Capítulo 32

Dmitri se aseguró de que Honor estuviera cómoda en la cama de cuatro postes, que ella había cubierto con sábanas blancas salpicadas con pequeños dibujos de nomeolvides. Habían regresado al país con el mayor sigilo posible y se habían dirigido de inmediato a la casa de la que Jason le había hablado el día de su boda. En el instante en que Dmitri vio el lugar, comprendió por qué el espía estaba tan seguro de que nadie podría llegar hasta ellos sin que se dieran cuenta.

Era una fortaleza creada por la propia naturaleza.

La montaña no tenía senderos. Honor y él la habían escalado siguiendo las indicaciones precisas de Jason. Cualquier desviación de ese camino los habría enviado a precipicios insorteables, peligrosas paredes de roca llenas de gravilla y trampas ocultas. Construida en madera y piedra, la casa formaba parte del entorno, y estaba cubierta por el dosel verde de las copas de los árboles, que permitían el paso de los rayos del sol y ocultaban la casa desde el cielo.

Además, contaba con un sofisticado sistema de seguridad que alertaría a Dmitri si aparecía alguien en el bosque o en el cielo.

Era el lugar seguro que Jason le había prometido, un lugar donde su esposa podría abrazar su nueva existencia como casi inmortal. La toxina que la convertiría en vampira había sido introducida en su organismo tres horas antes, y Rafael había tenido que abandonar Nueva York al abrigo de la noche y volar hasta allí para llevar a cabo su tarea. Una tarea que el arcángel realizaría dos veces más en las semanas siguientes.

Dmitri no le habría confiado a nadie más el honor de la conversión de Honor, y Rafael no lo había decepcionado: había tratado a su esposa con el máximo respeto. Ahora, tan solo las dos marcas de colmillos de su muñeca recordaban la elección que cambiaría su existencia, pero Dmitri sabía que la toxina ya había empezado a remodelar sus células, aunque Honor no sentiría el ardor del proceso hasta pasados unos minutos.

Pretendía dejarla inconsciente para entonces. Todo estaba preparado. Del brazo de color miel de su mujer salía el tubo de un gotero de suero que él mismo le había colocado valiéndose de los conocimientos médicos que había aprendido gracias a la curiosidad y al aburrimiento que le había proporcionado la inmortalidad. Había otro tubo conectado a un gotero de morfina meticulosamente dosificado, con el que disminuiría el dolor de la transformación.

—Duerme —susurró cuando los hechizantes y oscuros ojos verdes de Honor empezaron a nublarse—. Estaré aquí cuando despiertes —de esa manera, el proceso se completaría en algo menos de tres meses, pero sería una transformación gradual. Su mujer no padecería la agonía que lo había convertido a él en un animal encadenado; un animal que se había despellejado la piel y había dejado la carne expuesta a la suciedad de la estancia donde lo habían encerrado—. Sueña conmigo.

—Como si fuera a hacerlo con otro… —susurró ella con una sonrisa soñolienta. Sus pestañas descendieron y su respiración adquirió el ritmo regular del sueño más profundo.

Dmitri le apartó unos finos mechones de pelo de la mejilla y se aseguró de que sus signos vitales fueran los adecuados. Ahora tocaba la parte más dura: la espera. Honor no precisaría nutrientes los primeros días, y su cuerpo había dejado de generar desperdicios en el instante en que la toxina había penetrado en el torrente sanguíneo. Todo se utilizaba para generar la ingente cantidad de energía necesaria para iniciar la transformación.

Tres o cuatro días después, según lo rápido que avanzara el proceso de cambio, Dmitri la reanimaría un poco para que bebiera unas cuantas gotas de su sangre. Y repetiría ese beso de sangre hasta el final, cuando por fin se alimentaría realmente. Para la mayoría de los Candidatos, aquel era un proceso clínico en el que la sangre se proporcionaba a través de un tubo, pero para Honor sería un viaje íntimo.

Su esposa siempre despertaría entre sus brazos, amada y a salvo.

—Regresa a mi lado —le susurró en la lengua de su antiguo hogar.

A una parte de él lo aterrorizaba no volver a oír su voz, la ronca sensualidad de su risa.

No sabía cómo iba a soportar tanto silencio, pero encontraría una manera, porque ella sentiría dolor si la despertaba antes de tiempo. Y Honor nunca, jamás, debía sentir dolor. No mientras él siguiera con vida.