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Cuando hay pérdidas, todos somos bankeros
No lo llamen nacionalización. En realidad estamos socializando las pérdidas: pagando con carísimos intereses los excesos de unos gestores que han vivido muy por encima de nuestras posibilidades. La autopsia de Bankia detallará la factura, pero las primeras cifras que aparecen son mastodónticas, descomunales: más de 80.000 millones de euros públicos movilizados en el rescate; como toda la sanidad pública y todas las prestaciones por desempleo juntas. Si dividimos la cifra entre todos los españoles, tocamos a 1.700 euros por barba entre préstamos a fondo perdido, avales y bendiciones. Eso sin sumar imponderables: lo que Bankia encarece la prima de riesgo y la financiación de la deuda pública, lo que complica a todas las empresas el acceso al crédito, o lo que abarata ese activo del que tanto se habla ahora, la «marca España», ese país que hace no tanto presumía del mejor sistema financiero del mundo civilizado.
Lo de Bankia ha sido una estafa masiva en cuatro incómodos plazos; llevamos tres. Nos estafaron al arruinar unas cajas que, sin ser públicas, servían a todos los ciudadanos a través de la obra social. Nos volvieron a estafar al convertir esas cajas en bancos, con ayudas del Estado. Nos estafan otra vez, al rescatarlas de sus enormes pérdidas con más dinero directo del Estado. Y, de postre, nos volverán a estafar porque, una vez Bankia esté saneada, volverán a privatizarla.
¿Asumirá alguien alguna responsabilidad por este inmenso agujero? No será por falta de responsables: esos gestores como José Luis Olivas, presidente de Bancaja y del Banco de Valencia, un político del PP cuyo mayor mérito para el puesto fue ceder la presidencia de la Generalitat Valenciana a Francisco Camps tras guardar calentito el sillón unos meses, después de la salida de Zaplana. O Miguel Blesa, un inspector de Hacienda metido en política cuya principal virtud para el puesto fue ser amigo de Aznar desde jovencitos; se conocieron en 1977 cuando los dos estudiaban las oposiciones. O Rodrigo Rato Figaredo, don Rodrigo: el padre de la burbuja inmobiliaria que ha acabado devorado por el ladrillazo. No sufran con él: el año pasado ganó más de 2,34 millones de euros y ahora se lleva otro millón largo de indemnización, por los buenos trabajos prestados.
Ninguno de los tres —ni Olivas ni Blesa ni Rato— tenían una formación financiera especialmente brillante. Los tres son políticos profesionales y estudiaron Derecho, no Economía. Rato al menos tiene un máster en Administración de Empresas pero no fue hasta 2003 —a los 54 años, cuando ya llevaba siete como vicepresidente— cuando se sacó un doctorado en Economía.
Rodrigo Rato hoy se queja de la falta de apoyo de sus compañeros de partido. Dice que ha sido injustamente tratado por el PP, que todo esto es una venganza de su antiguo número dos, Luis de Guindos. Estoy parcialmente de acuerdo: si se demuestra que Bankia falseó sus cuentas —razón por la que Deloitte se negó a firmarlas— es injusto que Rato se tenga que ir a su casa. Lo justo sería que le mandasen al juzgado.