144

Saga se para en seco. Su respiración es ahora más rápida pero se obliga a no mostrar sus emociones. Tiene que recordarse quién domina la situación. Él cree que la está engañando, cuando en realidad es ella quien lo está engañando a él.

Saga se cubre el rostro con un velo de indiferencia y se da la vuelta lentamente.

—Codeína —dice Jurek despacio y sonríe sin alegría—. El Kodein Recip sólo se encuentra en comprimidos de veinticinco miligramos… Sé exactamente cuántos hacen falta para matar a una persona.

—Mi madre me dijo que le diera las pastillas —explica ella hueca por dentro.

—Pero yo creo que tú sabías que ella iba a morir —dice Jurek—. Estoy convencido de que tu madre pensaba que lo sabías… Ella creía que tú querías que muriera.

—Que te jodan —susurra Saga.

—A lo mejor te mereces permanecer aquí encerrada para siempre.

—No.

Jurek la mira con una gravedad que asusta, una saciedad metálica.

—Puede que baste con que consigas un somnífero más —dice él—, porque ayer Bernie dijo que tenía algo de Diazepam en un trozo de papel escondido en la ranura de debajo del lavamanos… A lo mejor lo dijo sólo para ganar un poco de tiempo.

El corazón de Saga se acelera. ¿Bernie ha escondido somníferos en su celda? ¿Qué va a hacer ahora? Tiene que detener todo eso. No puede permitir que Jurek se haga con las pastillas. ¿Y si con ellas tiene suficiente para perpetrar la fuga?

—¿Vas a entrar en su celda? —pregunta.

—La puerta está abierta.

—Pero es mejor si lo hago yo —dice agobiada.

—¿Por qué?

Jurek la mira con una cara que casi parece entretenida, mientras ella busca desesperadamente una respuesta razonable.

—Si me pillan a mí —dice—, entonces… entonces sólo se pensarán que soy adicta y…

—Pero se acabarán las pastillas —replica él.

—Creo que le puedo sacar más al médico de todos modos —responde ella.

Jurek la mira satisfecho y luego asiente en silencio.

—Te mira como si él fuera el preso.

Saga abre la puerta de la celda de Bernie y entra.

Con la luz procedente de la salita le da tiempo de comprobar que la estancia es una copia exacta de la suya. Después la puerta se cierra y todo queda a oscuras. Saga se pega a la pared y avanza a tientas, percibe el olor a orina en la taza del váter, topa con el lavabo, cuyos cantos están mojados, como si los hubieran acabado de limpiar.

Las puertas de las celdas se cerrarán con llave en cuestión de minutos.

Saga se dice que no puede pensar en su madre, que sólo debe concentrarse en la misión. Le empieza a temblar la barbilla, pero consigue serenarse, reprime las lágrimas a pesar del fuerte nudo que tiene en la garganta. Se pone de rodillas, tantea con las manos en la parte inferior del lavamanos. Los dedos siguen la pared, se deslizan por la junta de silicona pero sin encontrar nada. Una gota de agua le salpica la nuca. Parpadea en la oscuridad, sigue bajando, toca el suelo. Una nueva gota le cae entre los omoplatos. De pronto cae en la cuenta de que el lavabo está ligeramente inclinado hacia adelante. Por eso las gotas del borde le caen a ella en lugar de bajar al centro del cuenco.

Empuja el lavabo hacia arriba con el hombro y al mismo tiempo tantea el borde de la pared. Sus dedos encuentran una ranura. Ahí está. Un paquetito diminuto encajonado. El sudor le resbala por las axilas. Aprieta más el lavamanos. La unión a la pared cruje y Saga intenta pellizcar una punta del paquete. Con cuidado, consigue sacarlo. Jurek tenía razón. Son pastillas. Comprimidas en papel higiénico. Saga respira de prisa, sale del hueco, se mete el paquete en el bolsillo y se levanta.

Mientras deshace el camino hasta la puerta de la salita piensa que a Jurek le dirá que no ha encontrado nada, que Bernie debe de haber mentido acerca de las pastillas. Llega a la pared, tantea hasta la puerta y sale a la salita.

Saga parpadea hasta acostumbrar los ojos a la fuerte luz y mira a su alrededor. Jurek no está. Debe de haber regresado a su celda. El reloj al otro lado del cristal blindado muestra que las puertas de la salita de recreo se cerrarán en unos segundos.

El hombre de arena
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