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En el ático de la calle Rörstrandsgatan número 19, el equipo secreto Athena Promacho escucha con máxima atención el diálogo entre Saga Bauer y Jurek Walter.
Johan Jönson está delante del ordenador en chándal gris. Corinne está sentada a la mesa transcribiendo la conversación en su portátil. Nathan Pollock ha dibujado diez flores en el borde de su bloc de notas y ha apuntado las palabras «postes de alta tensión, excavadoras y lodo rojo».
Joona permanece de pie junto al altavoz con los ojos cerrados y siente que un escalofrío le sube por la espalda cuando Saga menciona a su abuelo. Bajo ningún concepto debe dejar que Jurek entre en su cabeza. El rostro de Susanne Hjälm aparece por un momento en su memoria. Su cara sucia y su mirada de pánico abajo en el sótano.
«¿Por qué no puedes ir a donde quieres ir?», oye preguntar a Jurek.
«Ahora es la casa de mi padre», responde Saga Bauer.
«Y a él llevas mucho tiempo sin verlo».
«No he querido verlo», dice ella.
«Si sigue vivo, estará esperando que le des una nueva oportunidad», dice Jurek.
«No», contesta ella.
«Todo depende de lo que pasó, por supuesto, pero…».
«Era pequeña y no lo recuerdo muy bien —explica Saga—, pero sé que no paraba de llamarlo por teléfono y le prometía que si volvía a casa ya nunca más sería pesada…, que dormiría en mi cama y me sentaría bien a la mesa y… No quiero hablar de ello».
«Lo comprendo», dice Jurek, pero sus palabras se ahogan en un sonido gutural.
De pronto, se oye un silbido y luego unos pasos pesados y rítmicos sobre la cinta.