Capítulo 11

Pánico total y absoluto.

—¿Quién ha iniciado ese rumor? —dijo en un susurro colérico mientras miraba a su alrededor en busca de alguien que pudiera haberlo oído—. Neha me ejecutará si llega a enterarse. Dios, lo más probable es que me torture primero, que me mantenga viva durante años.

Jason no dijo nada. Se limitó a observar cómo se volvía hacia Mahiya con los colmillos al descubierto.

—Dímelo o haré que te azoten de nuevo.

—Si estuviera en tu lugar, Komal —dijo Mahiya en un frío tono de advertencia—, me olvidaría de causar problemas y permanecería lejos de la vista de cualquiera de ahora en adelante.

La vampira, más pálida aún, se dio la vuelta y echó a correr mientras su largo vestido ceñido se deslizaba por la piedra gris utilizada en esa parte de la fortaleza. Jason la dejó marchar, seguro de que no era, ni sabía quién podía ser, la amante ilícita de Eris. Dejando a un lado su reacción aterrada y su naturaleza mezquina, Komal no era lo bastante inteligente para haber tramado semejante intriga. Si se hubiera jactado ante alguien, la habrían atrapado hacía mucho tiempo.

—¿Por qué te azotaron? —preguntó a la mujer que estaba a su lado, mucho más compleja e inteligente.

Los pasos de Mahiya no vacilaron.

—¿En cuál de las ocasiones?

Jason se clavó las uñas en las palmas.

—La última vez.

—Fui irrespetuosa con uno de los cortesanos de mayor rango.

—¿Y él merecía respeto?

Sin extrañarse ante la pregunta de aquel hombre que no seguía ninguna de las reglas aceptadas de comportamiento y que la enfurecía tanto que la hacía olvidar quién era hasta un punto peligroso, Mahiya dijo:

—No —no tenía sentido mentirle ahora.

—En ese caso los latigazos merecieron la pena.

Le provocaba una sensación extraña verse liberada de la necesidad de ocultar sus verdaderos pensamientos. Como si estuviera ebria.

—No —dijo, aún lo bastante furiosa para estallar—, porque después de la paliza, cuando yo aún estaba débil, él recibió lo que quería —Mahiya se había visto obligada a postrarse a sus pies y a suplicarle perdón por haberlo ofendido. Tan solo su terca negativa a convertirse en alguien parecido a Neha había impedido que se sumiera en la amargura y en el odio que la habían invadido aquel día—. Aprendí a elegir mis batallas.

Los ojos de Jason, tan oscuros como el chocolate más delicioso, intenso y decadente, la miraron durante un momento interminable. Después el espía inclinó la cabeza.

—Siempre y cuando sigas luchando…

La furia recorrió las venas de Mahiya una vez más.

—Sí, mi señor —dijo, ya que fue la única respuesta civilizada que se le ocurrió.

Jason se quedó inmóvil un instante, y eso le recordó a Mahiya que estaba provocando a un hombre tan letal que era capaz de mirar a los ojos a una arcángel sin inmutarse.

—Te pido disculpas —dijo él—. No estoy al tanto de las batallas que has librado ni de las elecciones que has tenido que hacer para sobrevivir.

Ningún hombre se había disculpado con ella, y que lo hiciera aquel en particular la dejó tan desconcertada que no fue capaz de mediar palabra. Un instante después Jason se dio la vuelta y comenzó a avanzar por los senderos de la fortaleza, guiándola en lugar de permitir que ella lo hiciera. Mahiya sabía que él había oído más que ella, que había visto más que ella, pero caminó a su lado.

Era una criatura fascinante.

Peligroso, impredecible y aterradoramente inteligente. Una amenaza. Y, aun así, deseaba deslizar el dedo por su filo, aunque eso la hiciera sangrar. Quería danzar lo más cerca posible de su llama, aunque con eso corriera el riesgo de abrasarse.

Contempló sus alas negras como la noche y el deseo de acariciarlas le produjo un cosquilleo en los dedos, como si haber admitido para sí lo mucho que la atraía hubiese abierto una puerta que ni siquiera sabía que estaba cerrada. Salvo que…

De pronto dejó de verlo, aunque sabía que él seguía a su lado.

Entró en estado de alerta máxima al percatarse de que los guardias ni siquiera reparaban en la presencia de Jason, a pesar de que todos la saludaban a ella con una breve inclinación de cabeza. Observó al espía con tanta concentración que empezó a notar un dolor sordo por detrás de los ojos, y al final consiguió distinguir su silueta. Pero, un instante después, cuando se adentró en una sombra creada por las flores que trepaban por una pared alta, Jason volvió a desaparecer.

Sin pensarlo, Mahiya estiró el brazo y rozó con los dedos el borde de su ala. Notó las plumas cálidas y suaves bajo la yema de los dedos.

Jason se quedó inmóvil, con todos los músculos tensos.

Ruborizada, Mahiya bajó la mano al comprender que su comportamiento había sido inaceptable.

—Lo siento… pero no podía verte.

—Se me da muy bien pasar desapercibido —su voz no mostraba el desagrado que ella esperaba después de presenciar la mirada de advertencia que le había dirigido a Komal cuando la vampira intentó tocarlo—. Tengo centenares de años de práctica.

Mahiya no lo creyó ni por un instante, pero no hacía falta ser un genio para comprender que el jefe del espionaje no le contaría sus secretos.

—Me disculpo de nuevo —aún sentía un cosquilleo en los dedos tras el efímero contacto—. No tenía derecho a hacerlo.

—En realidad, sí —replicó él, para su sorpresa. Bajo la luz del sol, su tatuaje también resultaba una tentación táctil—. Te he hecho un juramento de sangre. La piel y las plumas son mucho más superficiales que la sangre.

—Jamás me aprovecharía del voto de esa manera.

Mahiya apretó los dedos hasta formar un puño a fin de resistir la tentación de hacer algo aún peor y deslizar los dedos por aquellos hermosos dibujos faciales. Luego clavó la mirada al frente y siguió andando. Le ardía la piel y, un instante después, la sentía helada. Le dio un vuelco el corazón… y de pronto se dio cuenta de que, a pesar de la intensa fascinación que le provocaba el jefe del espionaje de Rafael, también le infundía temor.

Jason, con su voz serena y sus ojos vigilantes, era mucho más peligroso para ella de lo que nunca lo había sido Neha. Él la escuchaba cuando hablaba, y ya había descubierto cosas sobre ella que nadie más sabía. Un hombre así no utilizaría la fuerza física para someterla, ni las mentiras para engatusarla. Había llegado a conocerla tan bien que haría que la propia Mahiya iniciara su caída.

Demasiado tarde, la princesa se dio cuenta de que se dirigían a una zona del complejo en la que Neha no le permitiría entrar bajo ninguna circunstancia, y empezaron a sudarle las manos.

—No podemos seguir avanzando en esta dirección.

—¿Por qué?

—Esta zona es para uso privado de Neha, y no está permitido entrar a menos que ella dé su permiso.

—Muy bien.

Después de acceder tan rápida y sospechosamente, Jason extendió las alas y realizó un despegue vertical tan rápido que Mahiya renunció a toda esperanza de alcanzarlo.

Atractivo… y letal.

Era una verdad que no podía permitirse olvidar, por más intensa que fuera la tentación de probar su filo. Había demasiado en juego. Su propia vida, su existencia. Jason era un sueño que tendría que reservar para otra vida… y primero tenía que salir de aquella sin morir en el intento.

Una vez que lo perdió de vista entre las algodonosas nubes blancas que cuajaban el cielo, clavó la mirada en el sendero de piedras rojas que conducía al palacete al que había prohibido la entrada al espía. Neha estaba recluida en Fuerte Custodio y no regresaría hasta la mañana. Jason la había dejado sola. No dispondría de una oportunidad mejor.

Con un escalofrío provocado por el sudor que le cubría la espalda, dio un paso hacia delante.

Ninguno de los guardias intentó detenerla, ya que Neha la llamaba a menudo cuando deseaba encargarle alguna tarea. Sin embargo, Mahiya solo había llegado a entrar en las habitaciones de la parte delantera. Ese día aprovechó el hecho de que los guardias no podían entrar y siguió el pasillo hasta la sala que había en el centro del palacio, una sala en la que percibía cosas que hacían que sus instintos se pusieran en alerta y la instaran a huir de allí cuanto antes.

Logró mantener a raya ese impulso primario. Aquella no era la primera vez que se adentraba en la zona prohibida. La última lo había hecho en mitad de la noche, mientras Neha se encontraba dentro de la habitación central. Había tenido que echarle mucho valor y voluntad, ya que sentía el corazón en la garganta y apenas podía respirar. Lo que había visto aquella noche era perturbador, pero el descubrimiento no le había bastado para completar su plan.

Al menos en esos momentos las suaves paredes de mármol no estaban llenas de hielo, su aliento no originaba nubes de vapor en el aire y no le dolían los huesos a causa del frío extremo. Rozando el mármol con los dedos, avanzó rápida y silenciosamente por el último pasillo hasta que vio la puerta de la habitación. La vez anterior estaba tan cubierta por el hielo que no se veía la manilla.

Ahora, el pomo de oro brillaba. Mahiya estuvo a punto de agarrarlo, pero vaciló en el último instante. Aquello era demasiado fácil. Obligándose a tener paciencia, se escondió en un pequeño recodo mientras consideraba la situación desde todas las perspectivas. Para descubrir lo que tramaba Neha tendría que entrar en esa habitación, pero hacerlo podría suponer su muerte. Neha era una arcángel, y poseía habilidades tanto públicas como secretas.

La más pública era su capacidad de controlar y manipular a los reptiles de todo tipo, como la serpiente dorada que estaba enrollada alrededor del pomo. Mahiya notó el martilleo de su corazón contra las costillas mientras la criatura sacaba la lengua roja, y comprendió que había tomado por un adorno lo que era en realidad un ser vivo.

Un ser vivo muy venenoso.

Porque una de las habilidades más secretas de Neha era su capacidad para crear glándulas venenosas en especies que no lo eran. Tocar ese pomo significaría sufrir un mordisco que la dejaría paralizada e indefensa durante horas.

Sin embargo, estaba convencida de que aquella no era la única medida de seguridad, porque si bien Neha era muy antigua, no le hacía ascos a la tecnología moderna. Ahora que pensaba con propiedad en lugar de dejarse llevar por las prisas, Mahiya se dio cuenta de que aunque la puerta estuviese abierta, la arcángel habría instalado una alarma silenciosa que la alertaría de cualquier entrada no permitida.

Una vez dentro, ¿el intruso se encontraría con una estancia desocupada… o rodeada de centenares de serpientes furiosas por haber sido molestadas?

Oyó un ruido mínimo, un susurro.

Paralizada, Mahiya deseó que quien fuera (¿quizá una doncella?) hubiera entrado solo a buscar algo en las habitaciones delanteras.

—De modo que… —dijo una voz serena y familiar desde la parte izquierda del recoveco—… intentas desenterrar los secretos de Neha…

Un estallido de terror inundó su torrente sanguíneo, y Mahiya salió a la luz para enfrentarse a Jason.

—He venido a buscar algo que me dejé olvidado —dijo, y luego se fijó en sus manos vacías—. No lo he encontrado.

Los ojos casi negros del espía la miraron sin parpadear.

—Se te dan muy bien las mentiras, pero a mí se me da mejor todavía detectarlas —concentró la atención en la puerta cerrada protegida por la serpiente y la observó durante varios segundos antes de darse la vuelta para empezar a alejarse—. Tenemos que hablar en privado —añadió.

No era una invitación.

A Mahiya le habría encantado no acatar esa orden, pero si Jason le mencionaba aquello a Neha, estaría muerta y ya no importaría nada más. La frustración, el miedo y la furia formaban un brebaje cáustico en sus venas, pero lo siguió hacia la luz. Parpadeó para acostumbrarse a la claridad… y descubrió que él ya no estaba a su lado.

—Neha no necesita saber que he estado allí dentro —le dijo Jason varios minutos después, cuando volvió a reunirse con ella en una zona más pública.

—¿Cómo has conseguido entrar? —mientras se lo preguntaba, recordó a todos los guardias que, sencillamente, no lo veían.

La única respuesta de Jason fue echarles un vistazo a sus alas.

—¿Podrías hacer otro despegue vertical?

—Sí —era lenta, no débil—. ¿Adónde vamos?

—Sígueme.

Tras elevarse hacia el cielo, Jason mantuvo la posición hasta que Mahiya se unió a él y luego dejó atrás la cuidad. Sobrevolaron pueblos donde los niños, emocionados, corrían y los saludaban con la mano, donde había montones de obras de alfarería azul listas para ser decoradas, y donde el ganado soñoliento dormitaba en las escasas zonas de pastos verdes, situadas cerca de un arroyo casi oculto por la hierba alta.

«Echaré de menos esto», pensó Mahiya.

Esa idea le llenó el corazón de pesar. Aquella tierra de desiertos, colores y oasis ocultos era lo único que conocía. No se imaginaba viviendo en un lugar sin dunas de arena, sin el lento balanceo de los camellos, tan familiar como el de los regios elefantes. Allí se trataba a los animales con afecto y cuidado, siguiendo las normas que Neha había implantado tiempo atrás, y muchos vagaban por el territorio, como la manada de camellos que vio abajo, con el cuello agachado para pastar.

Una solitaria pastora, con una falda larga amarilla y una túnica hasta la cadera del mismo color, levantó la vista y alzó la mano a modo de saludo. Mahiya se lo devolvió, asombrada una vez más por las variadas facetas de Neha, en muchas ocasiones violentamente contradictorias. Era una reina y podía ser cruel, pero su gente también la amaba por su generosidad y su ecuanimidad, y los ángeles de su corte eran bienvenidos allí adonde iban.

Si Mahiya decidiera bajar al pueblo, sería recibida con calidez. Le ofrecerían un té caliente y alguna delicia recién salida del horno. El pueblo tenía miedo, por supuesto, pero no estaba aterrorizado; tan solo eran conscientes de que los inmortales eran seres más fuertes y peligrosos, de que lo mejor era vivir en paz con ellos, servirlos cuando fuera preciso y no rebelarse.

Sin embargo, Jason no se dirigía a uno de esos pueblos, sino a un pequeño campo desértico. Aterrizó bajo las ramas de un árbol cuyas raíces profundizaban lo bastante para permitirle florecer a pesar de la escasez de lluvia y mostrar unas hojas verdes hermosas y delicadas. Jason plegó las alas y observó cómo descendía Mahiya. La princesa se sintió torpe al comparar su descenso con el silencioso aterrizaje del espía: sus alas hacían demasiado ruido, sus pies parecían demasiado pesados.

—Ahora —dijo Jason en cuanto ella se estabilizó— hablaremos.

El desolado paisaje que tenía delante, un erial estéril, era su hogar de todas formas, y eso le dio coraje.

—¿Qué quieres saber?

Jason miró a Mahiya a los ojos y percibió una férrea determinación. No era una mujer a la que pudiera quebrantar con facilidad… y él no era un hombre de los que quebrantaban a las mujeres. Sin embargo, había otras formas de conseguir lo que quería, y no tenía tiempo para jueguecitos.

—Ambos sabemos que soy yo quien tiene las riendas aquí.

—Me hiciste un juramento de sangre —señaló ella, aunque su piel se había vuelto más pálida bajo las delicadas sombras del árbol junto al que se encontraban—. No puedes hacerme daño.

—Recuerda las palabras que pronunciamos —dijo él, aplastando la reacción primaria que le había provocado la negativa de la princesa a ceder—. Mi deber consiste solo en encontrar al asesino de Eris y en proteger los intereses de tu familia, y eso es lo que hago. Y parece que tú tienes intención de cometer traición.

Ella tensó la mandíbula.

—¿Qué vas a contarle a Neha?

—Eso depende de si llegamos o no a un acuerdo.

Siempre y cuando completara su tarea y descubriera la identidad del asesino, no tenía obligación de informar a Neha de sus descubrimientos.

Mahiya apretó los dientes y lo fulminó con la mirada.

—¿Y cuál es tu precio, mi señor?

Las dos últimas palabras bien podrían haber sido un insulto.

—Háblame de esa habitación —dijo antes de bajar la mirada hasta sus labios apretados por la ira—, sobre lo que ocurre dentro.

—No lo sé —aseguró ella entre dientes—. Nunca he conseguido entrar.

Decía la verdad, pensó Jason mientras contemplaba aquel rostro que resultaba increíblemente expresivo si uno se tomaba la molestia de prestar atención a los sutiles movimientos que delataban todos y cada uno de sus pensamientos. Y Jason se la había tomado.

—Pero has visto algo.

Tras agitar las alas en un gesto de intranquilidad, Mahiya dejó escapar un largo y trémulo suspiro.

—Hielo. Recubría las paredes, y también la puerta. Se me helaba el aliento, y noté que mi sangre también empezaba a congelarse —se estremeció—. Mis venas… sobresalían en la piel, y cuando las presioné, las noté duras.

Los ángeles estaban hechos para volar y por tanto no notaban el frío del mismo modo que los mortales. Lo que describía Mahiya era un frío tan terrible que resultaba imposible en aquella región en particular. Sin embargo, hasta donde sabía, las habilidades de Neha no incluían la capacidad de manipular los elementos.

—¿Neha estaba sola en la habitación?

Hubo una mínima vacilación.