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Con los dedos helados, Reidar intenta poner la combinación correcta en el candado del establo. Los engranajes con las cifras están muy duros. Las yemas se quedan pegadas al metal frío. Mikael le susurra que se apure.
—Papá, date prisa, date prisa…
Jurek avanza en la nieve con el cuchillo en la mano. Reidar se sopla los dedos y consigue poner el último número. Quita el candado, abre la manija e intenta tirar de la puerta.
Hay demasiada nieve en el suelo.
Da un par de tirones y oye que los caballos se mueven dentro de las cuadras. Bufan y dan coces en la oscuridad.
—Ven, papá —dice Mikael y tira de él.
Reidar logra entreabrir la puerta, se da la vuelta y ve a Jurek Walter acercarse a grandes zancadas.
Limpia de nuevo la hoja del cuchillo en el pantalón con un gesto mecánico.
Es demasiado tarde para correr.
Reidar levanta las manos para protegerse, pero Jurek lo coge del cuello y lo empuja hacia atrás, contra la pared el establo.
—Perdón —balbucea Reidar—. Siento haber…
Jurek blande el arma y le atraviesa el hombro a Reidar con el gran cuchillo, dejándolo anclado a la pared. Reidar se desgañita de dolor y se le nubla la vista. Los caballos relinchan nerviosos y sus pesados cuerpos chocan con las paredes de separación de los compartimentos.
Reidar no puede moverse. El dolor le arde en el hombro. Cada segundo se le hace insufrible. Nota la sangre caliente corriéndole por el brazo hasta la mano.
Mikael intenta colarse por la ranura de la puerta, pero Jurek se anticipa. Agarra al chico del pelo, lo saca, le da un puñetazo en la mejilla y lo tira a la nieve.
—No, no —solloza Reidar y ve un resplandor acercándose desde la mansión. Una llama blanca chisporroteante.
»¡El helicóptero de emergencia viene de camino! —grita, pero para en seco cuando ve que Jurek se vuelve hacia él.