Capítulo 38

A Mahiya solo le llevó unos minutos empaquetar las cosas sin las que no podía marcharse. La bolsa era penosamente pequeña, pero siempre había sabido que un día abandonaría aquel lugar.

—No he cogido más joyas que aquellas que eran regalos personales —dijo, y no era una estúpida cuestión de orgullo, sino de seguridad—. No puedo arriesgarme a que Neha me tache de ladrona y exija que regrese para recibir mi castigo.

—No hay necesidad de que te arriesgues a eso —Jason asintió con aprobación al ver la túnica y los pantalones sencillos que ella se había puesto para volar lejos del territorio de Neha—. Te prestaré lo que necesites para iniciar tu nueva vida.

La tensión que se había acumulado en la espalda tras la primera frase de Jason se disolvió al escuchar la segunda.

—Gracias —un préstamo era algo que había que devolver, y no le robaría su reciente libertad haciéndola depender de él—. ¿Y tu bolsa?

—No hay nada que vaya a echar de menos —sacó la espada, la revisó y volvió a guardarla en la funda—. Dame la tuya.

—No pesa.

Era una bolsa diseñada para llevarla delante, donde no estorbaría el movimiento de las alas.

Jason estiró el brazo, se la arrebató y la llevó con una sola mano.

—Tus costillas no se han curado del todo, así que no discutas.

—La llevaré en la mano, como tú… al menos hasta que salgamos del fuerte. Necesitas las manos libres, por si es preciso luchar.

Sus horquillas de acero serían de ayuda si alguien los acorralaba, pero una espada blandida por un experto daría un fin mucho más rápido al problema si las cosas llegaban a ese punto.

Tienes cierta tendencia a dar órdenes, princesa. A pesar de sus siniestras palabras, Jason le devolvió la bolsa.

—Vamos, tenemos que irnos.

Mahiya salió al balcón, pero vaciló.

—No puedo marcharme sin despedirme de Vanhi.

—Puedes reunirte con ella en el Refugio, ya que ella lo visita al menos una vez al año. Y a Neha le importa demasiado para castigarla por verte a diario.

Tras esas palabras, el espía saltó del balcón y aterrizó elegantemente en el patio con las alas extendidas. Sorprendida, Mahiya lo siguió en silencio.

¿Qué ocurre?

Me preocupa que Neha nos dispare cuando estemos en pleno vuelo.

Mahiya compartía su miedo: el tejado de la fortaleza estaba lleno de armamento aéreo, preparado para el regreso de Nivriti. Solo haría falta un pequeño «accidente» para librarse de un ángel que resultaba una molestia y del jefe del espionaje que la protegía.

Los túneles, dijo. ¿Veneno te hizo un mapa?

Sí. Mantente tan cerca de mí como sea posible sin enredarte con mis alas.

Mahiya descubrió la razón de esa orden escasos momentos después, cuando dos de los guardias que se dirigían hacia su palacio pasaron a su lado sin mirarlos siquiera, a pesar de que Jason y ella se encontraban al lado del camino. Supuso que los soldados solo habían visto una zona oscura y se convirtió en la sombra de Jason mientras avanzaban por la fortaleza con pasos cautos pero regulares.

En lugar de atravesar los patios, Jason tomó un pasaje interno que recorría pasillos desiertos y atravesaba pesadas puertas antes de salir a un jardincillo iluminado tan solo por un puñado de velas. Mahiya recordó que se trataba de un anexo de un palacio en desuso. Tal como evidenciaban las velas, el jardín lo utilizaban las parejas que buscaban intimidad, pero aquella noche no había nadie sentado en los bancos.

Jason se detuvo en la oscuridad reinante junto a la puerta por la que habían salido, y Mahiya vio cómo la negrura remolineaba alrededor de las velas un instante después, eclipsando incluso esa tenue luz.

¿Ves algo?

No mucho.

Una mano cálida agarró la suya.

Moviéndose con la gracia felina de un hombre que se sentía como en casa en las noches sin luna, Jason la condujo hasta la parte central del jardín, hasta el pedestal de la estatua de un ángel sin nombre que tenía las alas extendidas para iniciar el vuelo. Dio un giro a la muñeca de la estatua seguido de un fuerte tirón al ala opuesta, y uno de los lados del pedestal se abrió. La puerta era estrecha, ya que no había sido creada para seres alados, pero Mahiya contuvo su incipiente claustrofobia y entró. El calor corporal de Jason, que entró detrás de ella, la reconfortó un poco.

Un segundo después la puerta volvió a cerrarse.

Aquella oscuridad estigia estaba llena de serpenteantes horrores fantasmales, y Mahiya creyó que le entraría el pánico… hasta que un suave resplandor llenó el lugar. La bola de luz flotaba justo delante de ella. No habría esperado algo así de un hombre cuyo poder se expresaba con sombras de medianoche, pero estaba más que agradecida.

Gracias, le dijo, capaz de respirar ahora que veía que en aquel agujero no había serpientes.

Jason la rodeó con el brazo.

La escalera que conduce hacia los túneles aparecerá a tus pies. Tan pronto como la veas, baja. Presionó algo en la pared y la mitad del suelo desapareció. Lo más deprisa posible, princesa.

Mahiya no necesitaba que Jason le explicara por qué. Era posible que Neha se arrepintiera si decidía hacerles daño, que lo considerara una mancha en su honor pero, después de todo, ya estarían muertos. Utilizó la luz que flotaba frente a ella como faro guía y, rozando las paredes con las alas, bajó los peldaños de la estrecha escalera para adentrarse en un túnel igual de estrecho.

Alrededor de dos minutos después, salió por fin a un túnel bastante más amplio.

Gira a la izquierda. Jason se situó a su lado después de darle esa instrucción, ya que a partir de entonces podrían caminar erguidos. Solo había unas huellas que precedían las suyas en el camino de tierra.

¿Veneno?

Dice que conoce estos túneles igual que una serpiente los de su guarida.

Como si Jason las hubiera convocado, dos serpientes les salieron sinuosamente al paso. Mahiya se detuvo, examinó el color de su piel y soltó un suspiro de alivio.

No son venenosas. Neha no jugaba con la naturaleza a menos que tuviera una razón específica para hacerlo.

Jason la evaluó con la mirada.

No tienes miedo.

No, si hay luz, respondió ella, sincera.

Aquellas no fueron las únicas criaturas reptantes que vieron pero, en su mayoría, las serpientes únicamente sentían curiosidad o querían que las dejaran en paz. Solo una de ellas se mostró agresiva, y murió de inmediato bajo la hoja de obsidiana de la espada de Jason. Su cuerpo se convirtió en cenizas en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Es la espada? —preguntó Mahiya en voz alta, ya que le pareció que nadie los oiría a tanta profundidad—. ¿El fuego negro?

—No. Sin embargo, es un medio de transmisión muy útil.

No le sorprendió la respuesta, no cuando había sentido esa llama azabache de Jason más de una vez.

—Los túneles…

—Le envié un mensaje a Rhys justo antes de marcharnos.

—Bien.

No quería ponerle trabas a su madre, pero puesto que Jason conocía el posible uso táctico de los túneles antes de que el voto de sangre se diera por finalizado, callárselo habría manchado su honor y habría puesto su vida en peligro.

—Más deprisa, Mahiya.

Los músculos de sus pantorrillas protestaron cuando los pasadizos empezaron a ascender bruscamente, pero Mahiya reservó su aliento y sus fuerzas hasta que salieron por fin por una trampilla que había en el suelo del templo en ruinas donde había encontrado el osito de peluche.

—¿Por qué no utilizó Veneno este túnel?

La salida estaba muy bien escondida en un recoveco oscuro.

—Existía la posibilidad de que la puerta estuviese atascada por la falta de uso, con lo que el ruido lo habría traicionado. Engrasó las bisagras para nosotros antes de marcharse —Jason se adentró en otro recoveco y reapareció con una bolsa que Veneno había preparado para ellos—. Armas, por si las necesitamos.

Mahiya se frotó la fina capa de polvo que le cubría la cara. Estaba segura de que tenía el pelo lleno de telarañas, pero dejó la bolsa en el rincón y se adentró en el espacio abierto del centro del templo, que no se había desplomado.

—No puedo marcharme —dijo sin rodeos antes incluso de darse cuenta de que ya había tomado una decisión.

—Lo sé.

Sintió un terrible dolor en el pecho ante la sencilla aceptación de Jason.

«Si el mundo cambiara de repente y ella apareciera delante de mí, correría a sus brazos como aquel niño pequeño».

Habría sido más inteligente quedarse callada, no presionarlo demasiado, pero no quería una vida de muros y secretos para su jefe del espionaje.

—¿Me lo contarás? —preguntó, pidiéndole que compartiera con ella un trozo de su historia, ya que no podía compartir su corazón—. ¿Me contarás cómo murió ella?

Jason se apoyó en la pared que había al fondo del templo en ruinas y prestó atención al viento. Solo escuchó una palabra.

Nivriti.

No sería una espera larga, pensó. Estaba convencido de que la vengativa madre de la princesa tenía un espía en la fortaleza que la informaría en el mismo instante en que su hija estuviera fuera del alcance de Neha y no corriera peligro de convertirse en rehén.

Recorrió con la mirada a la mujer que había apoyado la espalda en una columna que había sobrevivido a los avatares del tiempo, en cuyo rostro se mezclaban la fuerza y la vulnerabilidad a partes iguales. Aguardaba su respuesta, esperaba que le hablara de una pesadilla que no había compartido con nadie en el mundo. Pero su princesa tenía sus propias pesadillas.

Quizá fuera por eso por lo que empezó a hablar. O tal vez fuera por la luminosa calidez que la presencia de Mahiya provocaba en un rincón de su mente. Debería haberla bloqueado, asegurarse de que ella no se percatara de que había mantenido esa conexión desde la primera vez que le permitió atravesar sus defensas. Pero no quería desconectarla; sentía que ella se había acomodado en su interior. No fisgoneaba, y no era en absoluto agresiva. Sencillamente se había acurrucado junto a él tal como hacía en la cama, con la mano sobre su corazón.

—A mi madre le arrebataron la vida —comenzó, tomando las fuerzas prestadas de ese suave resplandor—, cuando yo era un niño con las alas demasiado grandes para su cuerpo.

Temblando, Jason se obligó a dejar de contemplar el óxido que no era óxido y salió del agujero antes de cerrar la trampilla con manos cuidadosas (y sin mirar) a fin de no hacer ruido. Y luego observó la pared. No quería darse la vuelta y ver lo que había al otro lado, el peso que había empujado lejos de la trampilla. Pero la pared también estaba salpicada de ese óxido que no era óxido. Algunos pedacitos habían empezado a desprenderse, resecos por el calor del sol que se derramaba a través de la claraboya.

Con el estómago revuelto y el corazón en un puño, apartó la mirada de la pared y la clavó en el suelo, pero este estaba lleno de rayas de color marrón claro, y sus pies habían dejado pequeñas huellas sobre la madera pulida. La tierra del interior del agujero no estaba húmeda. No hasta después.

Después de que los gritos se acallaran.

Cerró los ojos, pero siguió oliendo el óxido que no era óxido.

Y entonces supo que tenía que volverse.

Tenía que verlo.

Ella lo miraba desde el otro lado de la estancia, con sus bonitos ojos castaños cubiertos por una película blanca que no debería estar allí. El muñón de su cuello estaba cubierto de sangre seca y reposaba sobre la mesa del rincón, como si alguien lo hubiera dejado allí con ese propósito.

Jason no gritó.

Sabía que nunca debía gritar.

En lugar de eso, observó el trozo de carne que había bloqueado la trampilla. Estaba envuelto en seda de color amatista.

Amatista. Así era como llamaba siempre su madre a su color favorito. Amatista.

Él había tardado mucho tiempo en pronunciarlo bien, y ella siempre reía con deleite cuando utilizaba la palabra, con su cabello negro bailando bajo la luz del sol.

La alfombra crujió bajo sus pies, y se dio cuenta de que se había movido, de que había arrastrado la carne vestida con seda amatista hasta el otro trozo con el que encajaba, de que estaba colocándole los brazos y las piernas, y también las plumas desgarradas y ensangrentadas de sus alas blanco plateadas. Le dolía el pecho por el esfuerzo, ya que los trozos eran demasiado grandes para su pequeño cuerpo. Pero tenía que hacerlo.

El sol no había secado los pedazos que se encontraban a la sombra, protegidos de la luz directa, y sus manos acabaron resbaladizas y cubiertas de sangre una vez más. Cuando la cabeza se le escurrió de las manos y chocó contra el suelo con un ruido sordo, se mordió los labios con fuerza y la recogió antes de apartarle el cabello que se le había metido en los ojos.

Lo siento, mamá.

Tenía el pelo de su madre, su piel, sus ojos. Ella siempre lo decía. Sin embargo, ese día sus ojos no estaban bien, no sonreían como siempre que lo miraban.

Tras dejar la cabeza por fin en el lugar del cuerpo que le correspondía, se arrodilló en la alfombra que siempre dejaba marcas entrecruzadas en la piel de sus rodillas.

Despiértate ya —dijo.

Su madre era una inmortal, como él. Solo tenía cuatrocientos sesenta y cinco años, pero era edad suficiente.

Los ángeles vivían para siempre.

Eso era lo que, según su madre, pensaban los mortales, pero ella decía que en realidad solo vivían mucho tiempo.

Sacudió sus hombros, pero la piel marrón de su madre estaba fría y no cálida, como siempre.

Despierta.

Intentó no recordar qué otra cosa le había dicho su madre, pero las palabras se colaron en su mente, pronunciadas en el lírico idioma de la isla donde había nacido y donde vivió hasta que empezó la escuela en un lugar al que ella llamaba «el Refugio».

«Los ángeles pueden morir. Es difícil, pero no imposible. Sobre todo los ángeles jóvenes».

Mientras miraba el trozo de carne vestido con seda amatista, supo lo que significaba ese agujero en su pecho. Le habían arrancado el corazón. También tenía un agujero en el vientre. Y su cabeza… él había sido capaz de levantarla, y eso quería decir que no pesaba tanto… porque también tenía un agujero.

Todas las entrañas del cuerpo de su madre habían desaparecido.

Un ángel con su edad y su poder no podría despertarse sin sus entrañas, no podría regenerarse. Aun así, Jason no dejó de zarandearla y de pedirle que despertara hasta que se dio cuenta de que estaba gritando cuando se suponía que nunca, jamás, debía gritar.

Para silenciarse, se mordió los labios hasta que se hizo sangre y, después de volver a colocar la cabeza de su madre en su lugar, se puso en pie y agarró el pomo con la mano ensangrentada para abrir la puerta. El silencio lo recibió al otro lado. Siguió el rastro de sangre seca, decidido a encontrar las entrañas de su madre. Si las colocaba en su lugar, ella se despertaría, estaba seguro.

Las alas le arrastraban por el suelo, dejando una huella de tierra y óxido rojo en el suelo de madera pulida, y sabía que su madre lo regañaría por eso. Se suponía que siempre debía llevarlas en alto para que sus músculos de vuelo se hicieran fuertes, pero estaba muy cansado y hambriento.

Lo siento, mamá —susurró una vez más—. Prometo que mañana lo haré mejor —cuando ella despertara.

Fuera había un sol cegador, y la luz se reflejaba en las arenas blancas que se extendían más allá del exuberante jardín de su madre. El agua era un azul interminable en el horizonte. Parpadeó hasta que las manchas desaparecieron y continuó su tarea. El rastro marrón endurecido por el sol giraba hacia un costado de la casa, hacia lo que había sido el pequeño cobertizo donde su padre fabricaba cosas, como los instrumentos que sus amigos vendían en ese sitio llamado Refugio y los juguetes que a Jason le encantaban.

Antes.

Todavía salía humo de los restos colapsados del taller de su padre. El fuego se había dado un buen festín y ahora estaba adormecido, por lo que solo en las vigas caídas se veían algunas brasas. Sabía que no debía acercarse al fuego, pero lo hizo de todas formas. Apartó los trozos aún calientes con las manos, y cuando los rescoldos le quemaban la piel, se soplaba la herida y seguía adelante. Apartó las cenizas y los trozos de madera carbonizada hasta que vio la cabeza de su padre.

Estaba tirada en el suelo, todo hueso, con las cuencas de los ojos vacías. El cuerpo de su padre, un montón de huesos carbonizados, estaba en otra parte de la pequeña edificación, y Jason comprendió que su padre había quemado las entrañas de su madre junto con él, que se había cortado su propia cabeza utilizando la cosa de cortar que había construido… y que también se la habría cortado a él si hubiera hecho algún ruido cuando lo llamó, una vez que se acabaron los gritos y la sangre empezó a filtrarse por la trampilla.