Capítulo 6
—Según dicen, un verdadero leopardo nunca pierde sus manchas —murmuró Jason mientras se preguntaba a quién le era leal Mahiya, a quién pertenecían los secretos que guardaba.
A Eris nunca se le había dado bien la abstinencia en lo que a mujeres y a sexo se refería.
Una dulce conquista levantando la mirada, con los ojos resplandecientes de adoración y tímido deseo, hacia el rostro del dios dorado que era el consorte de Neha.
Jason había presenciado esa escena en particular alrededor de un siglo y medio después del matrimonio de Neha, durante un baile ofrecido por el arcángel Uram. Eris había respondido con una tentadora sonrisa sensual, pero Jason la había achacado a la vanidad masculina; jamás se le ocurrió pensar que el hombre llegaría a aceptar de verdad semejante invitación.
No obstante, Eris tenía tal necesidad de engrandecer su ego que había llegado a engendrar una hija con la hermana de la mujer a la que había jurado honrar. Jason no se engañaba: sabía que Eris no amaba a Nivriti. Era un narcisista a quien no le importaba nadie salvo él mismo. Y, a pesar de su desliz, había sobrevivido. ¿Qué le impediría a un hombre semejante correr el riesgo de seducir a otra mujer dentro de las paredes de su lujosa prisión?
—Dime —dijo Jason al tiempo que clavaba la mirada en Mahiya—, ¿Eris tenía una amante?
Mahiya había eludido la pregunta anterior, pero se había dado cuenta demasiado tarde de que había revelado un conocimiento y una curiosidad impropios de la mujer que fingía ser. Su única excusa ante ese fallo sin precedentes era la sorpresa. La había dejado pasmada hablar con alguien que la miraba sin juzgarla y sin sentir lástima por ella, alguien que no presuponía una falta de discernimiento solo porque decidía guardar silencio. Pero era evidente que Jason no haría algo así. Era un hombre que hablaba muy poco, pero la princesa no tenía ni la menor duda de que su inteligencia era tan afilada como una flecha.
Ahora, mientras contemplaba aquellos ojos castaños oscuros e impenetrables que se hundían en ella, comprendió que ya era demasiado tarde para volver a colocarse la máscara.
Jason ya la había visto.
No obstante, le produjo un extraño regocijo mostrar su verdadero rostro.
—No tengo pruebas de una nueva infidelidad —dijo—, pero de un tiempo a esta parte hubo veces que percibí cierto aroma almizclado en el ambiente.
Una mujer no debería saber esas cosas sobre su padre, pero la única muestra de paternidad de Eris había sido la sangre que compartían.
—No se lo contaste a Neha —no era una pregunta.
Mahiya se enfrentó a su afilada mirada oscura.
—Jamás osaría ser la emisaria de semejantes chismorreos —Neha la habría aniquilado por algo así—. Pero os invito a intentarlo.
La respuesta de Jason al desafío fue la calma.
—Ya veremos si es necesario hacerlo.
El regocijo que la recorría se convirtió lentamente en hielo mientras observaba cómo Jason examinaba cada centímetro del palacio que había sido el hogar de Eris. Conocía su reputación, pero solo entonces, después de presenciar su búsqueda exhaustiva y meticulosa, comprendió el nivel exacto de la capacidad de Jason, de su dedicación… y supo que ninguno de sus planes se haría realidad si él decidía poner sus habilidades al servicio de Neha.
Mahiya apretó los dientes para reprimir un escalofrío al comprender que la arena del reloj había empezado a caer mucho más deprisa. Los Siete eran una unidad inexpugnable, inmune a las tentaciones de los demás miembros del Grupo, pero el brillo de los ojos de Neha dejaba claro que la arcángel guardaba un as en la manga. Y si era así… Mahiya y su conato de traición tendrían que desaparecer mucho antes de que Jason aceptara su oferta.
Con el corazón palpitando con fuerza suficiente para magullarle las costillas, cerró la puerta a aquellos pensamientos a fin de no traicionarse y siguió a Jason hasta una amplia sala de baños situada un nivel por debajo de la zona de visitas. El agua limpia desprendía jirones de vapor.
—Esto debería estar apagado —señaló Mahiya al tiempo que notaba que los finos mechones de su nuca empezaban a rizarse a causa de la humedad—. Me encargaré de ello cuando nos marchemos.
Sin responder, Jason se acercó al borde de una bañera tan grande que habrían cabido cinco ángeles adultos sin problemas. Aquella cámara de diseño antiguo había sido añadida cuando se remodeló el palacio para el encarcelamiento de Eris, y él le había dado un buen uso. Muchas de las veces que Neha la enviaba a verlo para comprobar si necesitaba algo, Mahiya lo había encontrado disfrutando del baño.
«¿Neha todavía no te ha rebanado el pescuezo? —tras un suspiro aburrido, extendió las alas para reclinarse contra el borde y extendió los brazos sobre los azulejos pintados que habían llevado desde Italia los correos angelicales—. Una lástima».
El aguijonazo de ese recuerdo no bastó para impedirle ver el sutil gesto de muñeca de Jason, que acababa de guardarse algo en el bolsillo.
—¿Qué es eso?
—¿Me equivoco al pensar que es de Eris? —dijo él al tiempo que le mostraba el objeto.
Mahiya se acercó un poco para examinar el grueso anillo de oro con incrustaciones de tanzanita, muy consciente de la penetrante mirada del jefe del espionaje.
—Sí —solo los siglos de práctica evitaron que se le rompiera la voz bajo la presión inexorable del silencio—. No era uno de sus favoritos, así que es muy posible que se lo dejara olvidado aquí.
Jason se lo puso en la mano.
—No quiero que me acusen de robarlo.
Mahiya sintió que se le ruborizaban las mejillas ante aquellas palabras sutiles y letales.
—Mis disculpas. No pretendía insinuar nada semejante.
Lo que había pretendido insinuar era que él le ocultaba algo. Y eso no podía permitirlo.
«Mírala, Eris. Tiene los ojos de tu padre. Unos ojos únicos».
Neha había pronunciado aquellas palabras en un venenoso murmullo cierta vez que Eris la había enfurecido, alrededor de un siglo atrás. En aquel momento Mahiya ya era muy consciente de que esa era la única razón por la que seguía con vida. Sin embargo, ahora Eris no era más que un cadáver al que no podrían torturar con el serrado filo de la presencia de su hija ilegítima, y Nivriti yacía muerta en alguna tumba olvidada, con la carne convertida en polvo y los huesos blanqueados por el paso del tiempo.
Ahora la única que sufría con el mero hecho de ver a Mahiya… era Neha.
Y la princesa debía evitar que la arcángel recordara ese hecho durante el mayor tiempo posible. Estaba a punto de escapar de la fortaleza. A punto. Pero «a punto» no bastaba cuando una arcángel la odiaba desde hacía tres siglos, con un resentimiento que era como una llama cáustica empapada en veneno. Lo único para lo que le servía a Neha ahora era para mantener vigilado a Jason. En el instante en que fracasara en esa tarea, se uniría a su madre bajo tierra y los gusanos se darían un festín con su carne.
Jason no respondió a su disculpa y empezó a subir la escalera que conducía a la puerta principal. No aminoró el paso para esperarla, y Mahiya casi tuvo que correr para alcanzarlo, hasta el punto de que los impecables pliegues del sari ondeaban por delante de ella. Sin aliento, se preguntó si Jason pretendía humillarla delante de los guardias. Si así era, tendría que esperar sentado, porque los guardias la habían visto en situaciones mucho más humillantes.
El chasquido de un látigo.
Fuego en la espalda y un líquido pegajoso deslizándose por su carne hendida.
Jason se detuvo de pronto ante las puertas aún cerradas, y su voz hizo pedazos el recuerdo del castigo que Mahiya había sufrido en el patio interior de Neha, donde el jefe de la guardia empuñaba el látigo.
—¿Mi habitación? —dijo con una voz tan pura que Mahiya se preguntó, y no por primera vez, si aquel hombre cantaba alguna vez.
—Está en el palacio que hay al otro lado del patio.
Había tenido que frenar en seco, y logró evitar a duras penas que su ala rozara las plumas negras del espía.
Ninguna mujer se atrevería a tocar a Jason sin una invitación previa.
En ese momento el jefe del espionaje estiró el brazo, abrió la puerta y esperó a que ella saliera. Cortesía, se dijo Mahiya. Antes le había dado la espalda, así que estaba claro que la había descartado como posible amenaza, pero la princesa era demasiado práctica para sentirse ofendida. Si Jason quería hacerle daño, no podría hacer nada para impedírselo. En la fortaleza había centenares de guerreros, tanto ángeles como vampiros, pero lo único que ella sabía sobre tácticas ofensivas o defensivas era lo que había aprendido observando a escondidas sus sesiones de entrenamiento.
Había intentado imitar sus movimientos más tarde, en la intimidad de su dormitorio o escondida en las montañas, pero nadie, ni siquiera una mujer resuelta a protegerse de la mejor manera posible, podía aprender lo suficiente para convertirse en una guerrera experimentada únicamente mirando. Sin embargo, puesto que cuando alguien la ayudaba lo pagaba caro, no le había pedido ayuda a nadie.
Su primera amistad como adulta, alrededor de unos doscientos años antes, había llegado a su fin cuando al ángel en cuestión le habían cortado los brazos y las alas por una supuesta ofensa que no guardaba relación alguna con semejante castigo. Mahiya nunca olvidaría la sangre que se había derramado sobre los adoquines del patio de los soldados, oscureciendo el granito hasta dejarlo prácticamente negro, mientras los gritos de su amigo resonaban en las paredes de los barracones que lo rodeaban.
Había aprendido bien de esa lección brutal, y jamás había vuelto a intentar establecer vínculos con nadie de la fortaleza, hasta tal punto que muchos la creían una criatura orgullosa. Pero mejor eso que oír gritos como los que había dado ese joven ángel aquel día, aunque ya hacía mucho tiempo que se había curado.
«Nadie ve jamás llegar a Jason. Nadie».
Esas palabras que había oído de pasada reverberaron en su mente cuando llegaron al patio, mientras el espía hablaba con los dos ángeles de la puerta. Un instante después, Jason regresó a su lado. Mientras avanzaban hacia el palacio de la ladera de la montaña, Mahiya contempló sus alas esperando ver algún brillo plateado bajo la pálida luz de la luna, como los que aparecían en los filamentos negros de sus propias plumas, pero en la espalda de Jason la oscuridad era completa. De no haber sabido que era un ángel, habría pensado que el jefe de espías era un vampiro.
Parpadeó y, a pesar de que era una grosería, lo miró fijamente.
—¿Cómo lo hacéis?
Él no le pidió que le explicara qué quería decir con aquello.
—Es un don natural que he perfeccionado con el tiempo.
Consciente de que aquel depredador fascinante, siniestro y atractivo era mucho más letal que ningún otro al que se hubiera enfrentado (a excepción de Neha), Mahiya subió los escalones de la entrada del palacio en el que Jason se alojaría durante su estancia. Aunque no tenía muchos guardias, solo un estúpido creería que no estaba bajo vigilancia constante.
Cuando atravesó las puertas y se dio la vuelta para darle la bienvenida a Jason, el ángel de alas negras se detuvo.
—Tú vives aquí.
—Sí.
Mahiya vivía allí desde que regresó del colegio del Refugio, pero no lo consideraba un hogar y nunca lo haría.
«Pronto —se prometió—, pronto tendré un hogar donde estaré a salvo, lejos de las punzadas del odio de Neha y de la sombra de un padre que no conocía el significado de la palabra fidelidad».
Jason la siguió por la escalera hasta la extensa habitación con vistas al patio. Era la misma habitación que Mahiya había compartido una vez con Arav, cuando creía que él la amaba. En su desesperada búsqueda de felicidad, no había querido ver la verdad hasta que esta la abofeteó.
«Has sido un entretenimiento de lo más ameno —una palmadita despectiva en la mejilla ante su expresión perpleja—. Un entretenimiento delicioso. Pero Neha ha aprobado mi proposición territorial, así que mucho me temo que debo regresar a mis tierras y dejar de disfrutar de tus placeres».
Aquella chica joven e ingenua había desaparecido mucho tiempo atrás, pero Mahiya se negaba a permitir que el veneno del odio de Neha la infectara. Era consciente de que Arav la había utilizado de aquella manera porque este sabía que su dolor complacería a la arcángel. Eso era una mancha en el honor de Arav, pero no en el de Mahiya. Ella amaría de nuevo, y amaría con todo su corazón para vivir una vida llena de esperanzas y alegría.
—¿Necesitaréis alguna cosa? —le preguntó al jefe del espionaje, que, según le decía su instinto femenino, era mucho más peligroso para ella de lo que lo había sido Arav.
—No.
Mahiya se retiró, cerró las puertas de madera y se dirigió a toda prisa a su habitación, situada justo al lado de la de Jason. No obstante, sabía que sería demasiado tarde. Y lo fue. Cuando abrió las puertas del balcón que compartían, el jefe de los espías de Rafael se había desvanecido en la luz grisácea del crepúsculo, el primer augurio del final de la noche.
Deslizándose en los vientos fríos que precedían al alba, Jason aterrizó con facilidad en una de las murallas del parapetado Fuerte Custodio. Estaba situado por encima de Fuerte Arcángel, y se consideraba una extensión de este, el lugar donde residía un número considerable de los guardias angelicales de Neha. Visto desde aquellas sólidas murallas, Fuerte Arcángel parecía una gran dama durmiente, aunque las luces diseminadas que se apreciaban en las ventanas le decían que aquel sitio nunca cerraba del todo los ojos. Como debía ser. La Torre de Nueva York tampoco dormía nunca.
En aquel momento vio aterrizar a un ángel en el fuerte inferior. Por la forma en que se detuvo, con dos simples batidas de alas, Jason supuso que se trataba de uno de los guardias. Estos no solo eran ángeles. Neha tenía una buena cantidad de vampiros situados en diferentes puestos, así que no tenía prejuicios en ese sentido que pudieran considerarse un punto débil.
Si la arcángel había tenido puntos débiles, esos habían sido Anoushka y Eris.
Buscó en su bolsillo y sacó el pequeño objeto que había mantenido oculto cuando le entregó el grueso anillo de oro a Mahiya. Había cogido también el anillo masculino con ese propósito, aunque lo cierto era que no esperaba que ella captara el movimiento. Una cosa más que añadir al creciente archivo mental sobre aquella princesa que lo observaba con unos ojos demasiado astutos para ser una mujer que había pasado toda su existencia adulta encerrada entre los suntuosos muros de palacio. En esos momentos utilizó su extraordinaria visión nocturna para examinar el objeto que había encontrado y que no había devuelto.