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Mikael Kohler-Frost ha sido trasladado de la sala de urgencias del hospital Södersjukhuset a la sección 66 de enfermedades infecciosas agudas y crónicas.
Una doctora con cara cansada pero simpática se presenta como Irma Goodwin y acompaña a Joona por el pasillo de linóleo brillante. La luz se refleja en una litografía enmarcada.
—Su estado general es muy grave —explica ella mientras avanzan—. Está desnutrido y tiene neumonía. El laboratorio ha encontrado bacterias de legionela en su orina y…
—¿La enfermedad del legionario?
Joona se detiene y se pasa la mano por el pelo revuelto. La doctora observa que el gris de sus ojos se ha intensificado, casi como el de la plata pulida, y se apresura a asegurarle que la enfermedad no es contagiosa.
—Está vinculada con lugares específicos que…
—Lo sé —responde Joona y sigue caminando.
Recuerda que el hombre al que encontraron muerto en el tonel de plástico tenía legionelosis. Para contraer dicha enfermedad hay que estar en un lugar con agua infectada. Es muy raro encontrar casos de contagio en Suecia. La bacteria de la legionela crece en estanques, bidones de agua y tuberías que permanecen a temperaturas demasiado bajas.
—Pero ¿se recuperará? —pregunta Joona.
—Eso creo, le administré macrólido directamente —responde ella mientras intenta mantener el paso del alto comisario.
—¿Y está surtiendo efecto?
—Tarda unos días, todavía tiene mucha fiebre y hay riesgo de embolia séptica —responde, abre una puerta, lo invita a pasar y entra tras él a ver al paciente.
La luz del día atraviesa la bolsa de suero del gotero y la hace brillar. En la cama hay un hombre flaco y muy pálido con los ojos cerrados que murmura de forma maníaca:
—No, no, no… No, no, no, no…
Le tiembla la mandíbula y las gotas de sudor forman hilillos. A su lado hay una enfermera que le sujeta la mano izquierda y le quita trocitos de cristal de una herida.
—¿Ha dicho algo? —pregunta Joona.
—Ha delirado mucho, no es fácil entender lo que dice —responde la enfermera y le tapa la herida de la mano con gasa y esparadrapo.
Sale de la habitación y Joona se acerca con cuidado al paciente. Observa sus rasgos demacrados y no tiene ninguna dificultad en reconocer la cara del niño que ha observado tantas veces en fotografías. La dulce boca con el labio superior asomando y las cejas largas y oscuras. Joona recuerda la última imagen de Mikael. Entonces tenía diez años y estaba delante del ordenador, con un flequillo que le rozaba los ojos y una sonrisa de placer en los labios.
El joven hombre de la cama tose cansado, respira a golpes, sigue con los ojos cerrados y farfulla para sí…
—No, no, no…
No cabe ninguna duda de que es Mikael Kohler-Frost a quien tiene delante.
—Ya estás a salvo, Mikael —dice Joona.
Irma Goodwin permanece en silencio detrás de Joona y mira al cadavérico hombre que yace en la cama.
—No quiero, no quiero.
Niega con la cabeza y tensa todos los músculos del cuerpo. El líquido del tubito del gotero se vuelve rojizo. El hombre tirita y comienza a gemir muy flojito.
—Me llamo Joona Linna, soy comisario y fui uno de los que te estuvimos buscando cuando no volviste a casa.
Mikael entreabre los ojos, al principio parece que no ve nada, parpadea unas cuantas veces y mira a Joona.
—Creéis que estoy vivo…
Tose y sigue mirando a Joona mientras jadea.
—¿Dónde has estado, Mikael?
—No lo sé, eso no lo sé, no sé nada, no sé dónde estoy, no sé nada de…
—Estás en el hospital Södersjukhuset, de Estocolmo —dice Joona.
—¿La puerta está cerrada? ¿Está cerrada?
—Mikael, necesito saber dónde has estado.
—No entiendo lo que dices —balbucea.
—Necesito saber…
—¿Qué coño me estáis haciendo? —pregunta con voz desesperada y empieza a llorar.
—Le daré un calmante —propone la doctora y abandona la habitación.
—Ya estás a salvo —le explica Joona—. Aquí todos intentan ayudarte y…
—No quiero, no quiero, no aguanto…
Niega con la cabeza y trata de quitarse el tubo del pliegue del codo con los dedos cansados.
—¿Dónde has estado todo este tiempo, Mikael? ¿Dónde has vivido? ¿Has estado escondido? ¿Has estado encerrado o…?
—No lo sé, no entiendo lo que dices.
—Estás cansado y tienes fiebre —dice Joona en voz baja—, pero debes intentar recordar.