Capítulo 9
Jason se asomó a la ventana del palacio que le serviría de residencia durante su estancia y concentró la atención en el pequeño jardín cerrado que se encontraba en la ladera de la montaña. Había tenido que cruzar la parte central de la casa para verlo, y la princesa no se había molestado en señalárselo cuando lo había conducido hasta sus aposentos. Entendía muy bien por qué.
A diferencia del patio estructurado que había a su espalda, esa zona oculta, acurrucada entre el palacio y la alta muralla defensiva que protegía la fortaleza, parecía haber sido diseñada mucho tiempo atrás como jardín de placer. Un jardín con canales de riego que habían mantenido con vida las exuberantes flores a pesar del sol del desierto, y que más tarde había sido olvidado y había crecido salvaje.
Las exquisitas baldosas de los senderos zigzagueantes que unían los distintos parterres le decían que había sido diseñado por alguien que pensaba pasar mucho tiempo allí… o que sabía que otra persona iba a pasarlo, alguien lo bastante importante para crearle un paraíso oculto.
Eris.
Su mente realizó la conexión que andaba buscando. Aquellas baldosas eran iguales que las que había visto en la escalera de entrada al palacio de Eris. De modo que quizá aquel palacio hubiera sido creado en un principio para convertirse en la prisión de Eris, y el jardín en su zona privada. Pero lo más probable era que Eris hubiera intentado aprovechar el tiempo que pasaba fuera para escapar, muy posiblemente desde ese mismo jardín, y por tanto había perdido hasta esa pequeña libertad.
Se hizo la promesa de corroborar su teoría con la mujer que paseaba por los senderos del jardín asilvestrado en esos momentos. Mahiya levantó la vista de pronto y, aunque estaba oculto entre las sombras, Jason percibió cierta tensión en la espalda femenina bajo la túnica verde que llevaba puesta.
El dobladillo de la prenda le llegaba un centímetro por encima de la rodilla, y las aberturas de los costados, que se abrían hasta la mitad del muslo, le permitían libertad de movimientos sin perder la decencia, ya que la túnica cubría unos pantalones de fino algodón que se ceñían a la parte inferior de sus piernas. El color azul oscuro de los pantalones se repetía en el grueso borde de las mangas hasta el codo y en el de la túnica.
Aunque el estilo variaba (pantalones unas veces estrechos y otras holgados; las túnicas con el cuello alto o escotadas, anchas o pegadas al cuerpo; y casi siempre con un largo pañuelo de gasa al cuello), era el atuendo que había visto montones de veces en aquellas tierras, común entre los labriegos y los sirvientes, pero también entre los cortesanos. La diferencia radicaba en los tejidos, en el corte y en la cantidad de adornos. No era raro ver a una de las mariposas de la corte vestida con prendas llenas de perlas cosidas a mano o con bordados creados con hilos de plata y oro.
Mahiya llevaba seda fina, y aunque la túnica se ajustaba a las curvas de su cuerpo, no lucía brillos ni bordados. El cuello tenía un escote ancho que mostraba una pequeña parte de sus hombros, donde su piel marrón dorada captaba el brillo del sol matinal. Su cabello, con algunos mechones rojizos brillantes, estaba peinado en una sencilla trenza suelta que le llegaba hasta la mitad de la espalda.
«Es una armadura», pensó Jason. Mahiya utilizaba la ropa formal como armadura, y él encontraría un modo de arrebatársela.
Aprovechó la ocasión y se aseguró de estar esperándola en la planta inferior cuando ella volviera a entrar en el palacio.
—¿Has desayunado ya? —preguntó, hipnotizado por la forma en que un rayo de sol iluminaba sus ojos castaños dorados, dándoles una asombrosa intensidad.
—No —la princesa no mostró sorpresa ni vacilación al verlo, como si hubiera adivinado su propósito y hubiera utilizado el tiempo transcurrido entre que Jason la vio por la ventana y se reunió con ella para colocarse la armadura emocional, en lugar de la ropa, que hacía la misma función—. No debe permitirse que los invitados coman solos… mi señor.
Palabras bonitas que no significaban nada.
—Me llamo Jason —dijo él—. Y nunca he sido un señor ni he querido serlo en ningún sentido.
Un parpadeo.
—No puedo utilizar vuestro nombre de pila.
Jason reflexionó sobre las costumbres de la tierra en la que se hallaba y las relacionó con el poco tiempo que hacía que conocía a Mahiya, con su título de princesa y con las normas tácitas de la corte de Neha. Comprendió que si ella utilizaba su nombre de pila en público rompería una barrera que llevaría a otros a pensar que la ceremonia del voto de sangre se había convertido en una relación mucho más íntima.
—En privado, entonces, llámame Jason.
Ella inclinó la cabeza y le hizo un elegante gesto con la mano antes de guiarlo hasta una estancia soleada con vistas al patio principal. La mesa de madera pulida que había allí, de un tamaño ideal para seis comensales, ya tenía el desayuno servido… en lugares situados el uno frente al otro.
—En este palacio no hay más sirvientes que aquellos que vienen de vez en cuando a limpiar —dijo ella al tiempo que cogía la elegante tetera plateada para servirle una taza una vez ocuparon sus asientos—. Sin embargo, puedo asignaros a alguien, si lo deseáis.
—No —repuso Jason, y tomó un sorbo del té dulce aderezado con leche y especias antes de volver a dejar la taza sobre la mesa para servirse un vaso de agua.
Los ojos de Mahiya se apartaron de la bandeja donde estaba sirviendo la comida.
—¿No os gusta? —antes de que Jason pudiera responder, se levantó y desapareció por una pequeña puerta. Regresó un par de minutos después con otra tetera—. Quizá este sea más de vuestro agrado.
El sabor puro del exquisito té negro llenó su boca cuando se llevó la taza a los labios. No cabía duda de que las hojas pertenecían a las plantaciones del territorio de Neha.
—Gracias.
No le pidió a Mahiya que no le sirviera, porque el hecho de que empezara a preparar una nueva bandeja, una mucho más adecuada a sus gustos, le dijo que ella había basado la decisión en sus preferencias en cuanto al té.
Una mujer inteligente con muchas facetas… que prefería fingir lo contrario.
Una vez que terminó con la bandeja de Jason, se la pasó y empezó con la suya.
—Habéis despertado temprano —le dijo con una mirada penetrante—. O no habéis dormido. ¿Os habéis dedicado a volar, quizá, hasta que ha amanecido?
—No soy mortal —los ángeles no eran inmunes a la necesidad de dormir, pero a medida que aumentaba su edad, precisaban menos horas de sueño. Jason dormía unas dos noches al mes, y eso bastaba para mantener sus fuerzas—. Sin embargo, tú necesitas dormir más de lo que has hecho últimamente.
Había delicadas zonas moradas bajo los ojos de ella, señales que no podían achacarse a una sola noche en vela.
Mahiya compuso una expresión de auténtica sorpresa antes de ocultarla tras las pestañas.
—Me he despertado al mismo tiempo que vos, mi señor.
—Jason.
—Jason.
No era una victoria, pensó Jason, ya que esa capitulación carecía de significado, al igual que el resto de las palabras bonitas que le decía. Aquella no era la mujer que le había hablado de estranguladores y se había ofrecido a registrar una estancia en busca de una aguja. En las horas que él había pasado volando durante la noche, Mahiya había alzado los escudos de la cortesía para ocultar la verdad.
—Háblame de los guardias de Eris —le dijo Jason, que decidió no utilizar la fuerza bruta para atravesar esos escudos y valerse, en cambio, de un sutil avivamiento de la naturaleza inquisitiva que ella había revelado anteriormente.
Mahiya dejó el té sobre la mesa y empezó a hablar con un tono que dejaba claro que esperaba esa pregunta, lo que significaba que también había supuesto para qué podría necesitar Jason aquella información. Según ella, había doce guardias en total, una unidad cuya única tarea era «proteger» a Eris manteniéndolo dentro del palacio.
—La unidad está compuesta por ángeles bien entrenados, no por vampiros.
Resultaba lógico tener una guardia alada para vigilar a alguien capaz de volar.
—¿Quién crees que mató a Eris?
Otra vez la expresión de sorpresa. Aunque esa vez, Mahiya no intentó disimularla, y Jason comprendió otra cosa sobre la princesa: no estaba acostumbrada a que le pidieran su opinión, y mucho menos a que la escucharan con el respeto que sin duda merecía. Nadie averiguaba más cosas que una persona a la que los demás trataban como si no existiera. Por ese motivo, muchos de los espías de Jason eran sirvientes.
Sin embargo, Mahiya no era una criada, y no la conocía lo bastante bien para saber si estaba jugando o no con él, si su «verdadero» rostro era tan falso como la fachada que mostraba. Solo había una cosa segura: la princesa Mahiya, con sus horquillas afiladas en el cabello, acababa de convertirse en una criatura aún más fascinante para el jefe del espionaje.
—No me corresponde a mí decirlo —respondió con una sonrisa, y su tono de menosprecio sonó tan natural que la mayoría lo habría aceptado sin más—. Yo no tengo tu experiencia.
Jason estaba acostumbrado a esperar horas, días o semanas, cuando era necesario, para desenterrar la verdad.
—Me gustaría ver el resto de la fortaleza —dijo, dejando que creyera que había aceptado esa deliberada falta de respuesta.
—Por supuesto.
En cuanto terminaron el desayuno, Mahiya retiró la mesa y luego lo condujo hasta el exterior.
—La fortaleza es demasiado grande para recorrerla andando. Podría darte una visión general mientras volamos, y luego…
—No, muéstrame la zona que utiliza la corte formal —repuso, ya que no pensaba convertirse en un objetivo contra el azul claro del cielo.
Neha no tenía ninguna razón para atacarlo, pero era una arcángel. Y el único miembro del Grupo en el que Jason confiaba era Rafael.
Mahiya vaciló.
—Si me concedes un momento, debo regresar a mis aposentos. Mi señora se sentirá insultada si me ve de esta guisa en la corte principal.
Al ver que Jason asentía, Mahiya supo que estaba atrapada. Tendría que dejar a solas al jefe del espionaje mientras se cambiaba, lo que le daría a este la oportunidad de desaparecer una vez más. Pero no tenía otro remedio. Neha sin duda se sentiría insultada si la veía vestida así, y llamar la atención de la arcángel sería un movimiento estúpido por su parte a esas alturas del plan. Sin importar lo mucho que le costara, debía tragarse el orgullo, morderse la lengua y agachar la cabeza. Lo que hiciera falta para sobrevivir un poco más.
Tras darle las gracias a Jason por su paciencia, subió la escalera y retiró a toda prisa la pequeña hilera de ganchos que aseguraban sus pantalones de algodón a los tobillos. Muchas de las generaciones más jóvenes de la ciudad optaban por llevar vaqueros ajustados bajo la túnica, pero Neha era una arcángel antigua y prefería que se mantuvieran las tradiciones dentro de la fortaleza.
Los botones que aseguraban las ranuras para las alas le causaron un poco de frustración cuando se negaron a retirarse, pero al final consiguió quitarlos y arrojar la túnica al suelo. Una vez hecho esto, no cogió un sari, sino otro conjunto de túnica. Estaba convencida de que Jason alzaría el vuelo en algún momento, y si bien apreciaba la elegancia que otorgaba el sari a las mujeres, no era la ropa más apropiada para volar.
Confeccionada con un suave tejido amarillo lleno de bordados de flores blancas con diminutos espejos en la parte central, la túnica era formal sin sobrepasar la etiqueta obligatoria de luto impuesta tras la muerte de Anoushka. El fino algodón blanco de los pantalones que se ceñían a sus piernas contrastaba con el color de la túnica, al igual que el largo pañuelo que se colocó al cuello y sobre el hombro, uniéndolo a la túnica con un broche de joyas prestado que pertenecía a la Tesorería de la fortaleza.
Con el pelo no tuvo problemas: se lo recogió en un moño a la altura de la nuca y lo sujetó con las afiladas horquillas de acero de alta calidad que le había comprado a un calderero ambulante sin que nadie se enterara, dándole a cambio un sari ricamente adornado. El calderero creyó que había salido ganando con el cambio, pero las horquillas habían dado a Mahiya una sensación de seguridad de valor incalculable, un recordatorio constante de que no era una criatura rota y apabullada, sino una mujer dispuesta a luchar por su derecho a vivir, a existir.
No retocó su rostro. Sus ojos ya llamaban demasiado la atención.
—Tienes unos ojos preciosos.
Puesto que todavía era una niña, Mahiya no entendió por qué esas palabras le revolvían el estómago.
—Gracias.
Una lánguida sonrisa de la arcángel que, según decían, era su tía.
—Son los ojos de tu abuelo. Según parece, es cierto que el linaje se perpetúa.
Tras desechar el recuerdo, se puso las sandalias planas. Sus dedos encajaban a la perfección bajo la franja de cuero cuajada de cristales; la correa que le rodeaba el tobillo también estaba enjoyada. Nadie podría decir jamás que Neha no le concedía todos los lujos a la niña que había «adoptado».
Menos de siete minutos después de subir la escalera, bajó a la carrera… Y encontró a Jason frente al cenador del jardín, con las manos unidas a la espalda y la vista clavada en el palacio que había sido la prisión de Eris. Se sintió tan aliviada que soltó el aire que había contenido sin darse cuenta.
Él no encajaba allí, pensó mientras se acercaba al cenador, fascinada por su increíble belleza masculina. Era demasiado indómito para la lustrosa elegancia y las pulidas reglas del reino de Neha. Desde el feroz tatuaje que le cubría el lado izquierdo de la cara, hasta el negro implacable de sus alas y la línea sencilla de su ropa (unos simples pantalones negros, una camisa del mismo color, botas negras y ninguna joya). Todo en Jason decía que era un hombre, un ángel, que se había labrado su propio camino, que se había forjado su propia senda.
Quizá ofreciera su respeto a Neha, pero jamás la adoraría como si fuera una semidiosa, pensó Mahiya mientras contemplaba la coleta que llevaba anudada en la nuca. Y fue entonces cuando se percató de que portaba una espada en una larga vaina negra situada sobre su columna vertebral, asegurada con unas correas que se confundían con el negro de la camisa.
—Neha no permite más armas que las de los guardias dentro de la corte formal.
Jason la miró a los ojos y, aunque sabía que era una ilusión, Mahiya sintió como si la desnudara hasta el alma, como si viera cosas que jamás había compartido con otro ser vivo.
—Neha —dijo él— sabe cómo trabajo.
Mahiya dudaba mucho que alguien comprendiera de verdad al jefe del espionaje, pero realizó un breve gesto de asentimiento con la cabeza y aprovechó la oportunidad para romper el perturbador contacto visual.
—¿Nos vamos?
Jason no dijo nada mientras salían del patio. Su silencio era tan penetrante que Mahiya supo que formaba parte de él, que no era algo destinado a incomodarla. Por extraño que pareciera, no se sentía incómoda en absoluto: el silencio de Jason era algo sincero, a diferencia de las mentiras que salían de la boca de muchos.
—Encontraremos a mi señora en la sala de audiencias pública.
Neha siempre estaba disponible ese día para cualquiera de su territorio que quisiera hablar con ella. Por paradójico que resultara, era una reina justa tanto con los nobles como con los granjeros.
—Es bastante temprano, así que es probable que podamos verla sin que nos molesten —añadió mientras atravesaban una elaborada puerta pintada, lo bastante grande para permitir el paso de varios elefantes juntos.
La fortaleza estaba despierta, y Mahiya saludó a varias personas con una inclinación de cabeza. Todas las mujeres estaban vestidas con colores claros, en lugar de los tonos intensos de rojo, amarillo y azul que por lo general se preferían en la región, aunque los estilos eran muy distintos. Algunas llevaban vestidos matinales, muchas de las vampiras estaban ataviadas con trajes que hablaban de negocios fuera del fuerte, y otras se habían puesto sencillos saris de trabajo. Luego estaban las que vestían el uniforme de la guardia, completado con armas. Neha no hacía discriminaciones cuando de habilidad y destreza se trataba.
Todo el mundo miró a Jason en busca de una presentación, pero Mahiya pasó por alto las demandas tácitas y siguió su camino, consciente de que no era un hombre que participaría gustoso de las intrigas de la corte. Se alegró de salir de la calle principal cuando llegaron a la sala de audiencias pública, que en realidad era un enorme cenador de piedra abierto por tres de los lados. Seis hileras de siete columnas cada una se extendían sobre el suelo para sujetar el tejado curvo y la enorme terraza que había encima.
Por lo general, Neha se dirigía a sus apelantes desde el altísimo trono que ya estaba en su lugar, pero en esos momentos se hallaba vacío. Había una puerta que conducía a la terraza, pero en lugar de pedirle al guardia vigilante que la abriera, Mahiya salió y voló hasta la parte superior, arqueando las alas para soportar la presión del despegue vertical. Jason, por supuesto, no tuvo esos problemas y aterrizó en la terraza antes que ella.
El instinto de Mahiya no se había equivocado: Neha se encontraba al borde de la terraza, donde antes había un muro de celosía que había sido retirado para permitir una visión panorámica sin impedimentos. Tenía la vista clavada en las montañas, en las colinas que habían tomado un color castaño dorado bajo el sol de la mañana, en la escasa vegetación.
—Su pira funeraria se prenderá mañana —dijo cuando Mahiya se acercó a ella—. No vestirás de blanco. Nadie vestirá de blanco.
A Mahiya no le daba ninguna pena no llevar el color del luto: Eris no había sido más padre para ella de lo que un gato lo habría sido con sus cachorros. En cuanto a las motivaciones de Neha, solo la arcángel conocía la verdad, pero Mahiya la había visto junto al cuerpo destrozado de Eris y había presenciado su angustia. Sin importar lo mucho que se empeñara en mostrarse arrogante, en hacer gala de ese orgullo que había mantenido prisionero a Eris durante trescientos años, Neha lloraba su pérdida.
—Mi señora —dijo con una compasión que no intentó disimular.
Su habilidad para percibir el dolor de otros seres vivos (en especial el de una arcángel que albergaba un resentimiento inagotable hacia ella) formaba parte de Mahiya, y aunque habría sido mucho más fácil crearse un caparazón impenetrable para no sufrir, estaba decidida a fomentar la ternura de su corazón con todas sus fuerzas.
Neha se volvió hacia Jason y descartó a Mahiya como si se tratara de un insecto.
—¿Qué has descubierto, jefe del espionaje?