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La puerta da un fuerte bandazo contra la pared de hormigón y rebota. Joona entra en la sala contigua mientras cambia el cargador. Las ocho personas que hay allí dentro apartan la mirada de la gran pantalla para dirigirla hacia él.
—Seis segundos y medio hasta el primer disparo —dice uno.
—Es demasiado lento —responde Joona.
—Pero Markus habría soltado la pistola antes si el codazo hubiese sido de verdad —dice un hombre alto con la cabeza afeitada.
—Sí, ahí habrías ganado algo de tiempo —sonríe una oficial femenina.
La escena ya se está reproduciendo en la pantalla. El deltoides tenso de Joona, el suave movimiento hacia adelante, el ojo y el punto de mira alineados al tiempo que aprieta el gatillo.
—Impresionante de cojones… —dice el jefe de operaciones y apoya bien separadas las palmas de las manos sobre la mesa.
—… para ser poli —termina Joona.
Todos ríen y se inclinan hacia atrás en las sillas mientras el jefe al mando se rasca la punta de la nariz un tanto ruborizado.
Joona Linna acepta un vaso de agua. Todavía no sabe que dentro de poco sus peores temores cobrarán vida, como una tormenta de fuego. Aún no puede intuir la chispita incandescente que planea sobre un océano de gasolina.
Joona Linna está en el cuartel de Karlsborg instruyendo al Grupo de Operaciones Especiales en combate cuerpo a cuerpo. No lo hace porque sea instructor especializado en la materia, sino porque, seguramente, es la persona con más experiencia de toda Suecia en las técnicas que van a aprender. Cuando Joona tenía dieciocho años, hizo el servicio militar en Karlsborg como paracaidista y fue reclutado de inmediato tras la formación básica para formar parte de una unidad especial dedicada a operaciones que no podían resolverse con unidades ni sistemas de armas convencionales.
A pesar de que hace mucho tiempo que dejó la carrera militar para estudiar en la Escuela de Policías, en ocasiones todavía sueña con sus días como paracaidista. Se ve otra vez dentro del avión de transporte, oye el ruido ensordecedor de las turbinas y mira por la compuerta hidráulica. La sombra del avión se desliza sobre el agua pálida en la profundidad como una cruz gris. En su sueño, Joona baja corriendo por la rampa y salta al frío vacío, oye el silbido de los cordones, siente el tirón en el arnés y da un vaivén cuando se abre el paracaídas. Se acerca al agua a una velocidad de vértigo. Allí abajo, la zodiac negra se balancea entre manchas de espuma al chocar contra las olas.
Joona fue instruido en los Países Bajos en combate cuerpo a cuerpo con navajas, bayonetas y pistolas. Lo entrenaron para aprovechar los cambios en las circunstancias y recurrir a armas innovadoras. Las técnicas concretas eran una forma especializada de combate de contacto que se conoce bajo el nombre hebreo de «Krav Maga».
—Empezaremos con esta situación y la iremos complicando cada vez más a lo largo del día —dice Joona.
—¿Hasta disparar a dos personas con una sola bala? —dice sonriendo el hombre alto y rapado.
—Eso no se puede hacer —responde Joona.
—Hemos oído que tú lo has hecho —replica la mujer, con curiosidad.
—¡Qué va! —sonríe Joona mesándose el pelo rubio y revuelto.
Su teléfono empieza a sonar en el bolsillo interior. Por el número, ve que es Nathan Pollock, de la policía judicial. Nathan sabe dónde está Joona en este momento y sólo lo llamaría si se tratara de algo importante.
—Disculpadme —dice Joona, y coge la llamada.
Da un trago al vaso de agua, escucha sonriendo y después se pone serio. De repente, todo el color de su cara desaparece.
—¿Jurek Walter sigue encerrado? —pregunta.
Le tiembla tanto la mano que tiene que dejar el vaso sobre la mesa.