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Los altavoces carraspean y algunos sonidos aumentan, como un papel que se arruga, mientras que otros apenas se perciben. De vez en cuando, se oye el llanto ahogado de Reidar Frost, como cuando el hijo les cuenta la fantasía de Felicia acerca de la cápsula espacial.

Nathan Pollock apunta en su bloc y Magdalena Ronander escribe sin parar en su ordenador mientras todos escuchan.

«Dices que no se puede escapar… —pronuncia la voz seria de Joona por los altavoces— y, aun así, tú lo conseguiste…».

«No se puede, no fue así», responde Mikael Kohler-Frost de forma apresurada.

«Y ¿cómo fue?».

«El hombre de arena nos echó su polvo y cuando me desperté comprendí que ya no estaba en la cápsula —explica Mikael—. Estaba completamente oscuro, pero entendía que esa habitación era diferente y noté que Felicia no estaba cerca. Me moví a tientas hasta que encontré una puerta con manija… y, simplemente, la abrí y salí a un pasillo… Creo que entonces no pensé en que estaba huyendo, pero sabía que tenía que seguir caminando… Llegué a una puerta cerrada por fuera y pensé que había caído en una trampa y que el hombre de arena volvería en cualquier momento…, me entró el pánico y rompí el cristal con la mano, saqué el brazo y lo estiré hasta que pude girar el cerrojo… Crucé corriendo un almacén de sacos de cemento y cartones llenos de polvo… y entonces vi que la pared de la derecha no era más que plástico tensado con grapas… Me costaba respirar y notaba que me sangraban los dedos, pero conseguí arrancar el plástico. Noté que me había hecho daño con la trampilla, pero me daba igual, crucé un gran suelo de hormigón…, era una sala sin acabar y salí directo a la nieve… El cielo aún no había oscurecido del todo… Pasé corriendo al lado de una excavadora con una estrella azul, me metí en el bosque y ahí empecé a darme cuenta de que era libre. Corrí entre los árboles y los arbustos, la nieve me caía encima, no miré a mi alrededor, sólo crucé un prado campo a través y me metí en un pequeño bosque cuando, de pronto, algo me paró… Una rama rota se me había clavado en la ingle, estaba enganchado, no podía moverme. La sangre me caía dentro del zapato y me dolía. Intenté liberarme, pero estaba atrapado… Pensé en romper la rama, lo intenté, pero no podía, me sentía demasiado débil, no podía moverme, me pareció oír al hombre de arena y el tintineo de sus dedos de porcelana… Cuando probé a mirar hacia atrás resbalé y la rama salió. No sé si estuve a punto de desmayarme…, pero me volví lento. Aún así, me levanté, subí por una cuesta, me mareé y pensé que no podría continuar, pero seguí a cuatro patas y me encontré en una vía de tren. No sé cuánto tiempo estuve caminando, tenía frío, pero continué, a veces veía casas a lo lejos, pero estaba tan cansado que sólo fui por las vías… Cada vez nevaba con más fuerza, pero caminaba como en un letargo, no pensaba parar nunca, sólo quería ir más lejos…».

El hombre de arena
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