre tenía alrededor de tres mil años y su poder era enorme, incluso después de la batalla. Era una competición desigual que Mahiya no podía ganar. Temblando, se obligó a mirar, a recordar esa muerte, mientras el ángel se disolvía por completo. Tanto el vampiro como él se merecían epitafios, no desaparecer del mundo sin más.

Nivriti suspiró e intentó acariciar a Mahiya, pero esta se echó hacia atrás.

—¿Cómo es posible que te hayas vuelto tan blanda bajo los amorosos cuidados de mi hermana? —preguntó, sacudiendo la cabeza.

«Porque no quería acabar como ella… como tú».

Se le rompió el corazón una vez más al darse cuenta de que algunos de sus sueños infantiles jamás se harían realidad.

—Da igual. Ahora yo cuidaré de ti —Nivriti echó un vistazo por encima del hombro—. Escolta a mi hija hasta su habitación. Debe descansar.

Mahiya permitió que la acompañaran hasta su dormitorio, una estancia limpia y, según los estándares del palacio, bastante lujosa. Resultaba evidente que se la honraba como la hija de Nivriti.

«Ahora yo cuidaré de ti».

Con el sufrimiento atascado en la garganta, se sentó en la cama y rodeó con los dedos uno de los postes de madera tallada, que había sido pulida hasta adquirir un brillo deslumbrante. Y se puso a pensar. En quién era, en lo que quería hacer con la existencia inmortal que tenía por delante.

No le importaba lo que creyera Nivriti; ella no era ninguna niña. Había luchado para liberarse de una arcángel. Jason la había ayudado a conseguir esa libertad, y quizá jamás la habría conseguido por sí sola, pero incluso cuando se enfrentaba a circunstancias en apariencia insuperables, incluso después de una vida al lado de una arcángel que solo deseaba aplastar su espíritu, se había negado a rendirse. Había sido ella quien le había propuesto un trato a su jefe del espionaje cuando no tenía más que una única y frágil carta.

«Tienes que darme algo a cambio. No puedo entregar la información más valiosa que poseo sin conseguir una recompensa del mismo valor».

Había pronunciado esas palabras, había exigido que respetaran su necesidad de libertad.

Pero ahora, una vez más, estaba en una prisión. No había cerrojos, ni mala voluntad por parte de Nivriti, pero su madre había dejado claro que la consideraba poco más que un bebé. Alguien a quien había que mantener a salvo y cortarle las alas, alguien a quien podía encerrar o mandar callar cuando los adultos hablaban. Alguien a quien debía proteger de la dura realidad de la vida.

«Escolta a mi hija hasta su habitación».

Mahiya empezó a notar una opresiva sensación de ahogo que le constreñía las costillas.

—Es demasiado tarde, madre —susurró, y era la decisión que necesitaba tomar antes de seguir adelante con su vida—. Hace mucho que dejé de ser un bebé.

La tristeza le abrasó las venas al pensar en lo que ya habían perdido, en el tiempo que jamás podrían recuperar. Pero también sentía un dulce alivio, ya que la carga de la culpabilidad que le provocaba la idea de abandonar a Nivriti había desaparecido al darse cuenta de que, para construir una relación con su madre, tendría que alejarse de ella. Era la única forma de obligar a Nivriti a verla como una adulta. Como una mujer que amaba a un jefe del espionaje con las alas negras.

¿Lo sabía Jason? ¿Sabía que si se hubiera alejado de Nivriti en el campo de batalla siempre se habría preguntado cómo sería vivir con su madre? ¿Que la culpabilidad por abandonar a una mujer que había sobrevivido a una pesadilla y que la miraba con ojos amorosos habría sido un dolor constante en su pecho?

Esbozó una sonrisa. Por supuesto que lo sabía. Jason siempre iba cuatro pasos por delante. La esperanza floreció en su pecho, pero apretó los dedos en torno al poste y se obligó a mantener la mente fría, a recordar que él se había alejado de ella sin darle ninguna indicación de que la buscaría. Y aunque quisiera buscarla, no podría adivinar que ella ya había tomado una decisión, que estaba dispuesta a marcharse horas después de haber llegado a ese lugar. Puesto que Jason era leal a Rafael, lo más probable era que ya hubiera abandonado el subcontinente para entregarle su informe.

Lo que significaba que Mahiya estaba sola.

Respiró hondo, se puso en pie y evaluó su estado. Estaba un poco cansada por el largo vuelo hasta palacio, pero no exhausta, ya que el ejército había avanzado a un ritmo más lento para acomodarse al de sus compañeros heridos. De todas formas, lo más sensato sería descansar y recuperar fuerzas… pero quería marcharse ya.

Las restricciones, por más amorosas que fueran, no dejaban de ser cadenas que intentaban maniatarla.

Marcharse en ese momento le daría una pequeña ventaja: la segunda unidad angelical, con su carga de heridos, había llegado mientras la acompañaban a su habitación. Su oferta de ayuda había sido rechazada, y a juzgar por sus sonrisas condescendientes estaba casi segura de que los guardias pensaban que se desmayaría al ver las heridas. No tenían ni idea de las cosas que había presenciado en la corte de Neha.

Como todos los hombres disponibles se encontraban atendiendo a los heridos, las defensas de palacio estarían bajo mínimos. Era su mejor oportunidad para escapar… porque lo cierto era que no creía que su madre la dejara marchar sin más. No cuando Nivriti la consideraba una niñita vulnerable incapaz de cuidarse sola.

Con un escozor en los ojos, Mahiya se preguntó si la ceguera de su madre era voluntaria, si trataba de encontrar al bebé que le habían robado hacía tanto tiempo.

Conteniendo la oleada de emociones que la embargaba, retiró las cortinas de la terraza y vio que la luz del sol matinal era de una pureza cristalina. La verían perfectamente contra el cielo azul… pero nadie le había prohibido volar. Una vez tomada la decisión, entró en el cuarto de baño para lavarse la cara y recogerse el pelo en una trenza apretada. Luego abrió las puertas del balcón y salió al exterior.

Había varios ángeles fuera, y uno de ellos se acercó volando de inmediato. Todavía tenía las alas teñidas de negro, lo que indicaba que había tomado parte en el ataque.

—Princesa —dijo al tiempo que realizaba una breve reverencia propia de alguien que tenía cosas más importantes que hacer—. ¿En qué puedo serviros?

—Me gustaría estirar un poco las alas antes de descansar —Mahiya abrió los ojos y le sonrió con aire vacilante—. Doy por hecho que es seguro volar en la zona de palacio y los alrededores, ¿no es así?

Tal como ella esperaba, el ángel se concentró en la segunda cuestión y no se preguntó por qué quería estirar las alas después de cuatro horas de vuelo.

—Absolutamente seguro —frunció el entrecejo e hizo unas complejas señas a un trío de ángeles—. Sin embargo, estoy convencido de que mi señora Nivriti preferiría que os mantuvierais a salvo en vuestros aposentos.

Era una especie de general, pensó Mahiya. Hablaba con demasiada autoridad para ser un subordinado. En lugar de obedecerlo, como era evidente que él esperaba, enderezó la espalda.

—¿Me estás ordenando que permanezca en mis aposentos? —dijo imitando el tono consentido de la difunta Anoushka lo mejor que pudo—. ¿Quieres ponerme también una correa y sacarme a pasear como si fuera un perrito?

El general compuso una expresión tan abatida que Mahiya tuvo que obligarse a no sentir lástima por él. A ella tampoco le habría gustado lidiar con esa versión de sí misma, sobre todo después de una batalla que le había costado tantos hombres. Sin embargo, si no salía de allí enseguida, se quedaría encerrada en aquel purgatorio durante semanas, o incluso meses, asfixiada por un amor maternal que no quería tener en cuenta la vida a la que Mahiya había sobrevivido.

—Esperad, por favor —le dijo el general, que no cedió terreno ante su indignación… lo que significaba que no era un general cualquiera, sino probablemente «el» general—. Os buscaré una escolta —añadió, y se dio la vuelta y echó a volar hacia la izquierda.

«Bueno, eso ha sido una estupidez».

Resoplando ante el hecho de que él diera por sentado que se quedaría donde la había dejado, saltó desde la terraza sin barandilla, sobrevoló el patio y, en lugar de ascender trazando círculos amplios, voló como una flecha hacia arriba, como tantas veces le había visto hacer a Jason. Si conseguía superar la fina capa de nubes antes de que alguien se diera cuenta, podría confundir y quizá distraer a los posibles perseguidores el tiempo suficiente para alejarse.

La persecución llegó mucho antes de lo que esperaba, y una voz brusca le ordenó que descendiera. Puesto que era más antiguo y más fuerte que ella, Mahiya sabía que el general la atraparía en cuestión de segundos, pero apretó los dientes y siguió batiendo las alas para ascender, aunque sentía los músculos de los hombros y de la espalda a punto de romperse. Dejaría que el general pensase que era una niñata consentida. Eso le daría una idea equivocada y quizá le proporcionara otra oportunidad de escapar más tarde…

Vio un borrón negro delante de ella.

¡Jason! Estaba tan sorprendida que pasó como una flecha a su lado.

—¿Estás lista para marcharte? —preguntó cuando se reunió con ella… como si Mahiya hubiera hecho una simple visita vespertina. ¿Te encuentras bien, princesa?

Mahiya estuvo a punto de echarse a llorar cuando percibió la ternura de esa pregunta mental.

—Sí. Y sí —dijo con una sonrisa temblorosa, preguntándose si alguna vez llegaría a entender al hombre al que adoraba—. Pero me temo que tengo un problema.

—Ya lo he visto.

¿Puedes quedarte suspendida en el aire?

. Su cuerpo protestaba por el esfuerzo, pero se las había apañado en situaciones peores.

Jason se situó tras ella, echó el brazo hacia atrás y sacó su espada. La sostuvo con naturalidad al costado cuando el general los alcanzó. El ángel los miró a ambos, y cuando se fijó en la discreta amenaza de la espada negra de Jason, decidió que el silencio era la mejor política. Así pues, todos se observaron con educación hasta que llegó Nivriti.

—Mahiya… —soltó como un látigo enfurecido dirigido a una niña que se había portado mal—. Espero que mi hija se quede a mi lado.

—Madre —dijo Mahiya con amabilidad. No deseaba herir a Nivriti, pero sabía que debía obligarla a ver la verdad si quería tener la oportunidad de construir una buena relación con ella—. Hace siglos que no soy una niña. En realidad, jamás me permitieron serlo. Pero eso ya lo sabes.

A pesar del tono amable, Nivriti se encogió.

—La mataré por lo que te hizo.

Mahiya alzó una mano.

—No. No me utilices como excusa en tu guerra con Neha. No quiero formar parte de ella —con el corazón encogido, afrontó aquella mirada tan familiar y a la vez tan extraña—. Trescientos siete años —dijo en un susurro lleno de toda una vida de sueños perdidos y de dolor insufrible—. Ese es el tiempo que he sobrevivido… y no quiero sobrevivir más, madre. Quiero volar.

Después de un momento de intenso silencio, los ojos de Nivriti se clavaron en Jason.

—Si no cuidas de ella, jefe de espías, te buscaré en los confines más remotos de la tierra.

Con esa violenta amenaza, ella y su general descendieron hacia el palacio.

Jason enfundó la espalda y se volvió hacia la princesa.

A su manera, te ama de verdad.

Lo bastante para dejarme libre.