Capítulo 8
De pie en la terraza sin barandilla de su oficina de la Torre, Rafael reflexionó sobre el informe de Naasir que acababa de recibir. El vampiro se encontraba en la antigua ciudad perdida de Amanat, que había vuelto a renacer en una región montañosa de Japón bajo las órdenes de la madre de Rafael, una arcángel tan antigua que era una verdadera anciana.
El despertar de Amanat va más deprisa, le dijo a la mujer de cabello platino cuyos mechones reflejaban la luz de los rascacielos circundantes mientras volaba en zigzag a poca distancia de la Torre.
Ya lo esperábamos. Elena descendió hacia la izquierda. Dame un segundo. Ransom me ha pedido que lo ayude a rastrear a un vampiro problemát… ¡Te tengo!
Con una visión tan aguda como la de un halcón, Rafael la observó mientras ella hablaba por el móvil y captó la oleada de euforia que la envolvió cuando el cazador que avanzaba por las calles realizó la captura. Los consortes angelicales eran escasos. Aparte de Elena, tan solo Hannah, la compañera de Elijah, podía ostentar ese título. Incluso antes de que Eris muriera, y aunque era políticamente correcto referirse a él como tal, la posición que ocupaba el marido de Neha no tenía nada que ver con la de ninguna de las dos mujeres. Eso no significaba que Hannah y Elena estuvieran cortadas por el mismo patrón. No, sus caracteres y sus puntos de vista sobre el mundo eran tan distintos como el fuego y el hielo.
La consorte de Rafael era considerada una criatura muy peculiar.
«¿Por qué sigue trabajando para el Gremio? —le había preguntado Favashi, perpleja, la última vez que se vieron—. ¿Acaso no comprende que ocupa una posición de honor?»
Favashi cree que deberías renunciar a tu empeño por perseguir a vampiros y sentarte a mi lado como lo haría una consorte apropiada.
No pretendo ofender a Favashi, que parece bastante decente en comparación con Lijuan, la creadora de zombis, pero no tiene ni idea de cómo trabajamos nosotros.
Los labios de Rafael se curvaron en una sonrisa.
—Sí —rodeó la cintura de su consorte con un brazo cuando se acercó para realizar un rápido aterrizaje—. Probablemente te habrías «descerebrado», como tú dices, a esa velocidad.
—Solo vuelo tan rápido cuando sé que tú me recogerás.
Rafael era un ser con un poder inmenso que había vivido mil quinientos años, y sin embargo Elena conseguía desarmarlo con palabras tan sencillas como esas. La confianza que depositaba en él era una joya multifacética y brillante. Alzó la mano para deslizarla por el arco del ala izquierda de su compañera, una zona exquisitamente sensible. Elena se estremeció, y el gris de sus ojos adquirió un tono ahumado cuando el círculo plateado que rodeaba sus iris cobró vida en la noche.
—Bueno —dijo al tiempo que se acurrucaba contra él con un profundo suspiro de placer—, ¿qué crees que hará tu madre ahora?
—Todavía no lo sé —Caliane era una carta con la que nadie había esperado jugar, y mucho menos el hijo al que ella había abandonado, destrozado y cubierto de sangre, en un prado desierto muy lejos de la civilización—. Cuando despertó, no mostró ninguna intención de gobernar otra cosa que Amanat, pero está recuperando las fuerzas, y todavía existe un puesto libre en el Grupo.
El Grupo de Diez ostentaba ese nombre desde que la raza angelical empezó a escribir su historia. De vez en cuando había un período de cien o doscientos años, mientras un nuevo arcángel adquiría plenos poderes, durante el que solo gobernaban nueve, pero el nombre no cambiaba. Esos intervalos eran insignificantes en la vida de un inmortal. La silla vacía disponible ahora llevaba así una fracción de segundo, ya que la ejecución de Uram había tenido lugar apenas dos años atrás.
—El regreso de Caliane amenaza con desequilibrar la estructura de poder mundial —si bien había habido veces en el que el número de arcángeles había descendido hasta siete, jamás habían sido más de diez, un equilibrio natural que aseguraba grandes zonas de transición seguras entre los mayores depredadores del planeta—. Hay alguien a punto de alcanzar el ascenso a la posición de arcángel…
—¿Con lo de «a punto» te refieres a…? —preguntó Elena, y Rafael recordó que su consorte todavía tenía la vida mortal a flor de piel, ya que la inmortalidad era un don que necesitaba tiempo para desarrollarse, para establecerse.
—Una década. Un siglo —inclinó la cabeza para examinar un cardenal que se había hecho durante la sesión de entrenamiento de aquella tarde—. En estos niveles de poder, resulta impredecible.
—Entonces tenemos tiempo para encontrar una solución —Elena lo rodeó con los brazos y volvió la mirada hacia su amada Manhattan—. Además, nadie podría detener a Caliane si ella quisiera gobernar de nuevo.
No. Su madre era demasiado poderosa. Cuando decidió sumirse en el sueño secular había perdido la cabeza. Ahora aseguraba que estaba cuerda, y sus actos parecían confirmarlo… pero Rafael sabía que la locura de los antiguos podía ser de lo más insidiosa. Lijuan era el ejemplo perfecto.
A Jason le preocupa que Lijuan pueda crear más renacidos. El informe le había llegado hacía una hora. Su jefe del espionaje seguía controlando su red de informadores incluso mientras buscaba al asesino de Eris.
—¿Qué? —Elena negó con la cabeza—. Eso no tiene sentido. Esas criaturas son tan infecciosas que se convertirían en una plaga en sus tierras y en las de los miembros del Grupo. Además, ya comprobó que podían volverse contra ella.
Ni siquiera ella está tan chiflada, añadió telepáticamente.
No estoy seguro de estar de acuerdo.
—Es antigua —prosiguió Rafael—, y los antiguos no siempre piensan como deberían.
Elena se tomó su tiempo para responder, mientras seguía con la mirada a una pequeña tropa de ángeles que aterrizaba en la terraza inferior.
—Puede que haya encontrado una forma de controlar la tasa de infección, alguna forma de asegurarse su lealtad.
—De ser así, nada podría detenerla —la última vez que Lijuan se rebeló, el resto del Grupo se alió para ejecutarla, pero solo consiguieron ayudarla a llevar a cabo su extraña evolución. En esos momentos Lijuan ya no era un ente físico—. Debo encontrar una manera de fortalecer mi nueva habilidad.
Su nuevo don, nacido del vínculo que Rafael tenía con su consorte de corazón mortal, inhabilitaba el toque letal de Lijuan.
—Es una lástima que ya no contemos con el elemento sorpresa en ese sentido.
Rafael sonrió mientras le acariciaba el sedoso cabello.
—Tú siempre guardas sorpresas en la manga, Elena. Eres mi arma secreta.
Ella se echó a reír y lo miró con ojos brillantes.
—¿Te contó Jason algo sobre Neha cuando se puso en contacto contigo?
—El voto de sangre le impide hablar de lo que ocurre en la fortaleza, a menos que la información se haga pública.
Es una cuestión de honor.
Lo entiendo, aseguró Elena.
—Espero que esté a salvo —añadió ella, y la preocupación que sentía formó una sombra oscura en su piel dorada—. El aspecto que tenía Neha la última vez que la vi… —todo su cuerpo se estremeció.
—Jason es un superviviente.
Rafael desconocía parte de lo ocurrido a Jason de niño, pero había unido las piezas suficientes para saber que el ángel había vivido cosas que ningún niño debía vivir.
Elena alzó la vista, como si hubiera oído algo que Rafael no creía haber revelado.
—Sigues preocupado por él.
—A diferencia de Dmitri —dijo Rafael, que la soltó para pasearse por el borde de la terraza, con la mente llena de imágenes de un joven ángel de alas negras que apenas hablaba cuando lo conoció—, Jason nunca ha corrido el peligro de hastiarse de la vida.
Elena se situó a su lado y rozó sus alas en un gesto íntimo que Rafael no le permitía a nadie más.
—¿Y crees que eso va a cambiar? —preguntó ella.
—En absoluto. La razón por la que Dmitri se volvió tan cínico es que había probado todos los pecados, se había ahogado en todo tipo de sensaciones.
Esa interminable búsqueda de dolor y placer por parte de Dmitri había sido una forma de escapar de la pérdida que lo había destrozado, pero el resultado final fue una especie de entumecimiento emocional que Rafael nunca creyó que nadie pudiera romper, y mucho menos una mortal como Honor con el espíritu quebrado.
—Jason, en cambio —continuó—, no se ha ahogado en nada.
Rafael lo conocía desde hacía mucho tiempo, y sabía que ni siquiera las amantes de Jason lograban tocar algo más que su piel.
Elena dejó escapar un silencioso suspiro.
—Es siempre así, ¿verdad? Forma parte del mundo… pero guarda las distancias. Una sombra que nunca se involucra demasiado en nada.
A Rafael no le hizo falta confirmar aquellas palabras, porque esa era la verdad. Quizá su jefe de espías no estuviera hastiado de la vida, pero estaba entumecido en un sentido mucho más profundo.
—Para sobrevivir a la eternidad —murmuró— Jason necesita encontrar una razón para existir aparte del deber y la lealtad.
Encerró entre las manos el rostro de la mujer que se había convertido en su razón de ser, que hacía que la inmortalidad pareciera una promesa iridiscente en lugar de un camino sin fin.
—Esas cosas son poderosas y no deben descartarse a la ligera… Pero no bastan para derretir un corazón que ha estado cubierto de hielo durante casi setecientos años.