ENTREACTO

DESARROLLO DE LA HISTORIA A TRAVÉS DEL CORREO

I

DE GEORGE BARTRAM A NOEL VANSTONE

St. Crux, 4 de septiembre de 1847

Mi querido Noel:

Dos preguntas claras para empezar. En nombre de todos los misterios, ¿de qué te escondes? ¿Y por qué todo lo que se relaciona con tu boda sigue siendo un secreto impenetrable para tus amigos más íntimos?

He estado en Aldborough en busca de alguna pista que me llevara hasta ti y he vuelto tal como me marché. He escrito a tu abogado de Londres y me ha contestado que le has prohibido revelar a nadie el lugar al que te has retirado si no recibía primero tu permiso. Lo único que he podido sacarle es que te remitiría cualquier carta que encomendara a su cuidado. Te escribo por tanto y, cuidado, espero respuesta.

Te preguntarás, con ese mal carácter que tienes, con qué derecho me entrometo yo en los asuntos que tú prefieres mantener secretos. Mi querido Noel, hay una seria razón para que nos comuniquemos contigo desde esta casa. No sabes qué ha ocurrido en St. Crux desde que huiste para casarte y, aunque detesto escribir cartas, tendré que perder hoy una hora de caza para intentar explicártelo.

El día veintitrés del mes pasado, al almirante y a mí nos molestaron mientras tomábamos nuestro vino después de comer con el anuncio de que había llegado una visita inesperada a St. Crux. ¿Quién crees que era? ¡La señora Lecount!

Mi tío, con esa anticuada galantería suya propia de un solterón, que trata con igual respeto todo lo que lleve enaguas, abandonó la mesa inmediatamente para dar la bienvenida a la señora Lecount. Mientras yo dudaba si seguirle o no, el almirante puso un repentino fin a mis meditaciones llamándome con un grito. Yo corrí hacia el gabinete, y allí estaba tu desventurada ama de llaves, en el sofá, con todas las criadas de la casa alrededor, más muerta que viva. Había viajado de Inglaterra a Zurich y de Zurich a Inglaterra sin detenerse y parecía literalmente a las puertas de la muerte. Inmediatamente convine con mi tío en que la primera cosa que debíamos hacer era enviar en busca de un médico. Despachamos a un mozo de cuadra en el acto y, a petición de la señora Lecount, echamos a todas las criadas, en pleno, de la habitación.

Tan pronto como quedamos solos, la señora Lecount nos sorprendió con una pregunta singular. Quiso saber si tú habías recibido una carta que te había enviado a esta casa antes de abandonar Inglaterra. Cuando le dijimos que, a petición tuya, la carta había sido remitida adjunta a una carta dirigida a tu amigo, el señor Bygrave, se le puso el rostro ceniciento, y cuando añadimos que te habías marchado en compañía de ese mismo señor Bygrave, juntó las manos y nos miró fijamente como si hubiera perdido el juicio. Su siguiente pregunta fue: «¿Dónde está ahora el señor Noel?». Solo podíamos contestar de una manera. El señor Noel no nos había informado. Esta respuesta la dejó completamente atónita. «¿Se ha encaminado hacia su ruina?», dijo. «Se ha ido en compañía del canalla más grande de Inglaterra. ¡Tengo que encontrarlo! ¡Les digo que tengo que encontrar al señor Noel! Si no lo encuentro de inmediato, será demasiado tarde. ¡Se habrá casado!», espetó, totalmente fuera de sí. «¡Por mi honor juro que se habrá casado!». El almirante, imprudente quizá, pero con la mejor intención, le dijo que ya lo habías hecho. La señora Lecount dejó escapar un grito que hizo temblar los cristales de las ventanas y se desplomó en el sofá desmayada. El médico llegó entonces oportunamente y pronto le hizo recobrar el conocimiento. Pero la señora Lecount cayó enferma esa misma noche —ha empeorado de día en día desde entonces— y el último informe médico asegura que la fiebre que ha venido padeciendo va camino de afectarle el cerebro.

Bien, mi querido Noel, ni mi tío ni yo tenemos deseo alguno de meternos en tu vida privada. Naturalmente estamos asombrados por el extraordinario misterio que envuelve tu matrimonio y no podemos cerrar los ojos al hecho de que, en apariencia, tu ama de llaves tiene serios motivos personales para ver a la señora de Noel Vanstone con inquina y desconfianza, aunque nosotros estamos dispuestos a creer que la dama en cuestión no ha hecho nada para merecerlo. Sea cual sea el extraño malentendido que hay en tu casa, es asunto tuyo (si decides mantenerlo en secreto), no nuestro. Lo único que tenemos derecho a hacer es comunicarte lo que dice el médico. Su paciente delira; se niega a responder por su vida si sigue como hasta ahora; y cree —dado que ella no deja de hablar de su amo— que si pudieras venir aquí inmediatamente y ejercer tu influencia antes de que sea demasiado tarde, tu presencia podría servir para calmarla.

¿Qué me dices? ¿Emergerás de la oscuridad que te rodea y vendrás a St. Crux? Si se tratara de una criada cualquiera, podría comprender que dudaras en abandonar los goces de la luna de miel con el fin que aquí te propongo. Pero, mí querido amigo, la señora Lecount no es una criada cualquiera. Tienes una deuda de gratitud con ella por su fidelidad y su afecto, en vida de tu padre y ahora contigo, y si puedes calmar las inquietudes que parecen volver loca a esta desdichada mujer, creo realmente que deberías venir y hacerlo. Por supuesto no puedes dejar a la señora Noel Vanstone. No hay necesidad de tan cruel extremo. El almirante desea que te recuerde que es el amigo más antiguo que tienes y que esta casa está a disposición de tu esposa como siempre lo ha estado a la tuya. En este enorme y laberíntico lugar no ha de temer la cercanía con la habitación de la enferma y, pese a todas las rarezas de mi tío, estoy convencido de que no despreciará esta oferta de amistad.

¿He dicho ya que fui a Aldborough para intentar encontrar una pista de tu paradero? No puedo molestarme ahora en volver atrás para comprobarlo, de modo que, si ya te lo he dicho, te lo vuelvo a decir. Lo cierto es que en Aldborough conocí a una persona a la que tú conoces en cierta manera, al menos por referencias.

Tras acudir en vano a Sea-View, fui al hotel para preguntar por ti. La patrona no tenía información alguna que darme, pero en cuanto mencioné tu nombre me preguntó si éramos parientes, y cuando le expliqué que somos primos, me contó que en aquel momento se alojaba en el hotel una señorita que también se apellidaba Vanstone, que se hallaba muy angustiada por la desaparición de una pariente y que quizá podría serme útil —o yo a ella— si compartíamos los detalles de nuestros propósitos respectivos en Aldborough. Yo no tenía la menor idea de quién era, pero le envié mi tarjeta al azar; cinco minutos después, me hallé en presencia de una de las mujeres más encantadoras en las que se han posado estos ojos.

Nuestras primeras explicaciones me informaron de que conocía mi nombre de oídas. ¿Quién crees que era? La hija mayor de mi tío y el tuyo, Andrew Vanstone. En otro tiempo había oído a menudo a mi pobre madre hablar de su hermano Andrew, y conocía la triste historia de Combe-Raven. Pero nuestras familias, como tú bien sabes, siempre han estado distanciadas, así que jamás había visto a mi encantadora prima. Tiene los cabellos y los ojos oscuros, y los modales amables y reservados que siempre he admirado en una mujer. No quiero reabrir nuestra vieja desavenencia sobre la conducta de tu padre hacia esas dos hermanas, ni negar que su hermano Andrew pudiera portarse mal con él. Estoy dispuesto a admitir que la elevada postura moral que adoptó tu padre en ese asunto es totalmente inalcanzable para un miserable pecador como yo, y no discutiré que mis hábitos manirrotos me incapacitan para opinar sobre el proceder de los demás en los aspectos pecuniarios. Pero, aun con todas estas consideraciones e inconvenientes, te diré una cosa, Noel. Si alguna vez llegas a ver a la mayor de las señoritas Vanstone, me arriesgo a profetizar que, por primera vez en tu vida, dudarás de que sea correcto seguir el ejemplo de tu padre.

Me contó su pequeña historia, pobrecilla, del modo más sencillo y sin afectación. Se encuentra ahora ocupando su segunda colocación como institutriz y, como de costumbre, yo, que conozco a todo el mundo, también conozco a esa familia. Son unos amigos de mi tío con los que no tiene relación últimamente, los Tyrrel de Portland Place, y tratan a la señorita Vanstone con tanta bondad y consideración como si fuera miembro de la familia. Una de sus antiguas sirvientas la había acompañado hasta Aldborough; el propósito de su viaje resultó ser el que me había contado la patrona. Los reveses familiares han tenido al parecer un efecto perjudicial sobre la hermana menor de la señorita Vanstone, que ha abandonado a sus allegados y falta de casa desde hace algún tiempo. Lo último que se sabía de ella era que había estado en Aldborough, por lo que, a su regreso del Continente con los Tyrrel, su hermana mayor se había encaminado de inmediato hacia el lugar para indagar su paradero.

Esto fue lo que me contó la señorita Vanstone. Me preguntó si tú habías visto a su hermana o si la señora Lecount sabía algo sobre ella, supongo que porque sabía que habíais estado en Aldborough. Por supuesto yo no podía decirle nada. Ella no entró en detalles y yo no podía tomarme la libertad de pedírselos. Me limité a dedicar ímprobos esfuerzos a ayudarla en sus pesquisas. Nuestro empeño fracasó estrepitosamente; nadie pudo darnos información alguna. Probamos con una descripción personal, claro está, y por extraño que parezca, la única señorita joven que había estado en Aldborough y que respondía a la descripción era ni más ni menos que ¡la señorita con la que te has casado! De no ser porque tenía un tío y una tía (que han abandonado el lugar), ¡hubiera empezado a sospechar que te habían casado con tu prima sin que lo supieras! ¿Es esta la clave del misterio? No te enojes, ya sabes que siempre bromeo y no puedo evitar escribir con la misma ligereza con la que hablo. El resultado final fue que nuestras indagaciones quedaron sin fruto y regresé en el tren con la señorita Vanstone y su acompañante hasta la estación de aquí. Creo que iré a visitar a los Tyrrel la próxima vez que vaya a Londres. Desde luego he tratado a esa familia con una inexcusable negligencia.

¡Aquí me tienes, al final de la tercera hoja de papel de cartas! No empuño la pluma con frecuencia, pero cuando lo hago, convendrás conmigo en que no tengo prisa por volver a dejarla. Piensa lo que quieras del resto de mi carta, pero medita lo que te he dicho sobre la señora Lecount y recuerda que no disponemos de mucho tiempo.

Afectuosamente,

GEORGE BARTRAM

II

DE NORAH VANSTONE A LA SEÑORITA GARTH

Portland Place

Mi querida señorita Garth:

¡Más aflicción, más decepciones! Acabo de regresar de Aldborough sin hacer ningún descubrimiento. Magdalen sigue en paradero desconocido.

No puedo atribuir este nuevo fracaso de mis esperanzas a una falta de perseverancia o de perspicacia al realizar las pesquisas necesarias. Mi inexperiencia en tales asuntos recibió la ayuda, amabilísima e inesperada, del señor George Bartram. Por una extraña coincidencia, se hallaba también en Aldborough indagando el paradero del señor Noel Vanstone en el mismo momento en el que yo indagaba el de Magdalen. Me envió su tarjeta y al darme cuenta por el nombre de que era mi primo —si así puedo llamarlo—, pensé que no faltaría al decoro viéndole para pedirle consejo. Me abstuve de entrar en detalles, por el bien de Magdalen, y no hice alusión alguna a aquella carta de la señora Lecount que usted contestó por mí. Solo le dije que Magdalen había desaparecido y que su último paradero conocido era Aldborough. La amabilidad que demostró el señor George Bartram dedicándose enteramente a ayudarme desafía toda descripción. Me trató, en mi desesperada situación, con una delicadeza y un respeto que recordaré con gratitud mucho después de que él mismo olvide quizá nuestro encuentro. Es bastante joven; yo diría que no pasa de los treinta. Su rostro y su figura me recordaron un poco el retrato de mi padre en Combe-Raven. Me refiero al retrato del comedor, el de mi padre cuando era joven.

Pese a la inutilidad de nuestras pesquisas, uno de sus resultados ha dejado en mí una impresión extraña y sobrecogedora.

Al parecer el señor Noel Vanstone se ha casado recientemente en circunstancias misteriosas con una señorita a la que conoció en Aldborough, de nombre Bygrave. Se ha ido con su esposa sin decirle a nadie salvo a su abogado cuál era su destino. Esto me lo contó el señor George Bartram, que intentaba hallar alguna pista sobre él con el fin de comunicarle la noticia de la grave enfermedad de su ama de llaves; ama de llaves que resulta ser la misma señora Lecount cuya carta contestó usted. Hasta aquí, me dirá usted, no hay nada que tenga por qué interesarnos a nosotras. Pero creo que se sorprenderá usted tanto como yo cuando le diga que la descripción de la señorita Bygrave que hacen los habitantes de Aldborough es alarmante e inexplicablemente parecida a la descripción de Magdalen. Este descubrimiento, considerado en relación con todas las circunstancias que nos son conocidas, ha tenido un efecto sobre mi ánimo que no tengo palabras para describir, que no me atrevo siquiera a admitir. ¡Por favor, venga a visitarme! Jamás me había sentido tan mal por Magdalen como me siento ahora. La incertidumbre debe de haber debilitado mis nervios de un extraño modo. Me he vuelto supersticiosa con las cosas más nimias. Esa semejanza accidental de una completa desconocida con Magdalen me llena a veces de terribles presentimientos, simplemente porque el nombre del señor Noel Vanstone se halla involucrado. Una vez más le ruego que venga a verme. Tengo muchas cosas que decirle que no puedo ni me atrevo a poner por escrito.

Con todo mi agradecimiento, afectuosamente,

NORAH

III

DEL SEÑOR JOHN LOSCOMBE (ABOGADO)
AL SEÑOR GEORGE BARTRAM

Lincoln’s Inn, Londres.

6 de septiembre de 1847

Señor:

Acuso recibo de su nota adjuntando una carta dirigida a mi cliente, el señor Noel Vanstone, y solicitando que remita dicha carta a la dirección actual del señor Vanstone.

Desde que tuve el placer de comunicarme con usted en referencia a este asunto, mi posición con respecto a mi cliente ha cambiado por completo. Hace tres días recibí una carta en la que anunciaba su intención de cambiar su lugar de residencia al día siguiente, pero dejándome por completo ignorante del lugar al que tenía intención de mudarse. No he sabido nada de él desde entonces y, dado que previamente había recurrido a mí para obtener una suma de dinero mayor de lo habitual, no tendrá necesidad inmediata de volver a escribirme, suponiendo que desee ocultar a todos su lugar de residencia, incluyéndome a mí.

En estas circunstancias, creo que lo correcto es devolverle a usted la carta, asegurándole que si de nuevo estuviera en situación de remitírsela a su destinatario, se lo haría saber.

Su humilde servidor,

JOHN LOSCOMBE

IV

DE NORAH VANSTONE A LA SEÑORITA GARTH

Portland Place

Mi querida señorita Garth:

Olvide la carta que le escribí ayer y todos los sombríos presagios que contiene. El correo de esta mañana me ha dado una nueva vida. Acabo de recibir una carta, dirigida a mí pero con la dirección de usted, que me ha remitido su hermana, dado que ayer se hallaba usted ausente. ¿Adivina quién me la envía? ¡Magdalen!

La carta es muy corta; parece escrita a toda prisa. Dice que ha soñado conmigo desde hace algunas noches y que los sueños le han hecho temer que me haya causado más aflicción por su culpa de la que merece. Me escribe por tanto para asegurarme que se halla sana y salva, que espera verme pronto y que tiene algo que decirme cuando nos encontremos que pondrá a prueba mi amor fraternal de un modo que no ha conocido hasta ahora. La carta no lleva fecha, pero el matasellos es de «Allonby», que, según he descubierto tras consultar el Gazeteer[29], es un pequeño pueblo costero de Cumberland. No me será posible contestar a su carta, pues Magdalen dice expresamente que está en vísperas de abandonar su actual residencia y que no le es posible decirme adónde va ni dejar instrucciones para que le remitan el correo.

En tiempos más felices, hubiera considerado esta carta muy lejos de ser satisfactoria y me hubiera alarmado seriamente por esa alusión a una futura revelación por su parte que pondrá a prueba mi amor de un modo que no he conocido hasta ahora. Pero, después de la incertidumbre que he sufrido, la felicidad de ver de nuevo su letra parece henchir mi corazón y alejar de él todos los demás sentimientos. No le envío a usted la carta porque sé que vendrá pronto a verme y quiero disfrutar el placer de ver cómo la lee.

Afectuosamente suya,

NORAH

P.D. El señor George Bartram ha visitado hoy a la señora Tyrrel. Ha insistido en ser presentado a los niños. Cuando se ha ido, la señora Tyrrel se ha reído con su buen humor característico y ha dicho que su deseo de ver a los niños era, en su opinión, deseo de verme a mí. ¡Puede usted imaginar cuánto ha mejorado mi estado de ánimo para permitirme usar la pluma y escribir sobre tales tonterías!

V

DE LA SEÑORA LECOUNT AL SEÑOR DE BLERIOT,
AGENTE COMERCIAL, LONDRES

St. Crux, 23 de octubre de 1847

Querido señor:

Me he demorado en darle las gracias por la amable carta en la que me promete su ayuda en amistoso recuerdo de las relaciones comerciales que existieron entre mi hermano y usted. Lo cierto es que abusé de mis fuerzas tras curar de una larga y peligrosa enfermedad, y durante los últimos diez días he sufrido una recaída. Ahora vuelvo a estar bien y puedo acometer el asunto que tan amablemente se ofreció usted a llevar a cabo por mí.

La persona cuyo lugar de residencia debo descubrir a toda costa es el señor Noel Vanstone. Durante muchos años he servido a ese caballero como ama de llaves y, no habiendo sido formalmente despedida, me considero aún a su servicio. Durante mi ausencia en el Continente, se casó en la intimidad en Aldborough, Suffolk, el pasado día dieciocho de agosto. Abandonó Aldborough ese mismo día llevándose con él a su esposa a algún lugar retirado que ha mantenido en secreto, salvo para su abogado, el señor Loscombe, de Lincoln’s Inn. Tras un corto espacio de tiempo, volvió a mudarse el cuatro de septiembre, en esta ocasión sin informar al señor Loscombe de su nueva morada. A partir de entonces hasta el día de hoy, el abogado ha permanecido (o ha fingido permanecer) en la ignorancia sobre su paradero. Teniendo en cuenta estas circunstancias, se ha solicitado al señor Loscombe que informara sobre el lugar de residencia previo, dado que es sabido que el señor Vanstone se lo había comunicado. El señor Loscombe se ha negado a acceder a esta petición alegando la falta de permiso formal para revelar las acciones de su cliente después de abandonar Aldborough. Todos estos detalles los he recibido por medio de la persona que ha mantenido correspondencia con el señor Loscombe, el sobrino del caballero al que pertenece esta casa y cuya caridad me ha dado asilo bajo su propio techo durante mi grave enfermedad.

Creo que las razones que han inducido al señor Noel Vanstone a mantenerse oculto junto con su esposa están enteramente relacionadas conmigo. En primer lugar, él es consciente de que las circunstancias en las que se ha casado son tales que me dan derecho a juzgarlo con justa indignación. En segundo lugar, sabe que mis leales servicios, prestados durante un período de veinte años a su padre y a él mismo, le impiden, por un sentido de la más elemental decencia, arrojarme al mundo desvalida y sin una renta para el resto de mis días. Él es el más mezquino de los hombres y su esposa es la más vil de las mujeres. Mientras él pueda evitarlo, no cumplirá con la obligación que tiene para conmigo, y no me cabe duda de que su esposa le alentará, reforzando su ingratitud.

He resuelto hallarlo con un propósito que expongo brevemente. Su matrimonio le ha expuesto a consecuencias que un hombre con un valor diez veces mayor que el suyo no afrontaría sin acobardarse. Él nada sabe de esas consecuencias. Su esposa sí las conoce y a él lo mantiene en la ignorancia. Yo las sé y puedo revelárselas. Su seguridad frente al peligro que lo amenaza depende por completo de mí, y pagará el precio de su rescate hasta el último penique de la deuda que en justicia me corresponde, ni más ni menos.

Le he expuesto mis intenciones sin reservas, como me pedía. Sabe por qué quiero encontrar a ese hombre y lo que pretendo hacer cuando lo encuentre. Dejo a su comprensión que responda a la seria pregunta que aún nos resta: ¿cómo hallarlo? Si puede dar con una primera pista tras su partida de Aldborough, creo que unas prudentes pesquisas bastarán para lo demás. La apariencia personal de la esposa y el extraordinario contraste entre el marido y ella sin duda habrán atraído la atención, y los recordará todo desconocido que los vea.

Cuando tenga a bien mandarme su respuesta, diríjala por favor a: «A la atención de la señora Lecount, almirante Bartram, St. Crux-in-the-Marsh, cerca de Ossory, Essex».

Con todo mi agradecimiento, atentamente,

VIRGINIE LECOUNT

VI

DEL SEÑOR DE BLERIOT A LA SEÑORA LECOUNT

Dark’s Building, Kingsland,

25 de octubre de 1847

Personal y confidencial

Querida señora:

Me apresuro a responder a su atenta carta con fecha del sábado. Ciertas circunstancias me han permitido actuar en su favor gracias a un amigo mío que posee gran experiencia en la dirección de investigaciones privadas de todo tipo. Le consulté el caso de usted (sin mencionar nombres) y me alegra poder informarle de que mis puntos de vista y los suyos sobre la línea de conducta correcta coinciden en todos los detalles.

Tanto mi amigo como yo opinamos que poco o nada puede hacerse para hallar el rastro de las personas que menciona hasta que se descubra primero el lugar en el que residieron temporalmente tras abandonar Aldborough. Si se puede hacer, cuanto antes se consiga mejor. A juzgar por su carta, habrán pasado varias semanas desde que el abogado recibió la comunicación de que habían cambiado de domicilio. Dado que ambos son personas de aspecto singular, es probable que los desconocidos que puedan haberles ayudado durante sus viajes no los hayan olvidado aún. No obstante, sería deseable apresurarse.

Debería usted considerar la posibilidad de que hayan comunicado la dirección que necesitamos a alguna otra persona además del abogado. Quizá el marido escribiera a algún miembro de su familia, o la esposa escribiera a algún miembro de la suya. Tanto mi amigo como yo opinamos que esta última posibilidad es la más probable. Si tiene usted algún medio de acceder a la familia de la esposa, le recomendamos vivamente que haga uso de él. En caso contrario, por favor, indíquenos los nombres de sus parientes cercanos o de amigas íntimas que conozca, y nosotros procuraremos acceder a ellos por usted.

En cualquier caso, le pedimos que nos envíe de inmediato una descripción personal lo más exacta posible de ambos cónyuges. Podríamos requerir su ayuda en este importante punto en cuestión de minutos. Por tanto, facilítenos la descripción a vuelta de correo. Mientras tanto, nosotros intentaremos averiguar si puede obtenerse en secreto alguna información en la oficina del señor Loscombe. Seguramente el abogado está por completo fuera de nuestro alcance. Pero si podemos negociar ventajosamente con alguno de sus pasantes en condiciones que no resulten gravosas para sus recursos monetarios, puede estar segura de que aprovechará esa oportunidad,

su leal servidor,

ALFRED DE BLERIOT

VII

DEL SEÑOR PENDRIL A NORAH VANSTONE

Serle Street, 27 de octubre de 1847

Mi querida señorita Vanstone:

Una señora, de nombre Lecount (anteriormente vinculada al servicio del señor Noel Vanstone en calidad de ama de llaves) se ha presentado en mi despacho esta mañana y me ha pedido que le proporcionara la dirección de usted. Le he rogado que me excusara de otorgarle inmediatamente su petición y que viniera a verme mañana por la mañana, momento en que podría darle una respuesta definitiva.

Mi vacilación en este asunto no procede de suspicacia alguna sobre la persona de la señora Lecount, pues nada sé de ella que vaya en su detrimento. Pero al hacerme esta petición, ha manifestado que el propósito de la entrevista solicitada era el de hablar con usted en privado con respecto a su hermana. Perdóneme por admitir que decidí no darle la dirección en cuanto oí esas palabras. ¿Será usted indulgente con su viejo amigo que le desea sinceramente el mayor de los bienes? No se lo tome a mal si expreso mi total desaprobación por permitir que la mezclen en el futuro, sea cual sea el pretexto, con las acciones de su hermana.

No quiero añadir más para no afligirla, pero mi interés por su bienestar es demasiado grande y mi admiración por la paciencia con que ha soportado usted todas sus penas es demasiado sincera para decir menos.

Si no puedo convencerla para que siga mi consejo, no tiene más que decírmelo y la señora Lecount sabrá su dirección mañana. En este caso (que no puedo considerar más que con la mayor reticencia), permítame al menos recomendarle que ponga como condición la presencia de la señorita Garth durante la entrevista. En todo lo que concierne a su hermana, es posible que precise del consejo y de la protección de una vieja amiga contra sus propios y generosos impulsos. Yo mismo la hubiera ayudado en esto de haber podido, pero la señora Lecount me dio a entender que el tema sobre el que quería hablar era de una naturaleza demasiado delicada para permitir mi presencia. Tenga o no validez real esta objeción, no puede aplicarse a la señorita Garth, que las ha educado a ustedes desde la infancia. Se lo repito, por tanto; si ve usted a la señora Lecount, que sea en compañía de la señorita Garth.

Le saluda atentamente,

WILLIAM PENDRIL

VIII

DE NORAH VANSTONE AL SEÑOR PENDRIL

Portland Place, miércoles

Mi querido señor Pendril:

Por favor, no piense que no agradezco su bondad. ¡Le aseguro que no soy una ingrata! Pero debo ver a la señora Lecount. Cuando me escribió usted no sabía que yo había recibido unas líneas de Magdalen, no para decirme dónde está, sino para expresar la esperanza de que nos veamos pronto. Quizá la señora Lecount tenga algo que decirme sobre ese mismo punto. Aunque no fuera así, mi hermana —haga lo que haga— sigue siendo mi hermana. No puedo abandonarla; no puedo dar la espalda a nadie que venga a verme en su nombre. Ya sabe usted, querido señor Pendril, que he sido siempre obstinada a este respecto, y usted siempre ha tenido paciencia conmigo. Permítame deberle un nuevo favor que no podré devolverle nunca, ¡y siga teniendo paciencia conmigo!

¿Es necesario que le diga que acepto de buena gana la parte de su consejo que se refiere a la señorita Garth? Le he escrito ya rogándole que venga mañana por la tarde a las cuatro. Cuando vea usted a la señora Lecount, comuníquele por favor que la señorita Garth me acompañará y que nos encontrará a ambas dispuestas a recibirla aquí mañana a las cuatro.

Con todo mi agradecimiento,

NORAH VANSTONE

IX

DEL SEÑOR DE BLERIOT A LA SEÑORA LECOUNT

Dark’s Buildings, 28 de octubre

Personal

Querida señora:

Uno de los pasantes del señor Loscombe se ha dejado convencer por una pequeña cantidad de dinero y ha mencionado una circunstancia que podría ser importante que usted conociera.

Hace casi un mes, casualmente el pasante en cuestión tuvo la oportunidad de echar un vistazo al interior de uno de los documentos que había sobre la mesa de su jefe y que había atraído su atención por una leve peculiaridad en la forma y color del papel. Solo tuvo tiempo, durante la ausencia momentánea del señor Loscombe, de satisfacer su curiosidad examinando el principio y el final del documento. En el principio leyó la fórmula habitual de un testamento. Al final descubrió la firma del señor Noel Vanstone con los nombres de dos testigos y fecha (de eso está completamente seguro) del pasado treinta de septiembre.

Antes de que el pasante tuviera tiempo de hacer más averiguaciones, regresó su jefe, ordenó los papeles de su mesa y guardó cuidadosamente el testamento en la caja fuerte destinada a la custodia de los documentos del señor Noel Vanstone. Hemos averiguado que el señor Loscombe se ausentó de su oficina a finales de septiembre. Si se hallaba entonces ocupado en supervisar la legalización del testamento de su cliente —lo que es muy posible—, es lógico pensar que conocía la dirección del señor Vanstone tras el cambio de residencia del cuatro de septiembre, y si usted no puede hacer nada por su parte, podría ser deseable que nosotros vigiláramos al señor Loscombe por la nuestra. En cualquier caso, sabemos con certeza que el señor Noel Vanstone ha hecho testamento después de casarse. Puede usted sacar sus propias conclusiones de ese hecho. Por mi parte, aguardo sus prontas noticias y quedo

su leal servidor,

ALFRED DE BLERIOT

X

DE LA SEÑORITA GARTH AL SEÑOR PENDRIL

Portland Place, 28 de octubre

Mi querido señor:

La señora Lecount acaba de dejarnos. Si no fuera demasiado tarde, desearía con todo mi corazón que Norah hubiera seguido su consejo y se hubiera negado a recibirla.

Le escribo con el ánimo tan conturbado que no me será posible ofrecerle un relato claro y completo de la entrevista. Solo puedo contarle brevemente lo que ha hecho la señora Lecount y cuál es nuestra situación actual. El resto habrá de esperar a que me haya serenado y hasta que pueda hablar con usted personalmente.

Recordará que le informé sobre la carta que la señora Lecount había dirigido a Norah desde Aldborough y que yo respondí en su ausencia. Cuando la señora Lecount ha aparecido hoy, sus primera palabras nos han anunciado que venía para hablar del mismo tema. Si no recuerdo mal, esto es lo que ha dicho, dirigiéndose a Norah:

—Hace un tiempo le escribí sobre su hermana, señorita Vanstone, y la señorita Garth tuvo la amabilidad de contestar mi carta. Lo que temía en aquel momento se ha hecho realidad. Su hermana ha desafiado todos mis esfuerzos por detenerla; ha desaparecido en compañía de mi amo, el señor Noel Vanstone, y se halla ahora en una peligrosa posición que puede llevarla a la ignominia y la ruina en cualquier momento. Yo quiero recuperar a mi amo, usted quiere salvar a su hermana. Dígame, pues no disponemos de tiempo, ¿ha tenido noticias de ella?

Norah respondió lo mejor que supo en aquel momento de terror y angustia:

—He recibido una carta, pero no llevaba dirección alguna.

La señora Lecount preguntó:

—¿No llevaba matasellos el sobre?

Norah dijo:

—Sí, de Allonby.

—Allonby es mejor que nada —dijo la señora Lecount—. Puede que Allonby sirva para encontrar su rastro. ¿Dónde está Allonby?

Norah contestó. Todo ocurrió en un momento. Yo estaba demasiado perpleja y sorprendida para intervenir antes, pero me tranquilicé lo suficiente para intervenir entonces.

—No nos ha dado usted ningún detalle —dije—. Únicamente nos ha asustado; no nos ha dicho nada.

—Oirá usted los detalles, señora —dijo la señora Lecount—, y usted y la señorita Vanstone juzgarán por sí mismas si las he asustado sin motivo.

Tras estas palabras, inició de inmediato una larga exposición que no puedo —casi diría que no me atrevo— a repetir. Comprenderá usted el horror que sentimos ambas cuando le explique el final. Si hemos de creer lo que afirma la señora Lecount, Magdalen ha llevado su insensato propósito de recuperar la fortuna de su padre hasta el último y desesperado extremo de casarse con el hijo de Michael Vanstone con un nombre falso. Su marido sigue persuadido en este momento de que su apellido de soltera era Bygrave y de que es realmente la sobrina de un bribón que la ayudó en su impostura y al que he reconocido por la descripción como el capitán Wragge.

Le ahorraré los motivos mercenarios, que la señora Lecount confesó fríamente cuando se levantó para dejarnos, de su deseo de hallar a su amo y ponerle al corriente de todo. Le ahorraré las insinuaciones que dejó caer sobre el propósito de Magdalen al contraer ese matrimonio infame. El único objetivo de mí carta es implorarle que me ayude a calmar la angustia de Norah. La conmoción que ha recibido al oír esta noticia sobre su hermana no es la peor consecuencia de lo ocurrido. Se ha convencido a sí misma de que las respuestas que dio inocentemente, llevada por la congoja, a las preguntas de la señora Lecount sobre la carta, las respuestas que le arrancó bajo la súbita presión de la confusión y la alarma, pudiera utilizarlas en perjuicio de Magdalen la mujer que la asustó deliberadamente para sonsacarle la información. Solo podré impedir que Norah emprenda alguna acción desesperada por su cuenta —una acción por culpa de la cual pudiera perder la amistad y protección de las excelentes personas con las que ahora vive— recordándole que si la señora Lecount encuentra a su amo gracias al matasellos de la carta, nosotros podemos encontrar a Magdalen al mismo tiempo y por el mismo medio. Por encima de cualquier reparo que pueda anteponer personalmente a la renovación de los esfuerzos por rescatar a esa desdichada joven, que tan lamentablemente fracasaron en York, le ruego que tome ahora las mismas medidas que tomó entonces, en beneficio de Norah. Envíeme la única garantía que conseguirá apaciguarla: la garantía, escrita de su puño y letra, de que se ha emprendido la búsqueda por nuestra parte. Si lo hace usted, puede confiar en que yo me interpondré entre las dos hermanas cuando llegue el momento y en que defenderé la paz, el carácter y la futura prosperidad de Norah a cualquier precio.

Le saluda atentamente,

HARRIET GARTH

XI

DE LA SEÑORA LECOUNT AL SEÑOR DE BLERIOT

28 de octubre

Querido señor:

He hallado la pista que me pedía. La señora de Noel Vanstone ha escrito a su hermana. La carta no contenía dirección alguna, pero el matasellos era de Allonby, en Cumberland. En Allonby, por tanto, han de empezar las pesquisas. Obra ya en su poder la descripción personal de ambos cónyuges. Le recomiendo encarecidamente que no se demore un solo instante. Si le es posible enviar a alguien a Cumberland a la recepción de esta carta, le ruego que lo haga.

Tengo algo más que decirle antes de concluir esta nota sobre el descubrimiento en la oficina del señor Loscombe.

No me sorprende oír que el señor Noel Vanstone ha hecho testamento después de su boda, y no es difícil adivinar a favor de quién lo ha hecho. Si consigo encontrar a mi amo, ¡reto a esa persona a que coja el dinero si es capaz! Desde que recibí la carta de usted se me ha ocurrido un medio de resolver este asunto, pero mi ignorancia de los pormenores y las complejidades de la ley me hace dudar aún de si mi idea podrá ser llevada a la práctica con rapidez y seguridad. No conozco a ningún profesional en quien pueda confiar en este delicado y peligroso asunto. ¿Podría ayudarme usted con su amplia experiencia? Iré a verle a su oficina mañana a las dos a fin de pedirle consejo. Es sumamente importante que, cuando vuelva a ver al señor Noel Vanstone, esté preparada de antemano sobre la cuestión del testamento.

Su agradecida servidora,

VIRGINIE LECOUNT

XII

DEL SEÑOR PENDRIL A LA SEÑORITA GARTH

Serle Street, 29 de octubre

Querida señorita Garth:

Dispongo tan solo de un momento para manifestarle el profundo pesar con el que he leído su carta. Las circunstancias que la han llevado a insistir en su petición y las razones expuestas son suficientes para acallar cualquier reparo que pudiera poner a la salida que usted propone. Hoy saldrá en dirección a Allonby una persona de toda confianza a la que he dado instrucciones personalmente, y tan pronto como reciba noticias suyas, se las haré llegar a usted por mensajero. Dígaselo a la señorita Vanstone y transmítale, por favor, mi sincero pesar y mis respetos.

Le saluda atentamente,

WILLIAM PENDRIL

XIII

DEL SEÑOR DE BLERIOT A LA SEÑORA LECOUNT

Dark’s Buildings, 1 de noviembre

Querida señora:

Tengo el placer de informarle de que se ha producido el descubrimiento con muchas menos dificultades de las que había previsto.

Se ha seguido el rastro del señor y la señora Noel Vanstone a través del estuario del Solway hasta Dumfries, y desde allí a una casa de campo a unos cuantos kilómetros del pueblo, a orillas del Nith. La dirección exacta es Baliol Cottage, cerca de Dumfries.

Si bien esta información se ha obtenido fácilmente, las circunstancias han sido por cierto singulares.

Antes de abandonar Allonby, mis empleados descubrieron con gran sorpresa por su parte que había un desconocido en el lugar haciendo las mismas indagaciones que ellos. A falta de instrucciones que previeran semejante contingencia, obraron según su parecer. Considerando al hombre en cuestión como un intruso en el asunto que tenían entre manos, cuyo éxito podía privarlos del reconocimiento y la recompensa de efectuar el descubrimiento, aprovecharon su superioridad en número y el hecho de haber llegado los primeros, y engañaron cautelosamente al desconocido antes de avanzar en sus propias investigaciones. Estoy en posesión de los detalles de sus acciones, detalles con los que no es necesario que la moleste. El resultado es que, con habilidad, mis hombres dirigieron los pasos de esa persona, quienquiera que sea, de vuelta hacia el sur, siguiendo una pista falsa, antes de que ellos cruzaran el estuario.

Menciono este hecho dado que quizá esté usted más capacitada que yo para hallar la clave y porque es posible que sea de una naturaleza que le induzca a precipitar su viaje.

Su leal servidor,

ALFRED DE BLERIOT

XIV

DE LA SEÑORA LECOUNT AL SEÑOR DE BLERIOT

1 de noviembre

Querido señor:

Unas líneas para decirle que acabo de recibir su carta en mi alojamiento de Londres. Creo que sé quién envió al desconocido a indagar en Allonby. Poco importa. Antes de que descubra su error, estaré en Dumfries. Tengo hecho el equipaje y partiré hacia el norte[30] en el próximo tren.

Con mi más sincero agradecimiento,

VIRGINIE LECOUNT