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Una mujer muy hermosa con rasgos indios está mirando a Reidar cuando despierta. Le explica que ha tenido una angina de pecho.
—Creía que me había dado un infarto —murmura.
—Vamos a examinar en profundidad las arterias coronarias en la angiografía y…
—Sí —dice él con un suspiro y se incorpora.
—Tiene que guardar reposo.
—Acabo de enterarme… de que mi… —dice, pero su boca empieza a temblar tanto que no puede terminar la frase.
Ella le pone la mano sobre la mejilla y sonríe como si Reidar fuera un niño triste.
—Tengo que ir con mi hijo —explica él con voz un poco más firme.
—Entenderá que no puede salir del hospital hasta que hayamos analizado sus síntomas —se limita a decir ella.
Le da una espray en una botellita rosa con nitroglicerina que tiene que echarse debajo de la lengua a la menor molestia que sienta en el pecho.
Reidar se dirige a la sección 66, pero antes de alcanzar la habitación de Mikael se detiene en el pasillo y se apoya con una mano en la pared.
Cuando entra, Joona se levanta y le ofrece la silla. El teléfono sigue sobre la mesita.
Mikael está en la cama con los ojos abiertos. Reidar se le acerca.
—Mikael, tienes que ayudarme a encontrarla —dice, y se sienta en el borde.
—Papá, ¿cómo te encuentras? —pregunta su hijo con voz serena.
—No ha sido nada —responde Reidar e intenta sonreír.
—¿Qué dicen, qué opina el médico? —pregunta entonces Mikael.
—Me ha dicho que tengo un pequeño problema en las arterias coronarias, pero yo no lo creo. Da igual, tenemos que encontrar a Felicia.
—Estaba convencida de que no te importaba que ella hubiese desaparecido. Yo le dije que no era verdad, pero ella estaba segura de que tú sólo me buscarías a mí.
Reidar se queda inmóvil. Sabe a qué se refiere Mikael, porque nunca ha podido olvidar lo que pasó el último día. Ahora su hijo le pone la delgada mano en el brazo y sus miradas se vuelven a cruzar.
—Apareciste en Södertälje, ¿tengo que empezar a buscar por allí? —pregunta Reidar—. ¿Puedo encontrarla allí?
—No lo sé —responde Mikael en voz baja.
—Pero seguro que recuerdas algo —prosigue Reidar.
—Lo recuerdo todo —dice su hijo—. Lo que pasa es que no hay nada que recordar.
Joona apoya las dos manos en los pies de la cama. Mikael tiene los ojos medio abiertos y sujeta con fuerza la mano de su padre.
—Antes has dicho que Felicia y tú estabais juntos, en el suelo, a oscuras —empieza Joona.
—Sí —susurra Mikael.
—¿Cuánto tiempo estuvisteis sólo vosotros dos? ¿Cuándo desaparecieron los demás?
—No lo sé —contesta—. No se puede calcular, el tiempo no funciona como vosotros pensáis.
—Describe la habitación.
Mikael mira con sufrimiento a los ojos grises de Joona.
—Nunca he visto la habitación —responde—. Excepto al principio, cuando era pequeño…, entonces había una lámpara muy fuerte que a veces se encendía, podíamos mirarnos. Pero no recuerdo cómo era la habitación, yo sólo tenía miedo…
—Pero recuerdas algo.
—La oscuridad, estábamos casi a oscuras.
—Tenía que haber un suelo —empieza Joona.
—Sí —susurra Mikael.
—Continúa —le pide Reidar con cariño.
Mikael aparta la vista de los dos hombres. Con la mirada perdida, les habla del lugar en el que ha estado tanto tiempo:
—El suelo… era duro y frío. Seis pasos así… y cuatro pasos así… Y las paredes eran de hormigón. No hace ruido cuando lo golpeas.