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Saga ve a Stefan entornar los ojos y se le pone la piel de gallina cuando la música empieza a sonar y concentra a todo el auditorio con una iluminación suave y brillante, como un velo.
Jacky empieza a tocar acordes suaves y después entra el contrabajo.
Saga sabe que a Stefan aquello le encanta, pero al mismo tiempo no puede pasar por alto el acuerdo que tenían de salir sólo para sentarse a hablar un buen rato.
Lleva toda la semana esperando aquel momento.
Sin prisa alguna, va picoteando pistachos, junta las cáscaras en un montoncito y espera.
De pronto, le invade la fría angustia de que él la ha abandonado. Piensa que está siendo irracional, no sabe de qué se trata y se repite que no debe ser infantil.
Cuando se termina la copa coge la de Stefan. Ya no está fría, pero se la toma de todos modos.
Mira hacia la salida justo cuando un hombre de mejillas rojas le hace una foto con su teléfono. Está cansada y piensa que debería ir a casa a acostarse, pero primero le gustaría hablar con Stefan.
Ha perdido la cuenta de cuántos temas han interpretado. John Scofield, Mike Stern, Charles Mingus, Dave Holland, Lars Gullin y una versión larga de una canción cuyo título no recuerda del disco de Bill Evans y Monica Zetterlund.
Saga mira el montoncito de cáscaras pálidas, los palillos en las copas de Martini y la silla vacía que tiene enfrente. Va a la barra y pide una cerveza Grolsch y cuando se la acaba, se dirige al baño.
Unas pocas mujeres se están maquillando delante del espejo, el lavabo está ocupado y tiene que hacer cola un momento. Cuando por fin queda libre se mete en el habitáculo, echa el pestillo, se sienta y clava la mirada en la puerta blanca.
De repente, un viejo recuerdo la deja sin fuerzas: su madre tumbada con el rostro marcado por la enfermedad y la mirada perdida en la puerta blanca. Saga sólo tenía siete años y trataba de consolarla, intentaba decirle que pronto se pondría mejor, pero su madre no quería cogerla de la mano.
—Para ya —susurra Saga para sí en el lavabo, pero el recuerdo se niega a desvanecerse.
Su madre empeoró y Saga tuvo que buscar la medicina, ayudarla con las pastillas y aguantarle el vaso de agua.
Saga estaba sentada en el suelo, al lado de la cama, mirando a su madre, fue a buscarle una manta cuando le entró frío e intentó llamar a su padre cada vez que su madre se lo pedía.
Cuando su madre por fin se quedó dormida, recuerda que apagó la lamparita, se subió a la cama y se tumbó en su regazo.
No suele pensar en eso. Procura mantener el recuerdo alejado, pero ahora se le ha echado encima y su corazón palpita con fuerza cuando sale del baño.
Su mesa sigue libre con las copas vacías y Stefan continúa tocando y mira a Jacky. Ambos responden a las improvisaciones del otro con actitud lúdica.
A lo mejor es por culpa de las copas, o de los recuerdos, pero el caso es que le falla el juicio. Se abre paso hasta los músicos. Stefan está sumido en una larga y variada improvisación cuando ella le pone la mano en el hombro.
Él da un respingo, la mira y niega estresado con la cabeza. Saga lo agarra del brazo e intenta hacer que deje de tocar.
—Vámonos —dice.
—Controla a tu chica —resopla Jacky.
—Estoy tocando —susurra Stefan conteniéndose.
—Pero nosotros dos… Habíamos decidido que íbamos… —intenta decir Saga y siente, para su sorpresa, que se le humedecen los ojos.
—¡Largo! —le espeta Jacky.
—¿No podemos irnos ya? —pregunta acariciando a Stefan en la nuca.
—Coño —susurra él tajante.
Saga da un paso atrás y vuelca un vaso de cerveza que había encima de un amplificador. El recipiente cae al suelo y estalla en mil pedazos.
La cerveza salpica la ropa de Stefan.
Se queda allí quieta, pero la mirada de Stefan no se aparta del teclado y de las manos, que corren de un lado a otro mientras el sudor le resbala por las mejillas.
Saga espera un momento y luego vuelve a la mesa. Unos hombres les han quitado el sitio. Su parca verde está en el suelo. La recoge con manos temblorosas y sale corriendo a la nevada.