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La última puerta de seguridad se cierra a sus espaldas y cruzan el pasillo hasta la única celda de aislamiento que está en uso. El fluorescente del techo se refleja en el suelo de linóleo. El empapelado está rasgado a un metro de altura debido al roce del carrito de la comida.
El jefe de servicio desliza el pase de autorización y deja que Anders vaya delante hasta la contundente puerta de metal.
A través del cristal blindado, Anders puede ver a un hombre delgado sentado en una silla de plástico. Lleva tejanos azules y camisa también tejana. Va afeitado y sus ojos están asombrosamente relajados. Las abundantes arrugas que cubren su pálido rostro parecen barro agrietado en el lecho de un río seco.
Jurek Walter sólo está condenado por dos asesinatos y un intento de homicidio, pero se halla fuertemente vinculado a otros diecinueve asesinatos.
Hace trece años lo pillaron in fraganti en el bosque de Lill-Jansskogen mientras obligaba a una mujer de cincuenta años a meterse en el ataúd de una tumba abierta. Allí la había tenido encerrada durante casi dos años, pero aún seguía viva. La mujer estaba gravemente herida, sufría desnutrición, su tejido muscular se había atrofiado, tenía llagas y unas heridas terribles por congelación, y presentaba daños cerebrales severos. Si la policía no hubiese rastreado a Jurek Walter y no lo hubiera capturado con el ataúd a los pies, probablemente nunca habrían podido detenerlo.
El jefe de servicio saca tres ampollas de vidrio con unos polvos amarillos, añade agua a cada botellita, las ladea y hace girar el líquido en su interior antes de extraerlo con una jeringuilla.
Se pone los tapones para los oídos y luego abre la trampilla de la puerta. Se oye un ruido metálico y en seguida les llega un olor a polvo y hormigón.
Con voz cansina, el jefe de servicio informa a Jurek Walter de que es la hora de la inyección.
El hombre alza la barbilla y se levanta suavemente de la silla, vuelve la mirada hacia la trampilla y se acerca mientras se desabrocha la camisa.
—Para y quítatela —dice Roland Brolin.
Jurek Walter sigue avanzando despacio, y Roland cierra la trampilla y echa el pestillo a toda prisa. Jurek se detiene, se desabrocha los últimos botones y deja caer la camisa al suelo.
Tiene un cuerpo que en su día estuvo bien entrenado, pero ahora le cuelgan tanto los músculos como la piel.
Roland vuelve a abrir la trampilla. Jurek Walter avanza por el último tramo y saca un brazo nervudo moteado con centenares de manchitas de pigmentación.
Anders desinfecta el brazo con alcohol. Roland introduce la jeringuilla en el tierno músculo e inyecta el líquido demasiado rápido. La mano de Jurek da un respingo por la sorpresa, pero no retira el brazo hasta que le dan permiso. El jefe de servicio cierra la trampilla con pestillo, se quita los tapones, sonríe nervioso para sí mismo y luego mira dentro de la celda.
Jurek Walter se dirige a la cama con paso vacilante, se detiene y se sienta.
De repente, el preso mira hacia la puerta y a Roland se le escurre la jeringuilla de los dedos, cae al suelo.
Intenta cazarla, pero se aleja rodando por el hormigón.
Anders da un paso, la recoge y cuando ambos se incorporan y se vuelven otra vez hacia la celda de aislamiento, ven que el interior del cristal blindado está empañado. Jurek le ha echado el aliento y ha escrito «JOONA» con el dedo.
—¿Qué pone? —pregunta Anders con voz débil.
—Ha escrito «Joona».
—¿Qué coño significa eso?
El vaho desaparece y ven que Jurek Walter sigue sentado como si no se hubiese movido del sitio. Se mira el brazo en el que le han puesto la inyección, se masajea el músculo y los observa a través del cristal.
—¿No ponía nada más? —pregunta Anders.
—Yo sólo he visto…
Un bramido animal se oye al otro lado de la gruesa puerta. Jurek Walter se ha deslizado de la cama, está de rodillas en el suelo y grita a viva voz. Los tendones del cuello están tensados, las venas hinchadas.
—¿Cuánto le has administrado? —pregunta Anders.
Los ojos de Jurek Walter ruedan hacia arriba y se quedan en blanco, busca apoyo con la mano, estira una pierna pero, acto seguido, cae hacia atrás, se golpea la cabeza en la mesita de noche, grita y todo su cuerpo se agita de forma espasmódica.
—Joder —susurra Anders.
Jurek se deja caer hasta el suelo pataleando descontrolado, se muerde la lengua, escupe sangre sobre su pecho y luego se queda quieto de espaldas, jadeando.
—¿Qué hacemos si muere?
—Al crematorio —responde Brolin.
Jurek sufre nuevas rampas, le tiembla todo el cuerpo, las manos se agitan en todas direcciones hasta que se quedan quietas.
Brolin mira la hora. El sudor le corre por las mejillas.
Jurek Walter gime, consigue tumbarse de lado, intenta incorporarse, pero no tiene fuerzas.
—Dentro de dos minutos ya podrás entrar —dice el jefe de servicio.
—¿De verdad me voy a meter ahí?
—Dentro de un momento será inofensivo.
Jurek se arrastra a cuatro patas, la boca le sangra. Se tambalea y sus movimientos son cada vez más lentos, hasta que se desploma y queda quieto en el suelo.