Capítulo 10
—Puede que el palacio de Eris estuviera bien protegido —dijo Jason—, pero no era inexpugnable.
Neha curvó los labios en una sonrisa carente de humor.
—Solo aquellos que no temieran por su vida habrían incumplido las normas. ¿Me estás diciendo que había más de uno?
—No te estoy diciendo nada.
Jason afrontó la mirada de Neha como Mahiya no había visto hacerlo a nadie, ni siquiera a los asesores de más confianza de la arcángel.
Se le encogió el estómago al pensar en lo mucho que se arriesgaba el espía. Aunque era un extranjero al que no le debía lealtad, Mahiya descubrió que no quería ver a Jason cubierto de sangre. Sería una profanación de una criatura hermosa y salvaje que jamás debía ser enjaulada o quebrada.
Sin embargo, Neha se echó a reír y lo miró con un brillo apreciativo en los ojos.
—Todos vosotros, los Siete, sois de lo más arrogantes.
Con la sensación de que se estaba perdiendo algo importante pero incapaz de averiguar qué era, Mahiya se situó un paso por detrás de Neha y de Jason mientras estos paseaban. Las alas de la arcángel, blancas como la nieve casi en su totalidad, creaban un asombroso contraste con las plumas negras de Jason, al igual que el sencillo aunque exquisito vestido largo de color coral que llevaba Neha.
—¿Cómo está Dmitri? —preguntó Neha en ese momento en un tono de voz tan cortante como un escalpelo.
La respuesta de Jason fue de lo más inesperada.
—¿Aún no lo has perdonado por regresar con Rafael?
Neha rió de nuevo, y por primera vez desde la ejecución de Anoushka Mahiya percibió en ella verdadera diversión.
—Me pareció que esos dos cachorros feroces se merecían el uno al otro, y tenía razón, ¿no es así? —sin esperar una respuesta añadió—: No obstante, Dmitri debería haberme invitado a su boda.
Las palabras habían sido pronunciadas con una peligrosa amabilidad.
—Sí, debería haberlo hecho, pero un vampiro de tu corte intentó matarlo hace apenas unos días.
Neha alzó la cabeza con una sonrisa tan fría como la sangre de la cobra acurrucada en la cesta situada en uno de los rincones de la terraza.
—¿Acaso cree que me escondería detrás de alguien de la ralea de Kallistos?
—El hecho es que a Dmitri siempre le has gustado más que el resto de los miembros del Grupo pero, a pesar de la breve tregua que supone mi presencia aquí, Rafael y tú no sois muy buenos amigos actualmente —dijo Jason.
—¿Practicando la política, Jason?
—Se me da muy bien.
Un breve silencio.
—Por supuesto que sí —la ira fue sustituida por una fría aprobación—. Un jefe del espionaje que no comprende las sutilezas sería inútil.
Jason no dijo nada en respuesta a esa verdad a medias.
—Cuando Dmitri supo por qué debía venir a tu territorio —comentó en cambio—, me pidió que te expresara sus condolencias. Dice que siempre recordará a Eris como un espadachín con quien era un placer enfrentarse en el campo de entrenamiento.
Mahiya había visto a Eris danzar con la espada dentro de los confines de su palacio, y sabía que su elegancia era abrumadora. En una ocasión había llegado a ver a Neha y a Eris juntos en el patio, mientras sus espadas y sus cuerpos se movían con una armonía que, durante un breve e intenso momento, había dejado penosamente claro por qué se habían enamorado.
—Había olvidado que Dmitri y Eris tenían eso en común —murmuró Neha—. Dos hombres tan diferentes unidos por la espada.
—También me pidió que te preguntara si su esposa y él serían bienvenidos aquí una vez que estés dispuesta a recibir visitas de nuevo.
—Me asombra que haya hablado con tanta elegancia —dijo Neha, pero Mahiya supo que le agradaba la petición, ya que el líder de los Siete era un bastardo cínico y duro que no confiaba en nadie y, aun así, respetaba el honor de Neha lo suficiente para llevar a su reciente esposa al territorio de la arcángel—. Dile —añadió— que no me disgustará que su esposa y él me presenten sus respetos. Mi disputa es con Rafael, no con Dmitri.
Jason asintió con la cabeza.
—Le transmitiré el mensaje. ¿Acaso estoy impidiendo que atiendas a tu gente?
—No —Neha hizo un gesto negativo y se apartó un poco—. He pospuesto la audiencia pública. Me escoltarás hasta Fuerte Custodio, donde planeo permanecer toda la noche junto a Eris.
Extendió las alas y realizó un despegue vertical. Jason se elevó junto a ella. Mahiya era más lenta y se quedó algo atrás, pero no intentó alcanzarlos, ya que se le encogía el estómago ante la idea de estar en aquel fuerte. En lugar de eso, paseó la vista por el agradable bullicio de la ciudad que había más abajo. En su día tenía otro nombre, pero después de tantos siglos a la sombra de Fuerte Arcángel se había convertido en Ciudad Arcángel.
La ciudad reflejaba los gustos de Neha, aunque eso no era de extrañar. No obstante, a excepción de las residencias de los vampiros y los ángeles poderosos que vivían fuera de la fortaleza, la mayoría de los edificios eran pequeños y de una sola planta, elegantes estructuras de piedra que habían sobrevivido al paso del tiempo. Como cualquier ciudad, Arcángel poseía callejones estrechos y amplias avenidas, pero no había nada roto ni feo, sucio o descuidado, y el agua del lago estaba tan clara y fresca que podía beberse.
Al otro lado de Mahiya, abrazada a la cadena montañosa, se encontraba la fortaleza principal, que también llevaba la estampa de su dueña. Fuerte Custodio, en comparación, era una estructura modesta y, aunque casi nadie lo sabía, estaba conectada a la fortaleza principal mediante pasadizos subterráneos. Al parecer, muchos hombres habían muerto para mantenerlos en secreto. Mahiya solo sabía de su existencia porque Eris había cometido un desliz una de las pocas veces que había ahogado su rabia en una botella.
—En lugar de intentar huir volando, ¡debería haber esperado mi oportunidad para utilizar los túneles!
—¿Túneles?
—¡Los túneles que llevan a Custodio, niña estúpida!
Eris se había negado a hablar más sobre el tema, pero Mahiya había conseguido que Vanhi le confirmara la existencia de esos túneles. Sin embargo, la vampira, de naturaleza maternal, solo conocía una entrada: la que estaba dentro del Palacio de las Joyas… así que lo mismo habría dado que esa entrada estuviera en la luna.
Por delante de ella, Neha y Jason sobrevolaban el fuerte superior. Mahiya se quedó asombrada al notar la amplitud de las alas del espía y la eficiencia de su técnica de vuelo, en la que no se desperdiciaba ni un solo movimiento. No querría que un hombre así la persiguiera por el cielo porque escapar sería imposible.
Dio un acelerón y aterrizó tras ellos en el patio privado que Neha tenía dentro de la fortaleza. Una fortaleza que, incluso en esos momentos, le provocó un sudor gélido en la espalda. Sin embargo, no era esa la razón por la que había descendido: tenía prohibido volar por encima de la arcángel, una lección que había aprendido un fatídico día cien años después de su nacimiento, cuando atravesó formalmente la frontera de la edad adulta y perdió la protección concedida por la renuencia de Neha a hacer daño a los jóvenes.
La lección había sido brutal, ya que el jefe de la guardia había recibido instrucciones de despellejarle la espalda. Hacía mucho tiempo que Mahiya había comprendido que su existencia era un sufrimiento para Neha. Había sido una de sus niñeras quien le había contado la verdad, pensando que debería saber cuál era su posición en el esquema general de las cosas. El don del conocimiento no fue muy agradable.
«Nunca olvides que nada de lo que hagas la complacerá jamás. Para ella no eres una niña a la que hay que proteger, sino un recordatorio constante de la traición que humilló a una arcángel. Concéntrate en sobrevivir».
Mientras se aferraba al poste de flagelación, con la sangre deslizándose por su espalda, Mahiya comprendió algo más: que Neha quería destrozarla para convertirla en una advertencia viviente del precio de la deslealtad. Muchas personas conocían el secreto del linaje de Mahiya, así que la advertencia se tendría en cuenta.
«Sobreviviré, y sobreviviré de una pieza».
Se había hecho ese juramento mientras el látigo caía sobre su espalda una y otra vez. Y lo había mantenido, puesto que se negaba a permitir que Neha la convirtiera en un horrible reflejo del odio que sentía. Dejó que la arcángel creyera que había logrado acobardarla, pero no era más que un movimiento estratégico en el tablero de ajedrez, un movimiento que no le costaría más que su orgullo. Y el orgullo era una pieza inútil en la lucha por la supervivencia.
Jason aterrizó detrás de Neha, pero eso era lo que se esperaba. Estaba claro que en esos momentos él actuaba como su guardián. Ignoró la presencia de Mahiya y apenas la miró.
Algo nauseabundo burbujeó en el estómago de Mahiya, y supo que era una estúpida de la peor clase. ¿Qué había esperado? ¿Que siguiera tratándola con esa especie de respeto inexplicable y seductor después de darse cuenta de lo poco que le importaba a Neha?
—Jason.
Neha inclinó la cabeza en un majestuoso gesto de reconocimiento antes de entrar en el palacio que utilizaba en Fuerte Custodio, dispuesta a iniciar la vigilia del cuerpo sin vida de Eris.
—¿Deseas regresar a Fuerte Arcángel? —preguntó Mahiya, tragándose una ira que podría arruinarlo todo.
Tras asentir con la cabeza, él se alzó de nuevo en un vuelo explosivo.
Mahiya notó el corazón en la garganta. Era más rápido que Neha. Su propio despegue pareció infantil y lamentable en comparación, pero alzó el vuelo y se abrió camino hasta el fuerte a través del azul cristalino del cielo mientras Jason volaba tan alto que se había convertido en una mota lejana. El espía descendió como una flecha en el último momento y aterrizó con firmeza delante del palacio que compartían. La zona parecía desierta, ya que los guardias se habían marchado después de retirar el cadáver de Eris.
Jason plegó las alas negras, esperó a que Mahiya hiciera lo mismo y luego se volvió hacia ella.
—¿No te respetas lo suficiente para impedir que Neha te trate como si fueras algo que acaba de desprender de la suela de su zapato? —preguntó en un tono sereno y mesurado.
El impacto del inesperado golpe fue tan contundente que Mahiya tuvo la sensación de que le habían roto las costillas de un puñetazo y sangraba por dentro.
Jason se dio cuenta de que había cometido un error en el instante en que pronunció las palabras, al ver que Mahiya empezaba a jadear y su rostro palidecía. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había hablado sin pensar; estaba claro que la furia que había sentido al ver que Mahiya aceptaba el trato de Neha sin rechistar le había nublado el razonamiento.
Se acercó un poco y extendió las alas, como si quisiera estirarlas.
—Nos vigilan —señaló en un tono cortante—. No te vengas abajo.
Ella parpadeó al escuchar la orden, y fue como si alguien le hubiera metido una vara de acero en la columna.
—¿Acaso eso ha sido una prueba, jefe del espionaje? —preguntó con los ojos dorados llenos de furia—. Si es así, no la he pasado.
«Por fin te veo de nuevo, Mahiya».
—Podría haber hablado con más delicadeza, pero eso no cambiaría el fondo de la cuestión.
Cuando logró controlar la furia, la princesa no se dirigió hacia la intimidad del palacio, sino hacia los senderos del jardín del patio, una zona llena de brillantes flores que parecían burlarse del clima desértico y donde el ambiente era fresco, gracias al agua que corría por los costados del cenador.
—¿Debo agradecerte que me hayas llamado cobarde?
—No —dijo Jason, cuya furia también se había atemperado, aunque no por ello era menos peligrosa—. Pero deberías reconocer que esa debilidad, real o fingida, no consigue más que incitar a los depredadores —y los arcángeles eran los depredadores alfa del planeta—. Neha aprecia a aquellos que se enfrentan a ella, y tú posees la fuerza necesaria para hacerlo —la princesa tenía tanto de cobarde como él de estúpido—. No hay razón para que juegues a ser una mosquita muerta.
Mahiya se ruborizó y apretó los puños.
—No puedes conocerme, ni saber cómo ha sido mi vida, basándote en un solo día de intimidad forzada.
Tras esas frías palabras se alejó del jardín y atravesó la entrada que conducía a las frescas estancias del interior de la fortaleza.
Descendieron tanto que Jason pensó que debían de estar al nivel del Palacio de las Joyas.
No hablaron más hasta que ella se detuvo junto a unas puertas decoradas con los familiares motivos de vasijas esbeltas, donde los grabados tenían incrustaciones de ágata y lo que parecían turmalinas verdes. Las puertas estaban entreabiertas, pero el ángulo en el que se encontraban impedía que los de dentro pudieran verlos. Jason aprovechó esa ventaja para examinar la estancia y a los que la ocupaban.
Espaciosa y con un mobiliario relativamente escaso, la sala poseía un amplio balcón, y la luz del sol se filtraba a través de él y de los diminutos cuadrados de la celosía que tenía la ventana de la derecha. La iluminación era intensa, pero no molesta, y teñía de dorado a los ángeles y a los vampiros que charlaban y reían en parejas o en pequeños grupos, todos vestidos con ricos tejidos brillantes y diamantes como trozos de hielo en el cabello y las orejas.
—Cortesanos —señaló Mahiya en un tono gélido—. Se trata de un almuerzo privado en el que pueden lucir sus mejores galas sin ofender a Neha. Puedo presentártelos.
Tras rechazar la oferta con un gesto negativo de la cabeza, Jason caminó unos pasos hacia la derecha, hasta una puerta que, con suerte, le conduciría directamente a una terraza paralela a la sala de los cortesanos. Era una zona mejor aún para sus propósitos, pequeña y desconectada del balcón más amplio que había visto al fondo de la estancia. Salió al exterior, se apoyó en la piedra entibiada por el sol que había junto a la celosía de la ventana y se dispuso a escuchar, muy consciente de la silenciosa presencia de Mahiya a su lado.
Tan silenciosa como lo había sido con Neha.
La furia que le generó de nuevo ese comportamiento fue un sentimiento visceral, feroz y burbujeante. Los recuerdos no se habían difuminado en setecientos años, de modo que conocía el motivo de tan turbulenta reacción. Sabía que su furia estaba alimentada por el recuerdo de otra mujer que no había luchado contra la violencia que la asediaba.
«Es algo que no puede evitar, Jason. Una terrible oscuridad se ha apoderado de su corazón… pero podemos recuperarlo. Solo tenemos que amarlo».
El maltrato que Neha le proporcionaba a Mahiya no era nada tan evidente como un golpe físico, pero erosionaba su personalidad con la misma efectividad que un arma.
—… rumores de que él tenía una amante.
Jason atemperó su ira y se concentró en las voces.
—Qué ridiculez. ¿Quién se arriesgaría a una ejecución por algo tan chabacano como el sexo?
—Quizá Komal. Ya sabes lo furiosa que está desde que Neha desterró a ese vampiro con el que quería acostarse.
—Komal es una niña estúpida, pero no es una suicida.
Jason escuchó durante casi una hora, pero no descubrió nada tan explosivo como aquella breve conversación.
—¿Quién es Komal? —preguntó a Mahiya una vez lejos de la sala.
—Una vampira que ha formado parte del círculo interno de la corte durante medio siglo. Posee una gran belleza y se le da bien utilizarla para manipular a los hombres. Creo que no comprende del todo que Neha no es tan susceptible —una mirada circunspecta que Jason había llegado a esperar de ella. Todavía había hielo en las profundidades castaño doradas de sus ojos—. Te llevaré hasta ella si lo deseas.
—Sí.
Jason sintió que su ira cobraba vida una vez más, y supo que ella lo había notado cuando alzó la cabeza de repente y empezó a caminar a toda prisa por el pasillo, olvidando su comportamiento recatado. Esa demostración de temperamento aplacó un tanto el enfado de Jason aunque sin duda no era esa la intención de Mahiya.
—Está ahí —dijo la princesa señalando a una mujer que caminaba sola por una de las galerías con vistas a la ciudad.
Komal era tal como la había descrito: una invitación sensual de cabello negro y labios rojos, con la piel de color miel y curvas peligrosas. Una mujer a quien el vampirismo había dotado de una cualidad exótica, y que estaba consentida hasta tal punto que compuso un mohín cuando Jason no cayó rendido a sus pies de inmediato.
—Ambos sabemos que el ratón no logrará satisfacerte —susurró con venenosa dulzura—. Prometo mostrarte placeres que jamás has saboreado.
Jason miró fijamente la mano que ella había levantado con intención de tocarlo hasta que la vampira palideció y la apartó. Después él posó la vista en sus ojos castaños, que a buen seguro habían llevado a muchos hombres al infierno.
—¿También te gustaba complacer a Eris?