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Agnes está sentada en el suelo y lleva el pijama azul con abejitas. Tiene el cepillo del pelo en la mano y toca cada cerda con la punta del dedo, una a una, como si las estuviera contando. Anders también está en el suelo delante de la niña, esperando con la Barbie en la mano.
—Cepíllale el pelo a la muñeca —dice.
Agnes sigue toqueteando las cerdas sin mirarlo, una fila tras otra, despacio y concentrada.
Anders sabe que Agnes no juega con la misma espontaneidad que otros niños, pero juega a su manera. A ella le cuesta entender lo que ven y piensan los demás. Nunca les ha dado alma a sus Barbies, sino que se limita a estudiar sus aspectos mecánicos, les dobla las piernas y los brazos y les gira la cabeza.
Pero en los cursos que organiza la Fundación para el Autismo y el Asperger, Anders ha aprendido que puede entrenar a Agnes en el juego si lo reparte en secuencias.
—¿Agnes? Cepíllale el pelo a la muñeca —le repite.
La niña deja de tocar las cerdas, alarga el cepillo, lo pasa por el pelo rubio de la muñeca y repite el movimiento dos veces.
—Qué bien ha quedado —reconoce Anders.
Agnes se pone a toquetear el cepillo otra vez.
—¿Has visto qué guapa la has dejado? —pregunta.
—Sí —responde ella sin mirar.
Anders saca una muñeca Cindy y antes de que le dé tiempo a decir nada, Agnes ya ha alargado la mano y le cepilla el pelo con una sonrisa.
Tres horas más tarde, cuando Agnes ya está durmiendo, Anders se sienta en el sofá delante del televisor y ve un capítulo de «Sexo en Nueva York». Delante de la casa, los copos de nieve atraviesan la luz amarilla de la iluminación exterior. Petra está en una fiesta con los compañeros de trabajo. Victoria ha pasado a recogerla a las cinco. No iba a llegar tarde, pero ya son casi las once.
Anders da un trago al té frío y le manda un mensaje de texto a Petra en el que le cuenta que Agnes les ha cepillado el pelo a las muñecas.
Está cansado, pero piensa que le gustaría hablar con ella de la reunión del hospital, que ha asumido la responsabilidad del módulo de seguridad y que le han garantizado un contrato fijo.
En la pausa de la publicidad, Anders va a apagar la luz de la estrecha habitación de Agnes. La lamparita tiene la forma y el tamaño natural de una liebre. El animal irradia una tenue luz rosa que baña las sábanas de la cama y la cara relajada de su hija.
El suelo está cubierto de piezas de lego, muñecas, muebles de la casita de muñecas, comida de plástico, lápices, tiaras de princesa y una vajilla entera de porcelana.
Anders no entiende cómo se ha podido generar tal desorden.
Tiene que avanzar arrastrando los pies para no pisar nada. Los juguetes se rozan entre sí a medida que se desliza por el parquet. Con cuidado, se estira para alcanzar el interruptor de la lamparita cuando le parece ver un cuchillo en el suelo al lado de la cama.
La gran casa de Barbie está en medio, pero aun así puede ver el filo de acero a través de la puertecita.
Anders se acerca despacio, se agacha y el corazón se le acelera cuando ve que el cuchillo se parece al que encontró en la celda de aislamiento.
No lo entiende, le entregó el cuchillo a Brolin.
Agnes empieza a gemir intranquila y a susurrar en sueños.
Anders se agacha y estira la mano, la mete en la planta baja de la casa de muñecas, empuja la puertecita con un dedo y se estira hacia el cuchillo.
El suelo cruje débilmente y Agnes respira de prisa.
Algo parece brillar en la oscuridad debajo de la cama. A lo mejor son los ojos del peluche, pero no lo puede asegurar mirando a través de las ventanitas de la caseta.
—Ay —murmura Agnes—. Ay, ay…
Justo cuando Anders alcanza el cuchillo con la punta de los dedos, ve dos ojos centelleantes en una cara arrugada debajo de la cama.
Es Jurek Walter y se mueve a la velocidad del rayo, lo agarra del brazo y tira de él.
Anders se despierta de un sobresalto y recoge el brazo en un acto reflejo. Entre jadeos, entiende que se ha quedado dormido en el sofá delante del televisor. Lo apaga, pero permanece un rato donde está, sintiendo los latidos nerviosos de su corazón.
Unos faros de coche se cuelan por la ventana. Un taxi da la vuelta en el patio y desaparece. Después la puerta de entrada se abre con cuidado.
Es Petra.
La oye meterse en el baño a hacer pis y a desmaquillarse. Él se acerca despacio, siguiendo la luz del lavabo que asoma por el pasillo.