Capítulo 15
Jason no vio motivos para no complacerla, ya que ambos sabían lo mismo.
—Quizá alguien podría haber entrado mediante sobornos, pero los dos sabemos que solo una persona podría haber salido cubierta de sangre del palacio de Eris sin que los guardias la detuvieran.
Unos guardias que habían asegurado no recordar nada fuera de lo normal la noche del asesinato, y a los que Neha no había ejecutado a pesar de que no habían impedido la muerte de su consorte.
Mahiya cogió un dulce hecho de azúcar, leche especiada con clavo y láminas de almendra, y se lo comió con aire pensativo.
—Sí —dijo a la postre en un tono ronco y a la vez suave como la seda—, eso fue lo primero que pensé.
—¿Y has cambiado de opinión?
—¿Por qué entonces…? Tu presencia aquí no tiene sentido.
Sí, pensó Jason, ¿por qué lo había invitado Neha a resolver un crimen que ella misma había cometido y por el que nadie le pediría cuentas jamás? Era un misterio mucho mayor que el motivo del asesinato de Eris. Había sido la locura o una arrogancia fatal lo que había llevado al ángel a pensar que su esposa no descubriría su romance con Audrey. O quizá Eris buscara su muerte después de trescientos años de encarcelamiento.
Jason descartó esa idea tan pronto como se le ocurrió. Eris era demasiado egocéntrico, demasiado narcisista para considerar siquiera la idea de suicidarse, sobre todo de una manera tan enrevesada que lo dejaba privado de su orgullo y de su belleza.
La porcelana emitió un tintineo cuando Mahiya dejó la taza sobre el platillo.
—Neha quiere que te rebeles contra Rafael. Quizá esa sea la razón.
—No —Neha lo había conocido poco después de su llegada al Refugio—. Seguro que sabe que jamás serviría a una mujer capaz de hacerle algo así a la persona a quien decía amar.
La mirada de Mahiya se volvió penetrante, como si hubiera oído la historia que daba pie a ese comentario.
—Y es demasiado orgullosa para mentir diciendo que rompiste el voto de sangre para poder ejecutarte. Así que estamos sin respuestas —se inclinó hacia delante y llenó hasta arriba la taza de Jason—. ¿Qué vas a hacer?
Jason consideró los hechos, tanto en su conjunto como por separado. Lo más importante no era el asesinato. Que Neha y Lijuan se relacionaran resultaba preocupante, pero eran vecinas y no era extraño que fueran amigas. Sin más detalles, estaba tan a oscuras como la naturaleza de sus reuniones secretas.
Además… aún no había ideado una manera de ayudar a Mahiya a conseguir su libertad.
—Todavía no puedo marcharme.
Mahiya le acercó de nuevo los aperitivos.
—¿Esperas que mienta cuando ella me pregunte lo que has descubierto?
Jason se comió dos pastas más, rellenas de una mezcla dulce de verduras especiadas.
—No escuchará la verdad de tu boca —Jason pronunció esas palabras implacables a sabiendas de que Mahiya ya había llegado a la misma conclusión—. De lo contrario la utilizaría como excusa para matarte.
Mahiya comió otro dulce con expresión tranquila.
—No necesita una excusa.
—Yo no estoy tan seguro.
Si mataba a Mahiya, Neha estaría matando a una niña a la que había ayudado a criar, y todos los ángeles honraban el vínculo que un niño tenía con sus padres o tutores. Que un tutor matara a dicho niño… infringiría un tabú tan arraigado que se había convertido en un imperativo racial.
Jason mejor que nadie comprendía que esos tabús podían romperse, pero hacerlo tenía un precio.
—Ejecutarte sin una causa, y mientras está en su sano juicio, la convertiría en una paria entre los nuestros —y Neha era una criatura social que valoraba sus conexiones con el mundo.
Mahiya se enfrentó a su mirada y le dio un sorbo al té, que a esas alturas ya estaría tibio.
—Guardaré silencio, pero tu reputación te precede. Empezará a sospechar si pasan los días sin que obtengas resultados.
Tal como resultaron las cosas, encontrar una forma de apaciguar las sospechas de Neha fue lo único de lo que Jason no tuvo que preocuparse… Porque el derramamiento de sangre no había terminado.
La sorpresa y el pesar estaban presentes en los ojos de Neha cuando se reunió con Jason junto al ajado cadáver descubierto en una azotea al otro lado del patio del Palacio de las Joyas. La débil luz del alba lo teñía todo de un suave tono dorado y le daba el aspecto de una pintura macabra. En el centro del cuadro se encontraba una vampira vestida con un pijama de seda negro. Los tirantes de la camisola habían sido desgarrados para dejar expuestos sus grandes pechos, y su piel tenía el tono grisáceo de la muerte.
Tenía las piernas retorcidas y rotas, como si hubiera caído desde una gran altura. Sin embargo, la posición de su cuerpo hacía que fuera imposible confirmar si había iniciado su descenso desde el cielo o desde alguna de las pequeñas torres con armamento antiaéreo que rodeaban el fuerte. La más cercana se encontraba a una distancia asequible, así que Jason hablaría con el soldado que estaba de guardia antes de que amaneciera, pero el instinto le decía que la víctima nunca había estado en esa torre, que había sido un ángel quien la había dejado caer.
A pesar de que sus pechos estaban expuestos, no parecía tratarse de un ataque de carácter sexual. Los daños que había sufrido la ropa eran achacables al forcejeo. A diferencia de Audrey, la cabeza de la víctima no estaba unida al cuerpo; había rodado hasta detenerse junto a una de las barandas de celosía, donde el día anterior Jason había visto a varias mujeres exquisitamente ataviadas que reían sin parar mientras contemplaban el patio inferior. Ese día lo único que oía eran los sollozos desgarradores de una mujer, y solo veía salpicaduras de sangre seca y oxidada allí donde la cabeza había rebotado y rodado después de caer.
Ella lo miraba desde el otro lado de la estancia, con sus bonitos ojos castaños cubiertos por una película blanca que no debería estar allí. El muñón de su cuello estaba cubierto de sangre seca y reposaba sobre la mesa del rincón, como si alguien lo hubiera dejado allí con ese propósito.
Sin sorprenderse ante los ecos de horror que resonaban a través del tiempo, Jason cubrió las ventanas de su memoria con las persianas que había tardado toda una vida en fabricar y siguió mirando el cadáver que tenía delante, y no aquel que había desaparecido tantos siglos atrás.
El pecho de aquella mujer estaba intacto, y aún conservaba el corazón, pero había una cosa en la que era idéntico al cadáver de Audrey. Aunque las heridas de aplastamiento causadas por la caída cubrían la mayor parte de los cardenales, Jason dedujo que la víctima había sufrido una paliza brutal antes de morir. Cuando dio la vuelta al cuerpo para verle la espalda, descubrió que le habían arrancado la columna vertebral, que yacía rota junto a la piel cubierta de sangre. Volvió a apoyar la espalda del cadáver en el suelo con delicadeza, seguro de que la vampira había permanecido consciente durante la paliza y la tortura, paralizada e indefensa como un bebé.
Rabia y violencia. La firma del asesino era inconfundible.
—¿La reconoces? —le preguntó a Neha, consciente de que ella acababa de regresar a Fuerte Arcángel tras el funeral de Eris en la cima de la montaña.
A juzgar por el cabello húmedo que se había recogido en un moño a la altura de la nuca y por la túnica azul claro combinada con pantalones blancos, cuando recibió la noticia se estaba dando el baño ritual que solía realizarse después de un funeral.
—Se llamaba Shabnam —el tono de la arcángel parecía roto por el dolor—. Era una de las damas de compañía que más tiempo llevaba a mi servicio —se agachó junto a la cabeza de la vampira, que tenía la piel destrozada, sin preocuparse por el hecho de que sus alas rozaran el mármol frío y la sangre que lo cubría. Estiró el brazo para cerrar los párpados de Shabnam y cubrir sus ojos velados por la muerte, y utilizó su poder para asegurarse de que permanecieran en esa posición—. Hace menos de una hora que he esparcido las cenizas de Eris mientras su madre sollozaba, y ahora debo informar a la gente de Shabnam de su asesinato.
Jason notó la furia que había bajo su dolor. Un nuevo enigma.
—¿Podrías contarme algo sobre ella?
—Era una mariposa —dijo Neha, que se puso en pie con movimientos lentos, como si la tristeza fuera una carga—. Un bonito adorno al que le gustaban el resplandor y los brillos. No tenía un corazón oscuro ni interés en política. La única razón por la que había llegado tan alto en mi corte era que yo disfrutaba de su inocencia —apretó los labios con fuerza—. De todas las mujeres que me sirven, era la más inofensiva.
Y, aun así, la habían matado con una terrible crueldad. Jason no era tan arrogante para creer que podía interpretar todos los estados de ánimo de Neha, pero su dolor parecía auténtico. Y aunque no le costaba trabajo imaginarse a la arcángel matando a Eris en un estallido de celos y furia, parecía poco probable que hubiera derramado sangre inocente mientras se preparaba para decir el último adiós a su consorte. Y aunque lo hubiera hecho, sumida en la agonía de la locura provocada por la culpabilidad, no tenía necesidad de fingir. Por más brutal que fuera decirlo, Neha era la dueña de Shabnam, y podía matarla cuando lo deseara.
—¿Crees que esto es obra de la misma persona que mató a Eris? —preguntó Neha. La afilada espada de la cólera creaba un leve halo de luz alrededor de sus alas.
—Quizá —Jason se incorporó junto al cadáver—. O quizá sea un intento de utilizar el asesinato de Eris para encubrir un crimen que no guarda relación alguna —seguro que Shabnam había sido una mujer deslumbrante en vida—. ¿Tenía algún amante?
—Sí. Pero Tarun se encuentra en Europa, llevando a cabo una misión para mí. No puede haber hecho esto.
Jason se propuso confirmar el paradero de Tarun. Quizá fuera una perogrullada, pero lo cierto era que las mujeres, ya fueran mortales o inmortales, casi siempre morían a manos de sus amantes. Cierto tipo de oscuridad no hacía distinciones de raza.
—¿Alguien más que pudiera guardarle rencor?
Neha se acercó a la parte de la terraza que conducía a una galería cubierta, la cual, a su vez, llevaba a una terraza inferior.
—Era una dama de compañía, Jason. Sé muy poco de su vida.
Por supuesto.
A diferencia de los Siete, las damas de compañía de Neha estaban allí para entretener, divertir y ocuparse de las comodidades de Neha, y la arcángel se olvidaba de ellas en el momento en el que desaparecían de su vista.
—¿Me das permiso para hablar con el resto de las personas que te sirven?
También se pondría en contacto con Samira para averiguar lo que esta pensaba de Shabnam y de Tarun.
—Sí —Neha extendió las alas—. Mahiya sabrá dónde encontrarlas.
Tras esas últimas palabras, alzó el vuelo desde la terraza con la elegancia, el poder… y los siglos de sangre que manchaban sus manos hasta darles el tono rojo oscuro de los rubíes.
Jason encontró a Mahiya en el patio que había debajo de la terraza.
—La mayoría de las damas de compañía están reunidas en su jardín privado —dijo ella, a pesar de que aún no le había pedido que las buscara—. No obstante, te recomiendo que hables con ellas de una en una.
—Estoy de acuerdo. Sin embargo, podría resultar útil ver cómo se comportan cuando están en grupo.
—Sígueme —giró hacia la izquierda, y su túnica verde menta se pegó a la piel—. Los rumores se extienden muy rápido en la fortaleza, que en ese sentido no es más que un pequeño pueblo —dijo respondiendo a la pregunta que Jason no había formulado—. Me he enterado del descubrimiento del cadáver de Shabnam unos cinco minutos después de que el guardia lo encontrara —se colocó el broche que sujetaba el largo pañuelo blanco sobre su hombro izquierdo y lo miró con expresión calculadora—. Él dijo que tú has llegado segundos después. Que has caído del cielo como una flecha negra.
—¿Crees que he matado a Shabnam?
Jason sabía que sería capaz de matar a cualquiera que amenazara a alguien que se encontrara bajo su protección. Pero eso, por supuesto, era una consideración teórica.
—No —era una respuesta mucho más confiada de lo que esperaba—. Sin embargo, todo el mundo se pregunta cómo lo has sabido.
Los vientos le habían susurrado un nombre, lo habían impulsado en cierta dirección, pero ese era un secreto que no podía contarle a aquella princesa que veía cosas que nadie debería ser capaz de ver… y que le hacía pensar en cosas imposibles, como un recibimiento hogareño como el que había tenido la noche anterior.
—Volaba por encima de la fortaleza y he visto al guardia huir aterrado. No era difícil descender y averiguar por qué.
Mahiya enarcó una ceja, pero guardó silencio y, un minuto después, recorrieron uno de los frescos pasadizos interiores de la fortaleza que conducía a los jardines, llenos de flores fragantes. Había cinco mujeres agrupadas en un rincón, otro tipo de flores. Cuando Mahiya hizo ademán de salir del pasaje, Jason colocó una mano en la cálida suavidad de su brazo para impedírselo. La esencia de la mujer acarició sus sentidos.
—Espera —le dijo.
—El lenguaje corporal es muy interesante, ¿no crees? —el sereno comentario de Mahiya repitió sus propios pensamientos.
El ala de la princesa rozó la suya cuando ella se inclinó para que pudiera oírla.
Jason no se apartó.
—Mucho.
La más alta de las damas, un ángel, estaba situada de espaldas a las demás. Otra, un ángel con las alas pardas de un gorrión, estaba aferrada a una esbelta vampira, presa de la desesperación típica de alguien que no sabe si sus piernas la sostendrán. Había también un ángel con ojos oscuros y una vampira de piel pálida que se enjugaban las lágrimas con lo que parecían pañuelos de encaje.
—El gorrión —murmuró Jason—. A ella le duele de verdad —el resto era puro teatro.
—Sí —mostró compasión en esa única palabra suave—. Shabnam y ella alcanzaron su posición al mismo tiempo, y en lugar de competir por la atención de Neha, se hicieron amigas y se ayudaron mutuamente a sortear los jueguecitos políticos.
—¿Y por qué debería haber jueguecitos políticos? Todas ocupan la misma posición.
Mahiya lo miró con el entrecejo fruncido.
—¿Me tomas el pelo?
A Jason jamás lo habían acusado de algo parecido, ni siquiera el insolente Illium.
—Por extraño que pueda parecerte —dijo—, nunca he tenido motivos para averiguar cuál es el funcionamiento interno de un grupo de damas de compañía.
Tenía a gente mucho más capaz en ese terreno que lo mantenía al tanto de la información necesaria.
—Una dama de compañía tiene acceso garantizado a Neha —al parecer, Mahiya había decidido aceptar su palabra, aunque el recelo de sus ojos no desapareció por completo. Y, por alguna razón, eso hizo que Jason notara un burbujeo de diversión en la sangre—. Ninguna de ellas cometería la estupidez de arriesgar su posición haciendo alguna petición, pero de vez en cuando Neha le hace un regalo especial a una dama especialmente favorecida.
Jason comprendía que incluso un pequeño favor de un arcángel podría cambiar el equilibrio de poder en una situación dada.
—¿Las damas de compañía representan a distintos grupos en la corte?
Miró a las mujeres con nuevos ojos y vio mariposas de hierro, con alas afiladas por la ambición y la avaricia.
—No solo en la corte, sino en todo el territorio.
Así pues, todas tenían a maestros titiriteros detrás, gente que movía las cuerdas y las colocaba en la posición más beneficiosa… haciendo el trabajo sucio.
—Lisbeth es la que más poder tiene ahora —señaló al ángel de ojos oscuros—. Es muy inteligente. Todas lo son.
Jason hizo un gesto afirmativo en respuesta a esa advertencia.
—Intento no subestimar jamás a un oponente, pero puede que en este caso lo haya hecho.
Al igual que las mujeres que la rodeaban, Lisbeth parecía… insustancial. Ropas de gasa que se movían con el viento y un brillante cabello castaño recogido en una complicada masa de rizos; peinetas enjoyadas entre los mechones; rasgos pintados con una delicadeza artificiosa que resaltaba su belleza de piel de ébano.
—He visto suficiente.
—¿Quieres que te organice las entrevistas con las damas? —preguntó Mahiya una vez que volvieron al pasadizo.
—No.
Se reuniría con ellas cuando no esperaran un interrogatorio. En esos momentos lo que quería era una respuesta a otra pregunta.
—Te has vuelto muy cooperativa, mucho más de lo que te exige el deber.
Mahiya esbozó una sonrisa superficial típica de la corte; una sonrisa que Jason detestó de inmediato, después de haber visto a la princesa sonreír de verdad la noche anterior, cuando admitió que lo vigilaba.
—Tú —murmuró ella— eres mi mejor baza para escapar de este infierno.
El comentario hizo que Jason se preguntara hasta dónde estaba dispuesta a llegar.