Capítulo 44
Mahiya estaba sentada en el tejado de la casa del Enclave del Ángel que el arcángel Rafael y su consorte habían convertido en un hogar. No podía creer que solo hubiera pasado una semana desde que había abandonado el palacio de su madre. La ciudad de metal brillante y cristales resplandecientes que veía más allá del río la fascinaba, casi tanto como el ángel de cabello casi blanco que volaba hacia el tejado.
Elena aterrizó a su lado con una alegría que hizo sonreír a Mahiya.
—Diez puntos seguros —dijo.
Ya habían jugado a ese juego aquella semana.
—Eres demasiado generosa. He tenido que dar un paso extra para equilibrar el aterrizaje.
—Nueve con tres, entonces.
—Aceptaré eso, aunque solo intentes ser amable —Elena se sentó y plegó sus preciosas alas con los colores de la medianoche y el amanecer—. ¿Estás esperando a Jason?
—Está dentro, hablando con Rafael —puesto que había crecido al lado de una arcángel, a Mahiya no le afectaba tanto la presencia del consorte de Elena como a otros ángeles de su edad, pero nunca olvidaba que eran criaturas diferentes y que por tanto había que tratarlos con precaución—. Vine aquí para contemplar tu hermosa ciudad, tan ajetreada y brillante, y para escuchar el ruido del agua.
El río corría más allá del acantilado, y no muy lejos se veían dos veleros.
Elena flexionó una rodilla y se la rodeó con el brazo.
—¿Te quedarás?
Mahiya ya lo había pensado. Nueva York era una ciudad bella y deslumbrante, pero también tenía bordes dentados que resultaban abrumadores.
—Creo que me gustaría venir de vez en cuando —saborearla a pequeños bocaditos—. Pero este no es mi lugar.
Elena asintió.
—No es una ciudad para todo el mundo, pero a mí me encanta —dijo al tiempo que se quitaba una ballesta ligera que llevaba en la parte exterior del muslo y la dejaba a su lado en el tejado.
—¿Estabas de caza?
A Mahiya la dejaba perpleja que la consorte de un arcángel hiciera algo así, pero también se había quedado pasmada al ver cómo se miraban el uno al otro. La abrasadora intensidad del vínculo que los unía era algo que jamás se habría esperado, sin importar los rumores que había oído sobre su emparejamiento.
—No, estaba dando una clase de entrenamiento en la Academia del Gremio. Entraba en mi calendario de trabajo —alzó la cara hacia el viento y permanecieron en silenciosa compañía unos diez minutos antes de que Elena se volviera para mirarla—. Jason —dijo en voz baja—. Cuidarás de él, ¿verdad?
—No es un hombre que necesite la protección de nadie —contestó Mahiya, sorprendida.
—Pero… —dijo Elena con una mirada incisiva en sus ojos plateados— creo que te necesita.
Sí.
La cuestión era: ¿le permitiría Jason darle lo que necesitaba o se apartaría como lo haría una criatura salvaje? No era la mejor de las comparaciones, porque Jason conocía la sofisticación y la civilización tanto como cualquier cortesano. Aun así, no era uno de ellos. Una parte de él seguía siendo ese niño solo en mitad de un océano.
—Lo que siento por él es tan intenso —murmuró— que me aterroriza.
—Estupendo —dijo Elena antes de darle un golpecito con el hombro—. Nunca encajarías en nuestro club si no fuera así.
Mahiya parpadeó al escuchar ese sorprendente comentario.
—¿Qué?
—Es un club al que solo podemos pertenecer aquellas de nosotras que están lo bastante locas para enamorarse de unos capullos de los que otras mujeres, mucho más sensatas, huirían gritando. Acabas de quitarle a Honor el rango de miembro más reciente —Elena sonrió—. Te enseñaré el apretón de manos secreto.
Mahiya soltó una carcajada, una de esas risas que se comparten con una amiga. Elena era la consorte de un arcángel y tenía acceso a un poder que iba más allá de la imaginación. No necesitaba cultivar una relación con Mahiya, pero esta entendía por qué lo hacía. No solo era por la amabilidad inherente que la había hecho sentirse bienvenida desde el principio, sino porque Jason era uno de los «suyos».
A Mahiya no le importaba ser adoptada por una familia así. Allí había alegría, lealtad y, lo mejor de todo, nadie deseaba utilizarla como peón en ningún jueguecito político. No albergaba duda alguna sobre los instintos de Rafael, pero también sabía que el arcángel la trataría con la debida cortesía por ser la amante de uno de sus Siete.
Lo que Mahiya no tenía claro era si de verdad era su amante o si Jason solo esperaba a que encontrara sus alas, su coraje. «No te vayas, Jason». Nunca pronunciaría aquellas palabras, nunca lo encadenaría de esa manera. Pero le dolía pensar que jamás volvería a sentir el calor de sus caricias, que nunca volvería a ver ese salvaje fuego negro en sus ojos castaños.
Rafael salió del estudio al jardín en compañía de Jason y se dirigió al borde del acantilado.
Hola, arcángel.
Esbozó una sonrisa.
Hola, hbeebti.
Echó un vistazo por encima del hombro y vio a su consorte sentada en el tejado en compañía de la princesa que Jason había llevado a casa. El cabello de Elena parecía fuego blanco, mientras que el de Mahiya era seda negra recogida pulcramente en un moño.
Si alguna vez se hubiera imaginado a la mujer capaz de atravesar los escudos de Jason, no se habría parecido en nada a la elegante princesa procedente del territorio de Neha, con sus modales impecables y una personalidad que parecía tan serena como un espejo sin fondo. Y aun así… Jason era su jefe del espionaje, un experto en ver más allá de los escudos y las defensas.
¿Qué piensas de la princesa de Jason?, le preguntó a su consorte.
Que tiene una voluntad de hierro, que ama a Jason con todo su corazón… y que hay mucho más en ella de lo que ninguno de nosotros llegará a ver jamás, respondió ella mientras Rafael volvía a concentrarse en Jason. Aunque eso no es extraño. Solo tú lo sabes todo sobre mí.
Y solo Elena lo conocía a él, pensó cuando Jason y él se detuvieron al borde del acantilado del Hudson. Había conversado muchísimas veces con su jefe del espionaje en ese mismo lugar, porque a Jason no le gustaba estar confinado si tenía la posibilidad de que su techo fuera el cielo.
—La princesa —dijo— dispondrá de santuario aquí siempre que lo necesite.
—Gracias, sire, pero creo que ella puede vivir a salvo en el mundo —Jason reacomodó sus alas—. Tendrá que ser cautelosa, pero en mi opinión, y dejando las amenazas a un lado, Neha es demasiado orgullosa para incumplir su palabra. Y en lo que respecta a la madre de Mahiya, esa es una relación que solo ella puede aprender a manejar.
Rafael estaba de acuerdo con Jason en lo referente a Neha. La arcángel no era tan caprichosa como Michaela; para ella el honor era algo muy importante, algo que respetaba.
—¿La princesa tiene algún lugar al que ir?
—Sí.
Mientras aguardaba, Rafael dejó que la brisa refrescara su rostro, que enredara los dedos en su cabello. Sabía que Jason tenía algo más que decirle.
—Sire… —dijo el espía con voz serena sin apartar la vista de Manhattan—, te libero de tu promesa.
Rafael había vivido un milenio y medio; algunos de sus recuerdos eran fuertes, pero otros muy débiles. Recordaba el día exacto en el que cada uno de sus Siete le había jurado lealtad. En aquel entonces Jason era muy, muy joven, pero Rafael había detectado una inmensa fuerza contenida en él. Siempre había sabido que el chico se convertiría en un hombre de acero templado. Y siempre había sabido que ese acero tenía un defecto fatal.
«Solo pido una promesa a cambio de mis servicios —le había dicho Jason, con la piel suave y libre de las marcas que comenzarían a aparecer una década después—. Yo no… me formé adecuadamente. Hay una parte de mí dañada, y quizá un día se rompa. Si lo hace, te pediré que me ejecutes de inmediato y que no permitas que me destruya desde dentro».
Rafael nunca le había preguntado a Jason por su pasado, pero había unido ciertas piezas y sabía que su jefe de espías había sobrevivido a una infancia que habría dejado incapacitados a muchos, que portaba cicatrices que jamás desaparecerían. Cicatrices… y también fracturas. Así pues, le había hecho esa promesa con la esperanza de no tener que cumplirla jamás.
En ese momento, un viento fresco besó su piel, su sangre, y le quitó el peso de la promesa de los hombros.
—Me alegro, Jason.
El espía siguió mirando el agua, y justo cuando Rafael creyó que podría decirle algo más, sacudió la cabeza de una manera casi imperceptible y siguió en silencio. Rafael no sabía si Jason había encontrado por fin algo de paz, ni si esa paz era algo más que un brillo en el horizonte, pero esperaba que el ángel de alas negras no volviera a solicitarle una promesa semejante.
Porque incluso los arcángeles lloraban la muerte de sus seres queridos.
Cuando la puerta del invernadero de Elena se abrió, Mahiya estaba contemplando maravillada las exuberantes flores de una planta con enormes hojas verdes. No le hizo falta volverse para saber quién estaba en la entrada, ya que toda su piel parecía suspirar ante la presencia de Jason. El deseo que sentía por él era un profundo latido en su interior, pero el espía no había vuelto a tocarla desde antes de la batalla.
—Creo que este es mi lugar favorito de todos los que he visto en esta tierra.
Todo allí estaba lleno de vida; no había aspectos ocultos ni políticas secretas.
—Ahora puedes tener tu propio jardín, si así lo deseas.
Mahiya esbozó una sonrisa radiante.
—Sí que puedo, ¿verdad?
Era una idea maravillosa y la pondría en práctica tan pronto como encontrara un lugar al que llamar hogar. ¿Sigue en pie tu oferta de préstamo?
Aunque él había mantenido físicamente las distancias, Mahiya no había perdido la esperanza, porque nunca había bloqueado la conexión mental que los unía desde la primera vez que le permitió entrar en su mente.
Por supuesto.
—Tengo una casa que podría servirte hasta que te decidas por otra cosa —añadió después de la confirmación mental.
Mahiya se dio la vuelta y apoyó la espalda en el banco que sostenía una maceta con flores amarillas, que esperaba ser trasplantada a la maceta de mayor tamaño que había al lado. Jason estaba junto a la puerta, y sus alas rozaban una enredadera que caía desde una cesta colgante. Debería haber parecido demasiado duro, demasiado oscuro para aquel lugar, y sin embargo, por alguna extraña razón, encajaba.
Salvaje, pensó Mahiya. Jason era tan salvaje como aquellas plantas. El invernadero las había domesticado temporalmente, pero si estuvieran libres se extenderían hasta convertir las paredes de cristal en un océano verde. De igual forma, Jason solo sería domesticado cuando así lo deseara, y en esos momentos era una tormenta apenas controlada.
—¿La casa está vacía? —le preguntó a aquel hombre enigmático que una vez le había hecho un voto de sangre. No… un momento—. Jason, ¿quién puede anular un voto de sangre?
Su obligación era con Neha, pero él había hecho el juramento con la sangre de Mahiya.
El espía se quedó tan inmóvil que la princesa casi creyó que no estaba allí.
—La parte a quien se le hace.
—Vaya, no lo sabía. En ese caso te libero de tu juramento —no quería que nada lo atara a ella—. No hace falta que diga nada más para liberarte, ¿no?
—No —seguía inmóvil—. Solo los cuidadores viven en la propiedad —dijo respondiendo a su anterior pregunta—. Vampiros de confianza recomendados por Dmitri. Se alegrarán al ver que la casa cobra vida de nuevo. Prefieren vivir en un edificio separado, pero está a unos segundos a pie.
—¿Y esa propiedad está cerca?
Nueva York, aquella chispeante ciudad situada frente al Enclave del Ángel, no era para ella, pero no quería alejarse tanto que no pudiera conservar las amistades que había hecho allí… con Elena, y con una vampira llamada Miri que trabajaba en la Torre y que había visitado el Enclave varias veces esa misma semana. Para una mujer a la que nunca le habían permitido tener amigos, ese era un tesoro muy preciado.
—A unas tres horas de vuelo a ritmo medio. Noventa minutos si te esfuerzas —dijo Jason—. Es una propiedad grande, lo bastante para que nadie pueda llegar hasta ti sin disparar el sistema de seguridad, pero no tan aislada para que estés sola cuando quieras compañía.
Parecía perfecta, pero ella no había esperado menos del mejor jefe del espionaje del Grupo, un hombre que conocía a las personas mejor que ellas mismas. Sin embargo, ¿se conocía Jason a sí mismo? Con una sonrisa, Mahiya se acercó a él y le puso la mano en el pecho. No tenía claro qué sería de ellos en ese nuevo lugar, pero no estaba dispuesta a ceder en su reclamo.
Jason la rodeó con el brazo sin vacilar y extendió los dedos en la parte baja de su espalda.
—¿Te gustaría ver la casa?
—Sí —era maravilloso estar cerca de él otra vez—. Voy a endeudarme aún más contigo.
—No hay ninguna deuda, Mahiya —movió la mano en círculo por su espalda—. No entre nosotros.
A la princesa le dio un vuelco el corazón. Deseaba aferrarse a aquellas palabras, obligarlo a que se explicase, pero ese tipo de exigencias jamás funcionarían con aquel hombre.
—No —dijo—, debes permitir que te pague de alguna manera hasta que cuente con el dinero necesario para reembolsarte el préstamo —se apartó un poco de su pecho para poder mirarlo a los ojos—. Mi hogar será el tuyo mientras tú quieras que lo sea.
Vio un brillo especial en los ojos de él, aunque la respuesta fue una breve inclinación de cabeza, una aceptación.
La parte perversa de Mahiya, nacida de la misma fuerza de voluntad que había impedido que renunciara a su personalidad durante todos aquellos años, despertó tras toda una vida de restricciones.
—Puesto que no tendré dinero suficiente para abonártelo hasta dentro de varios años, quizá suplique tu indulgencia con favores sexuales.
La oscuridad se apoderó del rostro de Jason, que apartó la mano para dejarla libre.
—Nunca te pediría algo así.
Mahiya se echó a reír y le cubrió la cara con las manos.
—Te estoy tomando el pelo, Jason —jamás había iniciado un beso, pero animada por el hecho de que él le devolvía las caricias, lo hizo en ese momento. Saboreó los labios hermosos y firmes de Jason mientras él la abrazaba una vez más—. Toda la sensualidad que he compartido contigo ha sido libremente entregada, y siempre lo será.
Jason presionó con más fuerza la mano que tenía en su espalda y utilizó la otra para colocarle la barbilla en el ángulo que prefería. Luego tomó el control del beso e inició una batalla de lenguas que hizo que Mahiya encogiera los dedos de los pies. El fuego negro de Jason era oscuro y hermoso.
No deberías tomarme el pelo así, Mahiya.
Alguien tiene que hacerlo. Con el corazón acelerado por la pecaminosa perfección masculina, Mahiya encajó los pies entre las botas de Jason en un esfuerzo por acercarse más a él y le hizo una pregunta que le daba demasiada vergüenza formular en voz alta.
¿La propiedad está lo bastante aislada para que podamos danzar?
Un leve estremecimiento recorrió el poderoso cuerpo del espía.
No. Pero conozco un lugar que sí lo está.
Estupendo. Porque quería bailar con su jefe de espías la erótica danza sensual de los amantes angelicales que formaba parte del cortejo, parte de una prueba de fuerza y habilidad, y, si se hacía bien, producía un enorme placer. Nunca antes había confiado en nadie lo suficiente para entregarse de esa manera.
Estoy impaciente por enredar mis alas con las tuyas, Jason.
—He creado cuentas a tu nombre y te he transferido los fondos que necesitarás para no depender de nadie —dijo el espía, que interrumpió el beso con las mejillas algo ruborizadas. Su tono carecía de ternura… pero no había dejado de estrecharla y mantenía las alas a su alrededor, así que Mahiya no veía más que exuberante negro—. La deuda no entrará en vigor hasta que estés en disposición de pagarla y tendrá un interés del cero por ciento.
—¡Jason! —con una carcajada, Mahiya le puso los puños en el pecho—. Ese es el peor préstamo del que he oído hablar jamás… Siempre saldrás perdiendo.
La expresión del espía era solemne.
—No, no lo haré. Porque mientras estés en deuda conmigo, yo tendré un hogar.
Todo en ella se paralizó, incluso el pulso. Parecía que el tiempo se hubiese detenido.
—En ese caso —susurró Mahiya con una voz llena de amor—, jamás te pagaré esa deuda.
Antes de que Jason hablara, antes de saber lo profunda que era la necesidad de su jefe del espionaje, habría insistido en pagarle el préstamo hasta el último centavo como símbolo de su independencia. Ahora sabía que no era una cuestión de dinero ni de control. Jason había tenido siglos para amasar su fortuna. Para él, el dinero tenía poca importancia más allá del sentido práctico.
Pero… ¿un hogar?
No había tenido uno desde que enterró a su madre. Tampoco Mahiya, porque la fortaleza jamás había sido un refugio seguro para ella. Así pues, entendía lo que significaba para Jason tener un hogar, y también lo necesario que era para él el ambiguo vínculo creado por la deuda.
Un día, pensó, Jason ya no necesitaría ese vínculo y aceptaría que siempre sería bienvenido en el lugar que se convirtiera en el hogar de ambos. En ese momento se reirían de aquella deuda a tan largo plazo, y quizá Mahiya bromeara con su ángel de alas negras por haber permitido que una ingenua princesa lo atrapara con aquel trato tan malo.
Hasta entonces, Mahiya se limitaría a amarlo.
—Vámonos a casa.