Capítulo 31

—Solo Neha sabe si nuestra suposición es cierta —dijo Jason mientras lo pensaba—, y si lo es y tu madre ya está libre, decírselo a Neha no supondría una desventaja para ella.

Era improbable que el vampiro con el cabello rojo fuera el único de sus fieles a quien Nivriti había encontrado. Lo más seguro era que hubiera reunido a varios.

—Además, Neha podría saber dónde ha establecido Nivriti su base de…

De repente, Mahiya emitió un gemido ahogado.

—Si se trata de mi madre, sé por qué mató a Arav.

Y también Jason. El hombre había hecho daño a Mahiya, había herido a la hija de Nivriti, y se merecía un castigo. Jason opinaba lo mismo, y darse cuenta de eso le hizo pararse a pensar lo que la princesa significaba para él. No tenía respuesta para eso, pero de repente encontró una para la pregunta que ella le había hecho antes.

—No le diré nada a Neha sobre esto.

Mahiya se estremeció y negó con la cabeza.

—No. Si mató a Shabnam, no podré protegerla.

—La cuestión no es proteger a Nivriti.

Los ojos de Mahiya buscaron su rostro.

—¿Y cuál es?

Acortó la distancia que los separaba y le puso una mano en el pecho. Era un acto tierno, pero no posesivo, y Jason supo que la princesa no se hacía ilusiones, que no esperaba de él nada más que lo que era.

Algo en su interior, tenso y expectante, se relajó. No quería poner fin a lo que tenía con Mahiya, pero se habría visto obligado a hacerlo si ella intentara reclamarlo, si buscara en él un futuro que Jason no podía construir a su lado. No como Dmitri había hecho con Honor o Rafael con Elena.

—Un rehén —dijo mientas colocaba la mano en la parte baja de su espalda—. Si le damos a Neha esta información, le estaremos dando un rehén.

Los ojos de Mahiya se abrieron como platos al entender lo que decía, pero hizo un gesto negativo.

—Te arriesgas a romper el voto de sangre, Jason —dijo en un susurro feroz—. Y eso podría significar tu muerte.

—Todavía hay tiempo —hasta que tuviera la certeza de si Nivriti vivía o no, aquello era asunto suyo, y su silencio no rompía el voto—. Y no pienso ponerte en una posición peligrosa.

Había hecho su elección: alzaría su espada por aquella mujer con los ojos tan brillantes como los de una criatura salvaje y peligrosa, y no por una arcángel llena de un odio secular.

El labio inferior de Mahiya empezó a temblar.

—No debes hacerlo —le acarició la mandíbula con los dedos antes de besarlo suavemente—. Te agradezco que pienses en mí primero. Nadie lo ha hecho nunca y jamás lo olvidaré —se le rompió la voz—. Pero tú mismo dijiste que Neha podría saber dónde se esconde mi madre. No puedo comprar mi vida mientras la sangre de Shabnam grita pidiendo justicia. Si estamos en lo cierto, mi madre la asesinó, y también a Arav. Aunque, a diferencia de a este último, sin motivo alguno.

—Sí, había un motivo: Shabnam era la favorita de Neha.

Mahiya se llevó una mano temblorosa a la boca.

—Sería algo así como cuando un niño destruye el juguete favorito de un hermano por celos o por despecho.

Un grito resonó en la fortaleza justo después de esas palabras horrorizadas.

En esa ocasión no los esperaba el cadáver de un ángel ni de un vampiro, pero era una carnicería de todas formas. Desperdigados por cada centímetro de la sala de audiencias públicas se encontraban los cuerpos flácidos y enredados de al menos veinte de las serpientes de Neha. Las columnas que sujetaban la estructura del edificio se hallaban salpicadas de sangre.

—Esto ha llevado tiempo —Mahiya se arrodilló al lado del grueso cuerpo de una boa cuya piel seca aún tenía un dramático brillo verde—. Las serpientes no estaban domesticadas; solo acudían cuando las llamaba Neha. Para esto ha sido necesario rastrearlas, y también mucha paciencia.

Al notar la tristeza de su voz, Jason la miró a los ojos con expresión interrogante.

—Después de lo ocurrido en Fuerte Custodio —dijo con una sonrisa tensa—, no puedo evitar sentir un nudo de miedo en el estómago cada vez que veo a una de las criaturas de Neha, pero no pienso permitir que el miedo me domine —acabó con férrea determinación—. Intento recordarme lo que siempre he sabido: que, en condiciones normales, estas criaturas me evitarían a mí tanto como yo a ellas. No merecían esta masacre.

Neha aterrizó junto a ellos en medio de un remolino de viento. La ira de su rostro estaba teñida de sufrimiento. Sin decir una palabra, caminó hasta los márgenes de la sala de audiencias y se limitó a observarla, como si tomara nota de todas y cada una de las serpientes que habían despedazado salvajemente. Porque había sido algo salvaje. La boa junto a la que estaba Mahiya parecía una excepción, pero cuando uno se fijaba, comprendía que solo era la mitad de la serpiente.

Después de cortarlos en pedazos, habían arrojado a los reptiles por toda la sala. Algo así sería imposible a la luz del día, pero esa zona en particular permanecía desierta en plena noche. Solo lo habían descubierto tan temprano porque un vampiro se había paseado sin rumbo por la fortaleza después de una pelea con su amante.

—¿Estos cadáveres te dicen algo? —preguntó Neha con gélida educación.

Jason negó con la cabeza.

—Solo que el arma utilizada fue seguramente un hacha de carnicero —eran cortes sencillos, afilados—. ¿Estas serpientes tenían algo en común?

La mirada de Neha se posó en varias de las serpientes mutiladas.

—Eran las más dóciles, las mascotas de más edad que se habían acostumbrado lo bastante a las personas para no huir cuando alguien se aproximaba —mantenía las alas lejos de la sangre que manchaba el suelo—. Debo encargarme de ellas —dijo al tiempo que echaba el brazo hacia atrás y cogía la cesta que le había llevado una de sus damas de compañía.

Sin decir una palabra, Mahiya cogió una segunda cesta y ayudó a Neha a recoger los restos. El silencio era atronador y Jason casi podía percibir las palpitaciones de la ira de Neha sobre la piel. Sin embargo, no era eso lo que lo inquietaba, lo que lo mantenía alerta. Porque estaba casi seguro de que en las sombras, cerca de la sala de audiencias, había alguien que se reía del sufrimiento de Neha.

Sin embargo, ni siquiera sus ojos, dotados de una extraordinaria visión nocturna, pudieron penetrar las densas nubes negras que llenaban los arcos y las entradas que veía desde su posición. Iniciar la búsqueda del observador sería inútil. Él o ella contaba con la ventaja de haber planeado una ruta de escape, y se desvanecería mucho antes de que Jason llegara a su escondrijo.

En lugar de eso permaneció vigilante y no perdió de vista a Mahiya en ningún momento, ni siquiera mientras escudriñaba las sombras.

—Venid.

Neha no dijo nada más antes de echarse a volar con la cesta en la mano.

Mahiya se elevó tras ella y Jason las siguió, aunque ascendió por encima de ambas para vigilar. Sin embargo, Neha no fue muy lejos. Aterrizó en una pequeña meseta unos cinco minutos después. En el centro del espacio abierto había una losa gris situada sobre otras rocas apiladas para formar una pirámide truncada.

Tras dejar las dos cestas encima de la losa, Neha se agachó y susurró algo en voz tan baja que el viento se llevó las palabras antes de que Jason llegara a oírlas. El primer atisbo de humo apareció bajo las cestas un segundo después.

Cuando Neha se apartó de la pequeña pira, las llamas se apoderaron de las cestas, y el espía comprendió que la arcángel dominaba no solo el hielo, sino también el fuego. El hielo podía hacer daño, pero el fuego… El fuego era aniquilación y violencia a un nivel superior. Y ahora Neha poseía la capacidad de arrojar esa fluctuante muerte anaranjada desde los cielos.