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Joona camina lo más rápido que puede en dirección a las vías de tren. La pesada cizalla va topando con los montículos de nieve y las vibraciones le suben hasta el hombro. El tren de mercancías junto al almacén se acaba de poner en movimiento y, chirriando, comienza a mecerse hacia adelante. Joona intenta correr, pero los latidos de su corazón son tan lentos que le arde el pecho. Se sube al terraplén cubierto de nieve, resbala y clava una rodilla en la grava, se le cae la cizalla, consigue levantarse y sale a trompicones a la vía. Ahora ya no siente ni las manos ni los pies. Los espasmos se han descontrolado y Joona experimenta un desconcierto abrumador por culpa del frío.
Sus pensamientos son extraños, lentos y descompuestos. Lo único que sabe es que tiene que parar el tren.
El pesado convoy ha comenzado a aumentar la velocidad y se acerca rechinando. Joona está en medio de la vía, levanta la mirada hacia los faros y marca el alto con la mano. El tren toca la bocina y Joona puede intuir la silueta del conductor dentro de la locomotora. El terraplén tiembla bajo sus pies. Joona saca la pistola, la levanta y destroza el cristal de la locomotora de un disparo.
Una cascada de cristales salta en el aire y se pierde en el techo del primer vagón. El eco del disparo rebota, y fuerte, entre los contenedores amontonados.
La cabina se llena de papeles que revolotean por todas partes y el conductor no tiene ninguna expresión en la cara. Joona levanta la cabeza otra vez y apunta directamente al hombre. El tren frena con un rugido. Las ruedas chirrían sobre los raíles y el suelo se sacude. Los frenos de la locomotora se desgañitan y todo el convoy se detiene con un suspiro a tan sólo tres metros del comisario.
Joona está a punto de desplomarse cuando se baja de la vía. Recoge la cizalla y se vuelve hacia el conductor.
—Abre los contenedores rojos —ordena.
—No tengo autoridad para…
—¡Tú hazlo! —grita Joona y tira la cizalla al suelo.
El conductor se baja de la cabina de mando y recoge la gran herramienta. Joona lo acompaña a lo largo del tren y señala el primer contenedor rojo. Sin decir palabra, el conductor se sube al acople oxidado y corta la cerradura. La puerta se abre con un bramido y varias cajas de televisores caen al suelo.
—El siguiente —susurra.
Joona empieza a caminar, se le cae la pistola, la recoge de la nieve y sigue avanzando hacia la cola del tren. Pasan ocho vagones antes de encontrar el siguiente contenedor con las palabras «Hamburg Süd».
El conductor corta el candado, pero no consigue girar la robusta palanca. Golpea con la cizalla y el estruendo metálico resuena solitario en el recinto del muelle.
Joona se acerca tambaleándose, empuja la palanca hacia arriba con un sonido seco y la gran puerta de hierro se abre de un bandazo.
Disa yace en el suelo oxidado del contenedor. Tiene la cara pálida y mira desconcertada con los ojos muy abiertos. Ha perdido una de las botas y tiene el pelo congelado.
La boca de Disa muestra una expresión de miedo y llanto.
En el lado derecho de su largo y esbelto cuello tiene un corte profundo. El charco de sangre bajo el cuello y la nuca ya tiene una primera costra de hielo reluciente.
Joona la baja con cuidado del contenedor y se aleja unos pasos.
—Sé que estás viva —dice y cae de rodillas con Disa en los brazos.
Un poco de sangre le cae en la mano, pero el corazón de Disa ha dejado de latir. Se ha acabado, no hay vuelta atrás.
—Esto no… —susurra Joona contra su mejilla—. Tú no…
La mece despacio mientras los copos de nieve se deslizan desde el cielo. No se percata del coche que se detiene ni se da cuenta de que Saga Bauer se acerca corriendo. Va descalza y sólo lleva pantalones y camiseta.
—¡Ya están viniendo todos! —grita, y se acerca—. Dios mío, ¿qué has hecho? Necesitas ayuda…
Saga grita por la unidad de radio y maldice. Como si de un sueño se tratara, Joona oye cómo obliga al conductor a quitarse la chaqueta y se la pone en los hombros. Después se agacha y lo abraza por detrás mientras las sirenas de los coches patrulla y las ambulancias llenan el recinto.
La nieve se levanta del suelo en un círculo alrededor del helicóptero amarillo de salvamento, que aterriza balanceándose sobre sus patines. Las aspas azotan el aire y el conductor del tren se aleja del hombre que está sentado con la mujer muerta en el regazo.
Las aspas continúan girando mientras el personal de emergencia baja de un salto y se acerca corriendo con la ropa ondeando sobre sus cuerpos.
La corriente de aire del helicóptero hace que la porquería del suelo salga despedida contra la alta verja. Da la sensación de que arrastra consigo todo el oxígeno para respirar.
Joona está a punto de perder el conocimiento cuando los enfermeros lo obligan a soltar el cuerpo inerte de Disa. Tiene los ojos nublados y las manos blancas por la hipotermia. Habla de forma incongruente y se resiste cuando intentan tumbarlo en el suelo.
Saga llora cuando ve cómo lo suben a una camilla y lo meten en el helicóptero de salvamento. Sabe que tienen que darse mucha prisa.
El ruido de la hélice es otro cuando despegan en vertical y se balancean debido a una ráfaga de viento.
El rotor cambia de ángulo, el helicóptero se inclina y desaparece sobre la ciudad.
Mientras le cortan la ropa, Joona empieza a sumirse en un letargo parecido a la muerte. Todavía tiene los ojos abiertos, pero sus pupilas se han dilatado y están tan rígidas que ya no reaccionan a la luz. No muestra signos de respirar ni de tener pulso.
La temperatura corporal de Joona Linna ha descendido por debajo de los treinta y dos grados cuando aterrizan en el helipuerto del edificio P 8 del hospital Karolinska.