143

Saga piensa que Jurek debe de notar lo fuerte que le late el corazón. Si el micrófono funciona correctamente, sus compañeros ya habrán marcado todas las viejas fábricas de cemento, puede incluso que ya estén de camino a ellas.

—Es un buen sitio donde esconderse hasta que la policía deje de buscar —continúa él, y la mira—. Y luego te puedes quedar en la casa si estás a gusto…

—Pero tú seguirás tu camino —dice ella.

—Tengo que hacerlo.

—¿Y yo no puedo ir contigo?

—¿Quieres venir conmigo?

—Depende de adónde vayas.

Saga es consciente de que quizá lo esté presionando demasiado, pero ahora mismo él acaba de mostrarse abierto a llevarla con él en la fuga.

—Tienes que confiar en mí —dice Jurek.

—Me parece que piensas dejarme en la primera casa.

—No.

—Eso es lo que parece —dice ella afectada—. Creo que me quedaré aquí dentro hasta que me dejen salir.

—¿Cuándo será eso?

—No lo sé.

—¿Estás segura de que te soltarán?

—Sí —responde sinceramente.

—Porque eres una niña buena que ayudó a su madre enfermita cuando era…

—No era buena —lo corta Saga, y retira el brazo—. ¿Te crees que quería estar allí? No era más que una niña e hice lo que me obligaron a hacer.

Él se reclina en el sofá y asiente en silencio.

—La obligación es interesante.

—No me obligaron —protesta ella.

—Lo has dicho tú —sonríe él.

—No en ese sentido… Quiero decir que podía hacerlo —explica—. Ella sólo tenía dolores por la tarde y la noche.

Saga se queda callada y recuerda una mañana que su madre le preparó el desayuno después de una noche muy dura. Le frió unos huevos, le untó unas tostadas y le puso un vaso de leche. Después salieron al jardín descalzas y en camisón. El césped estaba húmedo por el rocío, así que cogieron los almohadones del balancín.

—Le dabas codeína —dice Jurek en un tono singular.

—Le iba bien.

—Pero son pastillas suaves; ¿cuántas se tomó la última noche?

—Muchas… Tenía unos dolores tan fuertes…

Saga se pasa una mano por la frente y para su sorpresa nota que está completamente sudada. No quiere hablar de esto, lleva muchos años sin ni siquiera pensar en ello.

—Más de diez, me imagino, ¿verdad? —pregunta Jurek.

—Normalmente sólo se tomaba dos, pero aquella noche necesitó muchas más… Las derramé por el suelo, pero…, no sé, debí de darle doce, quizá trece pastillas.

Saga siente que se le contraen los músculos de la cara. Le da miedo ponerse a llorar si se queda donde está, así que se levanta para volver a su celda.

—Tu madre no murió de cáncer —dice Jurek.

Saga se detiene y se vuelve hacia él.

—Ya basta —dice seria.

—No tenía ningún tumor cerebral —continúa él en voz baja.

—Oye…, yo estaba con mi madre cuando murió, tú no sabes nada de ella, no puedes…

—Las jaquecas —la corta Jurek—. El dolor de cabeza no se pasa por la mañana cuando se tiene un tumor.

—Pues a ella se le pasaba —dice Saga con firmeza.

—El dolor se debe a la presión en las meninges y los vasos sanguíneos a medida que el tumor crece. No se pasa, empeora.

Saga mira a Jurek a los ojos y un escalofrío le recorre la espalda.

—Yo…

Su voz no es más que un susurro. Le gustaría ponerse a pegar y a gritar, pero se le han ido todas las fuerzas.

En realidad, siempre ha sabido que algo no encajaba en sus recuerdos. Se acuerda de gritarle a su padre durante la adolescencia, gritarle que le mentía en todo, gritarle que era la persona más falsa que había conocido.

Él le dijo que su madre no había tenido cáncer.

Saga siempre ha pensado que él le mentía para que su traición hacia su madre no fuera tan imperdonable.

Ahora Saga está allí y ya no sabe de dónde salió la idea de que su madre tenía un tumor cerebral. No recuerda que su madre mencionara en ninguna ocasión que tuviera cáncer y nunca fueron al hospital.

«Pero ¿por qué lloraba cada noche si no estaba enferma? —piensa—. No encaja. ¿Por qué me obligaba a llamar a papá tantas veces para decirle que tenía que volver? ¿Por qué mamá tomaba codeína si no tenía dolor? ¿Por qué permitía que su propia hija le diera todas aquellas pastillas?».

La cara de Jurek es una máscara oscura y rígida. Saga se da la vuelta y se dirige a su celda. Ahora mismo sólo quiere salir corriendo de allí, no quiere oír lo que él le va a decir.

—Mataste a tu propia madre —suelta Jurek tranquilamente.

El hombre de arena
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