73

La mañana todavía es negra como la noche y en la sección de mujeres del centro penitenciario de Kronobergshäktet están todas las luces apagadas.

Saga da dos pasos al frente y se detiene cuando se lo ordenan. Intenta alienarse del mundo exterior y no mirar a nadie.

Los radiadores chasquean por el calor.

Nathan Pollock deja la bolsita de efectos personales en el mostrador y entrega los documentos sobre Saga, le dan un resguardo por escrito y luego desaparece.

A partir de ahora, Saga se las tendrá que arreglar por sí sola, independientemente de lo que pase.

Las verjas automáticas zumban un buen rato y luego se callan de repente.

Nadie la mira, pero ella se da cuenta de que el ambiente se tensa cuando los funcionarios entienden que la reclusa requiere el nivel de seguridad más alto que existe.

Tienen que mantenerla estrictamente aislada hasta que llegue el transporte.

Saga permanece inmóvil con la mirada fija en el suelo de linóleo amarillo y no responde a ninguna pregunta.

La registran antes de llevársela por un pasillo y adentrarla en una salita para inspeccionarla con detenimiento.

Dos mujeres corpulentas hablan de una nueva serie de televisión mientras la conducen a través de una puerta sin cristal. La salita de inspección parece una pequeña consulta médica, con una camilla estrecha cubierta de papel crujiente y armaritos cerrados a lo largo de una de las paredes.

—Quítate toda la ropa —dice una de las mujeres en tono neutral mientras se pone unos guantes de látex.

Saga hace lo que le dicen y amontona la ropa en el suelo. Cuando está desnuda, se queda quieta con los brazos en los costados bajo la luz fría de los fluorescentes.

Su cuerpo pálido recuerda el de una adolescente, impecable y atlético.

La funcionaria de prisiones que lleva los guantes se queda callada a media frase y mira a Saga.

—Bueno —suspira al cabo de unos segundos.

—¿Qué?

—Vamos a hacer lo que nos toca.

Con cuidado, empiezan a inspeccionar a Saga con una linterna: la boca, la nariz y las orejas. En una hoja de protocolo van marcando todas las partes que ya han cacheado y luego le piden que se tumbe en la camilla.

—Ponte de lado y dobla la pierna de arriba todo lo que puedas —dice la mujer con guantes.

Saga obedece sin prisa y la mujer se coloca entre la pared y la camilla, detrás de Saga, quien siente un escalofrío. Nota que se le eriza la piel de todo el cuerpo.

El papel seco de la camilla le rasca la mejilla cuando vuelve la cara. Cierra fuerte los ojos cuando oye que estrujan una botella de lubricante.

—Vas a notar un poco de frío —dice la mujer e introduce dos dedos en la vagina de Saga todo lo que puede.

No le duele, pero le resulta muy desagradable. Saga intenta respirar despacio, pero no puede ahogar un suspiro cuando la mujer le introduce un dedo por el recto.

La inspección termina en unos segundos y la mujer se apresura a quitarse los guantes y a tirarlos.

Le da un poco de papel a Saga para que se limpie y le explica que en la prisión le darán ropa nueva.

Vestida con prendas holgadas de color verde y unas zapatillas blancas, la llevan hasta su celda en la sección 8 4.

Antes de cerrar la puerta con llave le preguntan en tono amable si le apetece un bocadillo de queso y un café.

Saga niega con la cabeza.

Cuando las mujeres han desaparecido, Saga permanece un rato inmóvil en su celda.

Es difícil saber qué hora es, pero antes de que se haga demasiado tarde, se dirige al lavabo, se llena las manos de agua, bebe un poco y se mete dos dedos en la garganta. Tose y el estómago se le encoge. Tras unas pocas arcadas fuertes y dolorosas, sale el paquetito con el micrófono.

Lágrimas involuntarias caen de sus ojos mientras enjuaga la cápsula y luego se lava la cara.

Se tumba en el catre y se queda esperando con el micrófono escondido en la mano.

El pasillo está en silencio.

Yace inmóvil, percibe el olor del lavabo y el sumidero, mira al techo y lee las palabras y las firmas que han ido grabando en las paredes a lo largo de los años.

Los rectángulos de la luz del sol se han desplazado hacia la izquierda y se han acercado al suelo. De pronto, se oyen unos pasos. Saga se introduce rápidamente la cápsula en la boca, se levanta y traga al mismo tiempo que la cerradura traquetea y se abre la puerta.

Ha llegado el momento de trasladarse al hospital Karsudden.

La responsable uniformada del transporte firma la autorización de traslado de la reclusa, de sus pertenencias y de los documentos que la acompañarán durante el viaje. Saga se deja poner las esposas en manos y pies y firma la orden de traspaso.

El hombre de arena
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