90

Anders Rönn se queda en el hospital aunque se haya hecho tarde. Quiere comprobar algunas cosas de la tercera paciente, la mujer joven.

Llega directamente del hospital Karsudden y no muestra señales de quererse comunicar con el personal. Su medicación es de lo más discreta teniendo en cuenta el informe psiquiátrico.

Leif ha terminado la jornada y se ha ido a casa y una mujer corpulenta que se llama Pia Madsen hace el turno de noche. No habla demasiado, suele pasarse las horas leyendo novelas negras y bostezando.

Anders se descubre mirando otra vez a la paciente nueva por el monitor.

Es exageradamente guapa. Hace unas horas la ha estado mirando hasta que se le han secado los ojos.

Se la considera peligrosa y propensa a la fuga, y los crímenes por los que la ha condenado el tribunal son estremecedores.

Cuando Anders la mira ahora, no puede creer que lo que pone en su informe sea verdad, a pesar de saber que sí lo es.

Es pequeña como una bailarina y la cabeza afeitada le da un aire delicado.

Quizá en el Karsudden sólo le han recetado Decentan y Diazepam por su belleza.

Tras la reunión con la directiva del hospital, a Anders le han sido otorgados casi los mismos derechos en el módulo de seguridad que a un jefe de servicio.

Hasta nueva orden, él es quien manda sobre los pacientes.

Lo ha consultado con la doctora María Gómez, de la sección 30, y lo normal es dejar pasar el período de observación, pero Anders podría entrar y administrarle Haldol intramuscular ahora mismo. La idea le genera un cosquilleo en el estómago, se siente invadido por una fuerte y singular expectación.

Pia Madsen vuelve del baño. Tiene los párpados medio caídos. Un trozo largo de papel higiénico se le ha pegado a la suela del zapato y lo va arrastrando. Se acerca por el pasillo con cara apagada y sin apenas levantar los pies.

—Tan cansada no estoy. —Se ríe y mira a Anders.

Se quita el trozo de papel, lo tira a la basura, se sienta en su puesto de operadora, al lado de Anders, y mira la hora.

—¿Quieres cantarles una nana? —pregunta ella antes de acceder al sistema y apagar la luz de las celdas.

La imagen de los tres pacientes se queda un rato grabada en la retina de Anders Rönn. Justo cuando todo se ha vuelto negro, Jurek estaba tumbado boca arriba en la cama, Bernie sentado en el suelo con la mano vendada apretada contra el pecho y Saga sentada en el borde de la cama, con un aspecto tan salvaje como delicado.

—Ya son como miembros de la familia. —Pia bosteza y abre su libro.

El hombre de arena
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