92

Siente que le pesan los párpados pero se obliga a mirar. La luz del techo está muy borrosa. La puerta de acero se abre y un hombre con bata blanca entra en la celda. Es el joven médico. Lleva algo en sus delgadas manos. La puerta se cierra a sus espaldas y la cerradura traquetea. Los ojos secos de Saga parpadean y ven que el médico deja dos ampollas con aceite amarillo sobre la mesa. Con cuidado, abre el envoltorio de plástico de una jeringuilla. Saga intenta meterse debajo de la cama, pero tarda demasiado. El médico la agarra por un tobillo y empieza a tirar de ella. Saga prueba a sujetarse y se vuelve boca arriba. El sujetador se le sube y sus pechos quedan al descubierto cuando el médico la arrastra hasta el centro de la celda.

—Pareces una princesa —lo oye susurrar.

—¿Qué?

Levanta la mirada y se cruza con los ojos húmedos del médico, intenta cubrirse los pechos pero sus manos están demasiados débiles.

Saga vuelve a cerrar los ojos, se queda quieta y espera.

De pronto, el médico la tumba boca abajo. Le baja los pantalones y las bragas. Saga se queda dormida y se despierta por un pinchazo en la parte superior de la nalga, luego siente otro pinchazo más adentro.

Saga se despierta en la oscuridad, en el frío suelo; está tapada con la manta. Le duele la cabeza y apenas tiene sensibilidad en las manos. Se incorpora, se ajusta el sujetador y recuerda que aún tiene el micrófono en el estómago.

Hay prisa. Puede que lleve varias horas dormida.

A cuatro patas, va hasta el sumidero, se mete dos dedos en la garganta y vomita ácido gástrico. Traga fuerte y lo vuelve a intentar, siente un calambre en el estómago, pero no sube nada.

—Dios…

Mañana necesitará el micrófono para ponerlo en la salita de recreo. No puede permitir que le llegue al duodeno. Se pone de pie con las piernas temblorosas y bebe agua del grifo, se vuelve a colocar de rodillas, se inclina hacia adelante y se introduce de nuevo dos dedos en la garganta. El agua sube por el esófago, pero Saga no saca los dedos. El fino contenido del estómago se desliza por su antebrazo. Respira entre jadeos, se introduce más los dedos y comienza de nuevo el proceso. Le sale bilis y el sabor amargo le llena la boca. Tose, empuja con los dedos y nota por fin que el micrófono empieza a ascender por la garganta hasta llegar a la boca. Lo caza con la mano y lo esconde a pesar de que la celda está a oscuras, se levanta, lo enjuaga bajo el grifo y lo vuelve a guardar en la cinturilla del pantalón. Escupe bilis y babas, se enjuaga la boca y la cara, escupe otra vez, bebe un poco de agua y regresa a la cama.

Tiene los pies y las puntas de los dedos fríos y adormecidos. Nota unos pinchacitos en los dedos de los pies. Cuando Saga se tumba en la cama y se pone bien los pantalones se da cuenta de que sus bragas están del revés. No sabe si ha sido ella misma quien se las ha puesto mal o si ha pasado algo más. Se acurruca bajo la manta, desliza con cuidado una mano y se palpa el sexo. No lo tiene sensible ni le duele, pero lo nota entumecido.

El hombre de arena
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