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Jurek Walter camina a paso lento por la cinta para correr. Vuelve la cara, pero la espalda la mantiene erguida.
Anders Rönn y el jefe de seguridad, Sven Hoffman, están juntos en la centralita de vigilancia del hospital observando el monitor de la salita de recreo.
—Ya sabes cómo se da una alarma y cuál es el procedimiento —dice Hoffman—. Sabes que alguien con pase autorizado tiene que acompañar a los cuidadores siempre que tengan contacto con los pacientes.
—Sí —responde Anders con un atisbo de impaciencia en la voz—. Y la puerta de seguridad de atrás tiene que estar cerrada antes de abrir la siguiente.
Sven Hoffman asiente con la cabeza:
—Las fuerzas de seguridad llegarán en cinco minutos una vez salte la alarma.
—No vamos a hacer saltar ninguna alarma —responde Anders y ve en el monitor que el nuevo paciente entra en la salita de recreo.
Observan al hombre, que se sienta en el sofá marrón y se tapa la boca con una mano, como si intentara reprimir el vómito. Anders piensa en el informe de Säter escrito a mano sobre agresividad, psicosis recurrente y trastorno narcisista y antisocial de la personalidad.
—Tendremos que elaborar nuestro propio diagnóstico —avisa Anders—. Y le aumentaré la medicación a la mínima que pase algo…
La gran pantalla que tiene delante está dividida en nueve ventanillas para las nueve cámaras del módulo. Esclusas, puertas de seguridad, pasillos, salita de recreo y celdas de los pacientes están en constante grabación. No hay suficiente personal para poder vigilar el monitor sin interrupción, pero siempre tiene que haber un responsable de operador en el módulo.
—Supongo que te pasarás unas cuantas horas en el despacho, pero está bien que todo el mundo sepa cómo funcionan estas cosas —dice Sven Hoffman haciendo un gesto hacia los monitores.
—Tendremos que echarnos una mano cuando tengamos más pacientes.
—La regla general es que el personal siempre tiene que saber dónde están todos los pacientes.
Sven hace doble clic en una de las ventanitas; acto seguido, la imagen llena toda la pantalla del monitor y, de pronto, Anders ve a la enfermera de psiquiatría My quitándose un plumón mojado.
Con una nitidez inesperada, se reproduce el momento del vestuario en directo, el banco bajo, cinco taquillas amarillas de metal, la ducha, la puerta del lavabo y el pasillo.
El perfil de los grandes pechos de My se marca bajo la camiseta negra con un dibujo de un arcángel. Ha llegado corriendo al vestuario y tiene las mejillas rojas. En el pelo le brillan aún los copos de nieve derretida. Saca su ropa de trabajo, la deja en el banco y extrae un par de sandalias blancas de la marca Birkenstock.
Sven restaura la imagen y amplía la de la salita de recreo. Anders se obliga a apartar la mirada justo cuando My comienza a desabrocharse los botones de los vaqueros negros.
Se sienta e intenta parecer impasible cuando pregunta si las grabaciones quedan almacenadas.
—No tenemos permiso…, ni siquiera en momentos excepcionales —sonríe Hoffman, y le guiña un ojo.
—Qué pena —responde Anders y se pasa la mano por el pelo corto y castaño.
Sven Hoffman empieza a saltar de una cámara a otra para comprobar todas las estancias. Anders repasa los pasillos y las esclusas en el monitor.
—Tenemos cubierto cada rincón de…
Una puerta más alejada se abre, la cafetera emite su característico zumbido y luego My aparece en la centralita de vigilancia.
—¿Por qué estáis tan apretados? —pregunta con los hoyuelos marcados en las mejillas.
—Sven está repasando el sistema de seguridad conmigo —responde Anders.
—Y yo que pensaba que estaríais mirándome mientras hacía un striptease —bromea ella con un suspiro.