El camino necesario

¿Qué piensas al entrar en París por la puerta de Saint-Jacques? Dos años atrás, en 1528, por esa misma vía ha pasado Íñigo de Loyola cargado de libros, y más atrás aún, dos de los fundadores de la futura Compañía, Pedro Fabro y Francisco Javier. También ellos han venido a conquistar el vellocino de oro del saber y los títulos universitarios. Todos han contemplado antes que tú la montaña Sainte-Geneviéve, rodeado el molino de los Gobelinos, visto perfilarse la cartuja de Vaugirard sobre los barrios del sur, adivinado a través de los árboles la Contraescarpe.

Historiadores y memorialistas nada dicen del itinerario del joven Polanco, de Burgos a París, a través de una Francia que es enemiga de su soberano, el emperador Carlos V. ¿Al atravesar Languedoc, Auvernia, Berry y Beauce, y compararlos con sus campos castellanos, se dijo acaso que el reino de Francia estaba muy empobrecido a causa de la guerra?

Miradlo franquear la muralla de París, adentrarse por Saint-Jacques, antigua vía romana de Orleans a Lutecia, después camino de Compostela. ¿Cómo es esta ciudad en la que se adentra Polanco adolescente? De ella dice Jean Lacouture:

Del colegio del Cardenal Lemoine, al este, a la puerta de Saint Germain, al oeste, de la puerta de Saint-Jaques al Petit Chatelet, París es un formidable laberinto de callejuelas, sentinas y patios infestados de inmundicias, frecuentados por vagabundos, libertinos y ladrones, a menudo marginales del mundo universitario, laicos o no. Escuelas, iglesias, tabernas, colegios, conventos, tiendas, burdeles, palacios, imprentas, pedagogías, forman una aglomeración incalificable, sin nombre pero no sin olor, un conglomerado devoto y sospechoso, un mercado de ciencias en el que se entrecruzan luces y sombras, discursos y estafas, Panurgos y cordeleros, una feria de humanidades hipócrita y vociferante, en la que el saber se vende, se compra, se cambia entre el ruido de argumentos, de invectivas y de metáforas, un galimatías glorioso de donde, a pesar de todo, acaba por surgir lo que el hombre de este siglo ingenioso necesita conocer para ser un poco más humano…

Hace falta imaginar en el corazón de este laberinto, de esta Babel, sin entender gran cosa de lo que se dice, al joven Juan Alfonso, que aún no ha tenido ocasión de conocer mundos fraudulentos y que, por muy atónito que se encuentre, acaba de detenerse ante la puerta del colegio de Le Mans, donde vive el doctor Francisco de Astudillo, su futuro tutor, y el joven Martín de Olave, al que desde ahora le unirá una gran amistad.

Hace falta imaginar el clima intelectual de este París del siglo XVI, una ciudad en plena expansión demográfica, arquitectónica, mercantil… Todo es efervescencia en esta ciudad donde Íñigo de Loyola forma su primera cohorte de piadosos rebeldes, de cabezas duras y de cabezas locas, de intelectuales y de constructores, de teólogos vagabundos y descubridores de civilizaciones. Las disputas de las escuelas se alternan con el fuego de las hogueras. La Edad Media, con el Renacimiento. Los que llegan al París de Francisco I, herido para siempre por el desastre de 1525, y a cuya indulgencia para con los herejes sus súbditos imputan todas las desgracias, descubren un mundo delirante, plagado de novedades y de cóleras, pleno de audacias y descubrimientos. Vivir en este París es vivir una ciudad donde la ofensiva luterana es intensa, pero el catolicismo, cuyos campeones son el rey, los mercaderes, el clero o la universidad, sigue siendo el dueño de la situación.

Hay que volver a esta ciudad, a estas furiosas corrientes que forman remolinos alrededor de los jóvenes estudiantes, a este clima espiritualmente belicoso, trágico, en el que muchos arriesgan su vida, para comprender la educación sentimental del futuro secretario. Es aquí donde se forma su espíritu, alimentado por el estudio de las ciencias y las letras y por la enseñanza de los discípulos de Luis Vives y los contemporáneos de Jean Calvino. Como becario confiado al director o al regente de su colegio para ser alimentado, reprendido e instruido, es aquí donde vive sus sueños de juventud. Tiempo de quimeras.

¿Las clases? El tomo V de la Historia de la Universidad de París dice lo que sigue:

Salvo la cátedra del profesor no tenían ni bancos ni asientos de ningún tipo. Estaban cubiertas de paja durante el invierno y de hierba fresca durante el verano. Los alumnos debían tenderse en esta cama de paja para hacer acto de humildad. Su uniforme, consistente en una túnica larga, ceñida en la cintura con una correa, estaba hecho para recoger la suciedad, y también para ocultarla…

¿El modo de comunicación del saber? Luis Vives, después de visitar el colegio de Santa Bárbara, considerado el más avanzado, ha dejado este cuadro:

Niño, dime, ¿ en qué mes murió Virgilio?

En el mes de septiembre, maestro.

¿Dónde?

En Brindisi.

¿Qué día de septiembre?

El nueve de las calendas.

¡Tiene gracia! ¿Quieres deshonrarme ante estos señores? Dame la férula, súbete la manga y extiende la mano por haber dicho el nueve en lugar del diez. Pon atención y responde mejor. Vais a ver, señores, es un niño que sabe mucho… ¿Cómo se llamaba el hermano de Remo y cómo tenía la barba?

Unos, maestro, dicen que se llamaba Rómulo, otros Romo, de donde el nombre de Roma, pero que por cariño se le llamaba por el diminutivo de Rómulo. Hasta que no fue a la guerra no tuvo barba; pero la llevaba larga en tiempos de paz. Es así como es representado en color en los Tito Livio impresos en Venecia.

¿Cómo se levantó Alejandro cuando cayó por tierra al pisar por primera vez el suelo de Asia?

Apoyándose sobre sus manos y levantando la cabeza…

Todavía enigmático en su sombra, Juan Alfonso de Polanco vivió siete años en París. Vivió, muy probablemente, como el estudiante de Vives. Explorando siglos, reyes, dinastías, historias, literaturas… ¿Llegó a conocer entonces a los iñiguistas, como los llama Nadal? Los conocía su amigo Olave, que había dado a Loyola la primera limosna en Alcalá. Los conocía su maestro Astudillo. Uno de los más notables de la colonia burgalesa, el Dr. Juan de Castro, era o había sido uno de ellos. Sería, pues, poco verosímil que Polanco no tuviese noticia del grupo y de su inspirador. ¿Hubo más? ¿Hubo algún esfuerzo para ganarlo, como sucedió con Nadal? El investigador jesuita García de Castro dice que sí, que el joven Polanco conoció en París a los iñiguistas. Ocurriera o no este encuentro, con el título de maestro en Artes bajo el brazo, en 1538 Polanco mira esta fantástica ciudad para despedirse. París se deforma y apaga en una vaga ceniza, que ahora se parece al sueño y al olvido. Como si nunca hubiera sido. Como si bastara dejar de creer en la ciudad de Francisco I, para que desapareciera… fue.

Los perdedores de la historia de España
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