La estrategia espiritual
Tres oscuros años se suceden después, sin que nada sepamos del joven humanista. Treinta y seis meses, sin embargo, son largos y pueden suceder muchas cosas. Hay tiempo para que se formen nuevas familias, nazcan niños y hasta empiecen a hablar. Hay tiempo para que se alce un gran palacio donde antes sólo había un prado, para que una hermosa mujer envejezca y ya nadie la desee, para que una enfermedad, incluso de las más largas, se prepare (y mientras tanto el hombre sigue viviendo despreocupadamente), consuma lentamente el cuerpo, se retire en breves apariencias de curación, se reanude desde lo más hondo, sorbiendo las últimas esperanzas. Queda aún tiempo para que el muerto sea enterrado y olvidado, para que el hijo sea de nuevo capaz de reír.
¿Volvió Juan Alfonso de Polanco a Burgos? ¿Volvió a la ciudad de su infancia y se encontró otra vez niño ante el retablo de la iglesia de San Nicolás de Bari? ¿Cuánto tiempo estuvo allí? ¿Qué imaginaciones y trabajos atesoraron sus ojos? ¿Estuvo en otro lugar? La existencia del futuro jesuita se detiene, para nosotros, durante estos tres años, no para él, pues el río del tiempo no pasa en vano. En su huida parece engancharle.
Historiadores y memorialistas encuentran al joven humanista en Roma. Vive ahora, año de 1541, sin que sepamos desde cuándo y por qué, en la ciudad de los papas simoníacos. Ciudad corrompida. Llena de bastardos. De concubinas voraces. De cardenales de doce años. Donde Borjas, Médicis, Farnesios… han hecho del medieval Savonarola un mártir y de Lutero el muy escuchado portavoz de una inmensa cólera. Vive en esta ciudad vacilante y desacreditada, que ha sufrido la fiebre saqueadora de las tropas imperiales -días de violaciones y pillajes, de masacres y profanaciones- y a cuyo servicio, ascetas y vagamundos, se han puesto diez aventureros que acaban de fundar una nueva orden, la Compañía de Jesús.
La historia registra con detalle el espíritu que allí reinaba por estas fechas. Hecho de malestar, de amargura, de un vago afán de reforma. Leamos el informe que al viejo y cínico Paulo III suministra una comisión episcopal poco antes de que Ignacio de Loyola y sus compañeros se amarren a su trono:
Muy Santo Padre, como el caballo de Troya, han entrado en la Iglesia de Dios una muchedumbre de males y de abusos que hacen que desesperemos de su salvación. Esta situación es conocida hasta entre los infieles y por ello hacen escarnio de nuestra religión y por eso el nombre de Cristo se deshonra… Bienaventurado Padre, todos los extranjeros se escandalizan al entrar en la iglesia de San Pedro, al ver en ella la misa celebrada por sacerdotes ignorantes y vestidos con hábitos litúrgicos inmundos… Lo mismo vale para las otras iglesias. Las cortesanas van por la ciudad como matronas; circulan en coches de mulas, escoltadas a pleno día por personajes nobles, personas cercanas a los cardenales, clérigos. En ninguna otra ciudad se ve un desorden semejante…
El informe concluye con este patético llamamiento:
Has escogido el nombre de Paulo… Esperamos que hayas sido elegido para restaurar en nuestros corazones y en nuestras obras el nombre de Cristo, olvidado por el pueblo y por nosotros los clérigos, para curar nuestros males… para alejar de nosotros la cólera de Cristo y la merecida venganza que ya pende sobre nuestras cabezas.
Ésta es la Roma que contemplan los ojos de Polanco. En 1541 ya está instalado en la ciudad «a la que amenaza la cólera de Cristo». Vive en casa de un amigo. Ha obtenido el título de conde del Sacro Palacio y comprado por mil ducados el cargo de notario de la Santa Sede. Varios son los beneficios de este oficio que le ocupa copiando bulas y otros documentos oficiales: un sueldo anual de doscientos ducados y un claro horizonte de dignidades en los círculos vaticanos. Breve será, sin embargo, el tiempo que permanezca atado al vacuo afán de esta Roma teatral. En el verano de 1541, bajo la dirección de Laínez, que será su gran amigo, hace los ejercicios espirituales y decide entrar en la Compañía de Jesús.
Convertido, sin duda, ¿pero de qué y en qué? En vano se opondrán sus padres desde Burgos, y su hermano Luis, tras encontrarse con él en la ciudad de Florencia, tratará de retenerle, disuadirle, forzarle a cambiar de idea. Ha elegido seguir a Ignacio de Loyola y a sus compañeros de aventura. Ha vendido su flamante cargo de notario. Ha abandonado los palacios de Roma y arribado a la ciudad de Padua, en cuya universidad ha estudiado teología durante cuatro años (de 1542 a 1546). Ha fatigado tierras de Italia bajo la curiosa vida de jesuita. Bolonia, Pistoya, Pisa, Florencia… Ha predicado la fealdad de los vicios, la hermosura de las virtudes, el aborrecimiento del pecado y la grandeza del amor divino. Todo ello a fin de sacar a los hombres del cautiverio de Satanás y despertar sus corazones. Libre del encierro al que le ha sometido su hermano, después de forzar la cerradura de una puerta, descolgarse con una cuerda por una ventana y refugiarse en la casa del obispo de Pistoya, ha regresado a Roma, donde Ignacio, que ha sofocado la furia familiar a través del virrey de Nápoles, le ha reclamado y acaba de nombrarle secretario.
Es el año 1547. ¿En qué piensa? ¿Qué secreta luz va a retenerlo para siempre a la sombra del fundador de la Compañía de Jesús? ¿Ha encontrado la vocación a la que estaba predestinado? Cuantos nos recuerdan mueren rápidamente. Luego, a su vez, mueren cuantos les suceden en el recuerdo hasta que toda memoria se apaga, también a medida que avanza entre personas que se encienden y se apagan. Cuanto se escribe, sin embargo, queda… a veces. Míralo, Laínez, tú que eres su amigo, míralo bien mientras estás a tiempo. Haz que su rostro y su inteligencia se graben en el papel. Queden… y así podamos imaginar a Polanco regresando a Roma, podamos imaginarle tal y como tú le ves ahora…
… pequeño de estatura, pero bien proporcionado y de rostro bello. Suficientemente apto para los trabajos. De talento y memoria más que medianos. De juicio maduro y grave. Conoce bien la lengua latina, la filosofía y las dos teologías. Posee también la historia, y medianamente el griego y el hebreo. Es caritativo, diligente, incansable, humilde, obediente, amable, muy ejemplar, grave y plácido…
Tiempo después, muerto ya Ignacio, el conflictivo BobadiIla, que difícilmente disimula su poca simpatía hacia el secretario y consejero Polanco, añadirá a este retrato de Laínez otras pinceladas. Hombre duro, frío, cortante, seco, resentido…