Capítulo 3

«Ella lleva mi anillo».

Dmitri observó cómo se iluminaba el rostro de su esposa mientras esta reía por algo que le había susurrado su inteligente compañera Ashwini. La cazadora, dotada con un avispado ingenio y unos ojos que veían demasiado, era muy buena amiga de Honor, de modo que a Dmitri le habría caído bien incluso aunque a él no le hubiera resultado graciosa. Pero no era el caso. El juego del gato y el ratón que practicaban Janvier y ella desde hacía dos años resultaba tan inexplicable como fascinante.

Honor se volvió para mirarlo con una expresión interrogante.

—Estoy mirando a mi mujer —dijo solo para sus oídos al tiempo que le acariciaba la nuca con los dedos. Se obligó a comportarse, ya que estaban en público—. A mi bella esposa, a la que me gustaría quitarle el vestido y sentarla sobre mi regazo para poder hacer cosas perversas con su maravilloso cuerpo.

Nunca se le había dado bien lo de ser un buen chico.

Honor se estremeció.

—No deberías atormentar así a las mujeres.

Después de esbozar una sonrisa deliberadamente lenta que llenó de soñoliento ardor aquellos ojos verdes hechizantes, Dmitri se inclinó hacia delante para murmurar al oído de su esposa:

—Mi intención es atormentar a una única mujer durante el resto de la eternidad.

Notaba las palpitaciones del pulso en la garganta de Honor, y la llamada de su sangre fue como un erótico canto de sirena. Dmitri respiró hondo e inhaló su esencia, pero no pensaba apresurarse. Ese día no.

—¿Quieres que te diga lo que pienso hacerte esta noche como regalo de bodas? —le preguntó envolviéndola con el aroma del chocolate en una promesa decadente y sensual.

—No —fue una negativa risueña, y su voz ronca lo enredó con cadenas que el vampiro no pensaba romper nunca—. A menos que quieras que te diga lo que llevo puesto debajo del vestido.

Dmitri sintió como si se desperezara de placer, como si fuera un enorme felino que acabara de recibir una caricia. La risa de Honor era tan valiosa para él como la más rara de las gemas. Estaba a punto de responder cuando atisbó algo con el rabillo del ojo y se dio la vuelta para mirar a Jason, que acababa de entrar en la sala.

—Creo que Jason ha venido a despedirse —se puso en pie—. ¿Te marchas? —le preguntó en voz alta al ángel de alas negras que se había detenido junto a la mesa. ¿Qué ha ocurrido?, añadió mentalmente.

—Sí, me temo que no puedo quedarme más.

Eris ha muerto. Debo partir hacia el territorio de Neha.

Cuando Jason alzó el antebrazo, Dmitri se lo agarró al estilo de los guerreros que habían combatido juntos en la batalla.

—Te veré cuando vuelvas —Permaneceremos en contacto.

Jason le apretó el brazo con la mano antes de apartarla.

—Pásalo bien —Lo tengo bajo control, y tienes una esposa a la que no le hará ninguna gracia tener un marido adicto al trabajo.

Dmitri echó un vistazo a Honor y esbozó una pequeña sonrisa.

Mi esposa es una cazadora, y es mucho más probable que quisiera acompañarme si necesitaras un rescate. Se quedó callado un momento y luego añadió un mensaje para Neha, ya que, antes de lo ocurrido con Anoushka, la arcángel había sido una gran dama, alguien a quien no le avergonzaba haber servido.

Me aseguraré de que lo reciba. Jason inclinó la cabeza para despedirse de Honor.

—Debo marcharme ya —añadió en voz alta.

—Me alegro muchísimo de que hayas podido venir —la cazadora mostró una sonrisa radiante—. Te veré de nuevo cuando regresemos a la ciudad.

Jason se marchó con un susurro de alas negras un instante después, y Dmitri volvió a sentarse junto a su mujer… que se inclinó hacia él y le preguntó en un susurro ronco:

—¿Piensas decirme lo que está pasando?

Dmitri la rodeó con el brazo y acarició con el pulgar la curva sensible de su clavícula.

—Cuando estemos a solas —murmuró, y su cuerpo se endureció al pensar en ella en la cama, cálida y desnuda entre sus brazos—. Vamos a dar un paseo.

Honor lo miró con los párpados entrecerrados.

—¿Quieres convencerme para que me suba a tu Ferrari?

—Me gustan las cosas que me haces en mi Ferrari.

Honor lo había convertido en su esclavo el día en que se había abalanzado sobre él en el coche, ardiente y femenina, llena de confianza.

La dueña de su corazón y de su alma esbozó una sonrisa lánguida.

—Quizá podamos dar un pequeño rodeo cuando regresemos a la Torre después de la fiesta.

Dmitri sabía que le brillaban los ojos, pero le daba igual. Se inclinó hacia delante y atrapó los labios de Honor en un beso que los invitados presentes aplaudieron.

—Un rodeo muy largo.

Era una promesa.