Capítulo 26

Rafael pensó en la conversación que acababa de mantener con Jason y decidió hacer una llamada a Caliane. En un principio su madre se había resistido a utilizar cualquier tipo de medio de comunicación moderno, pero cuando él se negó a hablar con ella a través de sus poderes, al final accedió a tener un pequeño equipo que le habían instalado Naasir e Isabel.

En esos momentos Rafael esperó mientras el ángel al cargo iba a avisar a Caliane.

—Rafael —como siempre, su madre estiró el brazo hacia la pantalla con ojos amorosos, como si quisiera tocarlo—. Hijo mío.

—Madre —la había dado por perdida durante tanto tiempo que cada vez que hablaba con ella sentía un dolor en las entrañas, una opresión en el corazón—. Quiero hacerte una pregunta.

—Primero responde tú a la mía —era la orden de una arcángel que ya tenía un eón antes de sumergirse en el Sueño—. ¿Cuándo puedo esperar la visita de mi hijo? —hizo un gesto con la mano—. Y no me refiero a través de este aparato.

—No puedo abandonar la Torre hasta que regrese algún miembro antiguo de los Siete.

—El azul, ese tan hermoso. Está claro que no es débil.

No, Illium no era débil en absoluto, pero su poder había aumentado con saltos impredecibles; tanto que no controlaba del todo su nueva fuerza.

—Madre —dijo con amabilidad, porque pensaba tratarla con el debido respeto hasta que regresara su locura, si acaso lo hacía—, soy tu hijo, pero también formo parte del Grupo. No intentes dirigir mi Torre y yo no intentaré dirigir tu ciudad.

En los ojos de Caliane apareció una dramática llama azul con un resplandor letal.

—¿Y si decidiera hacerte una visita? ¿Qué ocurriría entonces?

—Mi consorte y yo te daríamos la bienvenida.

—¿Pretendes continuar con esa relación? Podría partir en dos a esa mujer con solo chasquear los dedos.

—En ese caso tendría que matarte… Y lo haré si alguna vez llego a considerar que eres una amenaza para Elena.

Su madre era una Anciana, alguien acostumbrado a salirse con la suya y a verlo como si fuera un niño. Necesitaba recordar que el chico roto, ensangrentado y con el corazón destrozado al que había abandonado en un prado verde lejos de la civilización había desaparecido hacía mucho tiempo.

—No soy el que era.

El resplandor disminuyó, y cuando la melancolía se marcó en cada uno de los rasgos del rostro de su madre, Rafael supo que ella estaba reviviendo esos mismos recuerdos.

—Formula tu pregunta, Rafael.

Le habló de la «Cascada», y vio que Caliane lo entendía de inmediato.

—De modo que es cierto —dijo en un susurro que portaba el peso de un conocimiento incalculable—. Había empezado a notar las señales, pero esperaba equivocarme.

El cabello, de un tono que Rafael había heredado, cayó sobre sus hombros cuando ella sacudió la cabeza.

—¿Te importaría hablarme de ello?

—Es exactamente lo que la historiadora del Refugio cree que es: una confluencia de tiempo y ciertos sucesos críticos que ha desencadenado un aumento de poder en el Grupo. Algunos ganarán fuerza, mientras que otros renacerán con nuevas habilidades. No hay forma de predecir el resultado, y muchas de esas habilidades serán inestables en el mejor de los casos. En el peor, los efectos serán catastróficos.

—Quizá el Grupo sea capaz de soportar el cambio con éxito ahora que disponemos de esta información.

La expresión de Caliane se volvió vieja de repente, tan vieja que Rafael creyó que Lijuan tenía razón al decir que su madre había vivido doscientos cincuenta mil años.

—Sí, pero verás… creo que fue durante la última Cascada cuando la locura me afectó por vez primera, aunque entonces no me di cuenta, ya que era un insidioso intruso escondido en mi interior. No hay manera de protegerse contra semejante cambio.