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Reidar le aprieta la mano sin decir nada. Mikael cierra los ojos y deja que las imágenes y los recuerdos se transformen en palabras.
—Hay un sofá y un colchón que apartamos del sumidero cuando vamos a utilizar el grifo —dice, y traga saliva.
—El grifo —repite Joona.
—Y la puerta… es de hierro o acero. Nunca está abierta. Nunca la he visto abierta, no hay ninguna cerradura por dentro, ni manija… y al lado de la puerta hay un agujero en la pared, de allí es de donde viene el cubo con comida. No es más que un agujero, pero si metes el brazo y lo doblas hacia arriba, puedes tocar una trampilla de metal con la punta de los dedos…
Reidar llora en silencio mientras escucha lo que Mikael les cuenta, lo que recuerda de la habitación.
—Intentamos guardar la comida —dice—, pero a veces se acababa… Algunas veces tardaban tanto que nos quedábamos tumbados esperando a oír la trampilla de metal y vomitábamos en cuanto comíamos algo… Y a veces no caía agua del grifo, nos entraba sed y el sumidero empezaba a oler mal…
—¿Qué clase de comida? —pregunta Joona conservando la calma.
—Sólo restos…, trozos de salchichas, patatas, zanahorias, cebollas… macarrones.
—La persona que os daba la comida… ¿nunca decía nada?
—Al principio, en cuanto se abría la trampilla nosotros gritábamos, pero entonces la cerraba y nos quedábamos sin comer… Después intentamos hablar con el que la abría, pero nunca nos contestaba… Siempre escuchábamos…, oíamos su respiración, los zapatos sobre el hormigón…, siempre los mismos zapatos…
Joona comprueba que la grabación sigue su curso. Piensa en el increíble aislamiento que han sufrido los dos hermanos. La mayoría de los asesinos en serie evitan el contacto con sus víctimas, dejan de hablar con ellas para que conserven su condición de objetos. Pero alguna vez tienen que entrar donde ellas se encuentran, siempre necesitan ver el terror y la indefensión en sus rostros.
—Lo oíste moverse —dice Joona—. ¿Oíste alguna otra cosa del exterior?
—¿Qué quieres decir?
—Piénsalo —dice Joona con gravedad—. Pájaros, ladridos de perro, coches, trenes, voces, aviones, golpes de martillo, la televisión, risas, gritos…, algún vehículo de emergencia…, cualquier cosa.
—Sólo el olor de la arena…
El cielo se ha oscurecido al otro lado de la ventana del hospital y unas gruesas gotas han comenzado a salpicar el cristal.
—¿Qué hacíais cuando estabais despiertos?
—Nada… Al principio, cuando éramos bastante pequeños, conseguí sacar un tornillo de debajo del sofá… y lo usamos para hacer un agujero en la pared. El tornillo se ponía tan caliente que casi te quemabas. Lo estuvimos haciendo durante una eternidad…, la pared era todo hormigón, de unos cinco centímetros, después había una rejilla de hierro, seguimos escarbando por uno de los agujeros, pero un poco más adentro había otra rejilla, era imposible… Es imposible escapar de la cápsula.
—¿Por qué llamas «cápsula» a la habitación?
Mikael esboza una sonrisa cansada, parece que se siente infinitamente solo.
—Fue Felicia la que empezó con eso… Se imaginaba que estábamos en el espacio, que era una misión… Fue al principio, antes de que dejáramos de hablar, pero yo seguí imaginándome la habitación como una cápsula.
—¿Por qué dejasteis de hablar?
—No lo sé, simplemente paramos, no quedaba nada que decir…
Reidar se lleva una mano temblorosa a la boca. Parece que lucha contra su propio llanto.
—Dices que no se puede escapar… y, aun así, tú lo conseguiste —dice Joona.