120
Jurek está de nuevo en la cinta. Vuelve a parecer más fuerte. Sus pasos son largos y decididos, mientras que su cara se mantiene relajada.
—Estás decepcionada con tu padre porque no volvió a casa —dice.
—Recuerdo todas las veces que lo llamé…, quiero decir, que lo necesité.
—Pero tu madre…, ¿dónde estaba ella?
Saga se detiene y piensa que ahora está hablando demasiado, pero al mismo tiempo tiene que responder a la intimación de Jurek. Es un intercambio. Si no la conversación volverá a un formato más superficial. Es hora de que Saga le cuente algo personal y mientras se ciña a la verdad, estará segura.
—Mi madre estuvo enferma cuando yo era pequeña… Sólo recuerdo los últimos meses —responde Saga.
—¿Murió?
—Cáncer…, tenía un tumor maligno en el cerebro.
—Lo lamento.
Saga recuerda las lágrimas que le entraban en la boca, el olor del teléfono, la oreja caliente, la luz atravesando la ventana cubierta de polvo de la cocina.
A lo mejor es la medicación, los nervios o simplemente la mirada inexorable de Jurek lo que le afecta. No ha hablado de esto en todos esos años. De hecho, ni siquiera sabe por qué lo está haciendo ahora.
—Lo que pasaba era que mi padre… no soportaba que estuviera enferma. No podía quedarse en casa.
—Entiendo que estés enfadada.
—Yo era demasiado pequeña para ocuparme de mi madre…, intentaba ayudarla con la medicación, intentaba consolarla… Tenía jaquecas por las tardes y se las pasaba tumbada en el dormitorio llorando.
Bernie se acerca a cuatro patas y trata de olfatear a Saga entre las piernas. Ella lo empuja y él cae de lado encima de la palmera.
—Yo también me quiero fugar —dice—. Iré con vosotros, puedo morder…
—Cállate —lo interrumpe Saga.
Jurek se vuelve y observa a Bernie, que está mirando de reojo a Saga con una sonrisita en los labios.
—¿Tengo que sacrificarte? —le pregunta Jurek.
—Perdón —susurra Bernie y se levanta del suelo.
Jurek sigue caminando. Bernie se sienta en el sofá y se pone a ver la tele.
—Voy a necesitar tu ayuda —dice Jurek.
Saga no responde, pero piensa que estaría mintiendo si dijera que se quiere fugar. Quiere quedarse allí hasta que encuentren a Felicia.
—Creo que el ser humano está más atado a su familia que ningún otro animal —continua Jurek—. Hacemos cualquier cosa con tal de atrasar la separación.
—Puede ser.
—Tú no eras más que una niña, pero cuidaste de tu madre…
—Sí.
—¿Podía comer por sí sola?
—En general, sí…, pero hacia el final ya no tenía apetito —dice Saga.
—¿La operaron?
—Creo que sólo le dieron quimioterapia.
—¿En forma de pastillas?
—Sí, yo la ayudé cada día…
Bernie está sentado en el sofá y no deja de mirarlos de reojo. De vez en cuando se toquetea el esparadrapo de la nariz.
—¿Qué aspecto tenían las pastillas? —pregunta Jurek y aumenta un poco la velocidad.
—Eran como pastillas normales —responde Saga en seguida.
De pronto, se siente mal. ¿Por qué le está preguntando por la medicación? No es una pregunta lógica. ¿Puede que la esté tanteando? Saga siente que se le acelera el pulso al mismo tiempo que se repite una vez más que no hay peligro porque se está limitando a decir la verdad.
—¿Puedes describirlas? —continúa él con calma.
Saga abre la boca para responder que hace demasiado tiempo de todo eso, cuando de repente le vienen a la memoria las pastillas blancas entre la maraña de hilos marrones y gruesos de la alfombra. Había derramado el tarro y estaba de cuclillas al lado de la cama recogiéndolas una a una.
El recuerdo es claro como el agua.
Recogió las pastillas y se las dejó en la mano para soplar la pelusilla que se había desprendido de la alfombra. Sostenía unas diez pastillas redondas. En una cara tenían grabadas dos letras dentro de un cuadrado.
—Blancas, redondas —dice—. Con letras en un lado… «KO»… No entiendo cómo puedo acordarme de eso.