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Joona se despierta en el hospital porque tiene frío. Siente un cosquilleo en los brazos, donde poco a poco se va inyectando la infusión caliente de los goteros. Hay un enfermero junto a su cama que le sonríe cuando el comisario entorna los ojos.
—¿Cómo te encuentras? —pregunta el enfermero, y se inclina. Joona intenta leer su nombre en la chapita, pero no consigue que las letras se estén lo bastante quietas.
—Tengo frío —dice.
—Dentro de dos horas tu temperatura corporal debería ser la normal otra vez. Ahora te daré un poco de zumo caliente.
Joona intenta incorporarse para beber, pero justo entonces siente una punzada en la vejiga. Aparta la manta térmica y ve que tiene dos agujas de un grosor considerable clavadas directamente en el abdomen.
—¿Qué es esto? —pregunta débilmente.
—Lavado peritoneal —dice el enfermero—. Te estamos calentando por dentro… Ahora mismo tienes dos litros de líquido caliente en el abdomen.
Joona cierra los ojos e intenta recordar. Contenedores rojos, la sopa de hielo y el shock térmico cuando saltó del barco al agua helada.
—Disa —susurra, y se le pone la piel de gallina.
Se reclina otra vez en la almohada y mira hacia el techo térmico, pero lo único que siente es frío.
Al cabo de un rato, se abre la puerta y entra una mujer alta, con el pelo recogido y un jersey de seda ceñido bajo la bata de médico. Es Daniella Richards, a quien ha visto ya en muchas otras ocasiones.
—Joona Linna —dice ella con voz grave—. Lo lamento tanto…
—Daniella —la interrumpe Joona afónico—. ¿Qué me has hecho?
—Estabas a punto de morir de hipotermia, ¿lo sabes? Cuando llegaste pensamos que estabas muerto.
Se sienta en el borde de la cama.
—A lo mejor no entiendes la condenada suerte que has tenido —dice ella despacio—. No hay heridas graves, por lo que parece… Te estamos calentando los órganos.
—¿Dónde está Disa? Tengo que…
Se le quiebra la voz. Hay algo en su cabeza, en su cerebro. No consigue ensamblar correctamente las palabras. Todos sus recuerdos son como hielo roto en agua negra.
La doctora baja la mirada y niega con la cabeza. Luce un pequeño diamante en el hoyito del cuello.
—Lo lamento mucho —repite Daniella en voz baja.
Mientras le habla de Disa, su cara se llena de diminutos espasmos de tristeza. Joona observa las venas de sus manos, el latido de su pulso y su pecho elevándose bajo el jersey verde. El comisario intenta comprender qué le está contando, cierra los ojos y de pronto los acontecimientos se precipitan en su conciencia. La cara pálida de Disa, el corte en el cuello, la boca asustada y su pie descalzo con el calcetín de nilón.
—Déjame solo —dice Joona con voz vacía y afónica.