75

Anders Rönn vuelve a consultar la hora. El nuevo paciente del pabellón cerrado de Säter va de camino al módulo de aislamiento de seguridad del Löwenströmska. Los del servicio de transporte penitenciario lo han llamado para avisarlo de que el hombre está nervioso y agresivo. Le han dado diez miligramos de Diazepam en el coche y Anders Rönn ha preparado una inyección con otros diez miligramos. Un cuidador mayor que se llama Leif Rajama tira el envoltorio de la cánula a la basura y luego se queda esperando con las piernas separadas.

—No creo que necesite más —dice Anders sin conseguir esbozar del todo una sonrisa despreocupada.

—Suele depender de lo nerviosos que se pongan con la inspección corporal —advierte Leif—. Intento pensar en que mi deber es ayudar a personas que están en una situación difícil…, a pesar de que a veces ellos no quieran.

El vigilante al otro lado del cristal blindado recibe el aviso de que el personal del transporte está bajando. Se oye un ruido metálico a través de las paredes y luego un grito ahogado.

—Éste sólo es el segundo paciente —comenta Anders—. No sabremos cómo nos va a ir hasta que tengamos a los tres en su sitio.

—Nos irá muy bien —sonríe Leif.

Anders mira un monitor y ve la panorámica de la escalera. Dos guardias de seguridad sostienen a un paciente que no puede caminar por su propio pie. Un hombre corpulento con bigote rubio y gafas caídas sobre la nariz. Tiene los ojos cerrados y grandes gotas de sudor le resbalan por las mejillas. Le flaquean las piernas, pero los guardias lo mantienen de pie.

Anders mira un segundo a Leif. Oyen delirar al paciente rubio. Algo sobre esclavos muertos y que se ha meado encima.

—Tengo meadas hasta las rodillas y voy a…

—Estate quieto —le ordenan los otros y lo tumban en el suelo.

—Ay, me duele —se queja él.

El vigilante de detrás del cristal blindado se ha levantado de la silla y el responsable del transporte le entrega los documentos.

El paciente jadea en el suelo con los ojos cerrados. Anders le dice a Leif en tono tranquilizador que no van a necesitar más Diazepam y luego pasa su tarjeta por el lector.

El hombre de arena
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