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Tanto Nathan Pollock como Corinne Meilleroux se levantan de la silla cuando la situación en la salita de recreo se pone tensa.
Han entendido que Jurek se dispone a ejecutar a Bernie, pero cruzan los dedos para que Saga no se olvide de que allí dentro no tiene deber ni autoridad policiales.
—No hay nada que hacer —dice Corinne en voz baja.
Los altavoces emiten un oleaje lento de sonidos graves. Johan Jönson ajusta los niveles de volumen y se rasca nervioso el nacimiento del pelo.
«Ponedme un castigo —suplica Bernie—. Me merezco un castigo…».
«Puedo partirle las dos piernas», dice Saga.
Corinne se abraza a sí misma y trata de respirar tranquila.
—No hagas nada —susurra Pollock mirando el altavoz—. Tienes que confiar en los guardias, sólo eres una paciente.
—¿Por qué no llega nadie? —dice Johan Jönson—. Joder, los guardias tienen que estar viendo lo que pasa, ¿no?
—Si Saga reacciona, Jurek la matará al instante —susurra Corinne, y el estrés hace que le salga acento francés.
—No hagas nada —suplica Pollock—. No hagas nada.