Los restos de la conquista
Las gentes sólo recuerdan y cuentan aquello que pueden comprender y transformar en leyenda. Lo demás discurre junto a ellas sin dejar huella profunda, en la indiferencia muda de los fenómenos naturales y anónimos, sin tocar su imaginación y sin grabarse en su memoria. Tan pronto como el rey Alfonso VI, fruto de desencuentros y varios esfuerzos, se rindió a las exigencias de Gregorio VII, empezaron las gentes a recordar los detalles y a adornar la desaparición del rito mozárabe con cuentos legendarios que supieron componer con arte y que mantuvieron durante mucho tiempo en su mente.
En la Crónica Najerense se refiere una de estas narraciones. Corría el 9 de abril del año 1077, domingo de Ramos, cuando en Burgos, dos caballeros, campeones cada uno de ellos de una de las dos liturgias en liza, lucharon en un juicio de Dios, saliendo vencedor el guerrero de la liturgia toledana frente a su adversario, que defendía la romana. Tomaron entonces la decisión de celebrar un segundo juicio. Se lanzaría a la hoguera un libro de cada rito; aquel que resultara indemne sería declarado triunfador. Y ocurrió que mientras el libro romano se consumía, devorado por el fuego, el toledano saltaba fuera, libre de las llamas, intacto. ¿Libre de las llamas, libre de la destrucción del fuego?… No más de un instante, lo que se demoró el airado rey Alfonso en devolverlo a la hoguera con el pie, diciendo: «Allá van leyes, do quieren reyes.»
Quizá ésa es la imagen que cruza la mirada de los mozárabes de Toledo después de la conquista. Quizá su derrota sólo pueda referirse así, con una metáfora. Tras la conquista, los mozárabes sintieron sueño, un poco de frío. Luego el mundo que habían conocido desapareció bruscamente, como si lo fulminara un fuego sin luz, y con él desapareció la Gran Mezquita y la noria del rey al-Mamun y la venerable basílica de Santa María y la letra gótica y los cantos antiguos y los días viejos y ajenos y los obispos que durante siglos habían mantenido el rito cristiano en tierras del islam y esas tierras de invisibles acequias y el poeta que las canta y los rosales y los leones de las fuentes y las casas y tal vez, tal vez también el río Tajo, el río Tajo como lo escribieron los poetas musulmanes, parejo a la Vía Láctea.
O quizá, siguiendo a los modernos, que desconfían de las imágenes literarias, deba abandonarse toda aproximación metafórica. Quizá haya que escribir:
… Entonces, como los musulmanes, los mozárabes de Toledo tuvieron que conformarse con lo que les dejaban los conquistadores. Los restos: y así ocurrió. Leyeron la condena despiadada del tiempo, que no puede ser detenida y que cubre de polvo y confunde a los hombres, gradualmente, con su destino. Un hombre es, a la larga, su circunstancia.
… y argumentar:
… Es cierto que, todavía en el siglo XIII, escribiendo desde La Rioja, el poeta Gonzalo de Berceo evoca una ciudad dividida entre clérigos mozárabes y foráneos al describir un milagro en que «toda la clerecía y muchos de los legos de la mozaravía» oían la voz de la Virgen. En este siglo XIII, no obstante, la mayoría de los mozárabes de Toledo se reconcilia con los intrusos y se asimila al conquistador y a la metamorfosis de la ciudad y a la gran catedral que está contribuyendo a cambiarlos. Como siempre ocurre, pues para la mayoría de las personas la vida resulta siempre más importante y más imperativa que las formas que reviste, la renuncia a la melancolía y a la memoria favorece, al final de esta centuria, la integración de las grandes familias mozárabes en las esferas dirigentes del reino y el nombramiento de los primeros arzobispos de linaje mozárabe.
… y concluir:
Las desgracias no duran eternamente (rasgo que tienen en común con las alegrías); pasan o, por lo menos, cambian de forma y se desvanecen en el olvido. Y la vida se renueva siempre y a pesar de todo, de igual manera que el agua tumultuosa del río Tajo corre lisa y perfecta, ciñendo la cintura de Toledo.
[Intérprete e intermediario, consciente de lo que significa amarlos y odiarlos, vivir y consumirse dividido, el mozárabe habita de modo sustantivo en elfilo de dos mundos, entre Oriente y Occidente. En el instante en que las vanguardias musulmanas cruzan el Estrecho aparece. Luego, cuando los cristianos del nortese abran camino al sur, sufrirá el empuje organizativo de Roma, que relega su rito, catalogado de superstición toledana, al pasado. Víctima y verdugo al mismo tiempo. «La siega, la vendimia y el lagar de la ira de Dios», miniatura del Beato de Fernando I y doña Sancha, folio 209 manuscrito Vitr. 14-2. Bibliotema Nacional de Madrid.]