Capítulo 33
Dos horas y media después de que descubrieran las mascotas mutiladas de Neha, Jason llamó a Rafael desde la cima de una montaña iluminada por la luz del amanecer.
—Uno de mis contactos acaba de enviarme un informe que indica que la posibilidad de que Lijuan esté creando renacidos de nuevo es ya casi una certeza.
El hombre de Jason no estaba apostado en la fortaleza que servía de hogar a Lijuan, sino en otro de los baluartes de la arcángel. La distancia con respecto al origen hacía que la información resultara cuestionable, pero ese rumor en particular había ganado fuerza durante semanas, tanto que el inteligentísimo vampiro estaba prácticamente seguro de que tenía una base cierta. Los chismes más recientes eran muy explícitos con los detalles.
—No puedo creer que sea tan estúpida —había hielo en la voz de Rafael—. Fue uno de sus renacidos quien primero la atacó en Pekín.
—Según los rumores, ya no elige a los candidatos en su corte, sino entre los campesinos, aquellos que la consideran una semidiosa.
Lijuan era una buena emperatriz en muchos sentidos: a su gente nunca le había faltado alimento y siempre impartía justicia de manera imparcial. Sin embargo, prefería mantener a la mayoría de su pueblo en la ignorancia tecnológica y cultural de muchos siglos atrás.
«¿Por qué iba a generarles descontento permitiéndoles conocer cosas que están fuera de su alcance? De todas formas, no van a vivir lo suficiente para preocuparse por eso».
Palabras que ella le había dicho a Rafael hacía cuatrocientos años, en presencia de Jason. Era la decisión de una arcángel que había vivido milenios y consideraba a los mortales poco más que mano de obra desechable. No obstante, en su elección no influía solo su edad. Caliane era mucho, mucho más antigua, y según los informes que le enviaba Naasir, su pueblo era culto, y dentro de la ciudad había una gigantesca biblioteca abierta a todo el mundo.
No, el deseo de Lijuan de mantener a su gente en la ignorancia procedía de su interior, al igual que el poder para reanimar a los muertos y darles una vida horrible y torpe. Además, existía la posibilidad de que hubiera sido ella quien había enseñado a Neha a controlar sus nuevas y destructivas habilidades. Jason debía descubrir en qué consistían esas enseñanzas.
Si Lijuan había conseguido una aliada que la ayudara en sus perversos jueguecitos, el mundo podría convertirse en un lugar de horrores infinitos. Un lugar donde el fuego llovería del cielo y los muertos buscarían la carne de los vivos, cálida y llena de sangre.
Cuando Jason regresó después de hablar con Rafael, encontró a Mahiya sentada en un banco del pabellón del patio que había frente a su palacio, con sus magníficas alas extendidas sobre el mármol del respaldo.
No dijo nada hasta que el espía estuvo a su lado.
—No he dejado de pensar en ella.
No hacía falta que le dijera a quién se refería.
—Es normal. Nivriti era tu madre.
La princesa levantó la cabeza.
—Tu madre, Aurelani —dijo, vacilante—, ¿está viva?
—No.
¡Despierta, despierta, despierta!
Oculta de los ojos curiosos por la extensión de sus alas y las columnas del cenador, Mahiya alargó el brazo para darle la mano.
—Lo siento. Te he puesto triste.
—No —le aseguró él—. No lo has hecho. Sucedió hace una eternidad.
Sus emociones habían envejecido y habían tomado un matiz que no habría sabido describir.
—¿Te importaría hablarme de ella? —le pidió mientras lo miraba con aquellos ojos felinos, y sus pestañas formaban sombras de encaje sobre las mejillas.
Hasta que conoció a Mahiya, jamás había hablado de su madre con nadie, e incluso entonces, siempre hablaba de ella como la protagonista de un cuento romántico. No sabía si podía hablar de ella tal cual era, de la madre que la famosa Aurelani había sido para él, ya que el tejido cicatricial de su interior formaba una poderosa barrera.
—Pídemelo otro día.
—Está bien —tras ese amable consentimiento, Mahiya apoyó la cabeza en su costado—. Esta mañana le pedí a Vanhi que me contara historias sobre mi madre —apretó los dedos de Jason con los suyos—. Me habló de muchas cosas, incluido el palacio del lago, su lugar favorito en el mundo. No está muy lejos de aquí. A una hora de vuelo.
Jason contempló su sedoso cabello negro, y su mente se llenó de imágenes de un edificio abandonado cubierto de musgo, en el que los huecos de las ventanas y las puertas parecían bocas abiertas gritando.
—Abandonado.
—Sí. Es el lugar donde se supone que ejecutaron a mi madre —soltó un suspiro quedo—. Era un palacio creado para perdurar. Fue construido en mármol dentro del cráter de una montaña, donde el «lago» se llenaba con las lluvias monzónicas. No sé si estará en pie todavía…
—Lo está —Jason ya le había contado que había sobrevolado el territorio previamente—. Llegué cuando el sol se estaba poniendo, y algo reflejó la luz. Cuando viré y di un rodeo, solo vi el brillo del agua. Tardé un buen rato en atisbar un edificio medio oculto dentro del lago.
Cubierto de musgo, el palacio acuático se camuflaba a la perfección con el agua de color verde oscuro.
—Tenemos todo el día —dijo Mahiya, con el cuerpo cálido apretado contra el suyo—. Neha se ha recluido. No sé si llora a la gente que ha perdido o a sus mascotas, pero nunca la había visto así. No reaparecerá hasta el anochecer, y no tiene por qué preguntarnos dónde hemos estado.
—Vamos —dijo Jason—. Quizá tarde un poco en localizar el palacio.
Mahiya contempló el edificio que, con el paso de los siglos, se había convertido en un camaleón camuflado a plena vista. Estaba cubierto de musgo oscuro que imitaba el color del agua, y también de finas enredaderas del mismo tono. Casi parecía un pedazo de vegetación flotante. Puesto que era un lugar desolado, pocos ángeles lo sobrevolarían, y aquellos que lo hicieran no sentirían la tentación de entretenerse. El hecho de que Jason lo hubiera descubierto era una prueba de su constante curiosidad.
—Entonces no tuve tiempo de aterrizar —dijo mientras volaba a su lado con una facilidad envidiable—. No podemos dar por sentado que sea estable.
—Aguantará —le dijo ella—. Fue construido para resistir el agua y el paso de los siglos.
Mahiya descendió sin previo aviso y se dirigió hacia lo que en su día había sido una enorme terraza o un patio que colgaba sobre el agua. Un borrón oscuro la adelantó un segundo después, y Jason ya estaba en el suelo y tenía las alas plegadas antes de que ella aterrizara.
En sus ojos, más negros y turbulentos, se había formado una tormenta.
—Ese no ha sido un movimiento inteligente, Mahiya.
Ella lo miró fijamente, fascinada. Nunca lo había visto enfadado, pero incluso en esos momentos mantenía a raya su furia. Se preguntó hasta dónde llegaría su autocontrol.
—Sé que tú eres más rápido —aseguró—. Y que me habrías detenido si hubieras visto alguna señal de peligro.
La tormenta estalló, oscura y violenta.
—No deberías confiar tanto en un jefe del espionaje enemigo.
—Y no lo hago. Confío en ti —estiró el brazo para acariciarle el ala y le dedicó una sonrisa. El espía era un enigma que jamás tendría la oportunidad de resolver y que, aun así, ocupaba un lugar cada vez más importante en su corazón—. Vamos a explorar un poco.
Jason debería haberse mantenido firme, obligar a Mahiya a reconocer que había actuado de manera apresurada, pero pensó que derramar su furia sobre ella en ese instante sería como romper un cristal muy frágil. Había visto la confusión que escondía su impaciencia. La princesa no sabía si quería encontrar a su madre viva o no, ya que si Nivriti vivía, era evidente que tenía una importante faceta sádica.
—Mantente cerca —le advirtió al tiempo que estiraba el brazo hacia atrás y sacaba la espada de su vaina.
Mahiya alzó una mano, como si quisiera tocar la hoja de obsidiana que parecía envuelta en llamas negras, pero luego la bajó y caminó a su lado. Tras decidir que no utilizaría la puerta cubierta de enredaderas que había delante de ellos, Jason avanzó con sigilo hacia el costado del palacio. Debían mirar dónde pisaban, ya que el musgo resbalaba.
El palacio había sido diseñado para permanecer sobre el nivel del agua, pero resultaba evidente que las crecidas monzónicas habían sido lo bastante fuertes en el pasado para anegarlo. Las marcas de esas inundaciones eran ondas marrones sobre el mármol decolorado del edificio. Era probable que el lago dispusiera de un mecanismo para verter aguas hacia otras vías fluviales, ya que Jason había visto dispositivos parecidos en otras zonas del territorio de Neha. Sin embargo, el palacio y sus alrededores habían permanecido desiertos durante unos trescientos años, y nadie había atendido los sistemas de bloqueo.
Vio una entrada abierta que permitía que la luz se derramara en la sala que había más allá.
—Espera.
Jason entró con cuidado y revisó todos los desolados rincones antes de hacer un gesto con la cabeza a Mahiya para que lo siguiera.
—Aquí no hay nada.
La desilusión convirtió en plomo la voz de la princesa, que tenía los ojos clavados en los escombros, el musgo y los restos de fango seco que la crecida de las aguas había llevado hasta allí.
Aunque el ambiente no era húmedo, ya que el sol caía con fuerza, las capas de polvo creaban un olor a cerrado y a tierra que dejaba claro que esa estancia no había visto un ser vivo en muchos siglos.
—Los muebles debían de ser de madera, y se han podrido.
—Sí —Jason se acercó a un portal en sombras que conducía al interior—. Si yo tuviera que esconderme dentro, elegiría la parte central —donde era menos probable que se apreciaran luces por la noche.
Mahiya lo rozó las alas cuando se situó a su lado una vez más.
Las estancias que había más allá estaban tan desiertas como la primera. Desprovistas de muebles, alfombras y cuadros, no eran más que huecos rotos y resonantes, aunque Mahiya podía adivinar las funciones de alguna de ellas basándose en el emplazamiento de las ventanas sin cristales y de las puertas desaparecidas mucho tiempo atrás.
—Debía de ser un palacio magnífico cuando estaba habitado —susurró—. Como una joya en el agua de noche, con las luces reflejadas en el lag…
Alertado por su súbito silencio, Jason siguió la dirección de su mirada y vio un trazo de color. Escarlata. Se trataba de un lazo suave y brillante, quizá del vestido de una mujer.
—Puede que algunos amantes —murmuró Mahiya al tiempo que recogía ese rastro frívolo que no encajaba con aquel lugar privado de risas— utilicen este lugar para sus reuniones secretas.
Era evidente que luchaba por mantener la esperanza.
—Tal vez.
Se trataba de un sitio demasiado antiguo y desolado para tentar a la mayoría, pero Jason sabía que los ángeles jóvenes hacían cosas inverosímiles.
—Es suave —Mahiya deslizó los dedos por el lazo—. No puede llevar aquí mucho tiempo, porque la humedad lo habría empapado y se habría quedado rígido al secarse.
Su voz resultaba casi inaudible, y había plegado al máximo las alas contra la espalda para dejar a Jason el mayor espacio posible mientras recorrían el palacio.
Dos estancias más allá, el espía alzó un puño.
Mahiya se detuvo.
Sin mover un músculo, Jason «escuchó», pero el viento no le susurró el nombre de la madre de Mahiya ni le avisó de algún peligro. Aun así, percibía algo, y un segundo después supo qué era.
Sensualidad, exuberante y potente, y un perfume que podría llevar una mujer.
Una vez identificada la causa de su alerta, bajó la mano, pero se llevó un dedo a los labios. Mahiya asintió y guardó silencio mientras se acercaban a una puerta cubierta de enredaderas… Una puerta que daba a una sala tan distinta de las otras como un rubí de un trozo de piedra. Allí, el mármol se había limpiado con escrupuloso cuidado, hasta tal punto que, pese a las manchas permanentes, las paredes resplandecían.
La luz entraba por una claraboya sin cristal medio cubierta de plantas; la lluvia no tendría problemas para atravesar esa barrera, pero llovía muy poco en aquella época del año. Seguro que a quien hubiera arreglado esa sala no le preocupaba que el agua dañara la alfombra añil que cubría el suelo o los cojines de seda dorada que había en la cama que ocupaba la parte central.
Había un pequeño tocador junto a una de las paredes, con horquillas y joyas esparcidas por encima. Enfrente, se encontraba un taburete en el que una mujer podría sentarse mientras se arreglaba.
—Ningún vampiro habría podido traer esto aquí.
No cuando el único camino que subía por la montaña estaba enterrado bajo un alud lo bastante antiguo para que hubieran crecido árboles en la ladera.
—Jason.
Se volvió al oír el susurro y, en el reflejo del espejo que había sobre el tocador, vio que Mahiya aferraba algo entre los dedos.
Un sobre.
En él había escrita una única palabra: «Hija».
Mahiya sabía que Jason tenía sus motivos para insistir en que volaran a una localización más segura antes de abrir la carta, pero cuando aterrizaron por fin en una remota llanura salpicada de árboles y de polvorientas bolas de vegetación rodantes se sentía a punto de estallar.
Ya estaban allí y había llegado el momento. Con la espalda apoyada en un árbol espinoso que proporcionaba algo de sombra, contempló el sello rojo de la carta mientras el ángel de alas negras que ya no era un enemigo hacía las veces de oscuro centinela. Jason guardó silencio a fin de concederle tiempo para encontrar el valor necesario y abrir el sello.
Mi queridísima Mahiya Geet:
Confío en que tú y tu peligrosa sombra negra encontréis esto. Al principio pensé en matarlo por ti…
Mahiya ahogó un grito y se llevó los nudillos a la boca.
… pero pronto me di cuenta de que es el único que se interpone entre Neha y tú. Y lo hace de manera deliberada. Así pues, debo decirte que cuenta con mi aprobación. Has elegido mejor de lo que lo hice yo.
Se le encogió el corazón ante el dolor implícito en aquella sencilla confesión.
Siento no poder estar ahí para saludarte, mi adorada hija. Pero esta parte está acabada. Era una prueba de mi fuerza y habilidad. También una advertencia, pero ambas sabemos que Neha es demasiado arrogante para prestarle atención, para entenderla.
Este lugar es para ti. Quédate aquí, a salvo. Tu jefe de espías te protegerá. Si él necesita volver con Neha, no te quepa la menor duda de que yo me aseguraré de que regrese ileso a tu lado una vez que el auténtico juego se lleve a cabo y se gane. No puedes estar en la corte en ese momento. Neha te cortaría el cuello y te arrancaría el corazón del pecho, aunque solo fuera para hacerme daño.
Tu residencia en este lugar no durará mucho. Pronto te abrazaré como toda madre debe abrazar a su hija, mientras el corazón de Neha sangra y su pueblo huye aterrorizado. He tenido trescientos años para planear mi venganza.
NIVRITI