Capítulo 19

Una vez que Jason se hubo marchado, Mahiya retiró las tazas de té y las llevó a su pequeña cocina privada, donde se sirvió un vaso de agua helada.

—Santo Dios…

Jason era…

Estremecida, se pasó el cristal frío por el cuello. No obstante, a pesar del fuego sexual que ardía entre ellos y amenazaba con fundirle los huesos, la princesa no llevaba puestas unas gafas rosa que nublaran su visión y su razonamiento, y comprendía que Jason era un depredador en lo alto de la cadena alimenticia, un depredador leal a un arcángel rival. Además, era un jefe del espionaje con siglos de experiencia en las intrigas, y era posible que estuviera jugando con ella por motivos que solo él conocía.

Sin embargo… no le había hecho ninguna promesa, de modo que no podría romperla. La escuchaba. La trataba como si fuera alguien importante. Y si esa importancia radicaba solo en el hecho de que podía proporcionarle algún dato relevante, tampoco le había mentido en eso. Mahiya no se sentía insultada, ya que el espía se dedicaba al negocio de la información.

Y en cuanto a la falta de palabras de amor y de un adorable cortejo… Mahiya negó con la cabeza. Prefería estar con un hombre sincero en su deseo que con uno que la maltratara con dulces mentiras seductoras. Jason tenía más honor en un solo hueso de su cuerpo de lo que Arav llegaría a tener en toda su vida.

Subió la escalera y se retocó el maquillaje antes de colocarse una lágrima plateada en la frente, entre las cejas.

—Sí —le susurró a su reflejo—. La respuesta es sí.

En ese momento oyó que llamaban a a la puerta, como si él la hubiera oído. Mahiya se puso unas sandalias planas y, tras respirar hondo, salió del dormitorio y atravesó el salón para abrir la puerta. Jason había cubierto su fuerte figura masculina con un traje negro impecable conjuntado con una camisa gris.

—Estás magnífico —hermoso, con el pelo recogido en una coleta que ella sintió la necesidad de deshacer—. Neha se sentirá complacida —la expresión de Jason no cambió, pero ella supo que…—. Te importa un comino lo que piense Neha.

—Ni mucho menos —replicó el espía, que dejó que ella bajara la escalera por delante de él.

Mahiya sintió un cosquilleo en la nuca, pero no de alerta, sino por la certeza de que Jason estaba observando los movimientos de su cuerpo. Eso la dejó sin aliento, y sintió que se le tensaba la piel.

—Nunca se debe enfurecer a un arcángel —añadió él—, pero, a pesar de que lo exige, a Neha nunca le ha gustado el servilismo.

Mahiya negó con la cabeza mientras salían del palacio.

—Tu opinión viene respaldada por tu fuerza —y estaba convencida de que el espía poseía esa fuerza desde que era muy joven—. Puedes permitirte despertar su ira porque ella te ve, si no como un igual, sí como alguien lo bastante intrigante para no matarlo de inmediato. No sabes qué es el miedo.

—No siempre fui el hombre que soy ahora —dijo Jason, que abrió una puerta en el interior de su mente y dejó que una fría sombra se derramara sobre su alma.

Ella lo miraba desde el otro lado de la estancia, con sus bonitos ojos castaños cubiertos por una película blanca que no debería estar allí. El muñón de su cuello estaba cubierto de sangre seca y reposaba sobre la mesa del rincón, como si alguien lo hubiera dejado allí con ese propósito.

Jason no gritó. Sabía que nunca debía gritar. En lugar de eso, observó el trozo de carne que había bloqueado la trampilla. Estaba envuelto en seda de color amatista.

Amatista. Así era como llamaba siempre su madre a su color favorito. Amatista.

Él había tardado mucho tiempo en pronunciarlo bien, y ella siempre reía con deleite cuando utilizaba esa palabra, con su cabello negro bailando bajo la luz del sol.

—Jason —un rostro suave, femenino y cálido iluminado por las lámparas del sendero. Un rostro que mostraba preocupación en todos sus rasgos—. Por un momento te has ausentado. ¿Dónde estabas?

Brillante arena blanca bajo sus pies, muy caliente. El viento mecía las palmeras, haciendo que un cocotero chocara contra la arena con un ruido sordo. Las gaviotas cotilleaban en la arena mojada, dejando huellas de tres dedos que el mar borraba con el siguiente embate de las olas.

¡Jason! Entra y cómete el almuerzo antes de que se enfríe.

—En un lugar que ya no existe —dijo en un tono amable antes de coger la mano que ella le había colocado en el pecho para ponérsela en el brazo, donde no lo estorbaría si tenía que sacar la espada—. En cuanto a Arav —dijo, aprovechando que aún estaban a solas—, no te preocupes por él.

—Es muy fuerte —la preocupación de sus ojos se hizo más intensa—. No lo subestimes.

—Sé muy bien lo fuerte que es —aunque no habían llegado a conocerse, era uno de los generales de Neha y Jason se había preocupado por saber cosas de él. Pese a su arrogancia y presunción, aquel ángel no era rival para él—. Es como un pavo real que extiende la cola y chilla con fuerza para que no te des cuenta de lo débil que es su cuerpo.

Una risa apagada, una muestra de deleite casi musical.

—Me parece que compararlo con un gallo sería una analogía más apropiada —susurró ella—. Un gallo que se pavonea y picotea a todos los que se cruzan en su camino —apartó la mano de su brazo y bajó la voz todavía más, ya que se habían adentrado en los pasillos llenos de sirvientes y cortesanos—. No es más que el primero. Muchos llegarán con la esperanza de ocupar el lugar de Eris, o al menos el lugar que habría disfrutado de no haber sido por su incapacidad para controlar la lujuria.

Jason vio las miradas especulativas que ambos atraían, pero no intentó ampliar la distancia que los separaba, ni evitar el roce ocasional de las alas de Mahiya, que era una caricia bienvenida.

—¿Alguna vez has considerado a Eris como tu verdadero padre?

—No después de darme cuenta de que me quería muerta —esbozó una sonrisa falsa en beneficio de aquellos que los observaban, pero la mujer que le había hablado con picardía había desaparecido, barrida por las olas de los recuerdos y de la crueldad de la vida real—. Era una niña. Me partió el corazón descubrir que el hombre apuesto a quien Neha me llevaba a visitar todas las semanas odiaba verme. Entonces no entendía que ella me utilizaba como arma.

Jason siempre se había dedicado a buscar información, hasta tal punto que ya formaba parte de su naturaleza, pero esa noche deseó haberse quedado callado para que los ojos de Mahiya rieran un poco más.

—¿Tú te llevas bien con tu padre? —preguntó ella, alborotando las páginas de su propia memoria.

«Mira, hijo, tienes que utilizar la cuerda para impulsarlo hacia delante. ¿Lo ves?»

—Me llevaba bien —antes de que su padre fuera engullido de dentro a fuera por una enfermedad tan lenta e insidiosa que nadie se había percatado de lo peligrosos que eran los demonios que lo atormentaban—. Está muerto.

—Lo siento —dijo Mahiya rozándole el antebrazo con los dedos durante un instante, pero Jason notó la caricia en lo más hondo de su ser.

—Fue hace mucho tiempo —había aprendido a vivir con los fantasmas—. Háblame de Anoushka —dijo, cerrando la puerta a los recuerdos—. De su relación con Eris.

—Creo que se llevaban mejor cuando ella era joven —dijo Mahiya muy despacio. Su aroma era una sutil mezcla de flores exóticas y una especia vibrante que lo fascinaba—. Pero cuando yo la conocí, Anoushka lo despreciaba, lo consideraba un hombre débil y sin carácter. Sin embargo, nunca la oí decírselo a Neha.

No, pensó Jason, Anoushka era demasiado inteligente para enfadar a su madre de esa manera.

—Ya hemos llegado —señaló la princesa al tiempo que se detenía frente al Palacio de las Joyas.

La pared exterior estaba iluminada por lo que parecían un millar de velas situadas en nichos y soportes especiales, y cada llama era reflejada por los diamantes incrustados en los muros, de tal forma que todo el palacio parecía en llamas. Una increíble obra de arte.

—Es algo asombroso —dijo Jason con absoluta sinceridad. No era de extrañar que Neha prefiriera ese lugar a otros palacios más grandes y suntuosos.

—Sí —asintió Mahiya con voz suave—. De niña me fascinaba.

Jason notó algo, un matiz especial en su tono. Sin embargo, no tuvo tiempo de averiguar qué era, porque los guardias ya los habían visto. Los vampiros abrieron las puertas y se inclinaron en una profunda reverencia cuando pasaron. Puesto que la Torre de Rafael funcionaba de manera muy diferente, Jason no estaba acostumbrado a tanto servilismo, pero ya no era el joven sin educación que llegó al Refugio siguiendo a otros ángeles.

Su padre había elegido a propósito una isla lejos de las autopistas celestes y, por tanto, rara vez veía pasar a ángeles por allí cuando se quedó solo. Había intentado llamar su atención, pero por entonces era demasiado pequeño y débil para alcanzarlos antes de que desaparecieran. Así que había sobrevivido, se había fortalecido… y después de un tiempo, había dejado de intentar alertar a otros de su existencia. Se limitó a esperar… hasta que supo que era lo bastante fuerte para volar día y noche sin flaquear, ya que no habría islas en las que pudiera descansar.

Entretanto, había vivido en silencio.

«Es una lástima que el chico sea mudo. Los instrumentos que crea muestran tal virtuosismo que cualquiera diría que aprendió junto al propio Yaviel».

Jason nunca había sido mudo. Solo necesitaba recordar cómo se hablaba, y lo había conseguido observando y escuchando. Esas capacidades le irían muy bien aquella noche.

Frente a él había una estancia iluminada por la luz de las velas, con una mesa de madera color miel, tan pulida que brillaba como el ámbar, y unas sillas a juego con cojines granate, todo acomodado sobre una alfombra. El vibrante mobiliario suponía un marcado contraste con los colores pálidos que habían elegido los invitados y el tono apagado de las conversaciones. Por lo visto, nadie estaba dispuesto todavía a bailar sobre la tumba de Eris.

Salvo quizá un hombre al que Jason identificó como Arav, a juzgar por su forma de acomodarse junto a Neha. Hacía las veces de acompañante elegante y encantador mientras la arcángel se comportaba como una agradable anfitriona. Jason sabía que Neha ocultaba una enorme tristeza bajo aquella fachada, pero era sincera en su amabilidad con los invitados.

Nunca he estado en una corte tan elegante como la de Neha —Dmitri se pasó entre los dedos uno de los tres puñales que había llevado consigo del territorio de la arcángel—. Esa mujer sabe muy bien cómo agasajar a los invitados.

Le arrojó la daga a Jason, y este se la devolvió.

Pero también es capaz de ejecutar a esos mismos invitados mientras el resto de la corte duerme —añadió Veneno entretanto.

El comentario de Veneno era tan acertado como el de Dmitri: Neha no era una caricatura en dos dimensiones. Ningún arcángel lo era, y el que creyera otra cosa se llevaría una desagradable sorpresa. Jason no estaba tan ciego. Puede que algunos mortales quisieran ver cierta divinidad en los arcángeles, pero él sabía lo que eran en realidad: criaturas con violentos poderes que habían contado con miles de años para agudizar todas sus habilidades letales.

Justo en ese momento, la Reina de las Serpientes y de los Venenos se volvió y lo miró a los ojos.

Jason inclinó la cabeza, pero no se acercó a ella, y la arcángel le devolvió el saludo antes de centrar su atención en el invitado que tenía delante.

—El vampiro que viene hacia aquí es Rhys —le dijo Mahiya en voz baja después de aquel silencioso intercambio—, uno de los asesores en los que más confía Neha.

—Lo conocí en el Refugio.

Sin embargo, Jason no conocía a ninguno de los presentes tan bien como Mahiya, y pensaba preguntarle su opinión cuando todo aquello acabara.

—Jason —Rhys lo saludó educadamente con un gesto de cabeza antes de volverse hacia Mahiya—. Esta noche estáis adorable, princesa.

La respuesta de Mahiya fue lo bastante cálida para que Jason se diera cuenta de que a la joven Rhys le caía bien.

—Gracias, señor. ¿Brigitte está bien?

—Sí, desde luego, aunque ya la conocéis —una sonrisa cómplice—. Me temo que mi amada no es una criatura de la corte —le dijo a Jason—. Sin embargo, es tan buena en su trabajo como criptógrafa que Neha le perdona esa excentricidad.

—Conozco su trabajo —todos en el mundillo de Jason conocían su nombre—. Incluso he intentado lograr que cambiara de bando un par de veces.

El hombre se echó a reír y lo miró con ojos brillantes.

—Ah, debo admitir que eso ya lo sabía. Se sintió muy halagada, pero nosotros somos leales.

Aunque el espía que había en él no estaba de acuerdo, el Jason que formaba parte de los Siete comprendía la decisión.

—Ahora es Neha quien pretende tentarte —señaló Rhys en un tono amable, pero el brillo calculador de sus ojos dejaba claro que consideraba a Jason una grave amenaza para la seguridad de la fortaleza.

Jason no dijo nada, ya que a menudo el silencio era un arma más eficaz que las palabras. En vez de eso, dirigió la atención de Rhys hacia otra amenaza.

—La fortaleza da cobijo a un visitante que quiere convertirse en consorte, según parece.

Rhys no se volvió para mirar a Arav.

—Siempre hay pretendientes.

El tono duro de su voz reveló al encarnizado general que se ocultaba tras la máscara de cortesía. Un momento después, el hombre se excusó y fue a hablar con una dama de la raza angelical, otra de las asesoras principales de Neha.

—Háblame de él —le dijo a Mahiya.

—Acabo de darme cuenta de lo mucho que te gusta dar órdenes —murmuró ella en un tono glacial.

Jason consideró sus palabras mientras observaba el desarrollo de las intrigas entre las personas que se hallaban en la sala.

—No eres mi igual —dijo a modo de prueba.

Mahiya apretó y aflojó la mano que el espía podía ver.

—Tengo la información que necesitas sobre la gente que está aquí —la sonrisa que le dedicó era una creación femenina de tal complejidad que Jason supo que solo comprendía la mitad de lo que veía—. Por el momento, al menos —añadió con una fugaz mirada sombría—, soy yo quien lleva las riendas.

Jason no tenía un punto de referencia para saber cómo debía comportarse con una mujer que no era su amante y que, sin embargo, lo conocía mejor que ninguna de las amantes que había tenido. Ese tipo de intimidad, pensó, estaba basada en concesiones mutuas y en un equilibrio constante.

Baila conmigo.

Estoy preparando el desayuno. ¡Yavi!

Su padre rodeó con los brazos la cintura de su madre y la hizo girar por la cocina. Las alas de ambos levantaron un remolino de aire que le apartó el pelo de la cara mientras jugaba en el suelo con sus bloques de madera.

¡Bájame! —una orden risueña—. ¡Yavi! Se van a quemar las tortitas.

Su padre la echó hacia atrás entre sus brazos y reclamó un beso.

Pídemelo por favor —dijo con una sonrisa.

—Háblame sobre él… por favor —le dijo a aquella mujer con la que nunca había bailado, pero que a pesar de todo contaba con su lealtad.

Tras dirigirle otra mirada impenetrable, Mahiya volvió el rostro hacia el frente, y Jason supo que se había perdido algo: un instante, una emoción que se filtraba entre las grietas, agua entre sus dedos… del mismo modo que la cabeza decapitada de su madre se le había escurrido una vez de las manos para caer al suelo.

«Lo siento, mamá».

—Podría decirse que, sobre todo, Rhys es lo que parece —la voz de Mahiya interrumpió el ruido sordo que lo había atormentado desde entonces—. Lleva al lado de Neha unos seis siglos, y no es una persona ambiciosa… salvo cuando alguien se atreve a amenazar su posición al lado de la arcángel.

»Puesto que Eris solo era su consorte de nombre, no suponía una amenaza —añadió ella justo en el instante en que Jason pensaba eso mismo—. Rhys sabía que cuando había que discutir sobre política y guerra, sobre poder y estrategia, Neha siempre acudía en busca de su consejo. Arav, sin embargo, es un general muy capaz, y ha guiado las tropas de Neha en la batalla. Además, se le da tan bien la política angelical como a Rhys.

El ángel levantó la vista en ese preciso instante, al igual que Neha. En esa ocasión la arcángel se acercó a Jason.

—Nunca te había visto vestido así —señaló con patente aprobación—. Los Siete de Rafael vestís muy bien, incluso ese bárbaro general suyo.

—Le diré a Galen que cuenta con tu aprobación —dijo Jason, consciente de que al maestro de armas le importaba un comino lo que las mujeres pensaran de él. Todas salvo una.

Neha miró a Mahiya.

—No has saludado a Arav —señaló en un tono gélido.