Capítulo 40
Nivriti no dejaba de murmurar, y su voz era una alegre melodía.
—Creyó que me atormentaba al contarme cuánto sufrías, pero afirmar que mi preciosa hija estaba viva era el mayor regalo que podía hacerme.
Cubrió el rostro de Mahiya con las manos y se apartó para besarle la frente.
—Luché por seguir con vida y mantener la cordura, incluso mientras mis alas se pudrían y mi memoria amenazaba con hacerse añicos. Por ti. Nunca te olvidé.
—Tampoco yo —susurró Mahiya, porque sin importar lo que se hubiera dicho sobre su madre a lo largo de los siglos, ya fuera bueno o malo, jamás la había olvidado—. No tienes por qué entrar en guerra con Neha.
La expresión de su madre cambió y toda la suavidad desapareció.
—Sí, tengo que hacerlo. De lo contrario jamás me dejará en paz. Mi queridísima hermana debe comprobar que ya me han crecido los colmillos —esbozó una sonrisa que Mahiya no supo interpretar—. Resulta extraño lo que crece en la oscuridad, incluso mientras otras cosas se pudren —tras ese enigmático comentario, señaló a Jason con un gesto de la cabeza—. Te dejo al cargo de ella.
Jason permaneció impasible, como un oscuro centinela.
—Yo no os sirvo ni a ti ni a Neha.
La respuesta de Nivriti a ese comentario sobre la lealtad no fue la furia, sino una carcajada de puro deleite.
—Entiendo por qué te atrae —le dijo a Mahiya—. Pero recuerda que no es más que un hombre y que los hombres no son dignos de confianza —sus ojos brillaron como diamantes cuando desplegó las alas—. Te veré muy pronto, hija mía.
Mahiya elevó la vista hacia el cielo mientras su madre despegaba con una elegancia impecable. Su cuerpo no mostraba signos de cautiverio.
—Mi madre lleva años en libertad —dijo finalmente—. Sus alas habrán tardado al menos un año en regenerarse.
—Tal vez —el tono de Jason tenía un matiz extraño.
—¿Qué has visto que yo he pasado por alto?
Cegada como estaba por las emociones, Mahiya sabía que no podía confiar en su propio juicio.
Pero ¿en el de Jason? Siempre.
—Nivriti está demasiado segura de sí misma para ser un ángel a punto de entrar en guerra contra un miembro del Grupo —echó una mirada a la fortaleza siguiendo al ejército de Nivriti—. Y vuela con demasiada fuerza y habilidad para ser alguien que se ha pasado siglos encerrada bajo tierra.
—¿Cómo supieron los que la rescataron dónde se encontraba? —preguntó Mahiya muy despacio, sin molestarse en bajar la voz. Las tropas movilizadas de Custodio hacían un ruido atronador.
—No todas las lealtades son lo que parecen —la fresca brisa nocturna le apartó los mechones sueltos de la cara—. Si Nivriti fuera lista, habría metido al menos a uno de los suyos en el círculo interno de la corte cuando esta se formó.
Y ni siquiera los arcángeles, pensó Mahiya mientras entrelazaba los dedos con los de él, podían permitirse confiar en la persona equivocada.
Jason le apretó la mano.
—Mira.
Mahiya siguió su mirada y vio que un ángel se elevaba para sobrevolar Fuerte Arcángel. A juzgar por el brillo letal que envolvía su silueta, se trataba de Neha. La princesa volvió la cabeza hacia la derecha, esperando que su madre estuviera protegida entre la multitud de guerreros, pero no era así. Volaba al frente de sus tropas.
Neha empezó a volar hacia Nivriti y esta hacia Neha mientras el ejército de la arcángel se aglutinaba sobre la fortaleza. Aquel ejército era un insulto, un simple escuadrón. Las hermanas se detuvieron sobre la ciudad, y Mahiya supo que el pueblo llano debía de estar mirando los cielos con una mezcla de admiración y miedo. Porque cuando un arcángel resplandecía, la gente moría.
Neha y Nivriti se habían detenido a una distancia suficiente para poder hablar sin que sus alas se tocaran. Mahiya habría dado cualquier cosa por estar allí en ese momento, por saber qué tenían que decirse. Pero, fuera lo que fuese, le pareció que su madre echaba la cabeza hacia atrás para soltar una carcajada antes de inclinarse en una reverencia tan falsa que hasta ella pudo darse cuenta desde la distancia.
El resplandor de Neha se hizo más intenso… y Nivriti bajó el brazo que había levantado sobre su cabeza. Sus tropas volaron hacia el fuerte mientras el ejército de Neha volaba a su encuentro. Ambos grupos evitaron a las mujeres que había en el centro del caos. Neha y Nivriti seguían flotando la una frente a la otra mientras los aceros chocaban y las ballestas desgarraban las alas, sumidas en una batalla de voluntades que Mahiya no entendía.
Matar no solo a tu hermana, sino a tu melliza… es algo que no me cabe en la cabeza, Jason.
Son estúpidas. Un resumen brutal. No entienden que jamás debería malgastarse un regalo así.
De pronto Mahiya lo comprendió todo, y esa comprensión entonó una melodía nocturna, agonizante y melancólica que le llegó al alma. Neha y Nivriti habían nacido como dos mitades de un todo. Si hubieran seguido juntas como amigas leales con el paso de los siglos, Neha habría sido una arcángel con el más fiable de los aliados a su lado. Y Nivriti habría sido la mano derecha de una arcángel, el puesto más elevado cuando uno no formaba parte del Grupo. Además, ambas habrían contado con alguien de plena confianza en cualquier ámbito. Esa confianza podría haber evitado que cometieran los errores que habían cometido y haberles dado una vida mucho más feliz.
Sin embargo, habían desperdiciado ese regalo. Habían permitido que el orgullo y la soberbia las separaran. Ahora Neha era una mujer sin consorte y sin hija, a punto de matar a su hermana; y Nivriti, una mujer tan consumida por la rabia que prefería arriesgarse a no volver a ver a su hija que renunciar a su venganza.
El resplandor que envolvía a Neha adquirió un tono incandescente.
—Fuego de ángel —susurró, refiriéndose a la fuerza letal que podía matar incluso a un arcángel.
Jason negó con la cabeza.
—Neha no es capaz de generar fuego de ángel, pero sí algo que resulta igual de letal para los demás miembros del Grupo.
Mientras hablaba, un ramalazo verde salió disparado de la mano de la arcángel, algo perverso y tan rápido como las serpientes que siempre acudían a su llamada.
Nivriti plegó las alas y se dejó caer casi en el mismo instante en que el golpe abandonó la mano de Neha, en un movimiento tan veloz que Mahiya no pudo seguirlo con la mirada.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó, aunque no tenía claro si se refería a lo que había hecho Neha o al movimiento de Nivriti.
—El Grupo lo denomina el «látigo venenoso» —respondió Jason —un simple roce con la piel libera una toxina mortal en el organismo. Al igual que ocurre con el fuego de ángel, un arcángel puede soportar cierto número de impactos, pero un ángel normal moriría en cuestión de segundos. Un impacto certero del látigo en el corazón o en la cabeza significa la muerte, incluso para los arcángeles —los ojos de Jason siguieron a ambas mujeres cuando Neha descargó el látigo una vez más y Nivriti lo esquivó a una velocidad sobrenatural—. ¿Tu madre también tenía algún poder sobre las serpientes?
—No, sobre los pájaros.
Mahiya apretó los dedos cuando el látigo venenoso pasó a escasos centímetros del rostro de Nivriti.
De repente el cielo se llenó de fuego. Con las alas dañadas, los ángeles gritaban y se desplomaban sobre los tejados de la ciudad, pero Jason sabía que, aunque sus cuerpos estuvieran fracturados y quemados, la mayoría sobreviviría. Siempre que la cabeza permaneciera unida al cuerpo y las llamas se extinguieran antes de llegar a los órganos internos, los restos carbonizados seguirían respirando, sufriendo.
—La nueva habilidad de Neha —susurró Mahiya.
El fuego se apagó con tanta rapidez como había estallado, pero las tropas de Nivriti habían sido diezmadas. Sin embargo, ella había sido lo bastante veloz para esquivar el caldero de llamas. En ese momento hizo algo con las manos y una red de un color verde idéntico al del látigo venenoso de Neha atrapó a la arcángel, con alas y todo.
Neha cayó.
Justo cuando parecía que se estrellaría contra la ciudad en llamas, se liberó de las ataduras y frenó su descenso, pero Nivriti no le dio tregua y siguió enredándola con la pegajosa red verde. A Mahiya le pareció oír los gritos rabiosos de Neha mientras la arcángel rompía la red antes de recurrir al látigo venenoso una vez más.
Nivriti se apartó, pero esta vez no fue lo bastante rápida y la ponzoña rozó una de sus alas. Sin embargo, a diferencia del efecto que el veneno tenía en los ángeles ordinarios, no enfermó ni cayó al suelo. Todo lo contrario: ascendió más alto en el cielo.
Neha la siguió, con las alas envueltas en el resplandor de su poder y las manos cubiertas de verde. Nivriti se volvió y dejó caer una red de filamentos verdes que envolvió a la arcángel. Neha, atrapada, cayó de nuevo, pero esa vez el verde se tornó blanco y se fracturó como si fuera cristal.
Hielo.
Se trataba de una de las nuevas habilidades de Neha. Pero, al igual que el fuego, parecía limitada, ya que la arcángel no intentó congelar a su oponente en pleno vuelo.
—Jason —dijo Mahiya inclinándose hacia él, cubierta por sus alas protectoras—. Mi madre ya debería estar muerta, ¿verdad?
—Sí.
Sin embargo, Nivriti seguía esquivando a Neha.
Y un instante después hizo algo más que eso. Lanzó de nuevo la red pegajosa hacia Neha. La arcángel, segura de que podía neutralizarla, no se molestó en esquivarla. No obstante, en esa ocasión los filamentos verdes se volvieron incandescentes, y Neha emitió tal grito de agonía que todos los luchadores que había en el cielo se quedaron paralizados.
Mahiya alargó la mano, aunque no supo hacia quién. Le parecía horrible que se mataran la una a la otra. Porque Neha, con el cuerpo en llamas, había roto la trampa en el último segundo… y Nivriti estaba tan cerca que no pudo evitar el embate del látigo venenoso.
No fue un golpe directo, pero causó daños.
Mahiya reprimió un gemido de agonía, pero Neha no disparó una segunda estocada mortal. Su vuelo parecía irregular.
—Está malherida.
Imposible. Neha era una arcángel, y aun así…
El fuego llenó el cielo una vez más y se derramó sobre la ciudad, intensificando los incendios. Su madre, que tenía un ala tocada, respondió lanzando de nuevo las pegajosas hebras verdes, que no llegaron a rozar a Neha y se desplomaron sobre esa misma ciudad. Los gritos se alzaron desde el suelo, espeluznantes y angustiados, mientras la urbe adquiría el resplandor anaranjado de las llamas.
Mahiya estaba horrorizada, y la salvaje necesidad de hacer algo le atenazaba la garganta. El recuerdo del hijo inocente de la fabricante de juguetes inundaba su mente. Justo cuando estaba a punto de hablar, Jason extendió las alas.
—Debo detener esto.
—Sí.
Neha y Nivriti seguirían adelante y devastarían la ciudad, ya que estaban demasiado enfurecidas y rabiosas para rendirse. Aunque estaban heridas, seguían siendo letales.
Puesto que no sabía cómo ni por qué su madre era capaz de hacer daño a una arcángel, apretó la mano de Jason.
—Debemos detener eso, los dos. Por el momento, este es todavía mi pueblo, y no permitiré que perezca bajo las llamas.
Se había preparado para discutir, pero Jason le rozó la barbilla en una caricia inesperada y fugaz antes de asentir con la cabeza.
—Las tropas de Neha están tan mal como las de tu madre. Verla herida las ha desmoralizado.
—Ahora vuelvo a tener valor como rehén —Mahiya asintió—. No me apartaré de tu lado.
La aterraba que Jason saliera herido por intentar protegerla pero, al igual que él aceptaba su necesidad de participar en aquello, ella entendía que un hombre como él jamás permitiría que su mujer corriera hacia el peligro sola y desprotegida.
¿Mahiya?
Esa ternura de nuevo, algo que ella nunca había escuchado en su voz física.
¿Sí?
Procura que no te hieran.
Fue una orden seguida por un fuerte beso que la dejó sin aliento. Decidida a cumplir con su parte, Mahiya cogió la ballesta y un paquete de diez flechas de reserva que se colgó del brazo.
Varias décadas antes había hurtado una vieja ballesta a la guardia pensando que, a diferencia de lo que ocurría con las espadas o los combates cuerpo a cuerpo, podría aprender por sí sola cómo utilizarla. En los años posteriores se había visto obligada a robar repuestos, pero su plan había funcionado. Había conseguido salir a hurtadillas para practicar en las montañas al menos dos veces al mes, hasta que se rompió su última ballesta unas cinco semanas atrás.
No soy ninguna experta, le dijo a Jason, pero suelo darle al blanco.
Bien. Necesitaré que vigiles mi espalda.
Con ese inesperado comentario, la guió en un vuelo rasante sobre el calor abrasador de la ciudad hasta que estuvieron situados por debajo de Neha y de Nivriti. Mahiya había dado por sentado que él volaría hasta donde ellas luchaban para intentar detener de algún modo la batalla, pero el espía sacó su espada y apuntó hacia el suelo. Un segundo después, un rayo negro recorrió sus brazos y las manos que sujetaban la empuñadura, y la princesa se dio cuenta de que estaba canalizando su oscuro poder a través de la hoja de acero.
Un reguero de sudor se deslizaba por el rostro de Jason, sus bíceps estaban rígidos… y las sombras, densas y pesadas, empezaron a unirse en las calles de la ciudad, sofocando las llamas y poniendo fin a la agonía. La gente gritó al ver el suave río negro, hasta que descubrió que envolvía a las víctimas y sofocaba las llamas antes de seguir su camino. Luego intentaron dirigirlo hacia sus hogares y negocios, pero las sombras eran conducidas por la mente de un ángel con un increíble poder y se dirigían al lugar donde más se necesitaban.
A las personas. A los animales. A los edificios en los que había seres vivos atrapados.
Cuando un combatiente con intenciones claramente hostiles voló como una flecha hacia Jason, Mahiya no vaciló ni se molestó en preguntarse a qué ejército pertenecía. Levantó la ballesta y le clavó una flecha en el ala. El ángel realizó una espiral descendente que terminó cuando se estrelló contra un tejado carbonizado. Mahiya se encogió por dentro, pero colocó una segunda flecha en el arma y, cuando el siguiente agresor se acercó a ellos, apuntó y disparó.
Quizá no fuera una guerrera, pero no permitiría que nadie hiciera daño a Jason.
Acababa de despachar al segundo ángel antes de que este pudiera disparar su propia ballesta cuando Jason se estremeció y levantó la espada.
—Los peores incendios ya están sofocados —dijo con voz ronca.
Mahiya tenía un nudo en la garganta. Estaba maravillada por su fuerza, por el modo en que la había utilizado para salvar y no para hacer daño.
—Les has dado una oportunidad para luchar.
Podía ver cómo los camiones de bomberos derramaban agua sobre los edificios que seguían en llamas, a la gente que corría hacia el lago para crear cadenas de cubos.
El rostro de Jason estaba agotado cuando se volvió hacia ella.
—Sigue disparando a todo el que se acerque y espera mi señal —le ordenó, y luego voló hacia lo alto para situarse entre las dos mujeres que peleaban.
Puesto que confiaba en sus habilidades como guerrero, Mahiya no protestó.
Ten cuidado, por favor.
Bastaría un solo roce del látigo venenoso o de la corrosiva red verde de su madre para precipitar a Jason hacia la muerte, pero el espía ni siquiera vaciló cuando los ataques de las hermanas pasaron a escasos centímetros de sus alas. Nivriti se recuperó lo suficiente para lanzar otra red a Neha, pero le flaquearon las fuerzas y los filamentos pegajosos avanzaron en dirección a Jason. El espía los desvió con un torrente de fuego negro que parecía una extensión de su espada.
Ahora, princesa, le dijo, y el título sonó como un apodo cariñoso. Por el momento han agotado su energía.