Capítulo 4

Después de unas catorce horas de intenso vuelo, Jason aprovechó las nubes nocturnas para rodear la magnífica fortaleza de piedra y mármol situada en una elevada cordillera. Se conocía como Fuerte Arcángel, ya que era allí donde Neha había establecido su hogar. Bañadas por la luz de la luna llena, que aún no había empezado a languidecer a pesar de que solo faltaban unas horas para el alba, las murallas defensivas mostraban un hechizante tono plateado, muy diferente del color dorado que adquirían bajo los rayos del sol.

Un poco antes, tras esconder su pequeña bolsa de viaje con la intención de recuperarla más tarde, Jason había volado hacia el oscuro espejo de un lago que había a los pies de la fortaleza y había realizado un barrido sobre la ciudad dormida que había más allá. Desde abajo, la fortaleza parecía un espejismo, una fantasía; un trono perfecto para la arcángel que reinaba en aquellas tierras.

Extendió las alas de ébano, que absorbían la luz de la luna igual que la del sol, y aterrizó silenciosamente, como un fantasma invisible, en las sombras proyectadas por una de las grandes puertas que protegían el fuerte; una puerta lo bastante grande para que toda una unidad de caballería pareciera diminuta. Cada puerta quedaba oculta de la anterior y de la siguiente gracias a los ángulos salientes sobre los que se había construido la fortaleza, que interrumpían la línea de visión e impedían caminos directos en los que coger velocidad para derribar la siguiente puerta con un ariete. Era una magnífica medida defensiva contra un ataque a caballo.

Los enemigos alados requerían medidas adicionales, entre las que se incluían escuadrones de ángeles en el cielo y vampiros armados con arsenal tierra-aire en los baluartes. Ninguno de ellos había visto a Jason. Pero eso no quería decir que fueran unos ineptos: había muy pocos guardias capaces de ver a un hombre que había sido diseñado para fundirse con la noche. Jason estaba casi convencido de que también había logrado evitar la detección de los sistemas satélite, ya que su habilidad para convertirse en una sombra invisible afectaba a hombres y a máquinas por igual.

En lugar de atravesar la puerta, la observó, inmóvil y en silencio, hasta que pudo predecir la ruta de vigilancia y los turnos de los vampiros de guardia. Luego, aprovechando un efímero punto ciego, alzó el vuelo y pasó sobre la puerta para aterrizar junto a los jardines de formas geométricas que había en el patio del tercer nivel.

La fuente situada en la parte central resplandecía bajo la luz de la luna que iluminaba el patio. Por lo que sabía, el palacio privado de Neha se encontraba a la izquierda del lugar donde había aterrizado, y sus murallas de mármol tenían incrustaciones de gemas semipreciosas que creaban antiguos motivos pictóricos. Sin embargo, no era esa su característica más asombrosa: también había miles de diamantes incrustados en las paredes, inmersos en el dibujo, de modo que el palacio parecía tan duro como la misma piedra preciosa… y brillaba con un corazón fiero que admiraba a jóvenes y a ancianos por igual.

«De todos los edificios que he visto en mi vida, es el Hira Mahal el que me deja sin aliento».

Esas palabras procedían de Titus, y el arcángel guerrero no era un hombre dado a la poesía. Jason entendía esa sensación, ya que el Hira Mahal, también conocido como el Palacio de Diamante o el Palacio de las Joyas, era una obra de arte única. En esos momentos Jason abandonó su posición agachada y sincronizó una vez más sus movimientos para evitar a los guardias. Un instante después alcanzó la reluciente puerta del palacio sin ser visto.

El guarda que la abrió en respuesta a su llamada ahogó una exclamación de sorpresa e intentó coger un arma.

—Deduzco que es el jefe del espionaje —dijo una voz femenina desde el interior en el dialecto principal de aquella región—. Pasa, Jason.

Sin dejar de vigilar al guardia, Jason se adentró en el reluciente espejismo del palacio de la Reina de los Venenos y de las Serpientes. A diferencia de cuando había hablado con Rafael, Neha era en aquellos momentos la viva imagen de la elegancia. Estaba sentada en su trono, y en lugar de llevar el color blanco del luto, su sari era de seda verde. Ella, al igual que el resto de la sala, resplandecía bajo la luz de las velas reflejada en la interminable cascada de gemas talladas.

—Lady Neha —dijo al tiempo que se inclinaba en una respetuosa reverencia que dejó claro que no era un adulador ni lo sería jamás. Illium le había enseñado ese gesto, y resultaba muy útil en las raras ocasiones en las que debía aparecer en público frente a alguno de los miembros del Grupo.

—Me sorprendes.

Una vez finalizados los saludos, Jason afrontó los penetrantes ojos castaños de la arcángel, muy consciente de la presencia de la delgada serpiente esmeralda que llevaba en el brazo, como un brazalete vivo.

—¿Esperabas a un bárbaro? —preguntó él en el mismo dialecto, ya que hacía mucho tiempo que había aprendido los idiomas principales del mundo, incluidas las variaciones que se usaban en los territorios de los miembros del Grupo. Los secretos, después de todo, no tenían un único lenguaje.

Los labios de Neha, pintados de un tono rojo apagado, se curvaron en una sonrisa.

—Das esa impresión.

Neha se levantó del trono de mármol negro, profusamente grabado y con incrustaciones de oro, y bajó los tres escalones que la separaban del suelo, cubierto por una alfombra de seda tejida a mano del color de los zafiros bajo la luz del sol.

Al ver que Jason no le ofrecía el brazo, la arcángel alzó una ceja en un gesto imperioso.

—Necesito tener ambos brazos libres para luchar.

La carcajada de Neha fue delicada… aunque con un matiz estridente.

—Cuánta sinceridad… Aunque eso no es más que una mentira inteligente, ¿verdad? Un jefe del espionaje nunca revela nada.

Jason no abrió la boca, ya que no tenía el menor interés en participar en ese juego en particular.

—Ven —dijo ella con una sonrisa resplandeciente que mostraba el aprecio de una inmortal que muy rara vez perdía una batalla de ingenio y que solo había jugado su primera carta—, es hora de que conozcas a aquella a quien jurarás tu lealtad con sangre. Todo está listo para la ceremonia.

Jason expuso su única condición mientras caminaban. Para su sorpresa, Neha no solo estuvo de acuerdo con la estipulación de la duración del juramento, sino que también la agradeció.

—Eres una criatura demasiado peligrosa para Mahiya —había una oscuridad indescifrable en la voz de la arcángel—. La pobre niña moriría de miedo si no supiera que pronto se verá libre de las cadenas que la atan a ti —no prestó atención a un enorme búho que volaba silencioso como un fantasma al otro lado de la galería abierta por la que caminaban—. Mahiya sería incapaz de soportar una carga semejante durante mucho tiempo.

Una vez más, Jason guardó silencio. La princesa nunca le había parecido débil, pero solo la había visto en contadas ocasiones y durante muy poco tiempo, ya que ella carecía de poder en la corte y no era foco de intrigas, y por tanto tenía muy poco interés para un jefe del espionaje. No obstante, sabía que todo aquello podía ser una inteligente argucia, y que Mahiya podría resultar una espada bien oculta. No parecía lógico cargar a un frágil «adorno» con la responsabilidad de vigilar los movimientos de un espía enemigo de alto rango.

Sin embargo, tal vez Mahiya hubiera sido la única elección disponible, puesto que era la única descendiente directa conocida del antiguo linaje de Neha que seguía viva y sin vínculos con amantes.

Jason repasó todo lo que sabía de la princesa, pero en ningún momento dejó de prestar atención a los guardas armados y uniformados ocultos tras las aflautadas columnas de piedra roja; ni a la forma en que la iluminación moderna se había integrado para encajar a la perfección dentro de aquella construcción con siglos de antigüedad; ni a la grácil belleza de las damas de compañía que habían salido a pasear y lo saludaron con una reverencia mientras Neha lo conducía hacia el patio del cuarto nivel.

Puesto que el exquisito palacio del nivel más alto solo se utilizaba con huéspedes del calibre del Grupo, y el resto del tiempo permanecía vacío salvo por la rotación de vigilancia, aquella era sin duda la parte más inaccesible de la fortaleza, un lugar donde las murallas parecían descender sin fin. No obstante, había ciertas partes que parecían más nuevas que el resto, ya que se había remodelado el diseño original de aquel nivel apenas trescientos años antes.

En el centro del patio había un cenador cuyo techo se sostenía mediante delicadas columnas. El cenador no había sufrido cambios, pero se habían añadido alrededor distintas zonas ajardinadas que formaban una estilizada flor, en cuyos «pétalos» se habían plantado diversas especies de flores. Jason oyó la dulce música de una fuente, pero no logró localizarla… y se dio cuenta de que el agua caía en cascada desde los costados elevados del cenador y discurría después por unos estrechos canales que mantenían el jardín fresco a pesar del clima desértico reinante en aquella zona del territorio de Neha.

Aunque en su día todo el patio había estado rodeado de departamentos interconectados, en la actualidad había dos palacios separados: uno del lado que daba al abrupto terreno de las montañas y otro con vistas a la ciudad. Los dos lados restantes parecían haber formado parte de la arquitectura antigua, aunque las construcciones ahora estaban lejos de los palacios, y los departamentos ya no estaban conectados entre sí.

Toda la zona se encontraba llena de guardias.

Estos no se inclinaron al paso de Neha, ya que estaban absolutamente concentrados en su tarea. La arcángel avanzaba entre los susurros de su sari y mantenía las alas escrupulosamente apartadas del camino de piedra que conducía al cenador iluminado, cuyos costados abiertos contaban con cortinas de gasa, aunque en aquellos momentos estaban atadas a unas columnas que recordaban a vasijas alargadas. Los arcos superiores presentaban elegantes festones.

La mujer que había dentro del cenador iba ataviada con un sari que debía de ser de un rosa muy pálido, pero que parecía de color crema bajo la suave luz… como si ella sí guardara luto.

Jason ya sabía que su cara era pequeña y afilada, que tenía un cuerpo de curvas suaves y una altura que apenas le llegaría al esternón. Sus ojos castaños dorados marcaban un vívido contraste con su piel de color miel y su cabello negro, tanto que eran lo primero en lo que todo el mundo se fijaba. Tenía los ojos de un lince, o de un puma. Eris tenía los ojos azules, pero su padre poseía esos mismos iris que marcaban como ilegítima a la princesa Mahiya.

Sin embargo, nadie en el mundo tenía unas alas como las de Mahiya, de color esmeralda y azul cobalto con salpicaduras negras en un patrón similar al de la cola de un pavo real. A pesar de eso, Mahiya había conseguido de algún modo no convertirse en el centro de atención, hasta tal punto que, cuando se hablaba de las alas más asombrosas del mundo, nadie mencionaba a la princesa con unas alas que podrían rivalizar con las plumas de un ave conocida por su belleza.

Al ver que Neha se aproximaba, realizó una reverencia que dejó al descubierto la delicadeza de su nuca, ya que su cabello estaba dividido por el medio y recogido en un sencillo nudo en la parte posterior de la cabeza.

—Mi señora.

—Procura no asustarla demasiado, Jason —murmuró Neha. Los finos filamentos de color cobalto que tenía en las plumas primarias, por lo demás blancas como la nieve, insinuaban cierto parentesco sanguíneo—. Esta muchacha resulta bastante… útil, en ocasiones.

Jason inclinó la cabeza para saludar a la mujer que hacía que Neha soltara dardos envenenados por la boca, y recibió una reverencia tan elegante como la que le había dedicado a la arcángel, aunque no tan profunda. Sin embargo, Mahiya guardó silencio cuando Neha alzó un dedo y un vampiro, ataviado con el turbante y el uniforme de la guardia, salió de detrás de una columna con una bandeja recubierta de terciopelo en las manos. El tejido carmesí era la cuna de una daga ceremonial con la empuñadura cuajada de zafiros amarillos.

Por su forma de cogerla, era evidente que los largos dedos de Neha estaban muy acostumbrados a sostener hojas de acero.

—Ha llegado el momento.

La ceremonia era muy antigua, y las palabras que Neha hizo pronunciar a Mahiya y a Jason no habían cambiado en milenios. Dejando a un lado los pequeños detalles del ritual, la parte fundamental era una promesa de lealtad por parte de Jason que no ponía en peligro su voto de lealtad a Rafael, aunque lo obligaba a serle fiel a Mahiya y a sus parientes de sangre durante lo que durara su tarea.

—Acepto tu juramento —dijo Mahiya, pronunciando las palabras finales de su parte del rito—. Hasta que se conozca el nombre del traidor. Está hecho.

Neha sonrió en el absoluto silencio que se produjo después de que Mahiya aceptara el trato.

—Tu cuello, Jason.

—Creo que no —dijo él sin parpadear antes de girar el brazo para mostrarle la muñeca—. La sangre es sangre.

—¿No confías en mí? —una pregunta suave cargada de amenazas.

—No le confío mi cuello a nadie.

Era tan poderoso que probablemente sobreviviría a una decapitación, pero no quería correr el riesgo.

La cabeza cayó de sus manos ensangrentadas y aterrizó con un ruido sordo en el suelo. «Lo siento…»

Los ojos de Neha eran gélidos, así que Jason supuso que le extraería mucha más sangre de la necesaria. Sin embargo, la arcángel no le hizo más que un pequeño corte en la muñeca, justo por encima del lugar donde el pulso era más evidente. Cuando una gota de sangre apareció en su piel, Neha le ordenó a Mahiya que inclinara el cuello y le realizó un corte por encima de la zona más palpitante.

Ese era el último acto y, para muchos, la repugnante razón por la que había dejado de llevarse a cabo la ceremonia.

—Princesa Mahiya —dijo Jason, que se acercó lo bastante para apreciar la línea tensa de su mandíbula. La mujer tenía la espalda tan rígida como los tendones del cuello.

Su leve gesto de asentimiento le dio permiso para sellar el voto de sangre con el más primitivo de los actos.

Tras agachar la cabeza, Jason pasó la lengua por la gota de color rubí que temblaba sobre la piel oscura de ella y notó el cálido sabor metálico en la lengua. Retrocedió un paso y levantó la muñeca.

Mahiya la sujetó con ambas manos y se la llevó a la boca. El roce de sus labios contra la piel fue tan liviano como las alas de una mariposa.

—El voto de sangre está sellado —dijo la princesa tras levantar la cabeza. Tenía una expresión indescifrable, absolutamente falta de emociones.

A excepción de esa única muestra de desagrado mientras sellaban el voto, daba la impresión de que estuvieran en una fiesta, compartiendo bromas. El ambiente resultaba curiosamente frívolo.

Quizá lo fuera para la princesa, pero todos los instintos de Jason le decían otra cosa.

Se volvió hacia Neha sin perder de vista en ningún momento a la enigmática Mahiya.

—¿Eris?

La arcángel dio una palmada y se echó a reír.

—Vaya, ¿no tenías otra cosa que decir después de un voto de sangre? —un recordatorio de que, en cierta época muy lejana, esos votos se pronunciaban entre amantes que compartían su sangre en un beso erótico—. Eres muy frío, Jason.

Le habían dicho esas mismas palabras en muchas ocasiones, y era algo que aceptaba sin rechistar, a pesar de que en su interior ardía un caldero de fuego negro.

—Ese es el motivo por el que estoy aquí.

—Por supuesto. Vamos.

Cuando Mahiya se quedó algo rezagada para caminar detrás de él, Jason sacudió la cabeza.

—No toleraré que estés a mi espalda —no la conocía, y la posible amenaza que pudiera suponer era todavía un misterio—. Marcha delante o a mi lado.

El rostro moreno pareció asombrado durante un instante, pero la joven caminó a su lado. En sus hombros se percibía cierta tensión; sin embargo, la disimulaba con tanta sutileza que Jason no se habría percatado de ello si no hubiera estado atento a cualquier señal que apareciera tras la máscara de la mujer. Según parecía, a Mahiya tampoco le gustaba tener a nadie a la espalda. Algo raro para un «adorno» de la corte, e incluso más para una princesa que debería estar acostumbrada a la compañía de su séquito.

Neha no dijo nada más hasta que llegaron al palacio con vistas a la ciudad, cuyas puertas estaban protegidas por dos ángeles armados con espadas y pistolas.

—Lleva la investigación con el respeto que merece mi consorte.

Al comprender que la arcángel no tenía intención de acompañarlos, Jason esperó a que se marchara antes de atravesar las puertas de palacio que le abrieron los guardias. Entrecerró los ojos, receloso. El hedor de la putrefacción lo asaltó nada más entrar, y supo de inmediato que Eris seguía allí, a pesar del tiempo que había tardado en llegar a la fortaleza.

El amor que Neha sentía por Eris había sido tan intenso que jamás habría ofrecido su cuerpo violado como espectáculo, de modo que aquella era una opción lógica para preservar el escenario. Jason no había esperado tal cosa después de ver la locura que mostraban los ojos de la arcángel cuando habló con Rafael, pero debería haberlo hecho. A pesar de sus recientes pérdidas, Neha era fuerte no solo por su poder, sino también por su mente. No lo olvidaría de nuevo.

Mantuvo las alas bien pegadas a la espalda para no rozar de manera inadvertida ninguno de los objetos que había en el interior del palacio.

—¿Dónde está Eris? —preguntó.

Podría haber seguido el olor del cuerpo en descomposición sin problemas, pero necesitaba abrir una vía de comunicación con la mujer que lo acompañaba en silencio.

Mahiya era un misterio, y a Jason no le gustaban los misterios.

Tendría que resolverlo.