66

Saga se lleva el exhaustivo perfil que ha elaborado Nathan Pollock a un dormitorio rosa con fotos de Bella Thorne y de Zendaya colgadas en las paredes. Quince minutos más tarde, vuelve a la cocina. Camina despacio y se detiene de golpe. Las sombras de sus largas pestañas tiemblan sobre sus mejillas. Los hombres se quedan callados y dirigen las miradas a la delicada figura de la cabeza afeitada.

—Me llamo Natalie Andersson y tengo un trastorno esquizoide de la personalidad, lo cual me hace ser bastante introvertida —dice Saga y se sienta en una silla—, pero también he tenido episodios psicóticos reiterados con brotes de violencia. Por eso me dan Decentan. Ahora me las arreglo con ocho miligramos, tres veces al día. Las pastillas son pequeñas y blancas… y te sensibilizan tanto los pechos que no puedo dormir boca abajo. También me dan Cipramil, treinta miligramos…, o Seroxat, veinte miligramos.

Mientras habla ha conseguido sacar el minúsculo micrófono sin que nadie se dé cuenta y se lo ha escondido en la cinturilla del pantalón.

—En mis peores momentos, me han puesto inyecciones de Risperdal… y Oxazepam para los efectos secundarios…

Valiéndose de la hoja que hay sobre la mesa como barrera visual, quita el protector del adhesivo y pega rápidamente el micrófono debajo de la mesa.

—Antes de Karsudden y de la sentencia del tribunal de Uppsala, dejé el régimen abierto del departamento psiquiátrico de Bålsta y maté a un hombre en un parque infantil detrás de la escuela Gredelby, en Knivsta. Diez minutos más tarde, me cargué a otro hombre en la entrada de su casa, en la calle Daggvägen…

El pequeño micrófono se despega y cae al suelo.

—Después de la detención, me llevaron a las urgencias psiquiátricas del hospital Akademiska, donde me inyectaron veinte miligramos de Diazepam y cien miligramos de Cisordinol en la nalga y estuve atada durante once horas. Luego tomé Distraneurine…, que estaba helado… y me produjo mocos y un fuerte dolor de cabeza.

Nathan Pollock aplaude. Joona se agacha y recoge el micrófono del suelo.

—El pegamento necesita cuatro segundos para que aguante bien —dice sonriendo.

Saga coge el micrófono, lo mira y le da la vuelta en la mano.

—¿Estamos de acuerdo con esta identidad? —pregunta Verner—. Dentro de siete minutos tengo que meterte en el registro del ministerio.

—A mí me parece bien —dice Pollock—, pero esta noche debes encontrar tiempo para memorizar la clínica de Bålsta y recordar los nombres y las caras del personal y otros pacientes.

Verner asiente con la cabeza y se levanta. Con su voz grave, explica que un infiltrado debe conocer hasta el último detalle de su pasado, sin el más mínimo error para no ser descubierto.

—La persona y su nueva identidad deben ser uno sólo para poder soltar un número de teléfono o la lista de familiares sin tener que pensárselo, los cumpleaños, las direcciones en las que uno ha vivido, las mascotas, los números de identidad, las escuelas, los profesores, los puestos de trabajo, los compañeros y sus costumbres y…

—Creo que ése no es el camino correcto —opina Joona.

Verner se queda callado con la boca abierta y se vuelve hacia el comisario. Carlos se pone nervioso y recoge unas migajas de la mesa con la mano. Nathan Pollock se reclina en la silla y sonríe expectante.

—Puedo aprenderme todo eso —dice Saga.

Joona asiente tranquilo con la cabeza y la mira con unos ojos que se han vuelto oscuros como el plomo.

—Como Samuel Mendel ya no está vivo —dice Joona—, os puedo explicar que tenía un conocimiento excepcional sobre infiltraciones de larga estancia… o undercover, como también se las llama.

—¿Samuel? —pregunta Carlos incrédulo.

—No os puedo decir cómo, pero sabía de qué hablaba —asegura Joona.

—¿Era Mosad? —pregunta Verner.

—Lo único que puedo decir es que… cuando me habló de su método, entendí que tenía razón, por eso siempre he recordado lo que me dijo —responde Joona.

—Ya conocemos los métodos —dice Verner estresado.

—Cuando se trabaja undercover hay que hablar lo menos posible y con frases cortas —informa Joona.

—¿Por qué cortas?

—Tú limítate a ser auténtica —prosigue Joona dirigiéndose directamente a Saga—. Nunca finjas sentimientos, no finjas rabia ni alegría y habla siempre en serio.

—De acuerdo —admite Saga atenta.

—Y lo más importante —continúa Joona—, di sólo la verdad.

—La verdad —repite Saga.

—Nos encargaremos de que se te hagan los diagnósticos —explica Joona—, pero tienes que sostener que estás sana.

—Puesto que es verdad —susurra Verner.

—Ni siquiera hace falta que conozcas tus crímenes, sólo asegura que son burdas mentiras.

—Porque en ese caso no estaré mintiendo —admite Saga.

—Joder —dice Verner—. Joder.

La cara de Saga se calienta cuando entiende lo que Joona quiere decir. Traga fuerte y despacio.

—Así que si Jurek Walter me pregunta dónde vivo, ¿le digo abiertamente que vivo en el barrio de Södermalm, en la calle Tavastgatan?

—Así recordarás tus respuestas si te pregunta más veces.

—Si me pregunta por Stefan ¿le cuento la verdad?

—Es la única forma que tienes de ser auténtica y, al mismo tiempo, de recordar lo que has dicho.

—Imagínate que me pregunta de qué trabajo —dice riéndose—. ¿Le digo que soy comisaria de la secreta?

—En un psiquiátrico seguro que funciona —sonríe Joona—. Pero si no…, si te pregunta algo que podría delatarte, simplemente puedes no contestar… porque es una reacción sincera, no quieres contestar y punto.

Verner se rasca la cabeza con una sonrisa ladeada. De pronto, la sala ha recuperado los ánimos.

—Ahora empiezo a creer en esto —le dice Pollock a Saga—. Escribiremos el informe psiquiátrico y le adjudicaremos una sentencia, pero tú sólo tienes que responder con la verdad.

Saga se levanta de la mesa y su cara parece relajada cuando dice:

—Me llamo Saga Bauer, estoy sana y soy inocente.

El hombre de arena
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