156

Protegida por la oscuridad, Saga esconde la pastilla en el zapato y se tumba en la cama. No sabe si el médico sigue detrás de la puerta, pero está segura de que entrará en la celda en cuanto crea que duerme. Saga vio claramente en sus ojos que no había terminado en absoluto con ella.

Ayer se vio tan cogida por sorpresa por el abuso de poder del médico que lo dejó ir demasiado lejos. Hoy no sabe siquiera si le importa lo que pueda pasar.

Está ahí para salvar a Felicia y a lo mejor tiene que lidiar con ese sitio algunos días más.

«Mañana o pasado mañana Jurek me lo revelará todo —se dice Saga—, y entonces esto habrá terminado, podré irme a casa y olvidarme de todo lo que he tenido que aguantar».

Saga se vuelve y se tumba del otro lado, echa un vistazo a la puerta y ve al instante la silueta detrás del cristal. Su corazón empieza a palpitar con fuerza en el pecho. El joven médico está esperando al otro lado de la puerta a que la medicina la neutralice.

¿Está dispuesta a ser violada para no echar al traste la infiltración? La verdad es que no tiene ninguna importancia. Su cabeza es un completo caos como para poder mentalizarse de lo que está a punto de suceder.

Sólo pide que sea rápido.

Se oye un rasgueo metálico cuando la llave entra en la cerradura.

La puerta se abre y un airecillo más fresco se cuela en la celda.

Saga no se molesta en hacerse la dormida, sino que tiene los ojos abiertos y ve cómo el médico cierra la puerta tras de sí y se acerca a la cama.

Saga cierra los ojos y agudiza el oído.

No pasa nada.

A lo mejor sólo quiere mirarla.

Intenta expulsar aire sin hacer ningún ruido y espera diez segundos antes de llenar los pulmones otra vez, aguarda y hace un recorrido mental por un cuadrado en el que cada lado es una inspiración o una expiración.

El médico pone una mano sobre su vientre, sigue los movimientos de la respiración, luego la desliza hasta la cadera y le agarra las bragas. Saga yace inmóvil y deja que se las quite y se las baje hasta los pies.

Saga percibe de forma clara el calor corporal del médico.

Con cuidado, él le acaricia la mano derecha y la levanta por encima de su cabeza. Primero Saga piensa que le está tomando el pulso, pero después se da cuenta de que está atada. Cuando intenta recuperar la mano, él le pasa una cinta ancha sobre los muslos y la tensa con una fuerza tremenda antes de que Saga tenga tiempo de deslizarse de la cama.

—¿Qué coño haces?

No puede mover las piernas y nota que él le ata los tobillos mientras ella intenta liberar la mano derecha con la izquierda. Él enciende la lamparita de noche y mira a Saga con los ojos abiertos como platos. Los dedos de Saga tiemblan, las tensas correas en la muñeca se le resbalan y tiene que volver a empezar.

El médico se lo impide, le aparta a toda prisa la mano que tiene libre.

Saga pega un tirón para soltarse, intenta darse la vuelta, pero es imposible.

Cuando se deja caer otra vez en la cama, él empieza a ponerle otra correa a la altura de los hombros. Saga está en un ángulo imposible, pero en cuanto él se inclina, ella le lanza un golpe directo en la boca con el puño cerrado. Se oye un chasquido, el médico da un traspié y clava una rodilla en el suelo. Con mano temblorosa, Saga empieza a desatarse la correa de la muñeca derecha.

Él vuelve a estar junto a la cama y aparta la mano de Saga de un empujón.

La sangre le cae por la barbilla cuando le ruge que se esté quieta. Tensa la correa de la muñeca derecha otra vez y luego se pone detrás de Saga.

—¡Te voy a matar! —grita ella, e intenta seguirlo con la mirada.

El médico es rápido y le atrapa el brazo izquierdo con las dos manos, pero Saga consigue soltarse, lo coge del pelo y tira de él. Con todas sus fuerzas, le hunde la frente en el borde de la cama. Tira otra vez e intenta morderle la cara, pero él la golpea tan fuerte en el cuello y en uno de los pechos que Saga tiene que soltarlo.

Jadeando, ella intenta agarrarlo otra vez, zarandea la mano tras de sí. Tensa hasta el último músculo de su cuerpo para volverse, pero está atrapada.

El médico le caza la mano y se la dobla a un lado con tanto empeño que está a punto de dislocarle el hombro. El cartílago chasquea dentro de la articulación y Saga suelta un grito de dolor. Lucha por liberar un pie, pero la correa le corta la piel y le cruje el tobillo. Saga le lanza otro golpe en la mejilla, pero sin fuerza. Él la obliga a bajar la mano hasta el borde de la cama, le pasa la correa por la muñeca y la tensa.

El joven médico se seca la sangre de la boca con el reverso de la mano, retrocede unos pasos resollando y se queda mirando a Saga.

El hombre de arena
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