Capítulo 12

—Nunca la he visto entrar con nadie.

Muy inteligente, pero Jason había jugado a ese juego muchos más siglos que Mahiya.

—¿Alguna vez la has oído hablar con alguien mientras estaba dentro?

—Si te cuento todo —dijo en un tono tan duro como el granito—, dará igual que le digas a Neha lo que he hecho o no. El resultado será el mismo.

Jason se preguntó para qué necesitaría una princesa atesorar información peligrosa.

—Necesitas una moneda de cambio —adivinó—. ¿Para qué?

—¿Por qué haces esto? —en sus ojos apareció una expresión angustiada, donde la pupila negra resaltaba con fuerza contra los brillantes iris felinos—. ¿Por qué quieres dejarme sin nada?

Su mirada se clavó en una parte de sí mismo que Jason prefería no reconocer, pero eso no lo detuvo, no lo suavizó. Necesitaba saber a quién había oído Mahiya en aquella habitación, porque si sus sospechas eran ciertas, el mundo se sumiría en un horror inimaginable.

La princesa se volvió para darle la espalda, y sus alas trazaron un arco elegante sobre la tierra polvorienta que contrastaba con la rigidez de su columna.

—Moriré pronto si no encuentro una forma de huir —las palabras eran tan secas como la tierra que los rodeaba—. Neha jamás me liberará voluntariamente para dejar que viva mi vida, y ya no tiene ninguna razón para no matarme. Solo le resultaba útil como medio para atormentar a Eris.

—Y como cabeza de turco para sus castigos —dijo Jason. Las piezas que había visto empezaban a encajar y a formar un todo feo y retorcido—. ¿Adónde piensas ir?

Mahiya se dio la vuelta y le mostró las palmas vacías.

—¿Adónde puedo ir? —todas las palabras destilaban furia—. Solo quiero una vida lejos de esta prisión de odio, aunque sea en una choza, pero únicamente otro arcángel podría enfrentarse a Neha, así que tendría que acudir a uno de los miembros del Grupo.

—Lijuan es la más cercana.

Un terror ciego se apoderó de ella, tan profundo y visceral que Jason, con un movimiento nada propio de él, estiró el brazo para darle un apretón en el hombro.

—Mahiya.

—Lijuan no —su voz sonaba ronca, como si hubiera estado gritando.

—Ya lo intentaste antes —adivinó. Aún sentía la calidez de su piel en la palma, a pesar de que el contacto había sido muy breve—. ¿Qué ocurrió?

En la corte de Lijuan había miles de horrores, miles de pesadillas de carne y hueso.

Mahiya apoyó la espalda en el tronco del árbol, y Jason pudo apreciar su perfil recortado contra la misma luz que arrancaba tonos anaranjados a su cabello.

—Resulta difícil conversar con un hombre que lo ve todo.

—Lo que quieres decir es que te resulta difícil manipularme para que vea lo que tú quieres que vea.

Lo cierto era que la ventaja de Jason no procedía de lo bien que sabía interpretarla, sino de la aceptación de que había muchas cosas que no percibía. Era consciente de que no atisbaba más que la superficie del complejo tapiz de la vida interior de las personas, incluso en aquellas a las que conocía desde hacía siglos.

La mujer que tenía delante poseía un complicado entresijo de emociones que quizá nunca llegara a comprender, ya que carecía de la capacidad para hacerlo. Lo único que podía hacer era buscar unas señales que los demás daban por sentado, y unirlas para formarse una imagen de sus emociones. Sabía que el resto del mundo no lo hacía así, que su incapacidad para conectar con los demás a ese nivel era un defecto suyo.

Ese defecto le preocupaba tanto que había hablado de ello con Jessamy alrededor de un siglo antes. La dulce profesora de los niños angelicales se había tomado su tiempo para reflexionar sobre la pregunta.

«Creo —le había dicho ella al final— que posees la capacidad de sentir con la misma intensidad que cualquier otro inmortal. Quizá más. Tienes un corazón tan poderoso que en ocasiones me asusta. Y esa manera tuya de guardar las emociones bajo llave… —le dirigió una mirada penetrante—. La tormenta estallará algún día, de eso estoy segura. Lo que ocurre es que aún no has sentido la necesidad de arriesgarte —le sonrió con pesar—. Sé muy bien lo que es intentar evitar el dolor, así que créeme».

Jason respetaba muchísimo a Jessamy, y sabía que no le había mentido. Puesto que la maestra había nacido con un ala deforme, los vuelos en solitario estaban fuera de su alcance, y había padecido una angustia que Jason ni siquiera podía imaginar. Nunca infravaloraría esa angustia, jamás la consideraría menos importante que los hechos que lo habían moldeado a él, pero sabía que ambos habían crecido y se habían desarrollado en ambientes muy diferentes.

Al igual que él no podía imaginar lo que era no poder tocar el cielo a voluntad, Jessamy no podía imaginarse lo que era estar solo. Profunda y absolutamente solo. No durante una hora, ni durante un día, ni durante un año. Durante décadas.

Hasta que olvidó cómo hablar, cómo ser una persona.

Esa soledad interminable había marchitado algo en su interior cuando todavía era un niño con las alas demasiado grandes para su cuerpo y, a diferencia de Jessamy, lo consideraba una pérdida permanente. Tan irrevocable como el hecho de que el atolón en el que había nacido, donde estaba enterrada su madre, había desaparecido, aplastado por un terremoto masivo originado por una erupción submarina. Era como si sus padres nunca hubieran existido, como si siempre hubiera llevado esa soledad en su interior.

—Es obvio —dijo Mahiya, rompiendo el silencio— que me llevas mucha ventaja.

Había aprovechado la pausa para colocarse la máscara de una mujer que había crecido en una corte, donde el veneno se prodigaba casi siempre con una sonrisa almibarada.

—Basta de juegos —aunque el superviviente que había en él admiraba su voluntad de hierro, no podía permitir que se saliera con la suya—. Haz tu elección, y rápido.

Un leve temblor sacudió la piel de ella, y Jason supo que, a pesar de su testaruda negativa a ceder, tenía miedo. A Jason no le gustaba instigar miedo en una mujer. Eso avivaba demasiados recuerdos que no desaparecerían con el paso de los años, recuerdos que hacían que le temblaran las manos como si hubiera estado aporreando la puerta cerrada de un dormitorio en un vano intento por salir e impedir lo que ocurría al otro lado.

No, estás equivocad…

¡No mientas! ¡He visto cómo lo mirabas!

El rugido resonó a través del tiempo, pero por más atormentado que estuviera, hacía mucho que Jason había aprendido a bailar con sus demonios. Permaneció callado incluso cuando el silencio comenzó a impregnarse del miedo de Mahiya, incluso cuando todos sus instintos le gritaban que destruyera aquello que la llenaba de terror.

—Tienes que darme algo a cambio —cuadró los hombros, y alrededor de sus labios aparecieron unas pequeñas arrugas—. No puedo entregar la información más valiosa que poseo sin conseguir una recompensa del mismo valor.

Fue entonces cuando Jason comprendió que aquella princesa de sutil elegancia había aprendido a utilizar el miedo para fortalecerse, en lugar de permitir que la aplastara. Algo desconocido y oculto dentro de él sintió una abrasadora alegría, una emoción desgarradora, inesperada y tan intensa que tuvo que hacer un esfuerzo consciente para controlarla. Y, aun así, su interior continuó ardiendo con llamas oscuras que le recorrían las venas.

—Si tu información es buena… —pese a la violenta reacción que lo embargaba, pudo discernir que ella estaba dispuesta a arriesgar la vida para conservar esa información—, hablaré con Rafael.

La esperanza fue como un rayo de luz dorado sobre su rostro.

—¿Y él…?

Jason no hacía tratos con mentiras ni medias verdades.

—Ningún arcángel iniciará una guerra por ti —dijo sin más—. Da igual qué secretos conozcas.

Mahiya sintió que empezaba a romperse por dentro. Con esas pocas palabras, Jason acababa de destruir la pequeña esperanza que había conservado a pesar de las humillaciones, del dolor y de toda una vida sabiendo que tenía el tiempo contado. Lo peor era que él no había demostrado ninguna emoción al decirlas, como si la vida de ella no significara nada. ¿Y aquel era el hombre al que ella había deseado tocar, conocer?

—En ese caso —dijo mientras luchaba por salir del abismo con una torre construida a base de rabia, orgullo y la agonizante sensación de haber perdido algo que nunca había poseído—, ¿de qué sirve tu promesa?

—La deserción directa no es la única forma de conseguir lo que quieres —el tono del espía era más duro que nunca, y sus ojos estaban tan oscuros que parecían de ébano—. Creciste en una corte. Piensa en ello.

Mahiya parpadeó, sorprendida por la furia de Jason, y sintió que sus propias emociones se diluían.

—La información —exigió el espía antes de que ella llegara a desenredar la compleja red de sus pensamientos.

Al final no fue una decisión difícil. Porque la pura verdad era que Jason tenía razón: daba igual que no mereciera estar encerrada en aquella jaula dorada. Neha era la ley en su territorio y tenía una autoridad absoluta sobre sus ciudadanos. Si quería torturar a Mahiya durante todo un eón, estaba en su derecho.

Tal como Jason había señalado, ningún arcángel se arriesgaría a iniciar una guerra por la información que Mahiya tenía en su poder. Por tanto, tendría que fiarse de Jason. Al menos él no le había mentido. Su sinceridad, de hecho, había acabado con toda posible ilusión y esperanza. Así que se arriesgaría a lanzar los dados confiando en que él cumpliera su parte del trato.

—Lijuan —dijo, y se le encogió el corazón al recordar el frío helador que había sentido en el pasillo aquella noche—. Nadie la vio llegar, y nadie la vio marcharse, pero como ya no posee una forma del todo física, eso no significa nada. La oí hablar con Neha dentro de la habitación protegida por la serpiente enroscada. Y sí, estoy segura de ello. Su voz es inconfundible —gritos, eso era lo que había en la voz de Lijuan.

Jason guardó silencio durante mucho, mucho rato, mientras el sol iluminaba las curvas y los puntos de su tatuaje.

—Necesito que averigües si alguna de las mujeres de la corte, noble o sirvienta, ha desaparecido —dijo al final—. Concéntrate en las de los márgenes, no en las más importantes.

Sorprendida por ese abrupto cambio de tema, Mahiya respondió de modo instintivo:

—Eso no será difícil. La población del interior de la fortaleza está estrictamente controlada.

Jason extendió las alas llenas de oscuridad, y Mahiya supo que era una despedida.

—¿Eso es todo? —preguntó ella. Sentía deseos de agarrarlo, de zarandearlo, de quebrar las paredes de obsidiana que lo mantenían alejado del mundo—. ¿Eso es lo único que vas a decir?

La había destruido y pensaba olvidarla sin más.

—Por ahora —y se elevó en el aire.

Con los dientes apretados, Mahiya realizó un despegue vertical, consciente de que la conversación había acabado. Nunca lograría atraparlo en el cielo. Además, era un espía. Si quería desaparecer, no podría localizarlo… y Neha debía de saberlo.

—Un juego —dijo, con un nudo en la garganta creado por una furia tan intensa que amenazaba con cegarla—. Ha sido un juego desde el principio.

Neha se había asegurado de que Mahiya fracasara y preparara su propia muerte.