107

Joona Linna se dirige hacia el norte por la nacional E-4. En la radio suena una agradable sonata de Max Bruch para violín. Las sombras y los copos de nieve delante de los coches se funden con la música. Cuando pasa por Norrviken lo llama Corinne Meilleroux.

La compañera le cuenta en pocas palabras que de los médicos que han estado en nómina en el hospital Löwenströmska los últimos dos años, sólo hay uno que haya trabajado exclusivamente en la sección de psiquiatría.

—Se llama Anders Rönn, licenciado hace poco, pero hizo una suplencia en un centro psiquiátrico de Växjo.

—Anders Rönn —repite Joona.

—Casado con Petra Rönn, que trabaja media jornada en el Departamento de Ocio… y tienen una hija con un leve grado de discapacidad psíquica dentro del espectro de autismo. No sé si puede servir de algo, pero te lo cuento igualmente. —Se ríe.

—Gracias, Corinne —dice Joona, y sale de la autovía en Upplands Väsby. Pasa por Solhagen, donde su padre solía tomar el segundo almuerzo cuando aún estaba vivo.

La vieja carretera que lleva a Upsala se estira paralela a una larga hilera de encinas negras. Los campos cubiertos de nieve detrás de los árboles bajan en ligera pendiente hasta el lago.

Joona aparca el coche delante de la entrada principal y entra, gira a la izquierda y cruza a paso ligero la recepción hasta llegar a psiquiatría general.

Pasa por delante de la secretaria, continúa hasta la puerta cerrada del director médico, la abre y entra. Roland Brolin aparta la vista del ordenador y se quita los lentes progresivos. Joona agacha un poco la cabeza, pero aun así roza la lámpara del techo. Sin prisa alguna, saca la placa de policía, se la muestra un rato largo a Brolin y luego le empieza a hacer las mismas preguntas que la última vez.

—¿Cómo se encuentra el paciente?

—Lo siento, ahora estoy ocupado, pero…

—¿Jurek Walter ha hecho algo fuera de lo común estos últimos días? —lo corta con firmeza.

—Ya he respondido a eso —contesta Brolin y vuelve a fijar la mirada en el ordenador.

—¿Las rutinas de seguridad siguen siendo las mismas?

El corpulento médico suelta un suspiro por la nariz y lo mira cansado.

—¿Qué estás haciendo?

—¿Todavía le dais Risperdal intramuscular? —pregunta Joona.

—Sí —suspira Brolin.

—¿El personal del módulo de seguridad sigue siendo el mismo?

—Sí, pero eso ya lo he…

—¿El personal del módulo de seguridad sigue siendo el mismo?

—Sí —contesta Brolin con una sonrisa insegura.

—¿No hay un médico nuevo llamado Anders Rönn que ha empezado a trabajar en el módulo de seguridad? —pregunta Joona algo afónico por la insistencia.

—Sí…

—¿Por qué dices entonces que el personal sigue siendo el mismo?

Un leve rubor asoma bajo los ojos cansados del médico.

—Sólo está haciendo una suplencia —explica Brolin despacio—. Como comprenderás, de vez en cuando tenemos que contratar sustitutos.

—¿A quién suple?

—A Susanne Hjälm, que cogió una excedencia.

—¿Cuánto tiempo lleva de excedencia?

Brolin responde mientras deja salir el aire.

—Tres meses.

—¿Qué hace?

—La verdad es que no lo sé, no hace falta motivar las excedencias.

—¿Está Anders Rönn en el trabajo en este momento?

Brolin mira la hora un segundo y constata con frialdad:

—Lo siento, ya ha terminado por hoy.

Joona saca el móvil y sale del despacho. Anja Larsson responde cuando él pasa por delante de la secretaria.

—Necesito la dirección y el teléfono de Anders Rönn y de Susanne Hjälm.

El hombre de arena
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