Capítulo 22
Jason le puso las manos en las caderas para inmovilizarla mientras saboreaba su piel. Quería ahogarse en la sensación de conexión, sentirse una persona real, aunque solo fuera mientras tuviese a Mahiya entre los brazos. Su aroma, que olía a alguna especia desconocida, resultaba embriagador, al igual que su suave piel cálida y su cuerpo lleno de preciosas curvas. Deseó que llevara un sari para poder acariciar la piel desnuda de su cintura con solo alzar las manos.
Las alas de Mahiya, atrapadas entre los cuerpos de ambos, se removieron con nerviosismo mientras Jason alzaba el brazo para quitarle las horquillas que le sujetaban el pelo. La melena cayó sobre sus manos en una abundante e inesperada cascada de rizos, gruesos y suaves como el satén. Enterró una mano entre los mechones y tiró de su cabeza hacia atrás antes de acercar la boca a su cuello.
Mahiya se estremeció y extendió los dedos sobre las puertas de madera.
Jason la rozó con la lengua para paladear su fascinante sabor.
El pulso de la princesa latía a toda velocidad y sus alas se agitaban sin cesar. Jason apartó una mano de su cadera para cerrarla firmemente sobre el borde de su ala izquierda y luego acarició el arco hacia abajo.
Mahiya ahogó una exclamación y, cuando abrió los ojos, dejó al descubierto sus pupilas dilatadas.
—Jason…
El espía interrumpió la caricia íntima antes de que se volviera demasiado intensa y extendió la mano sobre su vientre.
—¿Cómo te quito esto?
—Tienes que desabrochar los botones que sujetan las ranuras para las alas —dijo con voz ronca—. También hay una cremallera oculta en el costado.
Puesto que deseaba sentir su piel, Jason se separó un poco, le apartó el pelo de la espalda y se lo pasó por encima del hombro. Los botones eran cristales negros facetados que brillaban a pesar de la escasez de luz. Retiró los superiores sin tocar el arco sensible de sus alas, y luego los que había debajo de estas.
Cuando el panel central de la espalda cayó sobre las caderas, Jason se dedicó a observar cómo ella tiraba de la parte delantera para sacársela por los brazos. Mahiya sostuvo el tejido arrugado contra su pecho en un gesto de timidez, que paradójicamente hizo que él estallara en llamas, y utilizó la mano libre para bajar una cremallera oculta que iba desde las costillas hasta la parte inferior de la túnica.
Jason sintió su calor en los nudillos cuando los deslizó por la parte central de su espalda, y también los leves estremecimientos que la sacudían. Si hubiera sido un hombre mejor, se habría detenido. Mahiya no respondía como una mujer acostumbrada a tener amantes.
«… que no me corteja con mentiras, que es sincero en su deseo».
Su deseo no era ninguna mentira. Era como un puñetazo en las entrañas.
Sin obligarla a desprenderse de la túnica, le colocó las manos en las caderas y se apretó contra ella una vez más antes de extender las alas. Mahiya tembló ante el contacto íntimo, porque mientras ella se ocupaba de la túnica, Jason se había quitado la camiseta.
Sentir la suavidad de sus alas sobre la piel desnuda envió un torrente de información sensorial a su cerebro, un río de lava fundida que lo cautivó por completo. Se inclinó sobre la curva del cuello femenino una vez más y utilizó un dedo para apartar un mechón de cabello suelto. Notó que Mahiya se estremecía allí donde sus cuerpos entraban en contacto, así que mientras besaba esa zona sensible, deslizó una mano por su brazo y cerró los dedos sobre una de las manos con la que ella sujetaba la parte frontal de la túnica.
No la obligó a soltarla, solo dio un leve tirón.
Tras una mínima vacilación, ella aflojó los dedos y permitió que le colocara la mano contra la puerta, y no la movió de allí cuando Jason volvió a acariciar su esbelto brazo, esta vez hacia el hombro. Muy despacio, el espía cambió de posición y retiró la melena hacia el otro lado… porque ahora que por fin la estaba tocando, la pasión febril se había convertido en una oscura paciencia que prometía un placer sexual devastador.
Mahiya sabía lo que ocurriría esta vez cuando Jason le acarició el otro brazo hasta la única mano que le quedaba cerrada, y empezó a jadear. Jason dejó la mano sobre la suya y utilizó la que tenía libre para acariciarle la cintura mientras le rozaba el cuello con los labios. Luego besó uno de sus hombros, rozando con la cara la parte superior del arco de sus alas.
Temblorosa, ella aflojó los dedos que sujetaban la túnica y consintió que Jason le colocara también esa mano contra la puerta. El espía volvió a acariciarle lentamente el brazo hacia arriba sin dejar de besarle el cuello. Luego colocó ambas manos en la túnica que se arrugaba sobre sus caderas y dio un tirón.
El tejido se deslizó hacia abajo y formó un montoncito a sus pies. Mahiya se apartó de la prenda y dejó que Jason la retirara de una patada.
—Los pantalones… —dijo con voz ahogada, como si tuviera la garganta seca— tienen ganchos en los tobillos.
—No te los voy a quitar —señaló Jason al tiempo que se incorporaba para contemplar a Mahiya con la alas levemente extendidas, desnuda hasta la cintura y con la mata de rizos sobre uno de los hombros—. No hay necesidad de apresurarse —alargó el brazo y volvió a recorrer la parte central de su espalda con los nudillos, aunque esta vez apretó más, y el suave gemido de la princesa fue como un puño apretado alrededor de su erección—. Pliega las alas.
En cuanto ella lo hizo, Jason se acercó y deslizó la mano por la cinturilla de los pantalones de algodón para deshacer el nudo que los mantenía sujetos. Una vez que la prenda se deslizó hasta las caderas, volvió a anudarla. El abdomen de Mahiya temblaba bajo la mano que había extendido sobre su piel, y el dedo anular rozaba el borde de sus pantalones… que apenas ocultaban esa zona estrecha y húmeda de ella.
El cuerpo de Jason empezó a palpitar, grueso y caliente.
Al notarlo la princesa se estremeció, pero no se apartó cuando él empezó a deslizar la mano libre desde sus caderas hasta la parte inferior de sus pechos. En lugar de cubrir los deliciosos montículos, se limitó a rozar con los dedos la zona inferior antes de pellizcar un pezón endurecido.
El susurro de placer de Mahiya fue como una caricia táctil en su piel. La recompensó con otro roce provocador y otro pequeño tirón del pezón que la hicieron temblar. Luego introdujo un poco la otra mano bajo la cinturilla del pantalón. Su ombligo se tensó y se relajó con un estremecimiento mientras él le acariciaba los pechos una vez más.
Le besó el cuello, tan sensible, y bajó más la mano, hasta introducirla bajo el sedoso encaje para acariciar los delicados rizos de su entrepierna, el calor húmedo de esa zona tan exquisitamente tentadora.
—Jason… —apartó una mano de la puerta y echó el brazo hacia atrás para tocarle el cabello—. Bésame —fue una petición susurrada.
Él detuvo su exploración erótica y le dio la vuelta. Ya de cara a él, Mahiya extendió sus magníficas alas. Tenía las mejillas ruborizadas y unos pechos erguidos coronados por pezones oscuros que Jason pensaba saborear muy pronto.
—Eres preciosa —murmuró al tiempo que cubría uno de sus senos.
Apoyó el brazo libre por detrás de su cabeza y Mahiya le rodeó el cuello con los brazos mientras se ponía de puntillas de nuevo.
Entonces Jason le dio el beso que había pedido. Fue una unión húmeda de bocas que hizo que ella se frotara contra él, que deslizara el abdomen sobre su miembro.
El espía perdió el control.
Metió la mano entre ambos cuerpos y deshizo el nudo de los pantalones antes de interrumpir el beso y separar a Mahiya para poder bajárselos. No pudo resistir la tentación de su ombligo y le dio un beso allí que hizo que ella enterrara las manos en su cabello. Un momento después, Jason deslizó los pulgares por los huesos de sus caderas y se apartó.
—No te muevas —dijo antes de plantarle un beso en la parte interior del satinado muslo.
Mahiya respiraba con jadeos desesperados, y la cadencia de su deseo era música en los oídos del espía. Esa música lo animaba a arrancarle los pantalones, pero apretó los dientes y se tomó su tiempo para retirar los ganchos, obligándose a ir más despacio, a no abrumar la dulce pasión de su amante, dispuesta a confiar en él y a dejarle llevar la batuta.
Cuando por fin terminó de quitarle los pantalones, deslizó las manos hacia arriba por sus pantorrillas, sus muslos y el encaje blanco, que era lo único que la cubría ya. Cuando se incorporó por completo, el aroma de la excitación de la princesa impregnaba el aire.
—Quítatelas.
Deseaba verla húmeda y preparada, saborearla en el más erótico de los besos, pero primero quería asegurarse de que ella seguía siendo una participante dispuesta.
Mahiya contuvo el aliento… pero agachó la cabeza e introdujo los pulgares a los lados del tejido de encaje. Jason se apartó un poco para ver cómo se bajaba y se quitaba las bragas, porque la sensación visual era todo un festín. Aunque nada llegaba a emocionarlo nunca, el placer táctil era una verdadera adicción para él.
Ruborizada de arriba abajo, Mahiya cerró los ojos y apartó la prenda de encaje con uno de sus esbeltos pies. Jason extendió el brazo y acarició uno de los pezones endurecidos con el dorso del dedo. La princesa dio un respingo. Incapaz de contenerse, el espía inclinó la cabeza, se metió la punta del pecho en la boca y succionó.
A Mahiya se le doblaron las rodillas.
—Ay, Jason, por favor…
La sujetó mientras liberaba su carne sensible y la tranquilizó con movimientos lentos de la lengua que avivaron la tormenta negra de su propia pasión.
—Así —murmuró contra sus labios hinchados mientras seguía seduciéndola con la lengua—. Justo así.
Con una erección dolorosamente dura, deslizó una mano entre sus muslos y acarició levemente la línea central de su sexo con un solo dedo.
Una vez, y otra… y otra más.
La respiración de Mahiya se convirtió en jadeos irregulares. Jason sentía la humedad del deseo en la yema del dedo, las manos de la princesa aferradas a sus brazos. Rompió el beso y contempló sus ojos nublados. Sabía que el placer crecía dentro de ella muy despacio.
—Vuela —le dijo en una ronca exigencia antes de reclamar otro beso. Anhelaba su contacto—. Te tengo.
Siguió con las caricias lentas e incansables, acariciando el montículo resbaladizo que había entre sus muslos. Con cada roce, ella separaba más las piernas en un esfuerzo por intensificar el contacto.
Le clavó las uñas en los brazos y arqueó el cuello.
Cuando ella se apoyó en su brazo, Jason se metió el pecho abandonado en la boca y lo rozó con los dientes antes de liberarlo… al mismo tiempo que sujetaba entre los dedos la sensible protuberancia de su entrepierna y apretaba con fuerza.
—¡Jason!
Levantó la cabeza y apartó la mano antes de que el placer que sacudía el cuerpo de Mahiya se volviera doloroso.
—Te tengo —repitió mientras le frotaba la cara con la mandíbula—. Te tengo.
Solo cuando ella dejó de temblar, le soltó las caderas y la alzó para que pudiera rodearle la cintura con las piernas. La princesa tenía una expresión lánguida, saciada, y lo besaba muy despacio. Le rodeó el cuello con los brazos y se abrió para él con una generosidad sensual que hizo que Jason quisiera devorarla. Cuando Mahiya enterró los dedos en su cabello, él metió la mano entre sus cuerpos para desabrocharse los vaqueros. Luego sujetó su erección y se preparó para penetrarla.
Mahiya soltó una exclamación ahogada en el interior de su boca cuando él frotó su carne hinchada por la pasión con el extremo del miembro para, un momento después, empezar a hundirse dentro de ella.
—¡Oh! —suspiró Mahiya al tiempo que lo apretaba firmemente con todas las partes de su cuerpo mientras sus músculos internos se sacudían en oleadas de placer.
Estremecido, Jason apoyó la frente en la de ella mientras luchaba contra el impulso de empujar. El cuerpo femenino le decía que no había sido utilizado en mucho tiempo, y los músculos se esforzaban por dejarlo entrar.
—No pasa nada —puso los dedos en su mejilla. Le dio un beso amable, tierno e inesperado—. Te deseo demasiado.
Jason cogió aire y se hundió de nuevo. Un poco más. El calor abrasador de los músculos femeninos palpitaba sobre su carne rígida. El placer resultaba casi doloroso, aunque exquisito. Volvió a apoderarse de su boca y continuó hundiéndose en ella, de forma lenta pero implacable.
—Jason.
Él flexionó las caderas al oír su gemido y se obligó a parar.
—¿Te duele? —le preguntó.
Una mirada nublada.
—Escuece un poco, pero me gusta. Te quiero dentro de mí.
Eso era lo único que necesitaba oír.
Le colocó las manos por debajo de los muslos, le apartó las piernas de sus caderas y le alzó las rodillas para separárselas. Tenía fuerza más que suficiente para sostenerla mientras la penetraba. Sintió sus uñas clavadas en la espalda mientras su cuerpo se contraía a su alrededor, bañando su erección con deseo líquido.
Y entonces empezó a moverse.