88

Joona entra en un salón encalado y con un ancho lavamanos anclado a la pared. El agua cae de la boca de una manguera naranja al sumidero. Sobre una mesa larga de operaciones con cubierta de plástico, yace el cadáver hallado en la cabaña de caza de Dalarna. El tórax marrón y embutido está serrado a lo largo y un líquido amarillo se desliza lentamente por el canalón de acero inoxidable.

Tra la la la laa, we’d wath the rainbow —canta Nålen para sí—. Ta la la la laa, to the sun

Agarra un par de guantes de látex y los está inflando de aire cuando se percata de la presencia de Joona en la puerta.

—Los de la forense podríais montar un grupo —sugiere Joona con una sonrisa.

—Frippe es un bajista cojonudo —responde Nålen.

La luz de los potentes fluorescentes del techo se refleja en sus gafas de aviador. Lleva un polo blanco debajo de la bata de médico.

Se oye el crujir de unos pasos en el pasillo y, al cabo de unos segundos, entra Carlos Eliasson con fundas azules de protección en los zapatos.

—¿Habéis conseguido identificar al muerto? —pregunta, y para en seco cuando descubre el cuerpo.

Los bordes elevados de la mesa de autopsias le dan un aspecto de encimera de cocina en la que han puesto un trozo de carne seca o una raíz ennegrecida y extraña. El cadáver está deshidratado y retorcido y la cabeza decapitada descansa junto al cuello.

—Es Jeremy Magnusson, sin la menor duda —responde Nålen—. Nuestro odontólogo forense, que, por cierto, toca la guitarra, ha comparado las características orales con las radiografías dentales de la base de datos del Estado.

Nålen se inclina hacia adelante, coge la cabeza con las dos manos y le abre el agujero negro y arrugado que en su día fue la boca de Jeremy Magnusson.

—Tenía una muela del juicio sin desarrollar y…

—Por favor —dice Carlos con gotas de sudor en la frente—, estoy seguro de que el guitarrista tiene razón…

—Ya no tiene paladar —informa Nålen y fuerza para abrir la mandíbula un poco más—. Pero si tocas con el dedo…

—Interesante —interrumpe Carlos y mira la hora—. ¿Tenemos idea de cuánto tiempo ha estado allí colgado?

—La deshidratación debe de haberse alargado un poco debido a las bajas temperaturas —responde Nålen—, pero si te fijas en los ojos, las conjuntivas se han secado en seguida, excepto justo debajo de los párpados. La consistencia pergaminosa de la piel es igual en todo el cuerpo excepto alrededor del cuello, donde estaba la cuerda.

—Pero más o menos —exige Carlos.

—La transformación post mortem es un calendario, una especie de vida en la muerte, un proceso que se da en el cuerpo después de morir… Y apostaría algo a que Jeremy Magnusson se ahorcó hace…

—Trece años, un mes y cinco días —dice Joona.

—No está mal —asiente Nålen.

—Me acaba de llegar una imagen de la nota de despedida que encontraron los técnicos —dice Joona y saca el teléfono.

—Suicidio —suelta Carlos forzado.

—Todo apunta a ello, aunque a juzgar por las fechas, Jurek Walter podría haber estado allí —contesta Nålen.

—Jeremy Magnusson estaba en la lista de las víctimas más probables de Jurek —dice Carlos despacio—. Y ahora podemos clasificar su muerte como suicidio…

Algo incomprensible cruza la mente de Joona. Es como si la conversación ocultara alguna asociación, pero no logra cazarla.

—¿Qué dice la nota? —pregunta Carlos.

—Se colgó sólo tres semanas antes de que Samuel y yo encontráramos a su hija Agneta en el bosque de Lill-Jansskogen —dice Joona, y busca la imagen de la nota de despedida con fecha que los técnicos le han enviado.

No sé por qué lo he perdido todo, a mis hijos, a mis nietos y a mi esposa.

Soy como Job, pero sin redención.

He esperado, y esta espera debe tener un final.

Se quitó la vida creyendo haber sido despojado de todas aquellas personas a las que siempre había querido. Si tan sólo hubiera soportado la soledad un poquito más, habría recuperado a su hija. Agneta Magnusson vivió varios años antes de que su corazón finalmente se parara. Estaba ingresada en la sección de enfermos crónicos en el hospital de Huddinge bajo constante observación.

El hombre de arena
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